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Sonia miraba por la ventana de su habitación, con el corazón en la mano. Las hojas de los árboles caían lentamente al suelo, un claro signo de que el otoño había llegado. Pero para ella, el clima no era lo único que estaba cambiando. Se acercaba el concurso anual de ortografía de la escuela, un evento que siempre había esperado con ansias, pero que este año la llenaba de ansiedad y dudas.

Durante los últimos años, Sonia había sido una competidora entusiasta, siempre preparada con su diccionario y un cuaderno lleno de palabras que había practicado. Sin embargo, cada año que pasaba, el mismo patrón se repetía: después de meses de preparación, llegaba el día del concurso y se bloqueaba. Palabras que podía escribir con los ojos cerrados se desvanecían de su mente en el momento en que se encontraba frente al jurado. Era como si una niebla se interpusiera entre ella y las letras. A pesar de tener buena ortografía, Sonia nunca había pasado de la primera ronda.

Con el recuerdo de sus fracasos pasados todavía fresco en su mente, decidió que esta vez no iba a participar. Era más fácil renunciar que enfrentarse a la posibilidad de otro fracaso. Sin embargo, su madre, siempre optimista, no parecía dispuesta a dejar que su hija se rindiera tan fácilmente.

—Sonia, cariño, entiendo que te sientas así, pero has trabajado mucho. Este año será diferente, lo siento en el fondo de mi corazón —dijo su madre, mientras arreglaba la mesa para el desayuno.

Sonia suspiró. —Mamá, ya he participado durante tres años y cada vez ha sido lo mismo. Me bloqueo y termino avergonzada. No quiero seguir pasando por eso.

—Te entiendo, pero no puedes dejar que el miedo al fracaso te detenga. La vida está llena de retos, y cada vez que caes, tienes la oportunidad de levantarte de nuevo. Además, el verdadero éxito no se mide por las veces que ganes, sino por la perseverancia que muestres.

Sonia miró a su madre, buscando una chispa de motivación en sus ojos. Pero lo único que sentía era el peso de la duda. Su madre siempre había sido su mayor animadora, pero las bromas de sus compañeros pesaban más que los buenos deseos. La última vez que falló en una palabra sencilla, uno de sus compañeros, Miguel, se había reído de ella, y desde entonces, su confianza había disminuido aún más.

Esa tarde, mientras Sonia se preparaba para ir al colegio, se encontró con su mejor amiga, Clara. Siempre había sido su apoyo incondicional, y quizás, en ese momento, necesitaba más que nunca escuchar sus palabras.

—Oye, Sonia, ¿estás lista para el concurso de ortografía? —preguntó Clara, mientras caminaban juntas hacia la escuela.

Sonia bajó la mirada, sintiendo que el nudo en su estómago se hacía más grande. —La verdad, Clara, estoy pensando en no participar. No quiero sentirme mal otra vez.

Clara se detuvo en seco, mirándola con seriedad. —¿Por qué? Tienes que hacerlo. Has estudiado mucho y eres buena en esto. No dejes que Miguel o cualquier otro te desanime. ¿Recuerdas lo que siempre dices cuando se trata de las matemáticas? ¡Tú siempre te levantas y lo intentas de nuevo!

Sonia sonrió tímidamente al recordar cómo solía animar a Clara cada vez que tenía problemas con las matemáticas. Pero en su interior, la voz de la inseguridad seguía resonando.

—Sí, pero eso es diferente. Esta vez es sobre mí, y no quiero que nadie se ría de mí.

—¿Y si este año es el que lo cambia todo? ¿Y si esta vez superas tus miedos? —insistió Clara. —¿No vale la pena intentarlo, al menos? A veces, es en el fracaso donde encontramos nuestras mayores lecciones.

Sonia reflexionó sobre las palabras de su amiga. Quizás había algo de verdad en eso. Sin embargo, el miedo seguía ahí, como una sombra que se negaba a desvanecerse. Decidió que necesitaba un tiempo para pensar.

Al llegar a la escuela, el ambiente estaba cargado de nerviosismo. Los carteles del concurso estaban colgados en las paredes, y los estudiantes comentaban emocionados sobre sus preparativos. Mientras observaba a sus compañeros, el murmullo de sus risas le recordaba el miedo que había estado tratando de evitar.

Esa tarde, después de clases, Sonia se dirigió al patio. Se sentó sola en una banca, sumida en sus pensamientos. Clara se acercó a ella, preocupada por su amiga.

—¿Qué pasa, Sonia? ¿Aún piensas en no participar?

—No sé, Clara. Me gustaría ser valiente y demostrar que puedo hacerlo, pero el miedo siempre aparece.

Clara se sentó a su lado. —A veces, tenemos que ser valientes incluso cuando tenemos miedo. Recuerda que tus errores no te definen. Solo porque no hayas pasado de la primera ronda antes no significa que no puedas hacerlo ahora.

Sonia sintió que algo comenzaba a cambiar dentro de ella. Las palabras de Clara resonaron, y su madre también había dicho algo similar. Tal vez no podía dejar que el miedo decidiera por ella.

Decidida a enfrentar sus miedos, Sonia se levantó de la banca y miró a Clara. —Tienes razón. Haré lo que pueda y no dejaré que el miedo me detenga. ¡Voy a participar!

Clara sonrió con entusiasmo. —¡Eso es! Estoy segura de que lo harás genial. Vamos a practicar juntas.

Las dos amigas se pusieron a trabajar. Cada día, después de clase, se reunían para practicar palabras y hacer ejercicios de ortografía. A medida que Sonia se preparaba, comenzó a recuperar su confianza. Aunque había días en que la ansiedad la atacaba, encontró en Clara un pilar de apoyo que la alentaba a seguir adelante.

Mientras se acercaba la fecha del concurso, Sonia sintió que había aprendido más sobre sí misma que en todos sus años anteriores. Había comprendido que cada caída no era el fin, sino una oportunidad para levantarse y seguir luchando. La verdadera fortaleza estaba en no rendirse, sin importar cuántas veces cayera.

Sin embargo, a medida que se acercaba el día del concurso, Sonia sentía que la presión aumentaba. La noche anterior, no podía dormir. Los recuerdos de sus fracasos anteriores la asediaban, y las risas de sus compañeros resonaban en su mente.

Cuando su madre entró en su habitación, se encontró a Sonia con los ojos llenos de lágrimas.

—Mamá, estoy tan asustada. ¿Y si me bloquean otra vez?

Su madre se sentó a su lado, rodeándola con los brazos. —Hija, lo que importa no es el resultado, sino el valor de intentarlo. A veces, fallar es solo parte del camino hacia el éxito. Recuerda lo que siempre te digo: si caes siete veces, levántate ocho. ¡No te dejes vencer por el miedo!

Sonia respiró hondo, sintiendo que las palabras de su madre comenzaban a calar en su corazón. Tenía que hacerlo por ella misma, por Clara, y por todos los que habían creído en ella. Así que, mientras se secaba las lágrimas y se preparaba para dormir, tomó una decisión. Al día siguiente, iba a salir al escenario y dar lo mejor de sí misma, sin importar el resultado.

Con esa resolución en mente, se quedó dormida, lista para enfrentar un nuevo día y, con él, un nuevo desafío.

El día del concurso llegó y la escuela estaba llena de emoción. Los pasillos resonaban con risas y murmullos nerviosos. Sonia se sentía un torbellino de emociones, entre la ansiedad y la anticipación. A medida que se acercaba la hora del evento, sus manos comenzaron a sudar y su corazón latía con fuerza.

Clara llegó a su lado, notando su nerviosismo. —Sonia, ¡estás lista! Recuerda todo lo que has practicado. Tienes esto —la animó, dándole una palmada en el hombro.

—Gracias, Clara. Solo… espero no bloquearme como la última vez —respondió Sonia, tratando de sonreír.

El auditorio estaba abarrotado de estudiantes, padres y maestros. El ambiente era eléctrico. Sonia se sentó en la fila con otros concursantes, todos ansiosos por mostrar sus habilidades. Miró a su alrededor y vio a algunos de sus compañeros, incluido Miguel, que no había dejado de hacer comentarios sarcásticos sobre su desempeño en años anteriores. Esa imagen la llenó de inseguridad, pero también de determinación.

El concurso comenzó con un discurso de apertura del director, quien habló sobre la importancia de la ortografía y el valor de intentarlo, independientemente del resultado. Cuando terminó, el nerviosismo se apoderó de Sonia nuevamente. La primera ronda era sobre palabras simples, lo que le daba un respiro, pero la presión era inmensa.

Los concursantes fueron llamados uno por uno al escenario. El sistema era sencillo: el jurado daría una palabra, y los participantes debían deletrearla correctamente. Cada vez que alguien se equivocaba, el público aplaudía en un intento de animar al desafortunado, pero Sonia sabía que esa no era la percepción que quedaba en la mente de quien fallaba.

Finalmente, llegó su turno. Sonia se levantó de su asiento, sintiendo que cada paso hacia el escenario era como caminar sobre un puente colgante, tambaleándose entre el miedo y la esperanza. El micrófono era más grande de lo que había imaginado, y cuando lo tomó, sintió un escalofrío recorrer su cuerpo.

—Sonia Pérez, por favor, deletrea la palabra “serpiente” —anunció el jurado, un maestro de matemáticas que siempre había sido muy serio.

Sonia cerró los ojos por un momento, recordando todo lo que había practicado. Se imaginó en su habitación, con Clara a su lado, riendo y practicando las palabras. Se sintió más fuerte.

—S… E… R… P… I… E… N… T… E —deletreó con firmeza. La palabra salió de su boca como un río fluyendo, claro y seguro.

El jurado sonrió y asintió. —Correcto. Muy bien hecho, Sonia.

El público aplaudió, y Sonia sintió que una ola de alivio la invadía. El siguiente desafío fue el mismo, y ella siguió avanzando, con cada palabra deletreada devolviéndole la confianza que había perdido en años anteriores. A medida que pasaban las rondas, la emoción crecía.

Sin embargo, a medida que el concurso avanzaba, las palabras se volvían más difíciles. Sonia observó cómo otros concursantes empezaban a tambalearse bajo la presión. Era un ambiente de intensa competencia, y algunos se caían en el camino. Cada vez que uno de sus compañeros fallaba, el público respondía con aliento, pero ella sentía que una sombra se cernía sobre su propia confianza. ¿Y si ella también fallaba?

Finalmente, llegó a la ronda final. Quedaban pocos concursantes, y entre ellos, Miguel, quien había alcanzado la final con la misma determinación que ella. A medida que se acercaban a la meta, las palabras eran cada vez más complejas. Sonia observó a Miguel, quien, a pesar de sus bromas pasadas, parecía concentrado y seguro.

La última palabra que Sonia tuvo que deletrear fue “extraordinario”. En ese momento, la tensión en el aire se volvió casi palpable. A medida que escuchaba la palabra, un torrente de pensamientos la asaltó. ¿Podría hacerlo? El tiempo parecía detenerse.

Sonia cerró los ojos de nuevo, respirando profundamente. Recordó las palabras de su madre, el apoyo de Clara y la emoción de haber llegado tan lejos. La imagen de sus compañeros riendo de ella flotaba en su mente, pero esta vez, se desvaneció ante el impulso de demostrar que ella podía.

—E… X… T… R… A… O… R… D… I… N… A… R… I… O —deletreó, cada letra sonando fuerte y clara.

El jurado sonrió y dijo: —Correcto.

El público estalló en aplausos. Sonia sintió una euforia indescriptible. No solo había pasado el concurso, sino que había llegado a la final, superando sus propios miedos. En ese instante, se dio cuenta de que no se trataba solo de ganar, sino de la valentía de seguir intentándolo.

El concurso concluyó con la premiación. Miguel fue declarado ganador, y Sonia, a pesar de no haber obtenido el primer lugar, se sintió como una campeona. Aplaudió y sonrió, sabiendo que había vencido a sus propios temores.

Cuando el evento terminó, Sonia se reunió con Clara, quien la abrazó con fuerza. —¡Lo hiciste, Sonia! ¡Eres increíble!

Sonia sonrió, sintiendo que el apoyo de su amiga significaba más que cualquier premio. Miró a su alrededor y vio a sus compañeros, incluido Miguel, que se acercó a ella con una sonrisa genuina.

—Oye, Sonia, buen trabajo hoy. Fuiste increíble —dijo, extendiendo la mano en señal de camaradería.

Sonia sintió que, en ese momento, las viejas rivalidades desaparecían. —Gracias, Miguel. Tú también lo hiciste genial.

Mientras se despedían, Sonia comprendió que el concurso no solo había sido un reto personal, sino una oportunidad para crecer y aprender de los demás. Había aprendido que el verdadero éxito no radica solo en ganar, sino en levantarse después de caer, enfrentando el miedo y las inseguridades.

Esa noche, cuando llegó a casa, Sonia encontró a su madre esperándola con una sonrisa. —Estoy tan orgullosa de ti, hija. Has demostrado que el valor es más importante que ganar.

Sonia abrazó a su madre, sintiéndose más fuerte que nunca. No había ganado el concurso, pero había ganado algo mucho más valioso: la confianza en sí misma y la comprensión de que siempre habría más oportunidades para intentarlo de nuevo.

Así, Sonia se dio cuenta de que la vida estaba llena de desafíos, pero cada vez que caía, también había una oportunidad para levantarse y seguir adelante, más fuerte que antes. Y con esa lección en su corazón, sabía que estaba lista para enfrentar cualquier reto que viniera en su camino.

Después del concurso, Sonia regresó a su rutina diaria, pero con una nueva perspectiva. Había aprendido que cada desafío, cada error y cada triunfo eran parte de su viaje. La experiencia en el concurso no solo había aumentado su confianza, sino que también le había enseñado una valiosa lección sobre la perseverancia.

Esa semana, su maestra de español anunció que iban a iniciar un proyecto sobre resiliencia, donde cada estudiante debía compartir una experiencia personal en la que había tenido que superar un obstáculo. A medida que Sonia escuchaba las historias de sus compañeros, se sintió inspirada. Algunos hablaban sobre el miedo a hablar en público, otros sobre los retos académicos, y algunos compartían momentos difíciles en sus vidas familiares.

Cuando llegó su turno, Sonia se levantó con el corazón latiendo fuertemente. No era fácil compartir su historia, pero sabía que su experiencia podría resonar con otros. Miró a su maestra y a sus compañeros, y respiró hondo.

—Hola a todos, mi nombre es Sonia, y hoy quiero hablarles sobre el concurso de ortografía —comenzó, sintiendo un ligero temblor en su voz. —Durante tres años, participé en este concurso y cada vez que llegaba al escenario, me bloqueaba. Pero este año fue diferente. No solo por las palabras que deletreé, sino porque enfrenté mis miedos.

A medida que relataba su historia, sus compañeros escuchaban atentamente. Sonia les contó cómo había decidido no rendirse, a pesar de las burlas de algunos, y cómo el apoyo de su madre y su mejor amiga, Clara, la había empujado a seguir adelante. Cuando terminó su relato, el aula estalló en aplausos.

—Gracias, Sonia. Has demostrado que la verdadera fuerza está en levantarse después de caer —dijo la maestra, con una sonrisa cálida.

Sonia sintió una mezcla de orgullo y gratitud. Al compartir su experiencia, había liberado algo dentro de sí misma. Había transformado su miedo en motivación, no solo para ella, sino también para sus compañeros.

A lo largo de las siguientes semanas, la historia de Sonia se convirtió en un símbolo de motivación en su clase. Muchos comenzaron a hablar sobre sus propios retos y a compartir cómo se sentían al respecto. Esto creó un ambiente de apoyo y camaradería que fortaleció los lazos entre los estudiantes.

Un día, mientras estaban en la biblioteca, Clara se acercó a Sonia con una idea. —¿Qué te parece si organizamos un pequeño taller de ortografía? Podríamos ayudar a otros a prepararse para el próximo concurso.

Sonia sonrió, emocionada por la idea. —¡Eso suena genial! Podemos hacer sesiones de práctica, juegos y compartir consejos.

Y así lo hicieron. Juntas, organizaron el taller después de clases. Invitaron a todos los estudiantes que quisieran mejorar su ortografía. Al principio, el grupo era pequeño, pero a medida que las sesiones avanzaban, más y más estudiantes se unieron.

Sonia se convirtió en una líder en el taller, enseñando a los demás no solo a deletrear, sino también a manejar la ansiedad que podía venir con la competencia. Durante cada sesión, recordaba a sus compañeros que el verdadero objetivo era aprender y crecer juntos. El ambiente se llenó de risas y entusiasmo, y pronto, el taller se volvió un espacio seguro donde todos podían compartir sus temores y éxitos.

A medida que el siguiente concurso se acercaba, la atmósfera de la escuela estaba llena de emoción. Todos los participantes se sentían más preparados, no solo gracias a las prácticas, sino por el apoyo que se habían brindado mutuamente. Sonia, que antes temía el escenario, ahora se sentía emocionada por participar nuevamente.

Cuando llegó el día del concurso, Sonia y sus amigos llegaron juntos, listos para enfrentar el reto. Al igual que el año anterior, el auditorio estaba lleno de estudiantes, padres y maestros. Sin embargo, esta vez, Sonia no solo estaba nerviosa; también estaba emocionada por mostrar lo que había aprendido y, más importante aún, por ser parte de algo más grande.

Durante el concurso, mientras Sonia deletreaba las palabras, se dio cuenta de que no sentía la presión aplastante de antes. Había trabajado duro y sabía que había hecho todo lo posible para prepararse. Aunque no sabía si ganaría, había algo más que valía la pena: el valor de intentarlo, el apoyo de sus amigos y la alegría de compartir su pasión con otros.

Cuando llegó el momento de la premiación, Sonia se sintió tranquila. No ganó el primer lugar, pero su esfuerzo fue reconocido y, para ella, eso significaba más que cualquier trofeo. Al final del evento, se sintió realizada.

—Estoy tan orgullosa de ti, Sonia. Has crecido tanto este año —dijo Clara, abrazándola después de la premiación.

—Gracias, Clara. Pero lo más importante es que todos hemos crecido juntos. No se trata solo de ganar o perder; se trata de disfrutar el viaje y aprender de él —respondió Sonia, sonriendo con satisfacción.

Desde ese día, Sonia continuó organizando talleres de ortografía y ayudando a otros estudiantes. Se convirtió en un ejemplo en su escuela, mostrando que, aunque la vida está llena de obstáculos, cada caída es una oportunidad para levantarse y seguir adelante.

Así, la lección de que, si caes siete veces, levántate ocho se convirtió en una parte fundamental de su vida y la de sus compañeros. Juntos, aprendieron que no hay nada más poderoso que el apoyo mutuo y el valor de intentarlo, sin importar cuántas veces tengan que levantarse. Y con cada nuevo desafío que enfrentaban, llevaban consigo el mantra de Sonia, convirtiéndose en una inspiración para todos a su alrededor.

Y colorín colorín, este cuento llegó a su fin. bueno mis amables oyentes. ¡NOS VEMOS MAÑANA! CON UN NUEVO CUENTO CON MORALEJA.

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