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Capítulo 2:

El Camino de los Peregrinos.

El sol apenas comenzaba a asomarse sobre el horizonte cuando Karl y su equipo se preparaban para el segundo día de su viaje. La noche anterior había sido tranquila, y el grupo parecía estar de buen humor mientras empacaban sus pertenencias y se preparaban para el día que les esperaba. La charla en el pequeño comedor del hotelito fue relajada, llena de bromas y risas.

Amir, con su típico humor sarcástico, se dirigió a Tomás: “¿Estás seguro de que no quieres probar esa pasta de dientes extraña que encontré en el baño? Dicen que te deja los dientes tan blancos como la nieve del Himalaya”.

Tomás, sonriendo, respondió: “Creo que paso. Prefiero mantener mis dientes tal como están, gracias. Además, Sara no me perdonaría si regreso a casa con alguna extraña reacción alérgica.”

Sara, que estaba atando su bufanda, añadió: “Es bueno ver que estás cuidando de ti mismo, Tomás. Aunque, Amir, no estaría mal que tú también lo intentaras, por una vez.”

Entre risas, Dorje entró en la sala con una mirada tranquila y serena. “Es hora de partir. Hoy nos espera un día largo, pero el camino es hermoso. Les prometo que las vistas del Monte Kailash valdrán cada esfuerzo.”

El Monte Kailash, conocido por muchos como la “Joya de la Corona” del Tíbet, se alza imponente en el horizonte. Su cumbre, que se asemeja a una pirámide nevada, ha sido un lugar de peregrinación espiritual durante milenios. Esta montaña, considerada sagrada en cuatro religiones principales —el hinduismo, el budismo, el jainismo y el bön—, es vista como el centro del universo y la morada de los dioses.

Para los hindúes, Kailash es el hogar de Shiva, el destructor y regenerador del universo, quien reside en la cima junto a su consorte, Parvati. Según la leyenda, quien realice la kora alrededor del monte, una circunvalación completa, purificará sus pecados y alcanzará la liberación espiritual. Los budistas, por su parte, creen que el monte es la residencia de Demchok, una manifestación de la energía suprema. Realizar la kora alrededor de Kailash es una oportunidad para acumular méritos espirituales y avanzar hacia la iluminación.

Los jainistas veneran el monte como el sitio donde su primer Tirthankara, Rishabhanatha, alcanzó la liberación, mientras que los seguidores del bön consideran que Kailash es la morada de su deidad suprema y el eje de su cosmología.

A lo largo de los siglos, se han contado muchas leyendas sobre la montaña. Una de las más intrigantes habla de un reino oculto, Shambhala, que yace más allá de las montañas, accesible solo para aquellos que han purificado su alma. Se dice que Shambhala es un lugar de sabiduría suprema y poder, protegido de los ojos curiosos del mundo exterior.

Mientras el equipo de Karl continúa su viaje, estas historias y mitos parecen cobrar vida. El aire alrededor del monte es denso con la sensación de algo más grande, algo que trasciende lo mundano y lo terrenal. Cada paso hacia el monte es un paso más profundo hacia lo desconocido, un lugar donde la ciencia y la espiritualidad parecen converger en un misterioso y poderoso cruce de caminos.

Dorje, al ver la fascinación de sus acompañantes por el Monte Kailash, decidió compartir una historia que había oído repetidas veces desde su niñez en el Tíbet. Con una voz pausada y reverente, comenzó a narrar la leyenda de Shambhala.

“Se dice que más allá de estas montañas, oculto en las profundidades de los Himalayas, se encuentra el reino de Shambhala,” comenzó Dorje, mientras todos los demás escuchaban atentamente. “Este es un reino mítico, un paraíso oculto, donde residen seres iluminados que han alcanzado la perfección. Los habitantes de Shambhala viven en armonía con el universo, en paz y sabiduría suprema. Es un lugar donde no existe el sufrimiento, donde la energía espiritual fluye como un río cristalino, y donde todo es posible.”

Mientras Dorje hablaba, el grupo se vio atrapado por las imágenes que sus palabras evocaban. Era como si el paisaje montañoso a su alrededor cobrara vida, como si el aire mismo estuviera lleno de la magia de este reino perdido.

“Pero,” continuó Dorje con un suspiro, “Shambhala no es un lugar que se pueda encontrar en un mapa. Es un reino del espíritu, no de la carne. Los textos antiguos dicen que solo aquellos con un alma pura y un corazón sincero pueden encontrar el camino a Shambhala, y que este reino aparece solo a los ojos de quienes están destinados a verlo.”

Karl, Sara, Tomás y Amir intercambiaron miradas discretas. Había algo en la forma en que Dorje hablaba que les hacía sospechar que él sabía más de lo que estaba diciendo, o quizás era simplemente la fuerza de la leyenda misma. Karl esbozó una ligera sonrisa, compartida en silencio con sus compañeros. Si Dorje supiera la verdad que ellos conocían, quizá la historia de Shambhala no les parecería tan inverosímil.

Dorje, ajeno a los pensamientos del grupo, terminó su relato con una nota de melancolía: “Es una pena que Shambhala no sea más que una ilusión, una esperanza para los peregrinos que buscan algo más allá de esta vida. Un mito, nada más.”

El grupo permaneció en silencio por un momento, asimilando la historia, cada uno con sus propios pensamientos. La realidad y el mito parecían entrelazarse en el aire frío del Tíbet, y aunque sabían que su misión era descubrir hechos, no podían evitar sentirse atraídos por la magia de lo desconocido.

Mientras Karl y su equipo se adentran en la kora, su mente está dividida entre el deseo de explorar lo desconocido y la responsabilidad de respetar las tradiciones sagradas de la región. Este viaje no solo es una misión científica para él, sino también un tributo a su amigo Henry, cuyo destino trágico sigue persiguiéndolo.

Karl siente una creciente tensión interna. Por un lado, su formación académica lo impulsa a descifrar los misterios que rodean al Monte Kailash, buscando pruebas tangibles que conecten este lugar con las civilizaciones antiguas que ha estudiado durante toda su carrera. La aparición de símbolos similares a los de Teotihuacán es una prueba de que hay más en juego de lo que se pensaba. Cada paso que da lo acerca más a desvelar una verdad que podría cambiar la comprensión de la historia humana.

Por otro lado, Karl es consciente de la importancia espiritual del Monte Kailash para millones de personas. No quiere que su búsqueda de conocimiento sea vista como una invasión o una falta de respeto a las creencias locales. Sabe que cualquier movimiento en falso podría desatar sospechas entre los peregrinos con los que comparte el camino. Este respeto por las tradiciones es algo que también se refleja en su equipo, quienes entienden la delicadeza de su situación y la necesidad de actuar con prudencia.

La carta de Henry sigue siendo un peso en su corazón. Sus palabras, llenas de urgencia y desesperación, son un recordatorio constante de lo que está en juego. Karl sabe que su amigo no se arriesgaría en vano, y esto lo motiva a seguir adelante, a pesar de los peligros. Sin embargo, esta misma carta le recuerda el precio que podría pagar por la verdad.

Esta dualidad en Karl—su búsqueda incansable por el conocimiento y su respeto por las tradiciones—crea una tensión palpable que define sus acciones a lo largo de la kora. Mientras avanza, no puede evitar preguntarse si está siguiendo los pasos de Henry hacia un destino similar, o si esta vez logrará desentrañar los secretos del Monte Kailash sin perderse en el proceso.

Este conflicto interno es lo que lo impulsa a seguir adelante, con la esperanza de que, al final del camino, las respuestas que busca no solo honren la memoria de Henry, sino que también abran una nueva puerta hacia la comprensión del pasado y el futuro de la humanidad.

La noche había caído sobre el campamento mientras el grupo descansaba alrededor de una fogata. La llama parpadeante arrojaba sombras danzantes en sus rostros, destacando la mezcla de determinación y melancolía en los ojos de Karl. Mientras sus amigos conversaban en voz baja, su mente no podía apartarse de la carta de Henry y de la promesa que le había hecho a su difunto colega. Pero más que eso, su corazón latía con el peso de una deuda impagable, una deuda que sentía hacia Lupe, su esposa.

Lupe Fernández, la mujer que había compartido su vida, su pasión por los misterios de la historia, y finalmente, su destino trágico en las arenas de Egipto. La herida de su pérdida seguía fresca en Karl, y aunque sus amigos habían sobrevivido, la culpa lo carcomía lentamente. Sabía que cada paso que daba en esta misión, cada descubrimiento que hacía, era una manera de honrarla, de asegurar que su sacrificio no fuera en vano.

En un momento de silencio, Karl se aclaró la garganta, rompiendo el murmullo del grupo. “Este viaje… esta misión… No solo es por lo que encontramos en Teotihuacán o en la Esfinge, ni siquiera por Henry. Es por Lupe. Ella nos salvó a todos, y siento que le debo algo. Le debemos algo”.

Los ojos de Sara se llenaron de lágrimas, y Amir asintió en silencio, recordando a su amiga. Tomás, el esposo de Sara, apretó la mano de su esposa, compartiendo el dolor que sentían todos. “Ella era la mejor de nosotros”, dijo Sara suavemente. “Cada uno de nosotros sigue aquí porque ella no lo está”.

Dorje, observando la escena desde el otro lado del fuego, no pudo evitar sentir el peso de sus palabras. Sabía que estaba trabajando con un equipo de personas dispuestas a darlo todo por lo que creían, lo que lo hizo dudar, aunque solo por un instante, de sus propios motivos y del secreto que guardaba.

Mientras las brasas se extinguían lentamente, Karl continuó: “Esta misión es para ella. Vamos a terminar lo que empezamos, y lo haremos en su nombre. Asegurémonos de que valga la pena”.

El grupo permaneció en silencio, dejando que las palabras de Karl se asentaran. No había mejor manera de honrar a Lupe que continuar con la misión, desentrañando los misterios que ella había ayudado a descubrir. Mientras la noche avanzaba, todos sabían que el camino que les esperaba sería duro, pero estaban decididos a seguir adelante, llevando en sus corazones la memoria de Lupe como una luz guía.

Encuentro con los Peregrinos.

A medida que avanzaban en la kora, Karl y su equipo intentaban mezclarse con los peregrinos que también hacían el recorrido sagrado alrededor del Monte Kailash. El sendero, cubierto de polvo y piedras, estaba lleno de vida y color. Hombres y mujeres de diversas etnias, algunos con ropas tradicionales tibetanas, otros con atuendos más modernos, caminaban en grupos, entonando mantras o en completo silencio, cada uno inmerso en su devoción personal.

El aire estaba cargado de incienso y el sonido rítmico de los tambores de oración, creando una atmósfera que transportaba a otro tiempo, otro mundo. A pesar de la mezcla cultural, había un sentido de unidad en la multitud, una conexión espiritual con el entorno que Karl podía sentir, aunque su mente estaba enfocada en su objetivo más académico.

Dorje, caminando un poco adelante, hablaba con algunos lugareños en tibetano, guiando al grupo con una naturalidad que comenzaba a desconcertar a Karl. Se dio cuenta de que Dorje sabía mucho más de lo que había revelado hasta ahora, y eso lo mantenía en constante alerta. Pero por el momento, necesitaban mantener el perfil bajo y actuar como un grupo más de peregrinos.

Mientras avanzaban, un anciano tibetano, con un rostro surcado de arrugas y ojos brillantes, se acercó a Karl. Llevaba una túnica gastada y un rosario de cuentas de madera que giraba lentamente entre sus dedos. El anciano le sonrió con una calidez inesperada y comenzó a hablar en un tibetano pausado que, sorprendentemente, Karl entendió en su mayoría gracias a las lecciones rápidas de Dorje durante el viaje.

“Has venido desde muy lejos, joven”, dijo el anciano, estudiando a Karl con una mirada penetrante. “Este monte… no es solo una montaña. Es un puente, un nexo entre mundos. Los antiguos símbolos lo muestran, aquellos que están ocultos en las rocas, en los rincones que solo los ojos de un buscador verdadero pueden ver.”

Karl sintió un escalofrío recorrer su espalda. El anciano parecía saber más de lo que dejaba ver, y sus palabras resonaron con la misma misteriosa precisión que había encontrado en Teotihuacán.

“¿Símbolos? ¿Qué símbolos?” preguntó Karl, fingiendo curiosidad casual.

El anciano sonrió, mostrando una hilera de dientes desiguales. “Símbolos de protección, de poder. Marcas que muestran el camino para aquellos que conocen el antiguo lenguaje. Pero ten cuidado, muchacho. No todos los caminos están destinados a ser recorridos por los vivos.”

Antes de que Karl pudiera hacer más preguntas, el anciano se despidió con un movimiento de cabeza y se unió nuevamente a los demás peregrinos. Karl observó cómo se alejaba, su mente llena de preguntas y la certeza de que el monte guardaba secretos mucho más profundos de lo que había imaginado.

“¿Qué te dijo?” preguntó Amir, acercándose.

Karl lo miró, todavía procesando la conversación. “Algo sobre símbolos y caminos ocultos. Pero no sé si solo era una historia o si realmente sabe algo.”

Sara, que había escuchado parte de la charla, intervino: “Aquí las leyendas están entrelazadas con la realidad, Karl. Quizás sea hora de empezar a escuchar con ambos oídos.”

Karl asintió, sintiendo que la verdad estaba mucho más cerca de lo que había creído, pero también más peligrosa. Mientras el grupo seguía caminando, ahora más alertas que antes, Karl sabía que la kora no era solo un rito espiritual, sino también una prueba, un rompecabezas que necesitarían resolver si querían descubrir el verdadero poder que el Monte Kailash guardaba.

 

Descubrimiento de Símbolos.

El aire frío del amanecer se sentía pesado mientras Karl y su equipo continuaban la kora alrededor del Monte Kailash. Los primeros rayos de sol acariciaban las laderas nevadas, iluminando las formaciones rocosas con una luz dorada que parecía revelar secretos enterrados desde tiempos inmemoriales. A medida que avanzaban, Karl no podía evitar sentir que el monte los observaba, como si fuera un guardián silencioso de un conocimiento antiguo.

Mientras caminaba, Karl se detuvo frente a una formación rocosa que sobresalía del sendero. Algo en su textura le llamó la atención. Se agachó, observando de cerca las extrañas marcas talladas en la piedra. Parecían simples grietas al principio, pero al entrecerrar los ojos, Karl notó patrones que le resultaban extrañamente familiares.

“¿Qué es lo que ves?” preguntó Sara, acercándose a él con curiosidad.

“Estas marcas…” Karl trazó las líneas con sus dedos. “No son solo grietas naturales. Son símbolos, muy similares a los que vimos en Teotihuacán. Mira este patrón en espiral, y estas líneas curvas… son casi idénticas a las que encontramos en las cámaras secretas de la Pirámide del Sol.”

Sara se inclinó para observar más de cerca, su rostro reflejando la sorpresa de Karl. “Es increíble, Karl. Esto podría confirmar la conexión que sospechábamos. Si estos símbolos están aquí, en un lugar tan remoto, ¿qué otros secretos oculta este monte?”

Amir y Tomás, alertados por la emoción en la voz de Karl, se unieron a ellos. Tomás estudió las marcas con el ceño fruncido. “Esto no es una coincidencia. Alguien, o algo, ha dejado estas marcas aquí por una razón. Pero, ¿quién lo hizo y por qué?”

Karl no tenía respuestas, pero su mente trabajaba a toda velocidad. Estos símbolos, ocultos en una roca en medio de la kora, parecían confirmar que el Monte Kailash no era solo un sitio sagrado para los peregrinos tibetanos, sino también un punto crucial en la red global de sitios antiguos conectados por los Anun Ka.

Mientras continuaban la marcha, Karl no podía dejar de pensar en el significado de su descubrimiento. ¿Eran estos símbolos una advertencia, un mapa, o quizás una llave para desbloquear un poder más allá de la comprensión humana? Sabía que debía investigar más, pero cada paso que daba lo acercaba no solo a la verdad, sino también a un peligro que todavía no podía ver claramente.

El día avanzaba, y con él, las dudas y la incertidumbre crecían en la mente de Karl. Sabía que los símbolos eran solo la punta del iceberg, y que lo que fuera que los Anun Ka hubieran dejado atrás, no sería fácil de encontrar ni de entender.

Al caer la tarde, mientras el grupo montaba el campamento, Karl decidió compartir sus hallazgos con el resto del equipo. Reunidos alrededor de la fogata, con el fuego chisporroteando bajo el cielo estrellado, Karl comenzó a trazar en la tierra los símbolos que había encontrado, comparándolos con los que habían visto en sus misiones anteriores.

“Esto cambia todo,” dijo Karl finalmente. “Si los Anun Ka realmente estuvieron aquí, el Monte Kailash podría ser mucho más que un lugar sagrado. Podría ser la clave para entender todo lo que hemos descubierto hasta ahora.”

El grupo asintió en silencio, conscientes de la magnitud de lo que Karl estaba diciendo. Estaban a punto de desentrañar un misterio que podía cambiar el curso de la historia humana, pero también sabían que, cuanto más cerca estuvieran de la verdad, más peligroso se volvería su camino.

El crepitar del fuego envolvía al grupo en una burbuja de calor mientras la noche caía sobre ellos. Después del descubrimiento de los símbolos, la tensión entre Karl, Sara, Tomás y Amir era palpable. Sabían que estaban en territorio peligroso, y cada paso que daban los acercaba más a lo desconocido.

Sentados alrededor de la fogata, intercambiaban miradas inquietas. Sara fue la primera en romper el silencio.

“Estos símbolos… no podemos ignorar lo que significan. Pero si seguimos investigando, podríamos llamar la atención no solo de los monjes, sino de alguien más. Sabemos que no somos los únicos interesados en el Monte Kailash.”

Tomás, que había estado en silencio hasta ahora, asintió. “Sara tiene razón. Esto es demasiado grande para ser solo una coincidencia. Tenemos que ser cuidadosos.”

Amir, siempre con su humor sarcástico, intentó aliviar la tensión. “Cautela es nuestro segundo nombre, ¿no es así? Aunque debo admitir que prefiero ser conocido por otras cosas.”

En ese momento, Dorje, que había estado observando desde una pequeña distancia, se acercó. Su expresión era seria, y sus ojos brillaban con una mezcla de preocupación y determinación.

“Sé que están buscando algo más que solo completar la kora,” dijo Dorje en voz baja, para que solo ellos lo escucharan. “He estado en estas montañas toda mi vida. No soy solo un guía; también soy alguien que se preocupa por mantener el equilibrio entre lo que debe ser revelado y lo que debe permanecer oculto.”

Karl levantó una ceja, curioso por el tono críptico de Dorje. “¿A qué te refieres?”

Dorje miró a su alrededor, asegurándose de que nadie más estuviera escuchando. “El Monte Kailash es más que una montaña sagrada. Muchos creen que Shambhala, la ciudad mítica, se encuentra cerca o dentro del monte. Los monjes del monasterio lo saben, y otros, menos amigables, también. No es un cuento de hadas, pero tampoco es algo que cualquiera deba encontrar.”

Amir se inclinó hacia adelante, interesado. “¿Estás diciendo que Shambhala es real?”

“Real o no, es una leyenda que guarda verdades ocultas,” respondió Dorje. “Algunos han encontrado indicios, símbolos como los que ustedes han visto. Pero deben entender que hay fuerzas que preferirían que esas verdades no salieran a la luz. Mi trabajo es proteger a los que vienen aquí, de los peligros externos y a veces, de su propia curiosidad.”

Karl intercambió una mirada con sus amigos, tratando de descifrar las intenciones de Dorje. “¿Entonces estás aquí para protegernos o para vigilarnos?”

Dorje sonrió levemente, sin dar una respuesta directa. “Quizás un poco de ambas.”

El grupo guardó silencio, comprendiendo que Dorje sabía más de lo que decía. Pero, aunque la desconfianza comenzaba a surgir, también sabían que no podían continuar sin él. El conocimiento de Dorje sobre la región y su habilidad para moverse en el difícil terreno les había salvado ya una vez, y probablemente lo haría de nuevo.

Karl, después de un largo momento de reflexión, decidió que lo mejor era seguir adelante, pero con cautela. Se volvió hacia Dorje. “Gracias por el consejo, Dorje. Seguiremos tu guía, pero no dejaremos de buscar respuestas. Hay algo aquí que necesita ser descubierto, y no nos detendremos hasta encontrarlo.”

Dorje asintió, aceptando la determinación de Karl. “Entonces, lo mejor es que descansemos. Mañana será un día largo, y quien sabe qué más nos depara el Monte Kailash.”

Con esas palabras, la conversación terminó, pero las preguntas sin respuesta seguían flotando en la mente de todos. Mientras se acomodaban para dormir, Karl no podía dejar de pensar en lo que Dorje había dicho. Shambhala, los símbolos, los Anun Ka… Todo parecía conectarse en una red de misterios que apenas comenzaban a desentrañar.

Encuentros Peligrosos.

El sol se había levantado completamente, proyectando largas sombras en el escarpado terreno que el grupo atravesaba. La kora continuaba, y aunque el paisaje era deslumbrante, había una creciente inquietud en el aire. El grupo había notado un número inusual de peregrinos que parecía seguir sus pasos de cerca, especialmente un hombre anciano que Karl había visto varias veces a lo largo del día. No podía sacudirse la sensación de que estaban siendo observados.

El camino, un estrecho sendero de piedras sueltas y tierra, se volvía cada vez más difícil a medida que avanzaban. El grupo estaba a punto de cruzar un pequeño puente improvisado cuando sucedió.

Una roca, aparentemente suelta desde la ladera superior, se desprendió con un estruendo ensordecedor. El tiempo pareció ralentizarse cuando la enorme piedra rodó ladera abajo, causando una avalancha de piedras más pequeñas. Los gritos de pánico de los peregrinos llenaron el aire.

Karl, que estaba adelante, reaccionó instintivamente, saltando hacia un lado mientras la roca pasaba peligrosamente cerca de él. Amir, que estaba detrás de él, apenas tuvo tiempo de agacharse cuando otra roca pasó rozando su cabeza. Ambos hombres se salvaron de milagro.

Sin embargo, no todos tuvieron la misma suerte. El puente cedió bajo la presión de las rocas, y varios peregrinos que intentaban cruzarlo en ese momento cayeron. Los gritos de dolor y desesperación resonaron en el cañón.

Dorje, que había estado observando desde una distancia segura, llegó corriendo hacia el caos. “¡Karl! ¡Amir!” gritó mientras se acercaba. Su rostro mostraba preocupación, pero también una extraña calma, como si ya hubiera anticipado algo así. Ayudó a Karl a levantarse y revisó rápidamente a Amir, quien tenía un pequeño corte en la mejilla pero, por lo demás, estaba ileso.

“Tenemos que ayudar a los heridos,” dijo Karl con voz urgente, aunque temblorosa. “No podemos dejarles aquí.”

Dorje asintió, pero con una expresión sombría. “Sí, pero debemos ser rápidos. Si esto fue un accidente, podríamos estar seguros. Pero si no lo fue…”

Karl lo miró, dándose cuenta de lo que estaba insinuando. “¿Crees que alguien lo provocó?”

“No estoy seguro,” respondió Dorje, mirando alrededor con desconfianza. “Pero en estas montañas, nada es coincidencia.”

Mientras el grupo trataba de ayudar a los peregrinos heridos, quedó claro que algunos no podrían continuar. Los guías locales, preocupados por la seguridad del grupo, tomaron la decisión de regresar al punto de partida. “Es demasiado peligroso seguir adelante con tantos heridos,” dijo uno de ellos. “Volveremos a Darchen. Allí podrán recibir atención médica.”

Karl miró a sus amigos y luego a Dorje. Sentía la urgencia de continuar, pero también sabía que no podía arriesgar la vida de su equipo y de los demás peregrinos. Sin embargo, antes de que pudieran discutirlo más, una figura apareció entre las sombras: el anciano que había estado siguiendo al grupo. Se acercó lentamente a Karl, mirándolo con ojos llenos de sabiduría y misterio.

“No es seguro aquí,” dijo el anciano en un tibetano quebrado por los años. “El monte no perdona a los intrusos. Pero aquellos que buscan con verdadero propósito, encontrarán el camino. Cuidado con los que parecen amigos, pero no lo son.”

El anciano se dio la vuelta y se alejó, dejando a Karl con más preguntas que respuestas. Mientras la nieve comenzaba a caer de nuevo, el grupo supo que la situación se volvía cada vez más peligrosa. Dorje, con un golpe en la cabeza que había minimizado, los instó a moverse rápido.

“Regresaremos por ahora,” dijo Dorje en un tono decidido, “pero esta montaña aún no ha revelado todos sus secretos. Debemos estar preparados para lo que viene.”

El accidente había dejado a todos en estado de shock, y mientras los guías locales discutían sobre la mejor forma de proceder, Karl observó a su alrededor. Entre los peregrinos, notó a un pequeño grupo que parecía más organizado y equipado que el resto. Eran seis o siete personas, todos ciudadanos norteamericanos, guiados por un hombre de tez morena, robusto y con una actitud decidida.

Karl, impulsado por la urgencia de continuar su misión, se acercó al hombre que parecía ser el líder del grupo. Este estaba dando instrucciones a los demás, asegurándose de que todos estuvieran listos para seguir adelante a pesar del reciente accidente.

“Disculpe,” dijo Karl con firmeza, pero respetuosamente, “me he dado cuenta de que ustedes tienen la intención de continuar a pesar de lo que acaba de ocurrir. ¿Sería posible que mis compañeros y yo nos uniéramos a ustedes? Somos cuatro en total, y tenemos mucha experiencia en este tipo de expediciones.”

El hombre lo miró de arriba abajo, evaluando tanto a Karl como a sus palabras. “¿Y qué los trae por aquí?” preguntó con tono desconfiado. “Este no es un lugar para turistas casuales.”

Karl, consciente de la necesidad de ser cauteloso, optó por la verdad a medias. “Somos investigadores, interesados en las historias y leyendas del Monte Kailash. No tenemos intención de interferir con su grupo, solo queremos continuar nuestra travesía. De todos modos, parece que sus guías no están dispuestos a seguir.”

El hombre se quedó en silencio un momento, considerando la propuesta. Luego, asintió lentamente. “Bien, pueden venir. Pero sigan nuestras reglas y no se separen del grupo. Aquí no hay lugar para errores.”

Karl agradeció y rápidamente volvió con sus compañeros para darles la noticia. “Nos unirán a su grupo,” dijo, sin ocultar el alivio en su voz. “Podremos seguir adelante.”

Amir levantó una ceja, con su característico sarcasmo. “¿Y cómo sabemos que no nos estamos metiendo en más problemas? Ya sabes lo que dicen, ‘de la sartén al fuego.’”

Sara intervino, asintiendo hacia el grupo de norteamericanos. “Parecen bien preparados. Quizás esta sea nuestra mejor oportunidad.”

Dorje, quien había estado observando la interacción de cerca, se acercó al grupo. “Será peligroso continuar, pero si eso es lo que deciden, estaré con ustedes.” Su voz era firme, pero Karl notó un matiz de preocupación en sus ojos.

Con la decisión tomada, el grupo se unió a los norteamericanos y continuaron su travesía, mientras las nubes amenazaban con volver a cubrir el cielo y el aire helado comenzaba a morder sus pieles nuevamente. A medida que avanzaban, la tensión aumentaba, y Karl no podía dejar de preguntarse qué les esperaba más adelante, y si habían tomado la decisión correcta al seguir adelante.

Descubrimiento Inquietante.

Mientras el grupo avanzaba en silencio, Karl no podía dejar de pensar en los eventos recientes. La decisión de continuar con los norteamericanos había sido precipitada, pero no había otra opción viable. Aun así, algo no encajaba del todo.

Durante un breve descanso, Karl se sentó en una roca para ajustar las correas de su mochila. Al levantar la vista, notó que una de las mochilas de los norteamericanos, ligeramente abierta, dejaba entrever su contenido. Fue un destello de metal lo que primero llamó su atención. Entre las mantas y provisiones asomaban varios dispositivos que le resultaban familiares: escáneres de masa, un espectrómetro de luz infrarroja y algunos otros instrumentos tecnológicos avanzados que no reconoció de inmediato.

Karl sintió cómo su estómago se hundía al darse cuenta de lo que había visto. Estos no eran simples peregrinos. Los equipos que llevaba el grupo eran herramientas científicas avanzadas, diseñadas para analizar materiales y estructuras en detalle. ¿Qué hacían con ellos en medio de una kora?

Justo cuando su mente comenzaba a elaborar posibles explicaciones, una mujer alta y rubia, parte del grupo norteamericano, notó que Karl estaba mirando. Con movimientos rápidos, cerró la mochila, cubriendo el equipo y lanzando una mirada fría y sospechosa a su alrededor. Era evidente que no quería que nadie más viera lo que llevaban.

Karl apartó la vista de inmediato, tratando de parecer distraído, pero su mente no dejaba de darle vueltas a lo que acababa de descubrir. Ahora sabía que este grupo de peregrinos no era lo que parecía, y su intuición le decía que estaba en medio de algo mucho más grande y peligroso de lo que había anticipado. Se giró ligeramente hacia Amir, Sara, y Tomás, que estaban cerca, y les susurró apenas audiblemente: “Tenemos que hablar… después.”

La misión en el Monte Kailash se estaba volviendo cada vez más misteriosa y peligrosa. El camino por delante estaba lleno de incertidumbres, y Karl no podía evitar sentir que las verdaderas pruebas aún estaban por comenzar.

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