Shambhala la Ciudad Perdida.
El Misterio del Monte Kailash.
El viento soplaba con fuerza en las alturas del Himalaya, cargado de un susurro que parecía contener los secretos de eras olvidadas. A los pies del imponente Monte Kailash, una figura envuelta en un abrigo gastado clavó su mirada en la cima cubierta de nubes, como si el mismo cielo se negara a revelar el misterio que protegía.
Karl Máser, historiador, arqueólogo y aventurero, no era ajeno a los mitos, pero esta vez no se trataba de una simple leyenda. Los fragmentos de pergaminos que había descifrado en monasterios olvidados y las historias que había arrancado a monjes reacios hablaban de un lugar más antiguo que la historia misma: Shambhala, la ciudad eterna. Un reino escondido entre dimensiones, donde el tiempo fluía de manera distinta y la sabiduría de los antiguos permanecía intacta.
Las noches anteriores a su llegada habían estado plagadas de sueños inquietantes: un río de luz que se desvanecía al alba, un trono de cristal rodeado de sombras danzantes, y un eco, siempre el mismo, que susurraba su nombre. Pero el profesor Karl Máser sabía que los sueños eran sólo el principio. La clave de Shambhala no se hallaba en mapas, sino en señales que sólo los valientes —o los insensatos— podían seguir.
Con cada paso hacia el Monte Kailash, la realidad parecía volverse más tenue, como si la misma montaña probara su determinación. Los lugareños lo miraban con cautela, murmurando advertencias sobre guardianes invisibles y portales que sólo se abrían a quienes llevaban un corazón puro… o una mente decidida a enfrentar lo inimaginable.
Karl ajustó su mochila miro a sus compañeros inseparables de aventura y respiró profundamente. Este no era un viaje para desenterrar tesoros ni reliquias. Esto era algo más grande, algo que desafiaba las leyes del universo y las de su propia cordura. Y aún así, la pregunta que lo atormentaba no era si encontraría Shambhala, sino si estaba preparado para lo que hallaría al cruzar sus puertas.
El Monte Kailash aguardaba, y con él, el umbral de lo desconocido.
Capítulo 1: “La Leyenda del Monte Prohibido”.
En el corazón de la Universidad de Heidelberg, un lugar donde los ecos del pasado se entrelazan con los susurros del presente, se encontraba el despacho del profesor Karl MASER. A sus cuarenta años, Karl era un hombre enigmático, con una mirada profunda y una mente afilada como un bisturí. Su especialidad en lenguas antiguas y su reputación como historiador e investigador lo habían convertido en una figura respetada en el ámbito académico y más allá.
El despacho de Karl era un reflejo de su vida y sus pasiones. Las paredes estaban cubiertas de estanterías repletas de libros antiguos, manuscritos y artefactos de civilizaciones perdidas. En un rincón, una réplica de la Piedra de Rosetta descansaba junto a un fragmento de un códice maya, mientras que, en otro, una colección de mapas antiguos detallaba rutas comerciales olvidadas y territorios inexplorados.
Karl había ganado notoriedad internacional tras sus investigaciones sobre los misterios de Teotihuacán y la Esfinge de Egipto. En Teotihuacán, había desenterrado pruebas que sugerían la influencia de seres de otra galaxia, los Anun Ka, en la construcción de las pirámides. Esta revelación había sacudido los cimientos de la arqueología tradicional y había capturado la imaginación del público. En Egipto, sus descubrimientos sobre la Esfinge habían desvelado secretos ocultos durante milenios y habían salvado la humanidad de un desastre global, consolidando su reputación como un investigador audaz y visionario.
A pesar de su éxito, Karl no era un hombre que se dejara llevar por la fama. Su verdadera pasión residía en desentrañar los enigmas del pasado y comprender las conexiones ocultas entre las civilizaciones antiguas. Esta dedicación le había ganado el apoyo de instituciones poderosas, incluido el Pentágono, que veía en sus investigaciones un potencial estratégico invaluable.
Una tarde lluviosa, mientras Karl revisaba unos pergaminos antiguos, recibió una carta que cambiaría el curso de su vida. La carta, escrita con una caligrafía temblorosa, provenía de su viejo colega, el Dr. HENRY Bauer, quien había desaparecido misteriosamente mientras investigaba en el Tíbet. HENRY y Karl habían compartido muchas aventuras y descubrimientos, y la noticia de su desaparición había dejado una profunda cicatriz en el corazón de Karl.
La carta mencionaba una antigua leyenda tibetana que relacionaba el Monte Kailash con un portal hacia otras dimensiones. HENRY había encontrado pistas que sugerían la veracidad de esta leyenda y había dejado coordenadas y notas detalladas sobre su investigación. Karl sintió un escalofrío recorrer su espalda mientras leía las palabras de su amigo. La posibilidad de descubrir un portal hacia otras dimensiones era una tentación irresistible para un hombre de su calibre.
Con la carta en la mano, Karl se levantó y miró por la ventana de su despacho. La lluvia golpeaba los cristales con fuerza, como si el universo mismo estuviera tratando de enviarle un mensaje. Sabía que debía ir al Tíbet, no solo para resolver el misterio de la desaparición de HENRY, sino también para desentrañar uno de los mayores enigmas de la humanidad.
Así, con el corazón lleno de determinación y la mente agitada por las posibilidades, Karl MASER se preparó para embarcarse en una nueva aventura, una que lo llevaría a los confines del mundo conocido y más allá, hacia los secretos ocultos del Monte Kailash y la ciudad perdida de Shambhala.
Karl MASER, aún con la carta de HENRY en la mano, notó algo inusual en el sobre. Al fondo, casi oculto entre los pliegues del papel, había una pequeña micro SD. Su corazón latió con fuerza mientras la extraía con cuidado. ¿Qué secretos podría contener este diminuto dispositivo?
Con manos temblorosas, Karl insertó la micro SD en su computadora portátil. La pantalla parpadeó y, tras unos segundos de espera que parecieron eternos, apareció una carpeta con varios archivos. Había notas, coordenadas, pistas y algunas fotos. Pero lo que más llamó su atención fue un pequeño video etiquetado como “URGENTE”.
Karl hizo clic en el video y la imagen de HENRY apareció en la pantalla. Su viejo amigo lucía cansado y preocupado, con ojeras profundas y una expresión de urgencia en su rostro.
“Hola, Karl”, comenzó HENRY, su voz temblorosa. “Si estás viendo esto, significa que algo ha salido terriblemente mal. No sé quién, pero alguien está tratando de sabotear mi investigación. Han dañado nuestros equipos y han puesto en peligro nuestras vidas y la expedición.”
HENRY hizo una pausa, mirando a su alrededor como si temiera ser escuchado. “He dejado todas las notas y coordenadas que he podido recopilar en esta micro SD. Las pistas que he encontrado son asombrosas, Karl. El Monte Kailash podría ser la clave para descubrir un portal hacia otras dimensiones. Pero hay fuerzas que no quieren que lleguemos a la verdad.”
La imagen de HENRY se volvió más borrosa, y su voz se quebró. “Si algo me pasa, te pido que continúes con la búsqueda. El mundo necesita saber la verdad. Confío en ti, Karl. Eres el único que puede hacerlo.”
El video terminó abruptamente, dejando a Karl en un silencio sepulcral. Las palabras de HENRY resonaban en su mente, llenándolo de una mezcla de determinación y temor. Sabía que debía continuar con la investigación, no solo por su amigo, sino por el bien de la humanidad.
Karl revisó las notas y las fotos. Había imágenes de antiguos manuscritos tibetanos, mapas detallados del Monte Kailash y coordenadas precisas que HENRY había marcado. Cada pista parecía llevarlo más cerca de un descubrimiento monumental.
Con una nueva determinación, Karl comenzó a planificar su viaje al Tíbet. Sabía que no sería fácil, y que los peligros eran reales. Pero también sabía que no podía dar marcha atrás. La verdad estaba ahí fuera, esperando ser descubierta, y él estaba dispuesto a arriesgarlo todo para encontrarla.
Así, con la micro SD guardada cuidadosamente en su bolsillo y la carta de HENRY como guía, Karl MASER se preparó para embarcarse en la aventura más peligrosa y reveladora de su vida. El Monte Kailash y la ciudad perdida de Shambhala lo esperaban, con todos sus misterios y peligros.
El profesor Karl MASER sabía que no podía emprender esta peligrosa misión solo. Necesitaba la ayuda de personas en las que confiaba plenamente, expertos en sus respectivos campos que pudieran enfrentar los desafíos que se avecinaban. Decidió contactar a tres viejos amigos y colaboradores que se encontraban en El Cairo: la doctora Sara Ibrahim, Tomás y Amir al Sayad.
La Doctora Sara Ibrahim.
Sara era una arqueóloga egipcia de renombre, con un vasto conocimiento en civilizaciones antiguas y una habilidad innata para descifrar lenguas muertas. Karl la había conocido durante su investigación en la Esfinge de Egipto, y desde entonces habían mantenido una estrecha amistad. Sara era una mujer de gran inteligencia y determinación, siempre dispuesta a enfrentar lo desconocido.
Karl tomó su teléfono y marcó el número de Sara. Después de unos tonos, la voz familiar de Sara respondió.
—Karl, ¡qué sorpresa! —dijo Sara con entusiasmo.
—Sara, necesito tu ayuda. He recibido una carta de HENRY. Está en problemas en el Tíbet y necesito ir allí para continuar su investigación. voy a pedirle a tómas que también nos acompañe. ¿Puedes unirte a mí?
Hubo una breve pausa antes de que Sara respondiera.
—Por supuesto, Karl. Sabes que siempre estoy dispuesta a ayudarte. ¿Cuándo partimos?
Tomás, el Ingeniero.
Tomás era un ingeniero brillante, experto en tecnología y logística. Había trabajado con Karl en varias expediciones, asegurándose de que todos los equipos funcionaran a la perfección. Su habilidad para resolver problemas técnicos era insuperable, y Karl sabía que no podría prescindir de él en esta misión. recientemente se había casado con sara.
Karl llamó a Tomás y le explicó la situación.
—Tomás, necesito tu ayuda para una expedición al Tíbet. HENRY está en peligro y debemos continuar su trabajo. ya le pedí a Sara que me acompañe. ¿Puedes venir?
Tomás, siempre pragmático, respondió sin dudar.
—Cuenta conmigo, Karl. Prepararé todo el equipo necesario. Nos vemos en El Cairo.
Amir al Sayad, el Investigador.
Amir era un investigador de mente brillante, conocido por su buen humor y su sarcasmo. Había trabajado con Karl en varias ocasiones, y su capacidad para pensar fuera de lo común había sido crucial en muchas investigaciones. Amir era el tipo de persona que podía encontrar una solución creativa a cualquier problema.
Karl envió un mensaje a Amir, sabiendo que su amigo respondería rápidamente.
—Amir, necesito tu ayuda para una misión en el Tíbet. HENRY está en problemas y debemos continuar su investigación. ¿Estás disponible?
La respuesta de Amir llegó casi de inmediato.
—Karl, sabes que no puedo resistirme a una buena aventura. Además, alguien tiene que mantener el buen humor en el equipo. Nos vemos en El Cairo.
Reunión en El Cairo.
Con sus amigos confirmados, Karl se dirigió a El Cairo para reunirse con ellos. La ciudad, con su mezcla de historia antigua y vida moderna, siempre había sido un lugar de encuentro para el equipo. Se encontraron en un café cerca de las pirámides, un lugar que les traía buenos recuerdos de sus aventuras pasadas.
—Es bueno verlos a todos —dijo Karl, mirando a sus amigos con gratitud.
—¿Qué sabemos sobre el Tíbet? —preguntó Sara, siempre directa al grano.
Karl les mostró la carta de HENRY y la micro SD. Juntos, revisaron las notas, las coordenadas y las fotos, planificando cada detalle de la expedición. Sabían que el viaje sería peligroso, pero también sabían que estaban preparados para enfrentar cualquier desafío.
Con el equipo reunido y los preparativos en marcha, Karl MASER y sus amigos se embarcaron en una nueva aventura, listos para desentrañar los misterios del Monte Kailash y la ciudad perdida de Shambhala.
Llegada al Tíbet: Primeros Obstáculos.
El avión aterrizó con un suave chirrido en la pista del Aeropuerto Internacional Tribhuvan de Katmandu. Karl MASER, con su mirada fija y decidida, descendió del avión seguido de sus tres compañeros: la doctora Sara, Tomás y Amir. un aire frío y delgado les golpeó el rostro, recordándoles que estaban en un lugar donde la naturaleza imponía sus propias reglas. estamos a mediados de octubre y el clima hoy está particularmente frio.
Desde el primer momento, Karl sintió una tensión palpable en el ambiente. Las autoridades locales, con sus uniformes oscuros y miradas desconfiadas, los recibieron con una frialdad que no dejaba lugar a dudas: no eran bienvenidos. Un oficial de inmigración, de rostro severo y ojos penetrantes, revisó sus documentos con una lentitud exasperante, como si buscara cualquier excusa para negarles la entrada.
—¿Motivo de su visita? —preguntó el oficial, sin levantar la vista de los pasaportes.
—Investigación académica —respondió Karl con voz firme, tratando de ocultar su impaciencia.
El oficial levantó una ceja, claramente escéptico. Tras unos minutos que parecieron eternos, finalmente les permitió pasar, pero no sin antes advertirles que debían respetar las leyes locales y no causar problemas.
Una vez fuera del aeropuerto, el equipo se encontró con un paisaje impresionante pero inhóspito. Las montañas nevadas se alzaban majestuosas contra el cielo azul, y el viento helado soplaba con fuerza, haciendo que cada paso fuera un desafío. Karl no podía evitar sentir una mezcla de admiración y aprensión. Sabía que el camino hacia el Monte Kailash y la ciudad perdida de Shambhala no sería fácil.
El primer obstáculo no tardó en presentarse. Al llegar a su hotel, descubrieron que sus reservas habían sido canceladas misteriosamente. El recepcionista, un hombre joven y nervioso, les informó que no había habitaciones disponibles y que debían buscar otro lugar para quedarse. Karl sospechó inmediatamente que esto no era una simple coincidencia.
—Alguien no quiere que estemos aquí —murmuró Amir, con su característico tono sarcástico, mientras recogían sus maletas y se dirigían a la calle.
Sara, siempre práctica, sugirió que buscaran un alojamiento alternativo en una zona menos concurrida. Después de varias horas de búsqueda, finalmente encontraron un pequeño hostal en las afueras de la ciudad. El dueño, un anciano amable y de pocas palabras, les ofreció habitaciones modestas pero limpias.
Esa noche, mientras se acomodaban en sus habitaciones, Karl revisó nuevamente las notas y coordenadas de HENRY. Sabía que cada minuto contaba y que debían moverse con rapidez. Sin embargo, la hostilidad de las autoridades locales y los obstáculos inesperados le hacían preguntarse si realmente estaban preparados para lo que les esperaba.
A la mañana siguiente, el equipo se reunió en el comedor del hostal para planificar sus próximos pasos. Karl decidió que debían dirigirse primero a un monasterio cercano, donde esperaba encontrar más información sobre la leyenda del Monte Kailash y el portal hacia otras dimensiones. Sin embargo, no podían ignorar la posibilidad de que estuvieran siendo vigilados.
—Debemos ser cautelosos —advirtió Karl, mirando a sus amigos con seriedad—. No sabemos quién está detrás de todo esto, pero no podemos permitir que nos detengan.
Con renovada determinación, el equipo se preparó para enfrentar los desafíos que les aguardaban en su búsqueda de la verdad. Sabían que el camino sería arduo y peligroso, pero estaban dispuestos a arriesgarlo todo por descubrir los secretos ocultos en las montañas del Tíbet.
El crepúsculo se cernía sobre los jardines del pequeño hostal, situado en las afueras de Katmandú. Un silencio casi palpable envolvía el lugar, roto solo por el susurro del viento entre los árboles y el distante sonido de un río que corría cerca. El grupo había encontrado refugio en este sitio improvisado después de descubrir, con cierta inquietud, que su reserva en el hotel había sido inexplicablemente cancelada. Ahora, sentados en un círculo en el jardín, la preocupación y la tensión se reflejaban en sus rostros mientras discutían los extraños eventos que habían comenzado a nublar su expedición.
Karl, con su mirada fija en el horizonte, rompió el silencio. “No puede ser una coincidencia”, dijo, su voz cargada de una mezcla de sospecha y determinación. “La cancelación de la reserva… es casi como si alguien supiera que veníamos.”
Sara, que había estado observando la vegetación, se volvió hacia Karl. “Si alguien está tratando de dificultarnos el viaje, estamos ante algo mucho más grande de lo que habíamos anticipado”, comentó, su tono sereno pero lleno de preocupación.
Tomás, siempre el pragmático, estaba revisando su equipo. “Podría ser un simple error… pero con todo lo que nos ha pasado desde que recibimos esa carta, no creo en las casualidades”, dijo mientras ajustaba su mochila. “Necesitamos planear nuestro próximo movimiento con más cuidado.”
Amir, con su habitual sarcasmo, intentó aligerar la situación. “Bueno, al menos este hostal tiene su encanto rústico. Y el té tibetano no está nada mal.” Pero debajo de su tono despreocupado, también estaba alerta. Era evidente que el grupo había sido puesto a prueba desde su llegada, y las dudas comenzaban a infiltrarse en sus pensamientos.
La conversación cambió entonces hacia la logística del viaje. “El vuelo a Lhasa es la opción más rápida, pero podría ser riesgoso si alguien ya está tratando de seguirnos o detenernos”, sugirió Sara, mientras consultaba su mapa del Tíbet.
“Por tierra sería más seguro, pero tardaríamos días en llegar”, añadió Tomás, considerando las rutas posibles. “Pero al menos podríamos mantenernos bajo el radar.”
Karl asintió, pensativo. “Lo más importante es llegar a Lhasa lo antes posible y sin llamar la atención. Sea por aire o por tierra, necesitamos estar un paso adelante de quien sea que esté detrás de esto.”
Mientras la noche comenzaba a envolver el jardín en sombras, el grupo tomó su decisión, conscientes de que cada paso debía ser meticulosamente planeado. A pesar de las incertidumbres, compartían una convicción inquebrantable: no abandonarían la misión. Con la promesa de descubrir los secretos que el Monte Kailash ocultaba, se prepararon para lo que sería una de las etapas más críticas de su aventura.
El grupo seguía reunido en los jardines del hostal, todavía analizando sus opciones para llegar a Lhasa por tierra. Mientras discutían las rutas posibles, un hombre mayor, de piel curtida por el sol y con un aire enigmático, se acercó. Vestía ropas simples pero resistentes, y llevaba un sombrero que casi ocultaba sus ojos penetrantes.
“Disculpen la intromisión”, dijo con voz ronca pero educada. “No pude evitar escuchar que buscan un medio para llegar a Lhasa. Soy Dorje, y podría ayudarlos a llegar allí… si están dispuestos a pagar bien.”
Karl lo miró con cautela. “¿Y qué te hace pensar que necesitamos tu ayuda?”
Dorje esbozó una sonrisa. “He llevado a muchos viajeros por esas rutas. Conozco el camino como la palma de mi mano. Y mi vehículo, una vieja, pero confiable camioneta, está equipada para cualquier eventualidad. Podríamos partir mañana al amanecer.”
Sara, con una mezcla de curiosidad y precaución, intervino. “¿Por qué estarías dispuesto a ayudarnos? ¿Qué ganas tú?”
Dorje se encogió de hombros. “En esta parte del mundo, el dinero es siempre útil. Pero más allá de eso, digamos que estoy interesado en los secretos que buscan. El Monte Kailash guarda misterios que muchos hemos oído, pero pocos hemos visto. Podría ser interesante estar cerca de aquellos que podrían descubrir lo que otros han pasado siglos buscando.”
El grupo intercambió miradas. La propuesta de Dorje era tentadora, pero también arriesgada. Aun así, el tiempo apremiaba, y esta parecía ser su mejor opción.
Karl, después de un momento de deliberación, asintió. “Está bien, Dorje. Nos llevas a Lhasa, y te pagaremos por el viaje. Pero si descubro que tienes intenciones ocultas, lo lamentarás.”
Dorje sonrió nuevamente, esta vez con una pizca de misterio en sus ojos. “No se preocupen, profesor. Mis intenciones son tan claras como las suyas.”
Con ese acuerdo sellado, el grupo se preparó para lo que sería una travesía de 5 días llena de peligros y revelaciones. Mientras la noche caía, un leve presentimiento de desconfianza se cernía sobre ellos, pero la promesa de llegar a su destino y desentrañar los secretos del Monte Kailash era más fuerte que cualquier temor.
Primer dia. el Pueblo de Kodari.
El amanecer apenas comenzaba a teñir el horizonte cuando Karl y su equipo, junto a Dorje, se prepararon para partir. El aire frío de la mañana les dio la bienvenida mientras cargaban sus mochilas y equipo en la parte trasera de la robusta camioneta de Dorje. A pesar de las dudas, el grupo estaba decidido a seguir adelante con la expedición.
El motor rugió al encenderse, y la camioneta comenzó a moverse lentamente por las estrechas calles de Katmandú, aún medio dormidas. A medida que avanzaban hacia el este, las primeras luces del día revelaban la majestuosidad del paisaje montañoso que rodeaba la capital nepalí. Las calles pronto se transformaron en un camino serpenteante que ascendía hacia las alturas, alejándolos del bullicio de la ciudad.
Travesía hacia Kodari: El primer desafío.
El objetivo del día era llegar a Kodari, un pequeño pueblo situado cerca de la frontera entre Nepal y Tíbet, a unos 115 kilómetros de Katmandú. Kodari era conocido por ser un punto de cruce clave entre ambos países, pero también por sus difíciles condiciones de acceso.
Mientras ascendían, el camino se volvía cada vez más desafiante. Los estrechos caminos de montaña, bordeados por precipicios y acantilados, exigían la máxima concentración de Dorje, quien manejaba con habilidad a pesar de las dificultades. El clima, que había empezado despejado, pronto comenzó a mostrar señales de cambio. Nubes grises se amontonaban en el cielo, prometiendo una posible lluvia.
“Este camino no es para los débiles”, comentó Amir desde el asiento trasero, intentando romper la tensión con su típico humor sarcástico. “Espero que no tengamos que empujar la camioneta.”
Tomás, que estaba sentado junto a Dorje, mantenía los ojos fijos en la carretera. “Deberíamos llegar a Kodari antes del mediodía si todo va bien. Pero no podemos bajar la guardia. Estas montañas son traicioneras.”
La conversación se detuvo cuando la camioneta giró una curva y se encontraron con un derrumbe reciente. Rocas y tierra bloqueaban parcialmente el camino, obligándolos a detenerse. Dorje frunció el ceño, pero no mostró sorpresa. “Esto pasa a menudo por aquí. Tendremos que limpiarlo un poco para poder pasar.”
El grupo descendió del vehículo y comenzó a mover las rocas más pequeñas. Tomás y Karl utilizaron palancas para apartar las piedras más grandes mientras Sara y Amir vigilaban los alrededores. La tarea les tomó más de una hora, pero finalmente despejaron lo suficiente como para continuar. La sensación de peligro inminente era palpable, pero también lo era la determinación de seguir adelante.
Llegada a Kodari: Un refugio necesario.
Después de varias horas de travesía, con el clima empeorando y la lluvia empezando a caer, llegaron finalmente a Kodari. El pequeño pueblo estaba envuelto en una niebla espesa que hacía que las pocas luces visibles parpadearan como fantasmas en la distancia. El ambiente era húmedo y frío, y el sonido del río Bhote Koshi, que corría cerca, llenaba el aire.
Encontraron un pequeño hostal donde pasar la noche. El lugar era modesto, con habitaciones básicas y un comedor rústico, pero era un refugio bienvenido después del largo día. El dueño del hostal, un hombre anciano y amable, les ofreció una sopa caliente y un lugar junto al fuego para secarse.
Mientras se acomodaban en el hostal, el grupo discutió los eventos del día y sus planes para la jornada siguiente. A pesar de los desafíos, se sentían más unidos y determinados. El primer día de su travesía hacia Lhasa había sido solo un adelanto de lo que les esperaba, pero estaban preparados para lo que viniera.
Después de cenar, el grupo se reunió en una pequeña sala común del hostal. La chimenea crepitaba suavemente, brindando un calor reconfortante mientras la lluvia golpeaba el techo de manera constante. Se sentaron en los sofás desgastados, envueltos en mantas, intentando relajarse tras el agotador día de viaje.
Sara se acomodó al lado de Tomás, apoyando la cabeza en su hombro. “¿Recuerdas cuando te dije que esta sería una aventura emocionante?” dijo con una sonrisa. “No mencionaste nada sobre mover rocas bajo la lluvia,” respondió Tomás en tono de broma, acariciando su cabello. “Pero tengo que admitir que prefiero esto a un día aburrido en el laboratorio.”
Amir, sentado frente a ellos con una taza de té en la mano, soltó una risa suave. “Tomás, me sorprende que todavía no hayas diseñado alguna máquina para quitar esos obstáculos del camino. Quizá algo con láseres… o mejor, algo que haga todo el trabajo mientras tú tomas una siesta.”
Tomás respondió con una sonrisa irónica. “Lo tendré en cuenta para la próxima vez, Amir. Quizá deberías ser tú quien invente algo, como un sarcasmómetro para medir tu propio nivel de sarcasmo.”
“Lo que haría estallar cualquier aparato, dado lo alto que es,” añadió Sara, uniéndose a las bromas.
Karl, que había estado en silencio mientras observaba el fuego, finalmente habló. “Hoy ha sido duro, pero también nos ha mostrado que este viaje no será fácil. Sin embargo, estoy convencido de que estamos en el camino correcto. Henry no habría dejado todo esto si no fuera importante. Pero debemos estar preparados para lo inesperado.”
El grupo asintió en silencio, entendiendo la seriedad de sus palabras. “Mañana será otro día largo,” continuó Karl. “Descansad bien, porque necesitaremos toda nuestra energía. Tengo la sensación de que las cosas se pondrán aún más difíciles a medida que nos acerquemos a Lhasa.”
“¿Y cómo vamos a dormir con todo este suspense en el aire?” dijo Amir en tono jocoso, intentando aligerar la tensión. “¿Puedo pedir un cuento de buenas noches, Karl?”
“Claro,” respondió Karl con una sonrisa. “Había una vez un equipo de valientes exploradores que se adentraron en tierras misteriosas, enfrentando desafíos a cada paso. ¿El final? Aún está por escribirse, pero sé que será épico.”
Con risas y palabras de aliento, el grupo se preparó para retirarse a sus habitaciones. A pesar de las bromas, había una inquietud palpable en el aire. Sabían que el viaje no sería sencillo, y cada uno en su interior se preguntaba qué les depararía el siguiente día.
Mientras las luces se apagaban en el pequeño hostal, el sonido de la lluvia continuaba, como un recordatorio constante de las fuerzas de la naturaleza que estaban a punto de enfrentar.
Segundo Día: La Tormenta y el Refugio en la Cueva.
El día comenzó con un tono de aventura y un clima favorable mientras Karl y su equipo dejaban Kodari atrás. Los caminos de montaña se desplegaban ante ellos, y la vegetación comenzó a disminuir, dejando paso a un paisaje más rocoso y hostil. La ruta era desafiante, pero Dorje conducía con una destreza que inspiraba confianza.
Sara, sentada junto a Karl en la parte trasera de la camioneta, no pudo evitar comentar la belleza del entorno. “Es asombroso pensar que este lugar ha sido un cruce de culturas durante milenios, y aquí estamos, siguiendo las huellas de los antiguos.”
Tomás, siempre dispuesto a añadir un toque de humor, respondió: “Espero que los antiguos no se encuentren con nosotros hoy. Prefiero no toparme con ningún fantasma tibetano.”
La risa en la camioneta alivió la tensión momentáneamente, pero a medida que se acercaban a la frontera con Tíbet, las nubes comenzaron a oscurecer el cielo.
La Tormenta: Lucha contra los Elementos.
Casi de forma repentina, una tormenta comenzó a formarse, con el viento aullando a través de las montañas y la nieve cayendo de manera intensa. El clima, que había sido su aliado en la primera parte del viaje, se convirtió en su peor enemigo. Dorje, con el ceño fruncido, disminuyó la velocidad. “El camino se volverá más peligroso. Tenemos que encontrar un lugar para refugiarnos.”
La situación empeoró rápidamente. La visibilidad era casi nula, y el camino serpenteante comenzaba a ser cubierto por la nieve, haciendo que la camioneta derrapara en algunos tramos. Karl y el resto del equipo se aferraban a sus asientos, conscientes de que cada kilómetro recorrido era una batalla contra la naturaleza.
Finalmente, Dorje divisó una abertura en el costado de una montaña, una cueva que parecía lo suficientemente grande como para ofrecerles protección. “Allí, podemos refugiarnos hasta que pase la tormenta.”
Refugio en la Cueva: Pesadillas y Visiones.
La cueva era oscura y húmeda, pero proporcionaba el abrigo necesario contra la feroz tormenta que azotaba fuera. Encendieron linternas y desplegaron algunas mantas para mantenerse calientes. La sensación de alivio fue palpable, pero pronto se vio eclipsada por una extraña inquietud.
Mientras la noche avanzaba, la cueva comenzó a mostrar su naturaleza más misteriosa. El eco de la tormenta en las montañas se mezclaba con sonidos que parecían emanar de lo más profundo de la tierra. Karl, sentado junto al fuego improvisado, sintió un escalofrío que no tenía nada que ver con el frío exterior.
La tensión en el ambiente se manifestó en sueños inquietantes. Amir fue el primero en gritar en medio de la noche, despertando al grupo. “¡Las sombras! ¡Estaban en todas partes!” exclamó, con sudor frío en la frente.
Sara, que había estado durmiendo al lado de Tomás, también parecía haber tenido un mal sueño. “Vi algo… no puedo explicarlo. Eran figuras, como monjes, pero sus ojos… había algo en sus ojos.”
Tomás, tratando de calmarla, bromeó: “Seguro que fue solo la cena de montaña, cariño. Sabes que esas latas de comida siempre me dan pesadillas.”
Pero Karl no estaba tan seguro. Había visto algo en su propia mente, algo que les recordaba a las leyendas que había estudiado sobre el Monte Kailash y su conexión con otros mundos. Sin embargo, decidió no compartirlo con el grupo en ese momento, sabiendo que la situación ya era lo suficientemente tensa.
Mientras la tormenta continuaba afuera, el equipo intentó volver a dormir, aunque el descanso era difícil de conseguir. En la oscuridad de la cueva, cada sonido y cada sombra parecía tener un significado oculto, y Karl se preguntaba si su viejo amigo Henry también había experimentado lo mismo en su búsqueda.
Día 3: Camino hacia el Monasterio.
El sol se alzaba tímidamente sobre las montañas, iluminando el paisaje cubierto de nieve mientras el equipo de Karl Mayer salía de la cueva. La tormenta había pasado, dejando tras de sí un manto blanco que cubría el camino y las montañas a su alrededor. A pesar del frío cortante, el clima despejado de la mañana les devolvió algo de esperanza. La visibilidad era excelente, y el aire fresco les infundía energías renovadas para continuar su travesía hacia Lhasa.
Dorje, el experimentado conductor tibetano, maniobraba con cautela por el camino montañoso, evitando las zonas más peligrosas donde la nieve se acumulaba. “Hoy será un día difícil, pero si avanzamos bien, podremos llegar a un lugar seguro antes de que anochezca”, dijo, con la mirada fija en la ruta.
La Nieve y el Monasterio.
A medida que avanzaba el día, la nieve comenzó a caer de nuevo, primero de manera ligera, pero con el paso de las horas, se volvió más persistente. Los rostros de los expedicionarios mostraban preocupación; la nieve no solo ralentizaba su progreso, sino que también hacía que los caminos fueran más peligrosos.
Dorje, notando la creciente inquietud del grupo, sugirió: “Hay un monasterio no muy lejos de aquí. Los monjes son conocidos por su hospitalidad. Podríamos pasar la noche allí y continuar cuando el clima mejore.”
El grupo aceptó la sugerencia con alivio. A medida que se acercaban al monasterio, la figura imponente del edificio comenzó a delinearse entre la niebla y la nieve, con sus muros de piedra gris y techos adornados con banderas de oración multicolores que ondeaban en el viento. El monasterio estaba encaramado en un promontorio rocoso, vigilando el valle como un guardián ancestral.
Hospitalidad y Sabiduría Ancestral.
Los monjes los recibieron con amabilidad y les ofrecieron refugio en el interior cálido del monasterio, donde un fuego ardía en una gran chimenea central. Sentados alrededor del fuego, Karl, Sara, Tomás, Amir y Dorje fueron invitados a compartir una comida sencilla pero reconfortante: un estofado tibetano tradicional acompañado de té de mantequilla.
Después de la cena, uno de los monjes más ancianos, cuyo rostro estaba surcado por profundas arrugas, se acercó al grupo. Hablaba un tibetano pausado y solemne, que Dorje traducía con precisión. “El Monte Kailash es un lugar sagrado, más allá de lo que los ojos pueden ver y la mente puede comprender. Es la morada de los dioses, un lugar donde el mundo terrenal y el espiritual se entrelazan.”
Los expedicionarios escuchaban con atención, fascinados por las palabras del monje. El anciano continuó: “Se dice que quienes ascienden la montaña sin la debida pureza de corazón o con intenciones egoístas, no solo pierden su camino físico, sino también su alma. Sin embargo, aquellos que buscan la verdad, la encontrarán. Pero deben estar preparados para enfrentar las revelaciones que el monte ofrece.”
Karl sintió un escalofrío recorrer su columna vertebral. ¿Qué revelaciones les esperaban en el Monte Kailash? ¿Y qué significaban las advertencias del monje en relación con su misión? Estas preguntas lo inquietaron profundamente, pero sabía que no podría obtener todas las respuestas en ese momento.
La conversación se desvió hacia otras leyendas y relatos sobre el Monte Kailash, mientras el grupo intentaba descansar, aunque la preocupación por lo que les esperaba en los días siguientes se cernía sobre ellos. Antes de retirarse a dormir, Dorje les advirtió que deberían partir al amanecer, ya que la nieve podría empeorar y dificultar aún más el camino a Lhasa.
Noche Inquieta.
El grupo intentó descansar en las habitaciones que les fueron asignadas, pero la atmósfera cargada del monasterio y las historias que habían escuchado resonaban en sus mentes. Karl se quedó despierto un rato más, reflexionando sobre las palabras del monje anciano. Sabía que su camino hacia el Monte Kailash no solo sería una prueba física, sino también espiritual.
Día 4: Aproximación a Lhasa.
El amanecer sobre las montañas tibetanas trajo consigo un frío penetrante, pero el cielo despejado y sin nubes parecía prometer un día sin complicaciones climáticas. Después de un desayuno ligero en el monasterio, Karl, Sara, Tomás, Amir, y Dorje se prepararon para continuar su viaje hacia Lhasa. La nieve de la noche anterior había dejado un manto blanco brillante que cubría el paisaje, haciendo que el camino por delante pareciera casi idílico, a pesar de su peligrosidad.
Retomando el Viaje.
A medida que la camioneta avanzaba, el equipo notó que Dorje estaba extrañamente silencioso. Conducía concentrado, casi absorto en sus pensamientos, respondiendo con monosílabos a las preguntas ocasionales del grupo. Este cambio en su comportamiento no pasó desapercibido para Karl, que había comenzado a notar pequeños detalles que le hacían sospechar que su guía sabía más de lo que había compartido.
“Dorje, ¿cuánto tiempo falta para llegar a Lhasa?” preguntó Tomás, intentando romper el silencio tenso que se había instalado en el vehículo.
“Si el clima sigue así, deberíamos llegar al final del día,” respondió Dorje, sin apartar la vista del camino.
La respuesta breve y la actitud reservada del guía aumentaron las sospechas de Karl. Se giró hacia Sara, que también parecía haber notado el cambio en Dorje. Ella le devolvió la mirada, y en sus ojos, Karl pudo ver que compartía su preocupación.
Sospechas y Tensiones.
Durante una breve parada para revisar el estado del vehículo, Karl aprovechó para hablar con Amir y Tomás en privado. “No sé ustedes, pero tengo la sensación de que Dorje nos está ocultando algo,” comentó Karl en voz baja, vigilando que el guía no pudiera oír.
“Lo he notado también,” respondió Amir. “Es como si supiera más sobre nuestro destino de lo que ha dicho. ¿Por qué estaría tan callado si no fuera así?”
Tomás, más práctico y menos dado a la paranoia, intentó calmar los ánimos. “Puede que solo esté concentrado en la ruta. Este lugar no es fácil de recorrer, y si está preocupado por nuestra seguridad, es natural que esté en silencio.”
Sara, que había escuchado la conversación, se unió al grupo. “Tal vez, pero debemos estar atentos. No podemos permitirnos sorpresas en esta etapa del viaje.”
Con una inquietud creciente, el equipo regresó al vehículo. A medida que avanzaban, la conversación dentro de la camioneta se fue desvaneciendo, dando paso a un silencio cargado de tensión. Los paisajes deslumbrantes de las montañas tibetanas pasaban frente a sus ojos, pero en sus mentes, la preocupación por las posibles intenciones de Dorje ocupaba el primer plano.
Incertidumbre en el Camino.
Mientras el día avanzaba y la luz del sol comenzaba a descender, Dorje anunció que se acercaban a un punto donde el camino se bifurcaba. Una de las rutas conducía directamente a Lhasa, mientras que la otra bordeaba una zona montañosa menos transitada.
“Vamos por la ruta más directa,” sugirió Karl, intentando sondear la respuesta de Dorje.
El guía tibetano pareció dudar por un momento antes de responder. “La ruta directa es la más rápida, pero la otra podría ofrecernos mejor refugio si el clima cambia de nuevo.”
Esta respuesta solo sirvió para aumentar las sospechas del equipo. ¿Por qué sugeriría tomar una ruta más larga y menos conocida cuando el clima era favorable?
Finalmente, decidieron seguir la ruta directa hacia Lhasa, aunque la desconfianza hacia Dorje seguía latente. A medida que se acercaban a su destino, Karl sabía que las respuestas a sus preguntas no estaban lejos, pero la incertidumbre sobre las intenciones de su guía pesaba sobre todos ellos.
Día 5: Llegada a Lhasa.
El sol de la mañana iluminaba las cumbres de las montañas mientras la camioneta se aproximaba a Lhasa. A lo lejos, la ciudad sagrada del Tíbet se alzaba majestuosa, rodeada por las imponentes montañas del Himalaya. El equipo, exhausto pero aliviado, sabía que estaban cerca de su destino. Sin embargo, la inquietud sobre Dorje seguía presente en la mente de Karl.
Sospechas Confirmadas.
Mientras avanzaban por las calles de la antigua ciudad, Karl notó que Dorje, quien había estado inusualmente callado durante el viaje, mantenía su chaqueta cerrada, incluso en el calor creciente del día. La actitud del guía seguía siendo reservada, y esto no hizo más que aumentar las sospechas de Karl.
Decidido a descubrir la verdad, Karl esperó hasta que llegaron a su alojamiento en Lhasa, un pequeño hotel tradicional tibetano. Mientras los demás descargaban el equipaje, Karl confrontó a Dorje en un rincón apartado del jardín del hotel.
“Dorje, ya no podemos seguir así. Necesito saber qué está pasando,” dijo Karl, con un tono firme.
Dorje lo miró por un momento, antes de dejar escapar un suspiro. “No tienes que preocuparte, Karl. Estoy aquí para protegerte a ti y a tu equipo, no para hacerles daño.”
Con un movimiento rápido, Karl abrió la chaqueta de Dorje, revelando un arma oculta en su cinturón. Antes de que Karl pudiera decir algo más, Dorje levantó las manos en señal de rendición. “Soy un oficial de la policía secreta tibetana. Fui asignado para proteger a los extranjeros en situaciones delicadas, especialmente cuando hay riesgo de interferencia internacional.”
La Revelación.
Karl retrocedió, sorprendido por la confesión. “¿Protección? ¿De quién? ¿Por qué no dijiste nada?”
Dorje guardó silencio por un momento antes de responder. “Hay más en esta misión de lo que parece, Karl. No solo los elementos naturales son peligrosos aquí. Hay facciones que no quieren que llegues al Monte Kailash, que prefieren mantener sus secretos ocultos. Fui enviado para asegurarme de que llegues a tu destino, y para intervenir si las cosas se complican.”
Karl, aún desconfiado, miró a Dorje con atención. “¿Quiénes son esas facciones?”
“Algunas de ellas son locales, interesados en preservar las tradiciones. Otras son externas, con agendas propias, al igual que aquellos que te persiguieron en tus aventuras anteriores,” explicó Dorje. “Sabía que si te decía la verdad desde el principio, no me hubieras confiado tu seguridad. Así que decidí quedarme callado hasta que fuese necesario.”
Karl no pudo evitar recordar los eventos de Teotihuacán y la Esfinge, donde también había enfrentado fuerzas que querían detenerlo. Ahora, con la revelación de Dorje, entendía que el viaje al Monte Kailash no sería diferente.
Preparativos para lo que Viene.
Con la verdad al descubierto, Karl decidió mantener a Dorje cerca, sabiendo que, a pesar de todo, sus intenciones parecían ser de protección. Reunió al equipo en una sala privada del hotel y les contó lo que había descubierto. Aunque inicialmente sorprendidos, Sara, Tomás, y Amir comprendieron la gravedad de la situación y estuvieron de acuerdo en continuar, ahora con una precaución renovada.
“Los verdaderos desafíos están por comenzar,” dijo Karl mientras miraba el mapa extendido sobre la mesa. “Pero ahora sabemos con quién podemos contar, y quién podría estar en nuestra contra. Debemos estar preparados para todo.”
Mientras la tarde se desvanecía en la ciudad de Lhasa, el equipo se preparaba para la siguiente etapa de su viaje, sabiendo que las respuestas que buscaban en el Monte Kailash estaban más cerca, pero también conscientes de los peligros que acechaban en la sombra.
Viaje desde Lhasa a Darchen.
Después de pasar unos días en Lhasa, el equipo estaba ansioso por acercarse al Monte Kailash. Sabían que Darchen era el punto de partida para la Kora, la sagrada ruta de peregrinación alrededor de la montaña. Sin embargo, el trayecto desde Lhasa hasta Darchen no sería fácil, y el tiempo era crucial.
Preparativos para el Viaje.
Dorje, consciente de la urgencia y los peligros, se acercó a Karl con una propuesta. “He conseguido un pequeño avión que nos llevará hasta Darchen. Es un viaje que normalmente tomaría días por tierra, pero este avión puede llevarnos en cuestión de horas. El piloto es de confianza, un viejo amigo mío que ha trabajado en estas montañas por años.”
Karl, tras consultar con el equipo, aceptó la oferta. Sabían que este viaje aéreo les ahorraría tiempo valioso, y la posibilidad de evitar problemas en el camino era tentadora. Así que, al día siguiente, se dirigieron al pequeño aeródromo en las afueras de Lhasa.
Vuelo a Darchen.
El avión, aunque pequeño y un tanto antiguo, parecía en buen estado. El piloto, un tibetano robusto de mediana edad, les dio la bienvenida con una sonrisa tranquila. Mientras el avión despegaba, el equipo observó cómo la vasta extensión de las montañas tibetanas se desplegaba bajo ellos, con el Monte Kailash destacándose en la distancia, como un faro que llamaba hacia lo desconocido.
Durante el vuelo, la tensión que había marcado los últimos días empezó a relajarse un poco. Amir hizo algunas bromas para aliviar el ambiente, y Tomás y Sara, sentados juntos, discutieron sobre los posibles desafíos que les esperaban en la Kora. Sin embargo, Karl no podía dejar de pensar en Dorje. Aunque ahora confiaba más en él, la sensación de que había más secretos por descubrir no desaparecía.
Llegada a Darchen y Preparativos para la Kora.
El aterrizaje en Darchen fue suave. Al descender del avión, el equipo fue recibido por el aire frío y seco del altiplano tibetano. El pequeño pueblo de Darchen, a los pies del Monte Kailash, era un lugar modesto, pero estaba lleno de peregrinos y viajeros que, como ellos, se preparaban para la sagrada Kora.
Dorje, utilizando sus contactos locales, consiguió un guía para la Kora, un hombre llamado Tsering, quien se destacaba por su conocimiento del terreno y su habilidad para liderar grupos a través de los caminos más difíciles. Tsering era reservado, pero parecía tener una reputación sólida en la región, lo que tranquilizó al equipo.
Mientras Karl y su grupo organizaban su equipamiento y se preparaban mentalmente para la travesía, una sensación de inquietud persistía en el aire. Aunque Darchen ofrecía un respiro, sabían que la verdadera prueba estaba a punto de comenzar.
Despedida del Primer Día en Darchen.
Esa noche, mientras descansaban en una modesta posada en Darchen, Karl se retiró a su habitación un poco antes que los demás. Sentía que algo no estaba del todo bien, como si los estuvieran observando. Al salir para dar un paseo por el pueblo, pasó junto a Tsering, que conversaba en voz baja con un extraño. Al notar la mirada de Karl, Tsering se despidió rápidamente de su interlocutor y se acercó a él con una sonrisa.
“Tsering, ¿todo en orden?”, preguntó Karl, tratando de ocultar su creciente sospecha.
“Todo bien, Karl. Solo preparándonos para mañana,” respondió Tsering con tranquilidad. Pero Karl no pudo evitar sentir que el guía guardaba algo más que secretos de las montañas.
Con ese pensamiento, Karl regresó a la posada, sabiendo que el siguiente día marcaría el comienzo de la parte más difícil y peligrosa de su misión.
Encuentro con la Leyenda.
El sol apenas comenzaba a despuntar sobre las montañas cuando Karl y su equipo se dirigieron al monasterio cercano. El camino era empinado y rocoso, pero la vista de los picos nevados y los valles profundos les daba fuerzas para continuar. Al llegar, fueron recibidos por un grupo de monjes de túnicas color azafrán, quienes los guiaron al interior del antiguo edificio de piedra.
Dentro del monasterio, el aire estaba impregnado de incienso y el murmullo de los cánticos resonaba en las paredes. Karl se sintió transportado a otra época, como si el tiempo se hubiera detenido en aquel lugar sagrado. Los monjes, aunque reservados, les ofrecieron té caliente y un lugar para descansar.
Mientras se acomodaban, Karl comenzó a preguntar sobre las leyendas locales del Monte Kailash. Los monjes, al principio reticentes, finalmente accedieron a compartir algunas historias. Hablaron de un monte sagrado, considerado el centro del universo por varias religiones, y de un portal místico que conectaba con otras dimensiones. Según las leyendas, solo aquellos con un corazón puro y una mente clara podían encontrar el camino hacia el portal.
Uno de los monjes, un anciano de mirada profunda y voz suave, se acercó a Karl y le susurró:
—Hay un hombre en el pueblo que conoce más sobre estas historias. Se llama Tenzin. Es un guía experimentado, pero sus servicios no son baratos.
Karl agradeció la información y, después de despedirse de los monjes, el equipo se dirigió al pueblo en busca de Tenzin. El pueblo era pequeño y pintoresco, con casas de piedra y techos de paja. Los habitantes, vestidos con ropas tradicionales, los observaban con curiosidad mientras caminaban por las estrechas calles.
Finalmente, encontraron a Tenzin en una taberna local. Era un hombre robusto, de rostro curtido por el sol y los vientos de la montaña. Sus ojos, sin embargo, brillaban con una inteligencia aguda. Karl se acercó y, tras presentarse, le explicó su misión.
—He oído hablar de usted, profesor MASER —dijo Tenzin, con una sonrisa enigmática—. Las montañas tienen oídos, y su llegada no ha pasado desapercibida.
Karl sintió un escalofrío recorrer su espalda. Sabía que estaban siendo vigilados, pero no esperaba que la noticia de su llegada se hubiera difundido tan rápidamente.
—Necesitamos su ayuda para llegar al Monte Kailash y encontrar el portal del que hablan las leyendas —dijo Karl, tratando de sonar convincente.
Tenzin lo miró fijamente durante unos segundos antes de responder.
—Mis servicios no son baratos, profesor. Pero si está dispuesto a pagar el precio, puedo llevarlos hasta donde ningún otro guía se atrevería.
Karl asintió, consciente de que no tenían otra opción. Acordaron una suma considerable y, tras estrechar las manos, Tenzin les prometió que partirían al amanecer.
Esa noche, mientras el equipo se preparaba para la travesía, Karl no podía dejar de pensar en las palabras de Tenzin. Sabía que el camino sería peligroso y que estaban adentrándose en un territorio desconocido, tanto física como espiritualmente. Pero también sabía que no podían detenerse ahora. La verdad estaba ahí fuera, oculta entre las montañas del Tíbet, y estaban decididos a encontrarla.
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