Que tenemos para ti

Lee GRATIS

En lo más profundo de una exuberante selva tropical, donde los árboles gigantescos se entrelazan formando un dosel que apenas deja pasar la luz del sol, vivían dos pequeños amigos: Lunita y Jaimito. Lunita era una monita juguetona de pelaje dorado que brillaba como el sol, y Jaimito era un pequeño jaguar con manchas negras que resaltaban sobre su piel anaranjada. Ambos eran inseparables y pasaban sus días explorando los misterios de la selva, trepando árboles y saltando de rama en rama.

Una mañana, mientras el sol se filtraba tímidamente entre las hojas, Lunita y Jaimito se encontraron junto a su árbol favorito, un gigantesco ceibo cuyas raíces se extendían como brazos fuertes y protectores.

—¿Qué haremos hoy, Jaimito? —preguntó Lunita, colgándose de una rama y balanceándose hacia adelante y hacia atrás.

—Podríamos buscar frutas en el Valle de los Mangos —sugirió Jaimito, lamiéndose los bigotes con anticipación.

—¡Eso suena delicioso! —exclamó Lunita—. ¡Vamos a buscar las frutas más jugosas!

Así, Lunita y Jaimito se pusieron en marcha. Atravesaron ríos saltando de piedra en piedra, esquivaron enredaderas espinosas y se adentraron en la parte más frondosa de la selva. A medida que avanzaban, se encontraron con varios de sus amigos de la selva: Pepe el perezoso, que les saludó desde una rama alta, y Clara la cacatúa, que sobrevoló sus cabezas con un alegre graznido.

Finalmente, llegaron al Valle de los Mangos, un lugar mágico donde los árboles estaban cargados de frutas maduras y dulces. Los mangos colgaban como soles amarillos y naranjas, esperando ser recogidos.

—¡Mira todos estos mangos, Lunita! —dijo Jaimito con los ojos brillantes—. ¡Son tantos que no sé por dónde empezar!

—Empecemos por aquí —respondió Lunita, señalando un árbol lleno de mangos grandes y jugosos.

Ambos amigos comenzaron a recoger los mangos. Lunita, ágil y veloz, trepaba los árboles y arrojaba las frutas a Jaimito, quien las atrapaba con destreza y las colocaba en una pila ordenada. Pronto, habían reunido una gran cantidad de mangos, más de los que podían comer.

—Tenemos tantos mangos que podríamos hacer una gran fiesta —dijo Jaimito, mirando la montaña de frutas.

—¡Sí! —respondió Lunita—. Podemos invitar a todos nuestros amigos de la selva y compartir estos deliciosos mangos con ellos.

Jaimito y Lunita se pusieron muy contentos con la idea. Decidieron regresar al claro donde siempre se reunían con sus amigos y organizar una fiesta. Por el camino, se encontraron con Tito el tucán, que volaba de árbol en árbol, y le contaron su plan.

—¡Eso suena maravilloso! —dijo Tito, agitando sus alas con entusiasmo—. Volaré y avisaré a todos nuestros amigos para que vengan al claro.

Lunita y Jaimito continuaron su camino, cargados con mangos y sonriendo al imaginar la alegría de sus amigos. Al llegar al claro, comenzaron a preparar todo para la fiesta. Colocaron los mangos en una gran hoja de plátano y adornaron el lugar con flores y ramas coloridas.

Pronto, los amigos de la selva empezaron a llegar. Clara la cacatúa llegó volando, seguida por Pepe el perezoso, que se movía lentamente, pero con una gran sonrisa. Tito el tucán regresó con más amigos: Ana el armadillo, Ramón el mono araña y Nino el cocodrilo, todos ansiosos por la fiesta.

—¡Bienvenidos a nuestra fiesta de mangos! —anunció Lunita, saltando de alegría—. Hemos recogido estos mangos para compartirlos con todos ustedes.

Los animales de la selva aplaudieron y se acercaron a la gran hoja de plátano llena de mangos. Cada uno tomó su fruta, agradeciendo a Lunita y Jaimito por su generosidad. La fiesta estaba en pleno apogeo: Clara la cacatúa cantaba melodías alegres, Ramón el mono araña hacía acrobacias en las ramas, y todos disfrutaban de los deliciosos mangos.

En medio de la fiesta, Tito el tucán se acercó a Lunita y Jaimito.

—Es maravilloso ver a todos tan felices —dijo Tito—. Es increíble cómo algo tan simple como compartir puede traer tanta alegría.

—Sí —respondió Lunita—. Compartir nos hace sentir bien a todos. Mirar a nuestros amigos felices es la mejor recompensa.

Jaimito asintió con la cabeza, disfrutando de su mango.

—Siempre es bueno compartir —dijo—. No sólo hace feliz a los demás, sino que también nos hace sentir bien a nosotros mismos.

La fiesta continuó hasta que el sol comenzó a ponerse, pintando el cielo de tonos rosados y naranjas. Los amigos se despidieron, agradeciendo nuevamente a Lunita y Jaimito por su generosidad y prometiendo organizar más fiestas juntos.

Cuando todos se hubieron marchado, Lunita y Jaimito se recostaron en el claro, contemplando las estrellas que comenzaban a brillar en el cielo nocturno.

—Hoy ha sido un gran día —dijo Lunita, suspirando feliz.

—Sí, lo ha sido —respondió Jaimito—. Y lo mejor de todo es que hemos aprendido lo importante que es compartir.

Lunita sonrió y abrazó a su amigo.

—Siempre será bueno compartir —dijo—. Y siempre será divertido hacerlo juntos

Los días en la selva continuaban llenos de alegría y aventuras. Lunita y Jaimito seguían explorando y compartiendo con sus amigos. Sin embargo, un día algo inesperado sucedió.

Una mañana, mientras Lunita y Jaimito jugaban cerca del río, oyeron un fuerte murmullo entre los árboles. Curiosos, se acercaron para ver qué estaba ocurriendo y encontraron a varios animales reunidos, todos con expresión de preocupación.

—¿Qué sucede? —preguntó Lunita, acercándose a Clara la cacatúa, que parecía especialmente alarmada.

—Algo terrible —respondió Clara, agitando sus alas nerviosamente—. El Gran Árbol de la Sabiduría está enfermo.

El Gran Árbol de la Sabiduría era el árbol más antiguo y sabio de la selva. Su sombra proporcionaba refugio a muchos animales y sus frutos eran una fuente importante de alimento. Además, el Gran Árbol siempre había sido un símbolo de unidad y fortaleza para todos los habitantes de la selva.

—¡No puede ser! —exclamó Jaimito—. ¿Qué le está pasando al Gran Árbol?

—Sus hojas están marchitándose y su tronco se ve debilitado —explicó Pepe el perezoso, que había descendido de su árbol para unirse a la reunión—. Si no hacemos algo pronto, podríamos perderlo.

Todos los animales estaban desconcertados. Nadie sabía qué hacer para salvar al Gran Árbol. Lunita, con su espíritu intrépido, decidió que debían buscar una solución.

—No podemos quedarnos de brazos cruzados —dijo Lunita—. Tenemos que encontrar la manera de ayudar al Gran Árbol.

—¿Pero ¿cómo?  —preguntó Ramón el mono araña, que siempre había considerado al Gran Árbol como su lugar favorito para columpiarse.

—Necesitamos averiguar qué le está causando este problema —respondió Jaimito—. Tal vez si descubrimos la causa, podremos encontrar una solución.

Lunita y Jaimito se ofrecieron para investigar. Decidieron ir a ver al Gran Árbol y buscar pistas que pudieran indicar qué estaba causando su enfermedad. Con gran determinación, se pusieron en marcha.

Al llegar al claro donde se encontraba el Gran Árbol, vieron que efectivamente sus hojas estaban marchitas y su tronco tenía un color grisáceo que no era normal. Se acercaron cuidadosamente, examinando cada detalle.

—Mira aquí, Lunita —dijo Jaimito, señalando una parte del tronco—. Hay pequeños agujeros en la corteza.

—Y aquí hay unas extrañas manchas negras en las hojas —añadió Lunita.

Decidieron que era momento de pedir ayuda a alguien con más conocimiento. Recordaron que cerca del río vivía Don Basilio, una vieja tortuga conocida por su sabiduría y sus conocimientos sobre plantas y remedios naturales.

Se dirigieron a la orilla del río y encontraron a Don Basilio tomando el sol sobre una roca.

—Don Basilio, necesitamos su ayuda —dijo Lunita, explicándole la situación del Gran Árbol.

Don Basilio, con su andar lento pero seguro, los siguió hasta el Gran Árbol. Después de examinarlo detenidamente, suspiró profundamente.

—Esto es obra de los escarabajos come-corteza —dijo Don Basilio—. Son insectos pequeños pero muy dañinos. Se alimentan de la corteza y debilitan el árbol, dejándolo vulnerable a enfermedades.

—¿Y qué podemos hacer para salvarlo? —preguntó Jaimito, ansioso por encontrar una solución.

—Podemos usar un remedio natural para ahuyentar a los escarabajos —explicó Don Basilio—. Necesitaremos reunir hojas de eucalipto y algunas raíces especiales que crecen cerca del Pantano de los Susurros.

El Pantano de los Susurros era un lugar misterioso y un poco temido por los animales jóvenes. Sin embargo, Lunita y Jaimito sabían que tenían que ir si querían salvar al Gran Árbol.

—Vamos a ir al Pantano de los Susurros y traeremos las raíces —dijo Lunita con determinación.

—Sí, no podemos perder tiempo —añadió Jaimito.

Don Basilio les dio instrucciones precisas sobre cómo identificar las raíces y les advirtió que fueran cuidadosos.

—El Pantano de los Susurros puede ser engañoso —les dijo—. Escuchen bien a la naturaleza y sigan su intuición.

Lunita y Jaimito emprendieron el camino hacia el pantano. A medida que se acercaban, el ambiente se volvía más húmedo y la vegetación más densa. El suelo se sentía esponjoso bajo sus pies y un murmullo constante llenaba el aire, como si los árboles susurraran secretos entre ellos.

—Es aquí —dijo Lunita—. Debemos buscar las raíces especiales.

Comenzaron a buscar entre la vegetación, siguiendo las indicaciones de Don Basilio. Después de un rato, encontraron las raíces que necesitaban. Eran gruesas y tenían un color rojizo característico.

—¡Las encontramos! —exclamó Jaimito, levantando una de las raíces.

De repente, escucharon un ruido detrás de ellos. Se giraron rápidamente y vieron a un grupo de escarabajos come-corteza acercándose.

—¡Son los escarabajos! —dijo Lunita, sintiendo un escalofrío—. Tenemos que salir de aquí rápido.

Con las raíces en sus manos, comenzaron a correr de regreso a la seguridad de la selva. Los escarabajos los seguían, pero Lunita y Jaimito eran rápidos y ágiles. Saltaron sobre troncos caídos y esquivaron ramas bajas hasta que finalmente lograron dejar atrás a los escarabajos.

—¡Lo logramos! —dijo Jaimito, jadeando—. Ahora volvamos con Don Basilio.

Al llegar con las raíces y las hojas de eucalipto, Don Basilio preparó una mezcla especial. Con mucho cuidado, aplicaron el remedio en las partes dañadas del Gran Árbol.

—Ahora debemos esperar y confiar en la naturaleza —dijo Don Basilio.

Durante los siguientes días, todos los animales de la selva se turnaron para cuidar del Gran Árbol. Le llevaban agua fresca y lo protegían de cualquier daño adicional. Lunita y Jaimito estaban siempre presentes, vigilando atentamente cualquier cambio.

Poco a poco, empezaron a notar una mejoría. Las manchas en las hojas desaparecían y el color grisáceo del tronco comenzaba a desvanecerse. Las hojas nuevas, verdes y vibrantes, empezaron a brotar.

—¡Está funcionando! —exclamó Lunita con alegría.

—El Gran Árbol se está recuperando —añadió Jaimito, sintiéndose aliviado.

Los animales de la selva celebraron juntos la recuperación del Gran Árbol. Comprendieron que, gracias al trabajo en equipo y a la disposición de compartir sus habilidades y conocimientos, habían logrado salvarlo.

La amistad y la cooperación habían triunfado una vez más, recordándoles que, en la selva, siempre es bueno compartir y ayudarse mutuamente.

El Gran Árbol de la Sabiduría se recuperaba día a día, y toda la selva parecía más vibrante y llena de vida. Los animales, agradecidos y felices, decidieron organizar una gran fiesta para celebrar la recuperación del árbol y la solidaridad que habían demostrado al unirse para salvarlo.

Lunita y Jaimito, quienes habían sido los impulsores de esta misión, estaban emocionados por la idea de la fiesta. Querían que fuera un evento inolvidable para todos sus amigos de la selva.

—Tenemos que hacer una fiesta maravillosa, Jaimito —dijo Lunita mientras recogían flores para decorar el claro.

—Sí, una fiesta que todos recuerden siempre —respondió Jaimito, recogiendo hojas grandes para usar como platos.

Pronto, todos los animales de la selva se unieron a los preparativos. Clara la cacatúa se ofreció para coordinar la música, y su canto alegre resonaba mientras organizaba a otros pájaros para que cantaran en armonía. Pepe el perezoso, aunque lento, ayudaba a colgar guirnaldas de flores en las ramas más altas del Gran Árbol.

El día de la fiesta llegó y el claro se llenó de colores, aromas y sonidos alegres. Todos los animales se reunieron alrededor del Gran Árbol, que ahora lucía más majestuoso que nunca, con sus hojas verdes y brillantes.

—¡Bienvenidos todos! —anunció Lunita, subiendo a una roca para que todos pudieran verla—. Hoy celebramos la recuperación del Gran Árbol de la Sabiduría y la unidad de nuestra comunidad. Gracias a todos por su ayuda y por compartir sus conocimientos y esfuerzos.

—Hemos demostrado que juntos podemos superar cualquier desafío —añadió Jaimito—. Esta fiesta es para celebrar nuestra amistad y la fuerza que tenemos cuando compartimos y trabajamos juntos.

Los animales aplaudieron y la fiesta comenzó. Tito el tucán se encargó de los juegos y concursos, y todos se divirtieron participando en carreras, saltos y otras actividades. Clara la cacatúa y su grupo de pájaros cantores entonaron canciones que hicieron bailar a todos.

Durante la fiesta, Lunita y Jaimito se aseguraron de que todos se sintieran bienvenidos y participaran. Vieron a Ana la armadillo y Ramón el mono araña compartir una broma mientras comían mangos, y a Nino el cocodrilo contando historias a un grupo de jóvenes animales fascinados por sus aventuras.

En medio de la celebración, Don Basilio, la vieja tortuga, se acercó lentamente al centro del claro. Todos guardaron silencio cuando vieron que Don Basilio quería hablar.

—Queridos amigos —dijo Don Basilio con su voz pausada y sabia—, hoy no solo celebramos la salud del Gran Árbol, sino también la grandeza de nuestra comunidad. Este árbol ha sido siempre un símbolo de nuestra fuerza y unidad, y su recuperación es un recordatorio de lo que podemos lograr cuando trabajamos juntos.

—Gracias a Lunita y Jaimito, hemos aprendido una valiosa lección sobre la importancia de compartir y cooperar. Nunca olvidemos que, al igual que las ramas de este árbol, estamos todos conectados y nuestras acciones pueden influir en el bienestar de toda la selva.

Los animales aplaudieron y algunos soltaron gritos de alegría. Lunita y Jaimito se sonrojaron, agradecidos por las palabras de Don Basilio.

Después de las palabras de Don Basilio, la fiesta continuó con más entusiasmo. Pepe el perezoso, para sorpresa de todos, se animó a cantar una canción lenta y melodiosa que conmovió a todos los presentes.

—¡Pepe, no sabíamos que podías cantar tan bien! —exclamó Clara, impresionada.

—Todos tenemos talentos que compartir —respondió Pepe modestamente—. Solo necesitamos la oportunidad y el apoyo de nuestros amigos para mostrarlos.

La comida, por supuesto, fue uno de los puntos destacados de la fiesta. Había frutas frescas, nueces y semillas, y los animales compartían con alegría sus bocados favoritos. Lunita y Jaimito habían traído mangos y otras frutas que habían recogido especialmente para la ocasión.

—Esto es delicioso —dijo Ramón el mono araña, saboreando un mango—. ¡Gracias por compartirlo, Lunita y Jaimito!

—Es un placer compartir con amigos —respondió Lunita—. La comida siempre sabe mejor cuando se disfruta en buena compañía.

A medida que la fiesta avanzaba, el cielo comenzó a llenarse de estrellas. Tito el tucán organizó un espectáculo de luces con luciérnagas, que iluminaban el claro con su brillo mágico. Los animales miraban maravillados el espectáculo, sintiéndose más unidos que nunca.

—Miren esas estrellas —dijo Jaimito, señalando el cielo—. Cada una brilla con su propia luz, pero juntas crean un hermoso cielo estrellado.

—Así somos nosotros —añadió Lunita—. Cada uno de nosotros es único y especial, pero juntos hacemos de esta selva un lugar increíble.

La fiesta continuó hasta bien entrada la noche, con risas, cantos y bailes bajo las estrellas. Los animales se despidieron uno por uno, agradeciendo a Lunita y Jaimito por haber iniciado esta celebración y por su ejemplo de generosidad y amistad.

Cuando la fiesta llegó a su fin, Lunita y Jaimito se quedaron un momento más en el claro, contemplando el Gran Árbol.

—Hoy ha sido un día increíble —dijo Lunita, sintiéndose feliz y satisfecha.

—Sí, ha sido el mejor día —respondió Jaimito—. Hemos aprendido tanto y hemos fortalecido nuestra amistad con todos en la selva.

Lunita sonrió y se abrazaron, sabiendo que siempre podrían contar el uno con el otro y con sus amigos. Habían aprendido que compartir no solo es bueno, sino que es esencial para construir una comunidad fuerte y unida.

Así, mientras las estrellas brillaban sobre la selva, Lunita y Jaimito se marcharon a sus hogares, llenos de gratitud y esperanza. Sabían que, pase lo que pase, siempre estarían juntos y dispuestos a compartir y ayudar a sus amigos.

La moraleja de esta historia es que el compartir nos da mucha alegría

Y colorín colorín, este cuento llego a su fin. bueno mis amables oyentes. ¡NOS VEMOS MAÑANA! CON UN NUEVO CUENTO CON MORALEJA.

Audio Libro GRATIS

¿Te gustaría disfrutar de este contenido en formato de AUDIO LIBRO GRATIS? Aprovecha!!

Volver a la Lista de Cuentos

Recuerda que siempre puedes volver a consultar nuestros libros en formato de AUDIO LIBRO GRATIS en nuestro canal de Youtube. NO OLVIDES SUSCRIBIRTE

Síguenos en las Redes

Descarga nuestra App

Disfruta GRATIS de los mejores libros para Leer o Escuchar sobre Esoterismo, Magia, Ocultismo.

Disfruta GRATIS de los mejores libros para Leer o Escuchar para los pequeños grandes del mañana.

Disfruta de la historia de Terror más oscura y MARAVILLOSA que está cautivando al mundo.

Retira en Nequi, Daviplata, Tarjetas Netflix, Bitcoin, Tarjeta Visa Prepagada, ETC.