Que tenemos para ti

Lee GRATIS

El aire en el sector marginal de La Esperanza siempre tenía una mezcla de polvo y el bullicio de los habitantes que vivían en sus calles estrechas y empinadas. La vida en ese lugar no era fácil, pero la comunidad, a pesar de los desafíos, siempre se apoyaba entre sí. Los niños jugaban con lo que encontraban, las familias hacían lo mejor que podían para mantener sus hogares, y las risas y conversaciones eran constantes, como una señal de resistencia a las dificultades que enfrentaban día a día.

Marta, Luis y Carla, tres amigos de la escuela secundaria de la ciudad, nunca habían visitado este lugar antes. Ellos vivían en una zona mucho más tranquila y ordenada, pero habían escuchado sobre las dificultades que pasaban las personas en La Esperanza. Fue en una de las clases de Marta, donde la profesora Silvia les habló sobre la situación en algunos sectores más desfavorecidos de la ciudad, que se despertó en los niños una inquietud por ayudar.

—Hay muchos niños como ustedes en La Esperanza que no tienen acceso a las mismas cosas que damos por sentado —había explicado la profesora Silvia, mostrando fotos de la comunidad—. Algunos no tienen suficientes útiles escolares, otros necesitan ropa, y algunos, simplemente, una palabra de aliento.

Ese día, mientras regresaban a casa después de la escuela, Marta, Luis y Carla no podían dejar de hablar sobre lo que habían visto.

—¿Te imaginas cómo debe ser vivir sin tener cuadernos ni lápices para ir a la escuela? —preguntó Luis, visiblemente impactado.

—Y algunas de esas casas no tienen ni techo —añadió Carla, con el ceño fruncido—. ¡No me lo puedo imaginar!

Marta, siempre llena de ideas, se detuvo de repente en medio de la calle, con un brillo de determinación en los ojos.

—¿Y si hacemos algo para ayudar? —dijo—. Podríamos organizar una visita, llevarles algunas cosas que podamos recolectar en la escuela. No tiene que ser mucho, pero cada acto de bondad cuenta, ¿no?

Luis y Carla se miraron entre sí, y luego sonrieron. Sabían que Marta siempre tenía grandes ideas, y esta era una en la que los tres podían hacer una diferencia.

—¡Me gusta la idea! —dijo Luis—. Podemos pedirle a nuestros compañeros que donen cosas, como ropa que ya no usen, libros o incluso juguetes. Tal vez no podamos cambiar todo, pero podemos hacer algo.

—Y podríamos organizarlo con la profesora Silvia —añadió Carla—. Ella nos puede ayudar a contactar a las familias y hacer que nuestra visita sea segura.

La emoción creció en los tres amigos, y esa misma tarde comenzaron a trabajar en su plan. Hicieron carteles, hablaron con sus compañeros de clase y hasta convencieron a algunos padres de ayudarles con las donaciones. Al principio, las donaciones llegaban poco a poco, pero conforme la noticia se esparcía, más y más personas comenzaron a participar.

—¡Miren todo esto! —exclamó Marta, una semana después, mientras observaba las cajas llenas de ropa, útiles escolares y juguetes en el aula de su escuela—. ¡Nunca pensé que lograríamos recolectar tanto!

La profesora Silvia, quien había estado ayudando a coordinar la visita, también estaba impresionada por la cantidad de donaciones.

—Estoy muy orgullosa de ustedes —dijo, con una cálida sonrisa—. Han demostrado que cuando trabajamos juntos, cada pequeño gesto puede tener un gran impacto.

Finalmente, llegó el día de la visita a La Esperanza. Los tres amigos, junto con algunos compañeros de clase y la profesora Silvia, se subieron a un autobús cargado de cajas con las donaciones. Había una mezcla de emoción y nervios en el ambiente. Ninguno de los niños había estado antes en un lugar como La Esperanza, y no sabían exactamente qué esperar.

Cuando llegaron, fueron recibidos por algunas de las familias que vivían allí. Aunque las casas eran pequeñas y sencillas, y las calles estaban llenas de polvo, lo que más impresionó a los niños fue la calidez de las personas. Los niños que vivían en La Esperanza corrieron a recibirlos con sonrisas y curiosidad, y los adultos agradecían con miradas y palabras sinceras.

—¡Hola! —dijo Marta, arrodillándose frente a uno de los niños pequeños que corría hacia ella—. Trajimos algunos juguetes y libros. ¿Te gustaría ver?

El niño, un pequeño de unos cinco años llamado Juan, la miró con ojos brillantes y asintió. Marta le entregó un cochecito de juguete que alguien había donado, y el niño lo miró como si fuera el tesoro más preciado del mundo.

—¡Gracias! —exclamó Juan, mientras corría a mostrarle su nuevo juguete a su madre.

Luis y Carla, que estaban distribuyendo ropa y útiles escolares a otros niños, también se sorprendieron al ver lo mucho que esos pequeños gestos significaban para las familias. Una niña de su misma edad, llamada Isabel, se acercó tímidamente a Carla y le agradeció por el cuaderno que le había entregado.

—Ahora puedo dibujar y escribir mis tareas —dijo Isabel, con una sonrisa tímida pero feliz.

A medida que pasaba la mañana, los tres amigos comenzaron a darse cuenta de que lo que para ellos eran simples objetos —un cuaderno, un coche de juguete, una chaqueta usada— tenía un valor inmenso para las familias de La Esperanza. Y aunque sabían que no podían resolver todos los problemas que enfrentaba la comunidad, comprendieron que cada pequeño acto de bondad que realizaban tenía un impacto real.

Con cada caja que abrían, Marta, Luis y Carla sentían cómo las familias de La Esperanza recibían no solo objetos, sino también esperanza. Los niños de la comunidad se reunían alrededor de ellos, esperando con emoción lo que les iban a dar. A pesar de la pobreza visible en el sector, la alegría que irradiaban los niños llenaba el ambiente.

Luis estaba repartiendo libros de cuentos cuando vio que uno de los niños, llamado Pedro, se quedaba atrás, observando en silencio. Parecía ser más reservado que los demás y no se había acercado como lo habían hecho los otros niños.

—¡Hola! —le dijo Luis, sonriendo mientras sostenía un libro ilustrado—. ¿Te gustan los libros? Este tiene muchas historias divertidas.

Pedro levantó la mirada tímidamente, pero no dijo nada. Parecía nervioso de acercarse a los demás niños que estaban recibiendo los libros y juguetes.

—No tienes que preocuparte —dijo Luis, arrodillándose a su lado—. Todos aquí estamos para compartir. Puedes elegir lo que más te guste.

Pedro miró el libro por un momento y, con una sonrisa tímida, lo tomó con cuidado. Luis se sintió aliviado al verlo más relajado. Sabía que para algunos niños, recibir ayuda no era algo fácil, pero el simple hecho de ofrecer bondad hacía que todo fuera más sencillo.

Mientras tanto, Marta estaba ayudando a las madres de la comunidad a organizar la ropa que habían traído. Notó que, aunque algunas prendas eran viejas o estaban un poco gastadas, las madres las recibían con gratitud, sabiendo que cualquier ayuda era bienvenida.

—¿Esto es para nosotros? —preguntó una mujer llamada Rosa, mientras sostenía una chaqueta pequeña.

—Sí —respondió Marta—. Todo lo que trajimos es para ustedes. Algunos de nuestros compañeros de la escuela donaron estas prendas, y esperamos que les sean útiles.

Rosa sonrió y le dio las gracias a Marta. La joven se dio cuenta de que, aunque los objetos que habían llevado parecían sencillos, lo que realmente estaba marcando la diferencia era la conexión humana que estaban creando. La bondad que mostraban no solo se reflejaba en los objetos que entregaban, sino en la manera en que estaban compartiendo su tiempo y esfuerzo con la comunidad.

—Marta, ven —llamó Carla, que estaba más adelante, ayudando a repartir los útiles escolares—. ¡Tienes que ver esto!

Marta corrió hacia Carla y vio que varios niños habían comenzado a sentarse en pequeños grupos, compartiendo los libros y cuadernos que acababan de recibir. Algunos incluso habían comenzado a dibujar o a leer en voz alta a los más pequeños.

—¡Mira lo felices que están! —dijo Carla, con una gran sonrisa—. No pensé que algo tan simple como un cuaderno o un libro podría hacerles tan felices.

Marta asintió, emocionada por lo que estaba sucediendo.

—Es increíble —respondió—. A veces no nos damos cuenta de lo que estos pequeños gestos pueden significar para otros. Un simple acto de bondad puede cambiar el día, o incluso la vida de alguien.

A lo largo del día, más familias se acercaron para recibir las donaciones. Mientras los niños jugaban con los juguetes y exploraban los libros, los adultos conversaban con los voluntarios. Incluso la profesora Silvia, que había acompañado a los niños en la visita, estaba sorprendida por el impacto que estaban generando.

—Ustedes están haciendo algo muy especial hoy —les dijo a Marta, Luis y Carla mientras observaban a los niños—. Tal vez no lo noten ahora, pero estos gestos de bondad que están compartiendo sembrarán semillas que crecerán en el corazón de todos los que están aquí.

Carla, pensativa, miró a la profesora.

—¿A qué te refieres con “semillas”?

La profesora Silvia sonrió.

—Las acciones bondadosas que hacemos, por más pequeñas que sean, tienen un efecto en las personas. Tal vez hoy estemos repartiendo libros, juguetes y ropa, pero lo que realmente estamos haciendo es mostrarles a estas familias que no están solas, que hay personas dispuestas a ayudarlas. Y esas semillas de bondad pueden hacer que ellos también se sientan motivados a ayudar a otros en el futuro.

Marta asintió, comprendiendo lo que su profesora decía.

—Entonces, cada pequeño acto de bondad cuenta más de lo que pensamos, ¿verdad?

—Exactamente —respondió la profesora—. A veces, lo que parece ser un gesto simple, como dar un cuaderno o un juguete, puede marcar una diferencia enorme en la vida de alguien.

La tarde fue avanzando, y aunque el trabajo de los niños y los voluntarios estaba llegando a su fin, la alegría que habían compartido seguía presente en el aire. Los niños de La Esperanza corrían de un lado a otro, felices con sus nuevos juguetes y libros, mientras las madres agradecían una y otra vez a los voluntarios por la ayuda.

Cuando finalmente llegó el momento de despedirse, Marta, Luis y Carla sintieron una mezcla de alegría y tristeza. Sabían que habían hecho algo bueno, pero también sabían que aún quedaba mucho por hacer para mejorar las condiciones en las que vivía la comunidad.

Antes de subirse al autobús para regresar a casa, Pedro, el niño que al principio había estado tan callado, se acercó a Luis con el libro que había recibido. Esta vez, su mirada era diferente, más segura y agradecida.

—Gracias por el libro —dijo Pedro, con una sonrisa tímida—. Me gusta mucho.

Luis sonrió y le revolvió el cabello suavemente.

—De nada, Pedro. Me alegra que te guste. Recuerda, todo lo que lees te hace más fuerte.

Pedro asintió y se despidió, corriendo hacia su casa con el libro en la mano. Mientras subían al autobús, Marta, Luis y Carla miraron hacia atrás una última vez y vieron a los niños de La Esperanza jugando con sus nuevos juguetes y compartiendo momentos de alegría. Aunque no habían cambiado el mundo entero, sabían que, al menos en ese pequeño rincón de la ciudad, habían hecho una diferencia.

El autobús comenzó su recorrido de regreso a casa, dejando atrás las calles polvorientas de La Esperanza. Marta, Luis y Carla observaban por la ventana mientras los niños y las familias se alejaban, despidiéndose con sonrisas y saludos desde sus casas. Aunque estaban cansados, los tres amigos no podían dejar de hablar sobre lo que habían vivido ese día.

—No puedo creer lo mucho que se alegraron con tan poco —dijo Carla, apoyando la cabeza en el respaldo del asiento—. Fue increíble ver sus sonrisas.

—Sí —asintió Luis—. A veces no nos damos cuenta de lo afortunados que somos. Ver cómo un libro o un juguete puede hacer a un niño tan feliz me hizo darme cuenta de que lo que parece pequeño para nosotros puede ser muy importante para otros.

Marta, que había estado en silencio durante el trayecto, de repente habló con un tono reflexivo.

—Lo que más me impresionó no fueron los objetos en sí —dijo—. Fue cómo nuestra visita cambió el ambiente. Al principio, algunas personas se veían tristes o preocupadas, pero después de hablar con ellos, de compartir un poco de nuestro tiempo y mostrarles que nos importan, todo cambió. Las sonrisas, la energía positiva… fue como si algo despertara en ellos.

Carla asintió.

—Es cierto. Creo que lo que más les hizo bien fue ver que hay personas que se preocupan por ellos. Que no están solos.

La profesora Silvia, que los había escuchado desde su asiento, sonrió al ver cómo los niños reflexionaban sobre lo que había sido un día transformador no solo para la comunidad de La Esperanza, sino también para ellos mismos.

—Lo que ustedes hicieron hoy fue más que repartir cosas —dijo la profesora—. Sembraron bondad, y esas semillas que han dejado atrás seguirán creciendo mucho después de que nos hayamos ido.

Al llegar a la escuela, los niños descargaron las últimas cajas vacías y se despidieron entre sí. Mientras caminaban hacia sus casas, seguían hablando sobre cómo podrían continuar ayudando en el futuro. La jornada de ese día no había sido suficiente para resolver todos los problemas de La Esperanza, pero había sido un comienzo, una chispa que encendió algo más grande.

Días después, mientras Marta caminaba por el barrio de su escuela, se encontró con la profesora Silvia en la tienda del pueblo. Llevaba algunas bolsas llenas de alimentos y ropa. Marta, curiosa, se acercó.

—Profesora, ¿va de nuevo a La Esperanza? —preguntó Marta, notando el contenido de las bolsas.

La profesora asintió con una sonrisa.

—Sí. Después de nuestra visita, algunas familias de La Esperanza nos pidieron ayuda para organizar una pequeña tienda comunitaria donde puedan intercambiar ropa y alimentos. Me ofrecí para ayudarlos a coordinarlo, y también se han sumado algunos otros voluntarios.

Marta se emocionó al escuchar eso. La bondad que habían sembrado en aquella primera visita ya estaba dando frutos.

—¿Puedo ir con usted? —preguntó Marta—. Me encantaría ayudar en la tienda.

La profesora Silvia sonrió y asintió.

—Por supuesto, Marta. Cuantas más manos haya, mejor será para todos.

Cuando Marta llegó a casa y le contó a Luis y Carla sobre la tienda comunitaria que estaba organizándose en La Esperanza, no dudaron en sumarse también. Ese fin de semana, los tres amigos, junto a otros voluntarios de la escuela, regresaron al barrio, no solo para llevar más donaciones, sino para trabajar codo a codo con las familias y ayudar a organizar la nueva iniciativa.

Lo que al principio había sido un simple acto de bondad se había transformado en algo mucho más grande. Ahora, no solo estaban ayudando con objetos materiales, sino que también estaban participando activamente en el cambio que deseaban ver en la comunidad.

A medida que la tienda comunitaria comenzaba a funcionar, Marta notó algo increíble. Pedro, el niño tímido que había recibido el libro en su primera visita, se había acercado para hablar con ella. Esta vez, su actitud era diferente. Tenía una confianza en su andar que no había mostrado antes.

—Hola, Marta —dijo Pedro, sosteniendo el libro que Luis le había dado—. He estado leyendo este libro todas las noches. Es muy divertido. ¿Tienes más libros como este?

Marta sonrió, emocionada de ver cómo Pedro había cambiado. Le alegraba saber que ese pequeño gesto, darle un libro, había hecho una diferencia en su vida.

—Claro que sí, Pedro —respondió Marta—. La próxima vez que venga, traeré más libros para que puedas seguir leyendo.

A partir de ese momento, Marta, Luis y Carla comenzaron a visitar La Esperanza regularmente. No solo llevaban más donaciones, sino que también dedicaban tiempo a enseñar a los niños a leer, a jugar con ellos y a conversar con las familias. La tienda comunitaria creció y se convirtió en un punto de encuentro para toda la comunidad, donde las personas podían intercambiar lo que tenían y apoyarse mutuamente.

Lo que había comenzado como un simple gesto de bondad —llevar juguetes y ropa— se había convertido en un proyecto continuo que mejoraba la vida de todos. Y lo más importante, los niños de La Esperanza ya no se sentían solos ni olvidados. Sabían que había personas que se preocupaban por ellos, y esa pequeña chispa de bondad que Marta, Luis y Carla habían encendido seguía creciendo.

Al final del día, mientras caminaban por las calles polvorientas de regreso al autobús, Marta recordó las palabras de la profesora Silvia.

—Cada acto de bondad cuenta —murmuró, mirando el cielo anaranjado por el atardecer.

Luis y Carla, que caminaban a su lado, asintieron.

—Sí —dijo Luis—. Y cada acto de bondad, por pequeño que sea, puede cambiar el mundo para alguien.

y así terminó una historia de grandes gestos y amistades.

moraleja Cada acto de bondad cuenta.

Y colorín colorín, este cuento llego a su fin. bueno mis amables oyentes. ¡NOS VEMOS MAÑANA! CON UN NUEVO CUENTO CON MORALEJA.

Audio Libro GRATIS

¿Te gustaría disfrutar de este contenido en formato de AUDIO LIBRO GRATIS? Aprovecha!!

Volver a la Lista de Cuentos

Recuerda que siempre puedes volver a consultar nuestros libros en formato de AUDIO LIBRO GRATIS en nuestro canal de Youtube. NO OLVIDES SUSCRIBIRTE

Síguenos en las Redes

Descarga nuestra App

Disfruta GRATIS de los mejores libros para Leer o Escuchar sobre Esoterismo, Magia, Ocultismo.

Disfruta GRATIS de los mejores libros para Leer o Escuchar para los pequeños grandes del mañana.

Disfruta de la historia de Terror más oscura y MARAVILLOSA que está cautivando al mundo.

Retira en Nequi, Daviplata, Tarjetas Netflix, Bitcoin, Tarjeta Visa Prepagada, ETC.