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El autobús escolar avanzaba lentamente por el camino de tierra, rodeado de campos verdes y montañas a lo lejos. Los niños de la Escuela San Martín iban de visita a la Granja Los Robles, un lugar que todos conocían por su hermosa naturaleza y por las enseñanzas que ofrecía sobre la vida en el campo. La granja era un refugio para animales rescatados y también un sitio donde las personas aprendían sobre el trabajo duro y el cuidado de la tierra.

Entre los estudiantes que iban en el autobús estaban Clara, Mateo y Valentina, tres amigos inseparables. Los tres estaban emocionados por la visita, pero Clara, en particular, se sentía especialmente entusiasmada. Siempre había querido aprender sobre cómo se cuidaban los animales y los cultivos, y la oportunidad de pasar un día en la granja la emocionaba más de lo que podía explicar.

—He leído que esta granja tiene caballos rescatados, gallinas, vacas y hasta una pequeña huerta —dijo Clara, con los ojos brillando de emoción—. ¡No puedo esperar para verlos todos!

—Yo solo espero que no nos pongan a hacer mucho trabajo —bromeó Mateo—. No soy muy bueno con las tareas de campo.

Valentina rió y asintió, aunque también compartía el entusiasmo de Clara.

—Va a ser divertido, y además aprenderemos mucho —dijo Valentina—. Mi papá dice que el dueño de la granja es muy sabio, y que nos enseñará no solo sobre los animales, sino también sobre la importancia de ser agradecidos por todo lo que tenemos.

El autobús finalmente llegó a la entrada de la granja, donde los estudiantes fueron recibidos por el señor Roberto, el dueño y cuidador de Los Robles. El señor Roberto era un hombre mayor, de rostro amable y arrugado, con una energía que parecía contagiar a todos a su alrededor. Vestía un sombrero de paja y llevaba un bastón, pero sus ojos brillaban con la vitalidad de alguien mucho más joven.

—Bienvenidos a Los Robles —dijo el señor Roberto con una sonrisa—. Hoy aprenderán no solo sobre cómo se cuida una granja, sino también sobre el valor del esfuerzo y la gratitud. Aquí en el campo, todo lo que hacemos nos enseña algo, y lo más importante de todo es saber dar las gracias por lo que la tierra y los animales nos ofrecen.

Los niños lo escuchaban con atención mientras los guiaba hacia el corral, donde una docena de animales paseaban tranquilamente. Clara no podía apartar la vista de los caballos, que parecían tan tranquilos y majestuosos bajo el sol. A su lado, Valentina y Mateo también observaban con asombro la escena.

—Hoy tendrán la oportunidad de alimentar a los animales, de ayudar en la huerta y, si tienen suerte, quizás hasta podrán montar un caballo —dijo el señor Roberto, guiñándoles un ojo—. Pero antes de hacer cualquier cosa, quiero que recuerden algo muy importante: en la vida, todo lo que hacemos, grande o pequeño, debe ser hecho con gratitud. Aquí, en la granja, dependemos de la tierra y de los animales, y siempre les damos las gracias por todo lo que nos ofrecen. Es una lección que, si aprenden hoy, los acompañará toda la vida.

Clara sintió que esas palabras tenían un significado especial. Había escuchado sobre la importancia de dar las gracias, pero algo en la forma en que el señor Roberto hablaba le hizo sentir que había mucho más detrás de ese simple acto de gratitud.

—¿Podemos empezar ya? —preguntó Mateo, siempre impaciente por la acción.

—Claro que sí —respondió el señor Roberto—. Vamos a empezar por la huerta.

El grupo de estudiantes fue llevado a la huerta, donde crecían verduras y hierbas de todo tipo: tomates, zanahorias, lechugas y albahaca. El señor Roberto les explicó cómo cada planta necesitaba cuidado constante, desde el riego hasta la protección contra plagas. Les enseñó a recolectar las verduras con cuidado y les pidió que, antes de arrancarlas, tomaran un momento para dar las gracias por lo que la tierra les estaba ofreciendo.

—Cada fruto y cada verdura que recogemos es un regalo de la tierra —explicó—. No importa lo mucho que trabajemos, siempre debemos estar agradecidos por lo que recibimos. Sin gratitud, el trabajo pierde su verdadero valor.

Clara se arrodilló junto a una planta de tomates, recordando las palabras del señor Roberto. Con delicadeza, arrancó un tomate maduro y rojo, y por un instante se quedó mirando el fruto en sus manos. Sintió una conexión con la planta, con la tierra que lo había hecho crecer, y murmuró un suave “gracias”.

—¿Le estás hablando a un tomate? —bromeó Mateo, mientras arrancaba zanahorias de la tierra.

—Es más que eso —dijo Clara, sonriendo—. Estoy agradeciendo a la tierra por darnos este alimento. El señor Roberto tiene razón, todo lo que recibimos es un regalo, y es importante apreciarlo.

Valentina, que también estaba recogiendo lechugas, asintió.

—Yo también lo siento. Nunca había pensado en dar las gracias por algo tan simple como una verdura, pero tiene mucho sentido. No es algo que podamos dar por sentado.

Después de trabajar en la huerta, los niños se dirigieron al establo, donde tenían la oportunidad de alimentar a los caballos y vacas. Mientras Clara daba de comer a uno de los caballos, acarició suavemente su crin, sintiendo una profunda admiración por el animal. El caballo, tranquilo y agradecido por la comida, la miró con ojos serenos.

—Es increíble todo lo que hacemos hoy —dijo Valentina, acercándose a Clara—. Todo este trabajo y esfuerzo, y todo lo que recibimos a cambio. Nunca había pensado en lo importante que es agradecer por todo esto.

Clara asintió, dándose cuenta de que el día en la granja le estaba enseñando más de lo que esperaba. No solo sobre el cuidado de los animales y las plantas, sino sobre el poder de la gratitud, algo que a menudo pasaba desapercibido en la vida cotidiana.

Después de pasar un rato en la huerta y en el establo, Clara, Mateo, Valentina y el resto de sus compañeros se tomaron un breve descanso. El sol ya estaba más alto en el cielo, y aunque estaban cansados por el trabajo en la granja, también se sentían satisfechos. Clara, en particular, había encontrado algo especial en cada tarea que realizaba. La idea de dar las gracias por cada pequeña cosa, tal como les había enseñado el señor Roberto, se había quedado grabada en su mente.

—Este trabajo es más duro de lo que pensaba —comentó Mateo, limpiándose el sudor de la frente—. No sabía que cuidar una granja implicaba tanto esfuerzo.

—Sí, pero también es muy gratificante —respondió Valentina—. Todo lo que hacemos aquí tiene un propósito, y al final, podemos ver los frutos, literalmente.

Clara asintió, recordando cómo había sentido una conexión especial con la tierra y los animales mientras trabajaba. Aunque al principio pensó que la visita sería solo una actividad divertida, ahora comprendía que era mucho más. Estaba aprendiendo el valor del trabajo, y sobre todo, la importancia de ser agradecida por lo que la naturaleza les ofrecía.

Justo cuando terminaban su descanso, el señor Roberto apareció con una sonrisa, invitando a los niños a seguirlo hacia el granero. Dentro del granero, una sorpresa los esperaba: había varias cajas de madera apiladas, llenas de productos de la granja listos para ser empaquetados y enviados a una feria local.

—Este es uno de los momentos más importantes en la granja —explicó el señor Roberto—. Hoy, todos ustedes me ayudarán a preparar estos productos para llevarlos a la feria. Es un evento especial donde compartimos los frutos de nuestro trabajo con la comunidad. Y aquí es donde quiero que aprendan la lección más importante: todo lo que hacemos, lo hacemos con gratitud. Cada vez que alguien recibe uno de estos productos, está recibiendo el resultado del esfuerzo y la generosidad de la tierra, y es nuestro deber agradecer por ello.

Los niños comenzaron a empaquetar los productos bajo la supervisión del señor Roberto, quien les explicaba cómo empacar las verduras con cuidado, cómo organizar las cajas y cómo asegurarse de que cada producto fuera tratado con respeto. Mientras lo hacían, Clara notó que el ambiente se sentía diferente. Había una sensación de comunidad, de estar trabajando juntos para algo más grande que ellos mismos.

—¿Te das cuenta de lo importante que es lo que estamos haciendo? —preguntó Clara, mirando a Valentina mientras empaquetaban zanahorias.

—Sí, lo siento también —respondió Valentina—. Estamos siendo parte de algo más grande, algo que realmente importa. Es como si cada paso que damos aquí estuviera lleno de significado.

Mateo, que estaba ayudando a mover las cajas más pesadas, se detuvo un momento para observar el trabajo de sus compañeros. Aunque al principio no se había sentido muy entusiasmado, ahora comprendía lo que Clara y Valentina querían decir. Cada tarea, por más pequeña que fuera, tenía un propósito, y dar las gracias por lo que estaban haciendo lo hacía aún más especial.

Cuando terminaron de empacar, el señor Roberto los llevó a un rincón del granero donde había preparado una mesa con algunos bocadillos sencillos: frutas frescas de la huerta, galletas caseras y jugo natural. Los niños se acercaron a la mesa, hambrientos después de todo el trabajo.

—Antes de que coman, quiero que recuerden una cosa —dijo el señor Roberto, con una sonrisa amable—. Esta comida es un regalo de la tierra, un resultado del trabajo y del cuidado que le damos. Así que, antes de que tomemos un solo bocado, vamos a dar las gracias, no solo por lo que estamos a punto de comer, sino también por todo lo que hemos aprendido hoy.

Clara, Valentina y Mateo se quedaron en silencio mientras el señor Roberto cerraba los ojos por un momento, invitándolos a hacer lo mismo. En ese instante, Clara sintió algo especial. Era más que simplemente dar gracias por la comida; era un momento de conexión, de entender que todo lo que tenían era un regalo y que aprender a agradecer era una forma de honrar ese regalo.

Después del momento de gratitud, los niños comenzaron a comer, disfrutando de los sabores frescos y naturales de los productos de la granja. Clara saboreó una manzana que había sido cultivada allí mismo, y mientras lo hacía, no pudo evitar pensar en todo lo que había aprendido ese día. A menudo, en su vida cotidiana, tomaba muchas cosas por sentado, desde la comida hasta el cariño de su familia. Pero ese día, en la granja, había comprendido lo valioso que era dar las gracias por cada pequeña cosa.

Mientras comían, el señor Roberto comenzó a contar historias sobre su vida en la granja, cómo había aprendido a valorar cada día y cómo siempre encontraba algo por lo cual estar agradecido, incluso en los momentos difíciles.

—La gratitud no solo es para los buenos tiempos —dijo el señor Roberto—. También es importante cuando las cosas se ponen difíciles. Si podemos encontrar algo por lo que estar agradecidos, incluso en esos momentos, descubriremos que la vida siempre tiene algo bueno que ofrecernos.

Clara reflexionó sobre esas palabras. A veces, en su vida, se había sentido frustrada o desanimada cuando las cosas no salían como esperaba. Pero ahora comprendía que siempre había algo por lo que dar gracias, incluso en los días más difíciles.

Después del almuerzo, el grupo volvió al trabajo, ayudando en las últimas tareas del día. Clara se sentía más conectada con la tierra y con las personas a su alrededor. Había aprendido que la gratitud no era solo algo que se decía de vez en cuando, sino que era una actitud, una forma de ver el mundo y de apreciar todo lo que tenían.

Al final de la tarde, cuando el sol comenzaba a bajar en el horizonte, el señor Roberto reunió a todos los niños para despedirse.

—Hoy han hecho un gran trabajo —dijo—. Pero lo más importante es que han aprendido el valor de la gratitud. Lleven esa lección con ustedes a donde vayan. Si pueden ser agradecidos por lo que tienen, incluso en los momentos más pequeños, encontrarán que la vida siempre les dará más motivos para sonreír.

Clara, Valentina y Mateo sonrieron, sabiendo que el día en la granja había sido mucho más que una simple visita. Habían aprendido algo que los acompañaría para siempre: que dar las gracias, tanto en las grandes como en las pequeñas cosas, les generaba una gran satisfacción y les recordaba lo afortunados que eran.

A medida que el sol se ocultaba tras las montañas, bañando la granja en una cálida luz dorada, los estudiantes se preparaban para regresar a casa. Habían pasado un día lleno de aprendizajes y trabajo, pero más que eso, cada uno de ellos llevaba consigo una lección que difícilmente olvidarían: la importancia de dar las gracias por las pequeñas y grandes cosas que la vida les ofrecía.

Clara, Mateo y Valentina se sentaron juntos en una de las bancas frente al granero, disfrutando del suave aire de la tarde. Clara, quien había estado reflexionando sobre todo lo que había aprendido durante el día, no podía evitar sentir una gran satisfacción. No era solo por haber trabajado en la huerta o haber alimentado a los animales, sino por la conexión que había sentido con la naturaleza y con las personas que la rodeaban.

—Hoy fue un día increíble —dijo Clara, mirando a sus amigos—. Siento que he aprendido algo mucho más valioso de lo que esperaba. Nunca pensé que dar las gracias por algo tan simple como una zanahoria o una manzana pudiera ser tan importante.

—Sí, creo que muchas veces no pensamos en lo que tenemos —respondió Valentina, asintiendo—. Damos por sentado muchas cosas, pero hoy me di cuenta de que todo tiene un valor. Y estar agradecidos por eso nos hace sentir más conectados con lo que hacemos.

Mateo, que al principio había bromeado sobre el trabajo en la granja, también se sentía cambiado. Aunque al principio le había costado ver el valor de las tareas sencillas, ahora comprendía la importancia de cada pequeño gesto, y cómo esos gestos podían transformarse en algo significativo.

—Al principio pensé que sería un día más de trabajo —dijo Mateo—. Pero el señor Roberto tiene razón. Si somos agradecidos, el trabajo se siente diferente. No es solo una tarea que hacer; es algo que nos da más de lo que pensamos.

Mientras conversaban, el señor Roberto se acercó a ellos, con su característico sombrero de paja y una sonrisa en el rostro.

—Me alegra escuchar eso —dijo el señor Roberto, que había estado observando al grupo con orgullo—. Ustedes tres han trabajado duro hoy, pero lo que realmente me alegra es que han aprendido la lección más importante: la gratitud. No es fácil aprender a dar las gracias, pero cuando lo hacemos, descubrimos que la vida se siente más plena.

Clara, emocionada por las palabras del señor Roberto, decidió hacer algo especial antes de irse. Se levantó de la banca y se dirigió al hombre mayor con una sonrisa sincera.

—Señor Roberto, quiero darle las gracias —dijo Clara—. No solo por enseñarnos sobre la granja, sino por ayudarnos a ver lo importante que es estar agradecidos. Creo que hoy aprendí algo que siempre voy a recordar.

El señor Roberto sonrió y asintió, con los ojos brillando de orgullo.

—Gracias a ti, Clara, por ser receptiva a las lecciones de la vida. No olvides nunca que la gratitud es una puerta que siempre está abierta. Cuando agradeces, todo lo que haces se vuelve más significativo.

Valentina y Mateo se unieron a Clara, y los tres le dieron las gracias al señor Roberto por el día tan especial que les había brindado. Sabían que no solo se llevaban una experiencia divertida, sino una enseñanza que podría transformar la forma en que veían el mundo.

—Me alegra mucho que hayan venido hoy —continuó el señor Roberto—. Recuerden, la gratitud no es solo para los momentos especiales. Está en las cosas simples, en cada comida que compartimos, en cada gesto amable. Si aprenden a ver el valor en esas pequeñas cosas, siempre tendrán una razón para dar las gracias.

El autobús llegó para llevar a los niños de vuelta a la escuela, y con una última sonrisa y una mano levantada en señal de despedida, el señor Roberto los vio partir. Clara, mientras subía al autobús, miró una última vez la granja, recordando cada momento del día: los animales, la huerta, el trabajo en equipo, y sobre todo, las lecciones sobre la gratitud que había aprendido.

Sentada junto a la ventana, mientras el autobús avanzaba, Clara se dio cuenta de lo afortunada que era por todo lo que tenía en su vida. Había aprendido que ser agradecida no era solo decir “gracias” en ocasiones especiales, sino un sentimiento que debía acompañarla siempre. Desde los pequeños gestos de amor de su familia hasta la comida que tenía en su plato, todo era un motivo para agradecer.

—Creo que deberíamos empezar a dar las gracias más a menudo —dijo Clara, volviéndose hacia sus amigos—. No solo por las cosas grandes, sino también por lo que a veces ni siquiera notamos.

Valentina asintió, pensativa.

—Tienes razón. A veces estamos tan ocupados que nos olvidamos de lo afortunados que somos. Este día me hizo darme cuenta de todo lo que tengo por agradecer.

Mateo, sonriendo, añadió:

—Creo que a partir de ahora, cuando mi mamá me haga mi comida favorita, voy a asegurarme de darle las gracias más seguido. Y no solo por la comida, sino por todo lo que hace por mí.

Con esa reflexión en mente, los tres amigos disfrutaron del tranquilo viaje de regreso, sabiendo que el día en la granja había sido mucho más que una visita. Habían aprendido que la gratitud tenía el poder de hacer que incluso los momentos más simples se sintieran especiales.

Al llegar a casa, Clara corrió hacia su mamá, que la esperaba con una sonrisa en la puerta. Antes de decir cualquier otra cosa, Clara la abrazó con fuerza y, con una sonrisa sincera, le dijo:

—Gracias, mamá, por todo lo que haces por mí.

Su mamá, sorprendida por la repentina expresión de gratitud, le devolvió el abrazo, sintiendo el profundo cariño en las palabras de su hija.

Clara supo, en ese momento, que la gratitud no solo la hacía sentir mejor a ella, sino también a las personas que la rodeaban. Y así, con el corazón lleno de agradecimiento, se prometió a sí misma que nunca dejaría de dar las gracias, porque había aprendido que esa simple palabra podía abrir muchas puertas y traer consigo una gran satisfacción.

moraleja aprender a dar las gracias nos genera grandes satisfacciones.

Y colorín colorín, este cuento llego a su fin. bueno mis amables oyentes. ¡NOS VEMOS MAÑANA! CON UN NUEVO CUENTO CON MORALEJA.

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