El aeropuerto estaba lleno de actividad esa tarde. Las maletas rodaban de un lado a otro, y el sonido de los altavoces anunciando los vuelos llenaba el aire. Entre los pasajeros que corrían por los pasillos y las largas filas de seguridad, había una familia que esperaba pacientemente su turno para abordar un vuelo a una ciudad lejana.
Carlos, un niño de 10 años, estaba sentado en una de las sillas, mirando con curiosidad a las personas que pasaban. Sus padres estaban revisando los boletos, y su hermana mayor, Elena, jugaba con su teléfono mientras esperaba. Para Carlos, el aeropuerto era un lugar fascinante. Había personas de todas partes del mundo, hablando diferentes idiomas y vistiendo ropas muy distintas a las que él estaba acostumbrado a ver.
—Mamá, ¿por qué hay tantas personas aquí? —preguntó Carlos, estirándose para ver mejor el movimiento de los pasajeros.
—Es porque estamos en un aeropuerto internacional, cariño —respondió su madre con una sonrisa—. Aquí vienen personas de todo el mundo para viajar a diferentes países.
Carlos asintió, impresionado por la idea de que tantas personas tan diferentes se reunieran en un solo lugar.
—¿Y todos van al mismo lugar que nosotros? —preguntó, todavía intentando entender cómo funcionaba el aeropuerto.
—No, cada uno tiene su propio destino —dijo su padre, mientras guardaba los boletos—. Es como una gran estación donde todos tienen un viaje diferente, pero nos cruzamos por un momento.
Carlos continuó observando a su alrededor. A su derecha, vio a una familia que hablaba en un idioma que no podía entender. Se preguntó de dónde serían y a dónde irían. A su izquierda, había una mujer que llevaba un sombrero grande y hablaba por teléfono rápidamente, riendo de vez en cuando. El niño sentía curiosidad por las vidas de todas esas personas, pero también notó que el aeropuerto estaba lleno de normas que todos seguían: filas ordenadas, señales que todos respetaban, y personas que hablaban con cortesía a pesar de las prisas.
Mientras esperaban el anuncio de su vuelo, la fila comenzó a avanzar lentamente hacia el control de seguridad. Carlos y su familia se levantaron y se unieron a la fila, donde comenzaron a prepararse para pasar por la revisión. Mientras avanzaban, Carlos observaba cómo algunas personas se mostraban impacientes, susurrando entre dientes o mirando sus relojes con frustración. A él también le molestaba tener que esperar tanto tiempo, pero sus padres le habían enseñado que era importante ser paciente y respetuoso con los demás, especialmente en lugares concurridos como ese.
En la fila, delante de ellos, había una mujer mayor que parecía tener dificultades con su maleta. Luchaba por colocarla en la cinta de seguridad, mientras el agente esperaba pacientemente a que terminara. Carlos vio cómo algunas personas en la fila comenzaban a impacientarse, moviéndose de un lado a otro, susurrando entre ellas.
—Mamá, ¿por qué no la ayudan? —preguntó Carlos en voz baja.
Su madre sonrió y le respondió:
—Es una buena idea, Carlos. A veces, cuando las personas están apuradas, se olvidan de ser amables. ¿Por qué no vas tú y le ofreces ayuda?
Carlos, sintiendo un pequeño nerviosismo, se acercó a la mujer con una sonrisa tímida.
—Disculpe, ¿necesita ayuda con su maleta? —preguntó.
La mujer lo miró sorprendida, pero sonrió agradecida.
—¡Oh, muchísimas gracias, joven! Sí, me vendría muy bien un poco de ayuda.
Carlos tomó la maleta y la levantó con cuidado, colocándola en la cinta de seguridad. La mujer le agradeció con una sonrisa cálida y un ligero toque en el hombro, lo que hizo que Carlos se sintiera bien por haber ayudado.
—De nada —dijo, volviendo con su familia.
—Muy buen gesto, Carlos —le dijo su padre—. El respeto y la amabilidad hacia los demás siempre marcan una gran diferencia, especialmente en momentos difíciles.
Mientras seguían avanzando, Carlos empezó a prestar más atención a las interacciones entre las personas a su alrededor. Vio a un hombre que discutía con un agente de seguridad porque no quería quitarse el cinturón, aunque era una regla importante para pasar por el control. El hombre se veía molesto, pero finalmente cedió ante la mirada firme del agente. Carlos pensó en cómo todos tenían que seguir las reglas para que las cosas funcionaran bien y en cómo, a veces, el respeto por las normas y por los demás podía evitar conflictos innecesarios.
Una vez que pasaron el control de seguridad, la familia se dirigió a la puerta de embarque, donde nuevamente se encontraron con una multitud de personas esperando su vuelo. Carlos se sentó en una de las sillas y observó cómo algunos pasajeros se veían cansados y otros parecían nerviosos, como si estuvieran volando por primera vez.
—Mamá, ¿por qué algunas personas parecen enojadas cuando viajan? —preguntó Carlos, curioso.
—Bueno, hijo —respondió su madre—, viajar a veces puede ser estresante. Las personas están apuradas, cansadas o preocupadas por llegar a tiempo. Pero es importante recordar que todos estamos en el mismo lugar y todos queremos lo mismo: llegar seguros a nuestro destino. Por eso, incluso cuando estamos estresados, debemos tratar a los demás con respeto y paciencia.
Carlos reflexionó sobre eso mientras un nuevo grupo de pasajeros llegaba a la sala de embarque. Entre ellos había un niño de su edad que caminaba con su madre, pero parecía estar molesto, quejándose en voz alta sobre lo largo que era el viaje. El niño insistía en que quería sentarse junto a la ventana, pero su madre le explicó pacientemente que eso no siempre era posible.
Carlos observó cómo el niño seguía insistiendo y cómo su madre intentaba mantener la calma. Recordó lo que su madre le había dicho sobre el respeto, no solo hacia los adultos, sino también hacia las normas que todos tenían que seguir cuando viajaban.
—Viajar es emocionante, pero también tenemos que ser pacientes, ¿verdad? —dijo Carlos, mirando a su madre.
—Así es —respondió ella, sonriendo—. Y sobre todo, tenemos que respetar a las personas que nos rodean, porque todos tenemos nuestras propias preocupaciones y planes. Un poco de respeto hace que el viaje sea más agradable para todos.
Mientras esperaban su turno para abordar, la pantalla de la puerta de embarque mostró un aviso de retraso en el vuelo. Carlos suspiró, sabiendo que significaría esperar más tiempo. Pero en lugar de impacientarse, decidió seguir el ejemplo de su madre y padre, quienes siempre le enseñaban a ser paciente y respetuoso con los demás, incluso cuando las cosas no salían como se esperaba.
Al mirar a su alrededor, Carlos se dio cuenta de que el respeto hacia los demás no era solo algo que se enseñaba en casa o en la escuela. Era una forma de vida que hacía que el mundo, y en ese caso el aeropuerto, funcionara de manera más armoniosa.
El anuncio del retraso en el vuelo hizo que muchas personas en la sala de embarque comenzaran a murmurar. Algunos pasajeros se levantaron de sus asientos, visiblemente molestos, mientras otros sacaban sus teléfonos para llamar a sus familias o a las aerolíneas. El ambiente, que antes era tranquilo, empezó a sentirse tenso. Carlos notó cómo el niño que había estado quejándose antes ahora lloraba, mientras su madre intentaba calmarlo.
—Mamá, ¿por qué todos están tan enojados? —preguntó Carlos en voz baja.
—A nadie le gusta esperar cuando tiene prisa —respondió su madre—. Pero en situaciones como esta, es importante recordar que el respeto y la paciencia son fundamentales. El retraso no es culpa de nadie aquí, y todos tienen que entender que las cosas no siempre salen como planeamos.
Carlos asintió, comprendiendo la lección. Sin embargo, no todos parecían estar dispuestos a aceptar la situación con la misma calma. Un hombre mayor, que estaba sentado al otro lado de la sala, se levantó bruscamente y caminó hacia el mostrador de atención de la aerolínea.
—¡Esto es inaceptable! —gritó, golpeando el mostrador con su mano—. He estado esperando durante horas y ahora nos dicen que tenemos que esperar más. ¡Exijo una explicación!
El empleado de la aerolínea, un joven con un chaleco azul, trató de mantener la calma mientras el hombre seguía quejándose.
—Lo siento, señor. Estamos trabajando para solucionar el problema lo más rápido posible, pero por ahora solo podemos pedirles paciencia —dijo el empleado con voz tranquila.
—¿Paciencia? —replicó el hombre, cada vez más irritado—. ¡No necesito paciencia, necesito respuestas!
Carlos observaba la situación, sintiéndose incómodo. Sabía que el empleado no tenía la culpa del retraso, y ver cómo lo trataban de manera tan irrespetuosa lo hizo sentir mal. Justo cuando estaba a punto de hacer un comentario, una voz fuerte se escuchó cerca de ellos.
—¡Déjalo en paz, abuelo! —exclamó un adolescente que estaba sentado cerca del mostrador—. No eres el único que está esperando. Todos estamos igual, así que siéntate y cállate.
Carlos se quedó boquiabierto. No podía creer que alguien pudiera hablarle a una persona mayor de esa manera. La sala de embarque se llenó de murmullos mientras los pasajeros observaban la escena.
El hombre mayor, aunque visiblemente molesto por el comentario del adolescente, se volvió hacia él con una mirada de sorpresa.
—¿Qué dijiste, jovencito? —preguntó el hombre, cruzando los brazos.
—Dije que te calles —repitió el adolescente—. No eres el único que tiene problemas. Ya todos sabemos que el vuelo se retrasó, así que no empeores las cosas.
El ambiente se tensó aún más, y Carlos sentía que la situación iba a empeorar. Miró a sus padres, que también observaban en silencio, esperando que alguien interviniera para calmar la discusión. Finalmente, fue el mismo empleado de la aerolínea quien dio un paso al frente.
—Señores, por favor —dijo el empleado, con voz firme pero respetuosa—. Entiendo que esta situación es frustrante para todos, pero tenemos que mantener la calma y respetarnos unos a otros. Si todos seguimos las reglas y tratamos a los demás con cortesía, podremos resolver este problema mucho más rápido.
El adolescente bufó y volvió a su asiento, pero el hombre mayor no parecía dispuesto a dejar el asunto.
—Antes, la gente tenía más respeto —dijo, mirando al joven con desdén—. Hoy en día, los niños creen que pueden decir lo que quieran sin consecuencias.
Carlos sentía que la tensión aumentaba, y quería que la situación se calmara. Recordó lo que su madre le había dicho sobre el respeto hacia los demás, especialmente en momentos difíciles. Sin pensarlo mucho, se levantó de su asiento y caminó hacia el hombre mayor.
—Disculpe, señor —dijo Carlos con voz suave—. Creo que todos estamos un poco molestos por el retraso, pero gritar y pelear no va a ayudar. Mi mamá siempre me dice que cuando estamos en un lugar lleno de gente, como un aeropuerto, tenemos que recordar que todos tienen sus propias preocupaciones. Tal vez podamos tratar de ser más pacientes.
El hombre mayor miró a Carlos con sorpresa, como si no esperara que un niño interviniera. Durante un momento, pareció estar a punto de responder con enojo, pero luego respiró hondo y su expresión se suavizó.
—Tienes razón, muchacho —dijo el hombre, cruzando los brazos—. A veces, uno se deja llevar por el estrés y olvida ser amable.
Carlos asintió, y justo cuando pensaba que el problema estaba resuelto, escuchó la voz del adolescente nuevamente.
—Qué bonito sermón —dijo en tono sarcástico—. Pero dudo que eso haga que el avión llegue más rápido.
Carlos se sintió incómodo otra vez. No sabía cómo responder sin causar más problemas. Pero antes de que pudiera decir algo, su hermana Elena, que había estado observando desde su asiento, se acercó y se paró junto a él.
—El respeto hacia los demás es fundamental, no solo cuando las cosas van bien —dijo Elena, mirando al adolescente—. Todos estamos pasando por lo mismo, y pelear solo empeora las cosas. A veces lo mejor que podemos hacer es mostrar un poco de empatía. Nunca sabemos lo que las otras personas están enfrentando.
El adolescente levantó una ceja, como si estuviera a punto de responder con otra broma, pero después de mirar a Elena por un momento, simplemente se encogió de hombros y volvió a su teléfono. Tal vez sus palabras lo habían hecho reflexionar.
Carlos y Elena regresaron a sus asientos, sintiéndose aliviados de que la situación no se hubiera salido de control. Mientras se sentaban, su madre les sonrió con orgullo.
—Estoy muy orgullosa de ustedes —dijo su madre en voz baja—. A veces, la mejor manera de resolver un conflicto es recordarle a las personas que un poco de respeto y amabilidad pueden hacer una gran diferencia.
Carlos sonrió, contento de haber hecho lo correcto. A pesar de la tensión en la sala de embarque, había aprendido una lección valiosa: el respeto no era solo una palabra, sino una forma de actuar, especialmente en momentos de estrés o frustración.
Unos minutos más tarde, el anuncio que todos estaban esperando finalmente sonó en los altavoces: el vuelo estaba listo para el embarque. Los pasajeros comenzaron a levantarse, esta vez con más calma, y se formaron en fila para abordar. Mientras Carlos caminaba con su familia hacia el avión, vio al hombre mayor y al adolescente en la fila, esta vez más tranquilos, cada uno en silencio, pero respetando el espacio y el tiempo del otro.
Carlos sabía que la lección del día no era solo para ellos, sino para él también. La próxima vez que se sintiera frustrado o molesto, recordaría que el respeto hacia los demás no solo es importante en lugares públicos como el aeropuerto, sino en cada aspecto de la vida.
El embarque comenzó con más tranquilidad que antes. Aunque el retraso había causado algunos roces entre los pasajeros, Carlos sentía que la situación se había calmado gracias a los recordatorios sobre el respeto y la paciencia. Su familia avanzó por la fila, mostrando sus boletos mientras los asistentes de la aerolínea saludaban amablemente a cada pasajero que subía al avión.
Una vez dentro del avión, Carlos miró a su alrededor. El avión era enorme, con muchas filas de asientos. Carlos siempre había encontrado emocionante subir a un avión y mirar por la ventana mientras despegaba. Aunque esta vez no le había tocado asiento junto a la ventana, no le importaba tanto. Estaba más concentrado en las lecciones que había aprendido ese día.
Cuando se acomodaron en sus asientos, Carlos notó que a un par de filas de distancia estaba el hombre mayor que había tenido el conflicto en la sala de embarque. El hombre parecía más tranquilo ahora, y estaba colocando cuidadosamente su maleta en el compartimiento superior. Justo detrás de él estaba el adolescente, quien ahora parecía más concentrado en su teléfono que en cualquier otra cosa. Aunque no se hablaban, Carlos sintió que las tensiones habían disminuido, lo cual le daba una sensación de alivio.
Mientras se ajustaba el cinturón de seguridad, Carlos recordó las palabras de su madre sobre cómo viajar podía ser estresante, pero que con respeto hacia los demás, cualquier situación difícil se podía manejar mejor.
—¿Todo bien, Carlos? —le preguntó su hermana Elena, que estaba sentada junto a él.
Carlos asintió.
—Sí, estaba pensando en todo lo que ha pasado hoy. Me alegra que las cosas no hayan empeorado allá en la sala de espera.
Elena sonrió y le dio un ligero toque en el hombro.
—A veces, la paciencia y un poco de respeto es todo lo que necesitamos para que las cosas se resuelvan —dijo—. No siempre es fácil, pero vale la pena intentarlo.
El avión comenzó a moverse por la pista, y Carlos sintió esa mezcla de emoción y nervios que siempre venía con los despegues. Miró por la ventana del avión, aunque no tenía el mejor ángulo, y vio cómo los edificios del aeropuerto se hacían más pequeños mientras el avión se elevaba en el aire. El viaje finalmente había comenzado, y el ambiente dentro del avión era tranquilo.
Después de unos minutos en el aire, las azafatas comenzaron a pasar con los carritos, ofreciendo bebidas y bocadillos. Carlos, su hermana y sus padres pidieron algunos jugos y galletas. Mientras comían, Carlos no pudo evitar pensar en el hombre mayor y en el adolescente. Se preguntaba si la lección sobre el respeto que había aprendido hoy también habría afectado a ellos.
Justo cuando pensaba en eso, Carlos notó un pequeño movimiento en la fila frente a ellos. El hombre mayor se había levantado para buscar algo en el compartimiento superior, pero cuando intentó abrirlo, el compartimiento se atascó. Carlos vio que el hombre hacía fuerza, pero parecía no poder abrirlo.
Antes de que pudiera pensarlo dos veces, Carlos se desabrochó el cinturón de seguridad y se levantó.
—Disculpe, señor, ¿necesita ayuda? —preguntó con la misma amabilidad que había mostrado en la sala de espera.
El hombre lo miró, primero sorprendido, pero luego asintió.
—Sí, hijo, parece que esta cosa no quiere abrirse —dijo con una sonrisa cansada.
Carlos, siendo más joven y ágil, subió a la punta de sus pies y, con un suave tirón, logró abrir el compartimiento. El hombre mayor sonrió agradecido y sacó su abrigo de allí.
—Gracias, joven. Parece que hoy eres mi salvador —bromeó el hombre, palmeando a Carlos en el hombro.
—De nada, señor —respondió Carlos, sintiendo que, una vez más, un pequeño acto de respeto y amabilidad había hecho una gran diferencia.
Cuando Carlos regresó a su asiento, su madre y su hermana lo miraron con orgullo.
—Eres todo un ejemplo, hijo —le dijo su madre—. Estas pequeñas acciones son las que hacen que el mundo sea un lugar mejor.
Carlos se sintió bien por dentro. Sabía que el respeto no era solo algo que se mostraba en situaciones grandes o importantes, sino también en los momentos pequeños, en los detalles del día a día, como ayudar a alguien con una maleta o calmar una discusión antes de que empeorara.
El resto del vuelo transcurrió sin incidentes. Carlos se entretuvo dibujando en su cuaderno mientras su hermana leía un libro. Los pasajeros alrededor también parecían relajados, algunos durmiendo, otros charlando en voz baja. Parecía que el retraso y los problemas en la sala de espera habían quedado en el pasado, y ahora todos estaban enfocados en llegar a su destino.
Cuando el avión comenzó a descender, Carlos sintió nuevamente ese nerviosismo mezclado con emoción. El aterrizaje era su parte favorita del viaje, ver cómo el avión tocaba tierra después de estar tan alto en el cielo siempre lo maravillaba.
Finalmente, el avión aterrizó suavemente y los pasajeros comenzaron a recoger sus cosas, preparándose para salir. Carlos y su familia también se levantaron, listos para continuar con su aventura en el nuevo destino.
Antes de salir del avión, Carlos miró hacia atrás y vio al hombre mayor y al adolescente. Aunque no se dirigieron la palabra, Carlos notó algo diferente en ellos. Tal vez, después de todo lo que había pasado, ambos habían aprendido una pequeña lección sobre respeto.
Mientras bajaban del avión y se dirigían a la terminal, Carlos pensó en lo que había aprendido ese día. El respeto hacia los demás no era solo una regla que debía seguirse porque era lo correcto, sino porque hacía que la vida fuera mejor para todos. No importaba si estabas en un aeropuerto, en un avión, o en cualquier otro lugar, tratar a los demás con respeto siempre hacía la diferencia.
El aeropuerto en su destino era igual de bullicioso que el de su ciudad de origen, pero esta vez, Carlos lo veía de una manera diferente. Sabía que, aunque todos en ese aeropuerto tuvieran sus propios problemas y preocupaciones, un poco de paciencia y amabilidad podría hacer que todo fuera más llevadero.
Carlos, sonriendo para sí mismo, tomó la mano de su madre mientras salían de la terminal.
—¿Sabes, mamá? Hoy he aprendido que el respeto hacia los demás realmente es fundamental. No importa dónde estés o con quién estés, siempre es importante tratar a los demás con amabilidad.
Su madre lo miró y le dio un beso en la frente.
—Así es, hijo. Y hoy has demostrado que entiendes perfectamente lo que significa.
Con esas palabras, la familia continuó su viaje, sabiendo que la lección de respeto que Carlos había aprendido ese día lo acompañaría para siempre.
moraleja El respeto hacia los demás es fundamental.
Y colorín colorín, este cuento llego a su fin. bueno mis amables oyentes. ¡NOS VEMOS MAÑANA! CON UN NUEVO CUENTO CON MORALEJA.
¿Te gustaría disfrutar de este contenido en formato de AUDIO LIBRO GRATIS? Aprovecha!!
Recuerda que siempre puedes volver a consultar nuestros libros en formato de AUDIO LIBRO GRATIS en nuestro canal de Youtube. NO OLVIDES SUSCRIBIRTE
Recibe un correo electrónico cada vez que tengamos un nuevo libro o Audiolibro para tí.
You have successfully joined our subscriber list.
Disfruta GRATIS de los mejores libros para Leer o Escuchar sobre Esoterismo, Magia, Ocultismo.
Disfruta GRATIS de los mejores libros para Leer o Escuchar para los pequeños grandes del mañana.
Disfruta de la historia de Terror más oscura y MARAVILLOSA que está cautivando al mundo.
Retira en Nequi, Daviplata, Tarjetas Netflix, Bitcoin, Tarjeta Visa Prepagada, ETC.