El cazador de almas perdidas – Creepypasta 291.
Lecciones de Control y Reconciliación.
La captura de Sergio Pedrosa había sido exitosa, pero el aire aún estaba cargado de tensión. Raúl y Drex mantenían su atención fija en el brujo vudú, mientras esperaban la llegada del equipo de extracción que Tatiana había enviado.
—Tatiana ya ha mandado refuerzos —informó Raúl con seriedad—. Solo necesitamos mantener todo bajo control hasta que lleguen.
Drex asintió mientras permanecía atento, pero su mirada ocasionalmente se desviaba hacia Alexia, que parecía estar pensando en algo. Sabía que tarde o temprano tendría que hablar con ella, y ese momento había llegado. Alexia se acercó con cautela, sabiendo que cada palabra contaba.
—Drex, ¿podemos hablar un momento? —preguntó, manteniendo su voz baja para no interrumpir la vigilancia de Raúl.
Drex asintió, sin apartar completamente la vista de Sergio Pedrosa.
—Dime, Alexia.
Alexia respiró hondo antes de hablar.
—Sé que cometí errores… abandonarte fue lo peor que hice. No espero que confíes en mí pronto, pero quiero saber cómo puedo empezar a demostrar que he cambiado. Sé que Tatiana no confía en mí en absoluto, y quiero ganarme su confianza. Si tienes algún consejo… lo agradecería.
Drex la escuchó con atención, pero negó con la cabeza lentamente.
—No empieces con Tatiana —dijo, manteniendo su tono firme—. Tatiana es muy protectora, pero no es el mayor obstáculo que tienes ahora. El mayor problema es con Diana. Si quieres empezar a cambiar las cosas, necesitas resolver lo que está roto con ella primero. Si no puedes ganarte a Diana, nunca llegarás a Tatiana.
Alexia frunció el ceño, sorprendida por la respuesta. Sabía que había perdido un combate contra Diana en el pasado, pero no había considerado que esa relación fuera crucial para su redención.
—Diana… —susurró—. Tiene sentido. Ella es la que más dudas tiene sobre mí. Pero con Diana siempre es… complicado.
Drex asintió, reconociendo la dificultad de la situación.
—Sí, lo es. Pero Diana respeta la fuerza y la sinceridad. Si quieres demostrar que has cambiado, empieza por ella. Y te advierto, será difícil. Pero si puedes ganarte su respeto, los demás lo notarán, incluida Tatiana.
Alexia asintió, sus pensamientos reorganizándose. Drex tenía razón. Diana era la clave. Pero sabía que debía ser cautelosa en su acercamiento, especialmente cuando Diana estaba con Olfuma. La relación entre Diana y Olfuma era intensa, casi maternal, y Alexia sabía que acercarse en ese momento sería un error fatal.
—Gracias, Drex —dijo finalmente, su tono lleno de gratitud y determinación—. Hablaré con ella… cuando sea el momento adecuado.
Drex la miró fijamente, asintiendo.
—Hazlo, pero elige bien el momento. Si te acercas cuando Diana está con Olfuma, vas a tener problemas. Espera a que esté sola.
Alexia asintió, sabiendo que la advertencia era importante. La conexión entre Diana y Olfuma era profunda, y acercarse en el momento equivocado activaría todas las alarmas de Diana. No podía arriesgarse a hacerlo mal.
A unos metros de distancia, Diana estaba sentada junto a Olfuma, ambas en un estado de calma, aunque la batalla interna de Olfuma aún no había terminado. Olfuma respiraba profundamente, tratando de controlar el hambre que rugía dentro de ella. Sentía que cada fibra de su ser le exigía más, pero sabía que no podía ceder.
Diana, con su característica energía salvaje, la observaba con un toque de orgullo en su mirada.
—Es difícil, ¿verdad? —dijo Diana, inclinándose hacia ella—. Controlar esa hambre no es algo que se aprenda de la noche a la mañana.
Olfuma asintió, sus manos temblando ligeramente mientras trataba de mantener el control.
—A veces siento que no puedo… que voy a perderme en ello.
Diana sonrió, pero no de la manera desquiciada que solía hacerlo. Esta sonrisa tenía un matiz más cálido, casi protector.
—Eso es porque tienes mi sangre en ti, pequeña. Estás más cerca de la bestia que otros, y eso te da un poder que pocos entienden. Pero también significa que el control es más difícil. —Su tono se suavizó un poco—. Yo también lucho con eso, y lo he hecho durante años. El hambre no desaparece, pero la clave está en aprender a dominarlo. No dejes que te consuma, Olfuma. Si alguna vez sientes que te pierdes, ven a mí. No voy a dejar que te caigas.
Olfuma asintió, sintiendo el peso de las palabras de Diana. Sabía que aún tenía un largo camino por recorrer, pero tener a Diana a su lado la hacía sentir que podía enfrentarlo.
—Voy a aprender a controlarlo —dijo finalmente, su voz más firme—. Haré lo que sea necesario.
Diana le dio una palmada en la espalda, sonriendo de nuevo, esta vez con su energía desquiciada regresando.
—Ese es el espíritu. Ahora, levántate. No hemos terminado todavía.
Olfuma asintió y comenzó a ponerse de pie, y en ese momento, Diana notó que Alexia estaba observando desde la distancia.
Alexia, recordando las palabras de Drex, no hizo ningún movimiento para acercarse mientras Olfuma estaba con Diana. Sabía que hacerlo podría ser interpretado como una amenaza o una falta de respeto, y no podía permitirse ese error. En cambio, esperó pacientemente a que Diana se apartara.
Cuando Diana finalmente dejó a Olfuma para caminar sola por el callejón, Alexia supo que este era su momento. Respiró hondo y se acercó con cautela.
—Diana, ¿puedo hablar contigo? —dijo Alexia, su tono respetuoso pero decidido.
Diana se detuvo y se giró lentamente, su expresión endurecida pero curiosa.
—¿Hablar? —repitió, su tono lleno de esa familiar mezcla de peligro y diversión—. ¿Sobre qué, Alexia? ¿Sobre cómo perdiste nuestro combate, o sobre cómo abandonaste a Drex?
La sonrisa de Diana era peligrosa, pero Alexia no se inmutó. Sabía que este momento llegaría, y estaba lista.
—Sobre ambos —admitió Alexia—. Sé que no te he demostrado que soy digna de estar aquí, y sé que el combate que perdí fue una muestra de mi debilidad. Pero estoy aquí para cambiar eso. Quiero demostrarte que soy digna de la manada.
Diana la observó en silencio durante un largo momento, su mirada afilada como una cuchilla. Finalmente, dejó escapar una risa suave y desquiciada.
—Digna, ¿eh? —Su tono era burlón, pero también había un toque de respeto en él—. Al menos tienes las agallas de acercarte a mí. Eso ya es más de lo que puedo decir de otros.
Alexia mantuvo su posición, sabiendo que había logrado un pequeño avance.
—No busco tu perdón, pero sí quiero ganarme tu respeto.
Diana sonrió, sus ojos brillando con esa chispa salvaje.
—Eso es algo que se gana, no se pide. Pero me interesa ver hasta dónde llegarás, Alexia. No esperes que sea fácil.
Alexia asintió, aceptando el desafío.
—No lo espero.
El aire aún estaba tenso mientras Drex y Raúl vigilaban a Sergio Pedrosa, pero una calma había comenzado a asentarse en el callejón. El equipo de extracción aún no había llegado, pero el control que mantenían sobre el brujo vudú era firme. Raúl, con su postura tranquila y su aire reflexivo, observaba a Sergio con una mirada serena, pero su mente estaba claramente ocupada en otros pensamientos.
Drex, después de haber hablado con Alexia, se quedó junto a Raúl, sintiendo que había algo que no había sido dicho aún. Raúl, aunque era un skinwalker y no parte de la manada de licántropos, había aceptado a Alexia en su equipo. Y Tatiana había sido la responsable de esa decisión. Había preguntas sin respuesta que flotaban en el aire entre ellos.
Finalmente, Raúl rompió el silencio, su tono suave y casi meditativo.
—Sabes, Drex, hace un tiempo hablé con Tatiana sobre por qué decidió que Alexia debía estar en mi equipo —dijo, sin apartar la mirada de Sergio Pedrosa—. Al principio no lo entendí del todo, considerando los problemas que ella tenía con la manada. Pero Tatiana fue clara. Quería ver si Alexia podía empezar a integrarse poco a poco.
Drex asintió, sabiendo que lo que Raúl decía tenía sentido. Tatiana siempre había sido estratégica y calculadora, pero también protectora de los suyos.
—Tatiana tiene una manera de ver las cosas que a veces nosotros no comprendemos del todo —dijo Drex, su voz baja—. Ella sabía que Alexia necesitaba encontrar una forma de encajar, de lo contrario sería un problema mayor para todos. Un licántropo sin manada en un lugar como La Purga es un desastre en espera.
Raúl dejó escapar una leve sonrisa, como si esa respuesta confirmara algo en su interior.
—Es cierto, un licántropo fuera de una manada es… vulnerable. Pero lo que siempre me ha intrigado es cómo Tatiana, siendo una humana, ha logrado ocupar ese lugar dentro de la manada. Es casi como si estuviera más profundamente conectada con ustedes que muchos otros licántropos. Y eso… es algo que me cuesta entender. —Raúl miró de reojo a Drex, buscando una respuesta más profunda.
Drex se tomó un momento antes de responder. Sabía que Tatiana era única en ese aspecto. No era solo su relación personal con él, sino algo más profundo, algo que iba más allá de la simple cercanía física con la manada.
—Tatiana… es diferente —comenzó Drex, eligiendo sus palabras con cuidado—. No es licántropo, pero a veces parece estar más sincronizada con nosotros que muchos de los nuestros. Su conexión con la bestia es indirecta, pero real. Es como si pudiera sentir lo que sentimos, comprender las dinámicas de la manada sin haber pasado por la transformación. Y, lo que la hace realmente especial, es su capacidad de tomar decisiones frías y calculadas, pero siempre con un sentido de protección hacia todos nosotros.
Raúl asintió, comprendiendo las palabras de Drex, pero todavía algo intrigado.
—Entiendo que Tatiana es muy calculadora —dijo Raúl—, pero no puedo evitar pensar que su posición en la manada, siendo humana, la pone en una situación… más compleja que la misma Diana. Diana es desquiciada, pero tiene el respeto y el miedo de la manada. Tatiana, por otro lado, parece no necesitar la fuerza o el miedo. Su autoridad viene de otro lugar, y eso me fascina.
Drex soltó una leve risa, como si las palabras de Raúl hubieran tocado una verdad que él mismo había notado desde hace tiempo.
—Tienes razón. Tatiana no necesita fuerza física para dominar una situación. —respondió Drex—. Su mente es su mayor arma. Y aunque Diana puede desatar el caos en cualquier momento, Tatiana logra mantener el orden. No solo porque es mi esposa, sino porque, de alguna forma, se ha ganado el respeto de cada miembro de la manada. Incluso Diana la respeta, aunque nunca lo admitiría.
Raúl sonrió ante la idea de Diana respetando a alguien de manera tan sutil.
—Eso es lo que la hace tan intrigante. Es fácil ver cómo Diana impone respeto, pero Tatiana… Tatiana lo hace sin levantar una sola garra. —Raúl hizo una pausa, pensando en lo que quería decir después—. Pero dime, Drex, ¿crees que Alexia realmente pueda integrarse algún día a la manada? Lo que hizo… no es algo que se olvide fácilmente.
Drex guardó silencio por un momento, reflexionando sobre las palabras de Raúl.
—Es difícil decirlo —admitió Drex—. Alexia tiene un largo camino por recorrer. Lo que hizo cuando me abandonó dejó una marca profunda en la manada. Pero creo que tiene la voluntad de cambiar. El problema es que no basta con eso. La manada necesita verla luchar cada día, no solo en combate, sino en sus acciones diarias. Y el mayor obstáculo que tiene ahora es Diana. Si puede ganarse su respeto, creo que hay una posibilidad.
Raúl asintió lentamente, reconociendo la verdad en las palabras de Drex.
—Diana es una fuerza difícil de apaciguar, pero he visto a licántropos superar obstáculos mayores. Al final del día, lo que importa es la voluntad de luchar por tu lugar, ¿verdad?
Drex asintió con una sonrisa leve.
—Exactamente. Si Alexia puede demostrarle a Diana que ha cambiado, entonces todo lo demás vendrá después. Pero Diana es la clave en todo esto.
Raúl dejó que las palabras flotaran en el aire por un momento antes de hablar nuevamente.
—Supongo que el tiempo lo dirá. Pero estoy dispuesto a seguir observando cómo se desarrolla todo. Después de todo, estamos todos en este caos llamado La Purga, y lo último que necesitamos es más problemas dentro de la manada
Mientras tanto, el equipo de Lía se movía en la penumbra de La Floresta, pero dentro de ella había algo que ardía. Habían cumplido la misión, pero su participación había sido irrelevante. Tras siglos de servicio a los Vambertoken, seguía sintiéndose como una pieza prescindible. Esta vez, sería diferente. Esta vez, sería ella quien atrapara al objetivo.
La figura oscura que se deslizaba entre los callejones llamó su atención. No era un espectro errante, sino alguien real, alguien que intentaba escapar.
—Ahí está —susurró Lía, su voz un filo de acero mientras sus músculos se tensaban. No esperó, no pidió refuerzos. Simplemente actuó.
—¡Lía, espera! —gritó Oscar, pero ya era tarde. Ella estaba corriendo, pisando el suelo húmedo con la seguridad de quien tiene un punto que probar.
Anuel, más relajada, observó la escena con una mezcla de diversión y resignación. Se cruzó de brazos y rodó los ojos.
—Ahí va otra vez… A ver cuánto le dura esta vez —murmuró con un toque de burla, aunque ya comenzaba a preparar su conexión con la tierra.
El objetivo, al darse cuenta de que solo una persona lo seguía, se detuvo bruscamente y volteó. De sus manos emergió una energía oscura, un hechizo que desgarró el aire y golpeó a Lía como un martillo invisible. Su cuerpo se congeló en seco, su pistola cayendo al suelo con un golpe sordo. Estaba completamente inmovilizada.
El enemigo, confiado por su ventaja, comenzó a acercarse, una daga en la mano. Pero esta no era una simple arma. No buscaba solo matarla. No. Él quería tomar algo más: su esencia, su fuerza vital, su dignidad.
Oscar estaba listo para intervenir, pero Anuel se adelantó. Con un movimiento brusco y juguetón, levantó las manos hacia el suelo. La tierra respondió a su llamado. Las raíces emergieron con brutalidad, envolviendo a Lía como una fuerza de la naturaleza, arrancando el hechizo que la inmovilizaba y llenando su cuerpo con una energía regeneradora. Pero no era una sanación suave; era cruda, violenta, y le devolvía el control a la fuerza.
—Listo, querida. No puedes quedarte ahí mirando todo el día —soltó Anuel con una sonrisa maliciosa mientras las raíces seguían desenredándose.
Violeta, viendo al enemigo acercarse, dio un paso al frente. Cerró los ojos y susurró algo inaudible. El aire alrededor de la figura comenzó a torcerse, como si las pesadillas mismas del mundo onírico hubieran sido arrastradas al plano físico. Las figuras más aterradoras, distorsionadas y grotescas, comenzaron a tomar forma alrededor del enemigo, alimentadas por sus propios miedos.
—No puedes escapar de lo que te atormenta —murmuró Violeta con una sonrisa apenas contenida. La figura vaciló, aterrorizada. Pero no se derrumbó.
Lía, finalmente recuperada, se levantó con dificultad. Aún temblando, se lanzó hacia el enemigo antes de que pudiera reaccionar. Lo desarmó con un movimiento brutal y lo golpeó contra la pared, su aliento pesado y su cuerpo ardiendo de furia.
—Pensaste que me podías detener, ¿eh? —gruñó, sus manos aferrándose al cuello del enemigo—. Esta vez, no te escapas. Vas a decir todo lo que sabes.
Oscar se acercó, su pistola aún en mano, mientras Anuel y Violeta observaban la escena. La tensión en el aire era palpable, pero Lía se controló. Sabía que, por mucho que quisiera matarlo, ese no era el plan.
—Lía, tranquila —dijo Oscar, su tono firme—. Lo necesitamos vivo.
Lía respiró hondo y aflojó su agarre, dejando que el enemigo cayera al suelo. El hombre jadeaba, asustado, pero vivo. Su mirada llena de odio y miedo quedó clavada en la de Lía.
—Gracias —murmuró ella, con la voz quebrada por el orgullo que había tenido que tragarse—. Me equivoqué. Pensé que podía hacerlo sola.
Oscar se acercó, poniéndole una mano en el hombro.
—Nadie lo hace solo, Lía. Este es un equipo. Y tú también eres parte de él.
Anuel, con su habitual sinceridad y un toque de burla, añadió:
—¿Ves? ¡Hasta tú necesitas ayuda de vez en cuando! Pero tranquila, no te juzgamos… mucho —dijo con una sonrisa ladeada.
Violeta solo asintió, pero las pesadillas que aún flotaban en el aire recordaban el poder que traía consigo.
Lía cerró los ojos por un segundo, aceptando la lección. Por primera vez en siglos, entendía que no tenía que cargar con todo el peso sola. Sus compañeros estaban allí por una razón, y había aprendido, de la manera más difícil, que depender de ellos no la hacía débil.
—Vamos. Terminemos esto —dijo finalmente, con la determinación renovada.
Oscar asintió. Anuel y Violeta se unieron a ellos, dejando al enemigo vivo pero derrotado, sabiendo que el verdadero trabajo aún estaba por comenzar.
“Les narró con mucho gusto, el dios de los audiolibros. Gracias por acompañarnos en este viaje al terror. No olviden suscribirse y activar la campanita para recibir todas nuestras actualizaciones. En la descripción encontrarán más relatos espeluznantes. ¡Nos vemos en el próximo episodio!”
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