El cazador de almas perdidas – Creepypasta 283.
Las Marcas de la Eternidad.
Tatiana salió de la celda del prisionero con la cabeza alta, pero su mente seguía anclada a las palabras de Asha. Sabía que la vampira disfrutaba de recordarles a ella y a Drex que, por muy poderosos que fueran, eran herramientas a su disposición. Drex, su amor, se había convertido en el perfecto atormentador de Asha, y aunque Tatiana lo aceptaba, no dejaba de revolverle el estómago la forma en que la condescendiente vampira lo mencionaba. Él no era solo un arma. No para ella.
Caminando por los pasillos de La Purga, Tatiana respiró hondo, intentando soltar la tensión acumulada. En lugar de enfocarse en lo que acababa de escuchar, permitió que sus pensamientos viajaran a algo mucho más placentero, más tangible: las marcas que Drex le había dejado esa misma mañana. El roce del uniforme en sus nalgas aún sensibles le arrancó un leve jadeo que apagó al instante, pero no pudo evitar una sonrisa que se dibujó en sus labios. ¿Cómo era posible que le encantara tanto? Cada paso que daba, sentía la quemazón en su piel, una sensación exquisita que la conectaba con él, con cada mordisco, cada nalgada, cada momento en el que su cuerpo había sido de Drex y nada más.
Era un placer casi abrumador, un placer que la asaltaba a cada movimiento. Mientras sus pezones rozaban contra la tela áspera del uniforme, la sensibilidad de esa zona le trajo recuerdos intensos. Cerró los ojos brevemente, volviendo a esa mañana, a la manera en que los colmillos de Drex se habían hundido en ellos, cómo el dolor se transformaba en placer puro, y cómo ella misma había suplicado por más. El solo recordarlo le hacía sentir un calor en el vientre, una sensación de mariposas ansiosas recorriendo su cuerpo.
Tatiana llegó a la cafetería, tratando de recomponerse, pero la excitación latente seguía ahí, burbujeando bajo la superficie. Se sentó en una mesa apartada, como era su costumbre, y tomó un respiro profundo. Cerró los ojos por un segundo, dejando que las memorias se desplegaran en su mente con más claridad. Le encantaba lo que Drex le hacía sentir, y por un momento, no podía creerlo. Era como si su cuerpo y mente hubieran sido diseñados para disfrutar de esa intensidad, de la forma en que él la marcaba, en que él reclamaba cada centímetro de ella.
Cada mordisco, cada golpe, cada momento de esa mañana la habían hecho más fuerte, más viva. Y ahora, mientras tomaba su almuerzo, agradecía internamente cómo esos recuerdos le permitían revivirlo una y otra vez, como si aún estuviera entre los brazos de Drex. A cada bocado que daba, sus pensamientos regresaban a la intensidad del momento. Era casi como si aún lo sintiera dentro de ella, como si su cuerpo no quisiera dejar de revivir esa pasión.
Tatiana sonrió para sí misma. No importaba lo que Asha dijera, o cómo describiera a Drex como una herramienta. Para ella, él era más que eso. Era su todo, y esa mañana había sido solo un recordatorio de que, en medio de su eternidad de servidumbre, ella y Drex siempre encontrarían un refugio en el deseo que compartían.
Tatiana se acomodó en la silla de la cafetería, pero no pudo evitar soltar un leve suspiro al sentir cómo sus nalgas aún ardían. Cada movimiento, por pequeño que fuera, le recordaba el roce de las manos de Drex, el sonido de las nalgadas resonando en su piel, el calor que ahora quemaba a fuego lento. Era un placer culposo, uno que luchaba por sofocar, pero que volvía cada vez más intenso. Se mordió el labio, intentando concentrarse en el almuerzo frente a ella, pero su mente era un caos.
“Esto no está bien…”, se repetía en su interior, una y otra vez, tratando de imponer algo de control sobre las oleadas de placer que surgían con cada pequeño ajuste en la silla. Pero no podía. No podía evitar cómo su cuerpo se estremecía cada vez que el dolor punzante se convertía en un recordatorio delicioso de esa mañana. Era imposible resistirlo.
Sentía las marcas como un mapa en su piel, un territorio que solo Drex había conquistado, y aunque sabía que debía resistir, que debía mantener la compostura, cada fibra de su ser ansiaba más. Más de esas manos fuertes, más de esos colmillos, más de ese control que él ejercía sobre ella cuando ambos cruzaban los límites entre el placer y el dolor. A cada mordida que recordaba, a cada tirón en sus pezones, el deseo la recorría como una corriente eléctrica.
Movió ligeramente las caderas en la silla, solo un poco, y el ardor le robó el aliento. Era un latigazo de fuego que subía desde sus nalgas hasta lo más profundo de su ser, provocándole una marea de sensaciones que apenas podía contener. Cerró los ojos, sintiendo el calor subirle por el cuello. “No puedes estar disfrutando esto aquí…”, se regañó, pero su cuerpo no le obedecía. Era como si cuanto más tratara de resistirse, más le ardiera la necesidad, más culpable se sintiera y, a la vez, más lo deseaba.
Tatiana apretó los muslos, buscando contenerse, pero el roce entre sus piernas la hizo morderse el labio hasta casi romperlo. “Maldita sea, ¿cómo es posible que te guste tanto?”. No podía explicarlo, solo sabía que lo quería. Lo necesitaba. Necesitaba más nalgadas, más mordidas, más de Drex dentro de ella, reclamándola una vez más. Y la culpa que la acompañaba cada vez que esos pensamientos se filtraban no hacía más que intensificar la sensación. ¿Cómo podía estar aquí, en la cafetería de La Purga, rodeada de cazadores, pensando en las marcas que Drex le había dejado?
Se movió de nuevo en la silla, con el pretexto de acomodarse mejor, pero la verdad era que disfrutaba demasiado ese pequeño tormento. Sentir sus nalgas arder, sentir ese dolor exquisito que la conectaba con él… era lo único que curaba el veneno de Asha, su burla, su condescendencia. Tatiana sabía que debía resistir, que no podía dejarse llevar, pero la idea de esperar hasta salir y poder ver a Drex era insufrible. Lo quería ahora.
El solo pensamiento la hizo estremecer. Quería sentir sus manos apretándola de nuevo, quería escuchar ese eco de las nalgadas una y otra vez en su mente. Quería sus colmillos en sus pezones, quería sentirlo más hondo, más intenso, más todo. El placer la consumía, y aunque sabía que no debía, que era algo que debía mantener a raya, no podía evitarlo. Cada vez que se movía, cada vez que sentía ese ardor en su piel, un suspiro involuntario escapaba de sus labios, recordándole cuánto lo necesitaba.
“Necesito más…”, se dijo para sí misma, casi derrotada por el deseo. “No puedo seguir resistiendo…”.
Tatiana apenas había comenzado a calmar sus pensamientos, tratando de sofocar la mezcla de placer y culpa que la consumía cada vez que recordaba el ardor en su piel. El recuerdo de la mañana con Drex era tan vívido que la hacía estremecerse incluso mientras almorzaba, moviéndose de vez en cuando en la silla para sentir cómo las marcas que él le había dejado seguían presentes. Estaba tan absorta en sus pensamientos, en su “placer culposo”, que no notó el inconfundible olor de la manada hasta que estuvieron casi sobre ella.
Diana, Tyrannus y Olfuma se acercaban con paso relajado, pero el olfato agudo de los licántropos ya había captado todo lo que necesitaban saber. Antes de que cualquiera pudiera hablar, el olor de Drex impregnado en Tatiana lo decía todo.
Olfuma fue la primera en notarlo. Sus labios se curvaron en una sonrisa pícara mientras olfateaba el aire, sin ninguna intención de disimular.
—”Tatiana… hueles bastante a Drex,” —dijo Olfuma, dejando escapar una risita ligera que sólo hizo que Tatiana se ruborizara.
Diana y Tyrannus intercambiaron miradas, pero no dijeron nada al principio. Sabían que ese tipo de situación no era tan extraña en su mundo, pero comprendían la diferencia que significaba para Tatiana, quien, aunque formaba parte de la manada, seguía siendo humana. Era evidente que ella aún se sentía incómoda ante ciertos aspectos más salvajes de su relación con Drex.
Tyrannus fue quien decidió intervenir, buscando suavizar la situación.
—”Olfuma, tal vez deberíamos enfocarnos en lo que vinimos a hablar hoy,” —dijo con una sonrisa tranquila, pero sus ojos dejaban claro que él también percibía la situación.
Tatiana se removió en su asiento, agradeciendo el desvío de la conversación. Aunque ya había aprendido a convivir con el lado más animal de la manada, momentos como esos aún la hacían sentir expuesta.
Diana, siempre perceptiva, captó la incomodidad de Tatiana y le dedicó una mirada comprensiva.
—”Tatiana, no te preocupes. Sabemos lo complicado que puede ser adaptarse a algunos aspectos de nuestra… vida de manada,” —dijo Diana con suavidad, acercándose para sentarse frente a ella—. “Pero lo que sientes, esos impulsos y sensaciones, son normales. La conexión que tienes con Drex va más allá de lo físico. Es la sincronía que tienen, el vínculo que comparten.”
Tatiana asintió, aunque el rubor seguía en su rostro. Agradecía las palabras de Diana, pero no podía evitar sentirse vulnerable ante ellos.
Olfuma, sin embargo, parecía tener más curiosidad que nunca. Era la más joven de la manada, aún aprendiendo muchas de las costumbres y dinámicas entre los suyos, y ese vínculo entre Drex y Tatiana le fascinaba.
—”Pero, Tatiana… ¿por qué el olor de Drex es tan… fuerte hoy? Es diferente al de siempre,” —preguntó con una mezcla de inocencia y travesura que dejó a Tatiana sin saber cómo responder de inmediato.
Tatiana tragó saliva, sintiendo que las miradas de todos estaban sobre ella. No quería delatarse más, pero al mismo tiempo no podía ignorar la pregunta.
—”Ha sido… una mañana intensa,” —murmuró, sin querer entrar en más detalles. Sabía que no hacía falta decir más; Diana y Tyrannus entendieron perfectamente.
Diana soltó una ligera risa, pero no comentó más al respecto. Tyrannus, mientras tanto, llevó la conversación de vuelta al tema principal.
—”En realidad, venimos a hablar de Alexia,” —dijo, su tono más serio ahora—. “Hemos notado algunos cambios en ella, pero queríamos saber qué piensas. Es una situación delicada para todos.”
Tatiana tomó aire, agradecida por el cambio de tema. Aunque sabía que Alexia había estado esforzándose, su desconfianza hacia ella seguía presente. El hecho de que abandonara a Drex durante su transformación era algo que Tatiana no podía perdonar tan fácilmente.
—”Es complicado,” —admitió Tatiana, mirando a Tyrannus directamente—. “Alexia ha intentado redimirse, pero no sé si eso es suficiente. Lo que hizo… dejar a Drex solo en ese momento fue algo que no puedo olvidar.”
Diana la observó en silencio por un momento, y luego asintió.
—”Lo entiendo. Dejar a alguien que transformaste es lo peor que un licántropo puede hacer. Pero también es cierto que Alexia parece haber comprendido su error. No podemos simplemente descartarla… pero tampoco será fácil volver a confiar en ella,” —dijo Diana, con un tono calmado pero firme.
—”Sabes que la lealtad es lo primero para nosotros,” —añadió Tyrannus, su mirada seria—. “Y Alexia rompió ese vínculo. Aunque esté demostrando que quiere cambiar, el camino para recuperar nuestra confianza será largo.”
Tatiana asintió, compartiendo esa frustración. Ella misma había colocado a Alexia en el equipo de Raúl, esperando que pudiera redimirse, pero todavía sentía un bloqueo emocional hacia ella.
—”Sé que fue mi decisión colocarla allí… pero aún no puedo confiar completamente en ella. Y eso es algo que no puedo evitar sentir,” —dijo Tatiana, dejando escapar un suspiro.
Tyrannus la observó en silencio por un momento, y luego le dio un consejo simple, pero profundo.
—”Sigue tus instintos, Tatiana. Siempre. Son lo que te ha mantenido a salvo hasta ahora.”
Diana asintió, apoyando las palabras de Tyrannus, mientras Olfuma, quien había estado escuchando atentamente, parecía asimilar la conversación con una nueva madurez. Sabía que su lugar en la manada dependía de la lealtad, y comenzaba a comprender mejor la gravedad de lo que había hecho Alexia.
Tatiana, por su parte, se sentía un poco más tranquila. Sabía que no estaba siendo irracional al desconfiar de Alexia, pero también comprendía que el camino hacia la redención era largo y complicado. Aún así, no podía dejar de lado sus sentimientos. Era algo que tendría que seguir procesando.
Antes de que se despidieran, Tatiana les agradeció por su tiempo y compañía. Mientras los observaba alejarse, sintió una paz interna que no había tenido al principio de la conversación. Sabía que, a pesar de todo, formaba parte de la manada. No era solo una humana entre licántropos; era una de ellos.
Tatiana observaba el reloj de la cafetería de La Purga, sintiendo cada segundo como una tortura lenta. Faltaban cuatro horas para el final del día, cuatro horas que parecían alargarse de manera insoportable. Cerró los ojos un momento, intentando concentrarse en lo que tenía que hacer, pero su mente la traicionaba. Cada leve movimiento en la silla le recordaba esa mañana con Drex. El ardor en sus nalgas, aún presente, era un recordatorio constante de su dominio, de cómo había logrado empujarla hasta el límite del placer, del dolor, y de algo más profundo que ella apenas podía describir.
“¿Cómo es posible que me guste tanto?” pensó para sí misma, apretando las manos contra el borde de la mesa. Se mordió el labio inferior, combatiendo las oleadas de deseo que intentaban invadir su mente. La culpa la asfixiaba, pero, al mismo tiempo, la tentación de abandonarse al placer era irresistible. Sabía que no podía permitírselo ahora, que debía enfocarse en la tarea que Vambertoken le había asignado. Sin embargo, cada segundo que pasaba la hacía más consciente de la sensación de ardor que sus nalgas aún experimentaban, como un eco de las marcas que Drex había dejado sobre su piel.
Tatiana respiró hondo, tratando de calmarse. “Solo tengo que aguantar hasta el final del día,” se repetía, intentando sofocar la creciente necesidad que sentía dentro de ella. El roce del uniforme militar contra su piel le recordaba cada mordida, cada nalgada. No podía evitarlo. Cada vez que se movía, cada vez que su peso se balanceaba en la silla, el ardor en su cuerpo la llevaba de nuevo a esa mañana, y su mente recreaba con doloroso detalle las manos de Drex recorriéndola, reclamándola como suya. Esa conexión tan intensa la hacía sentir viva, en cada fibra de su ser. Pero al mismo tiempo, sentía una profunda vergüenza, una culpa que le quemaba la conciencia. ¿Cómo podía disfrutar tanto de algo que parecía tan salvaje, tan brutal?
Se dio cuenta de que su respiración se había vuelto pesada, y de que, por más que intentaba, sus pensamientos volvían al mismo lugar: las marcas que Drex había dejado en ella, y cómo esas marcas ahora parecían reclamar toda su atención. Recordó cómo Drex había recorrido sus nalgas con esas manos fuertes, marcándola con el mismo deseo que ahora la consumía por dentro. El calor en sus caderas, la presión de sus mordidas en sus pezones, todo estaba aún ahí, latiendo bajo la piel, como si su cuerpo no hubiera podido escapar de ese momento.
Su cuerpo ansiaba más. Más dolor, más placer. “No debería gustarme tanto,” pensaba, pero ya sabía la verdad. No solo lo disfrutaba; lo necesitaba. Esa idea la hacía sentir aún más culpable, pero en lugar de repelerla, la sumergía aún más en la corriente de sus deseos. Movió ligeramente las caderas en la silla, dejando que el ardor la envolviera, buscando revivir ese placer en su propio cuerpo. Era como un juego peligroso, y en cada movimiento sentía la tentación de dejarse llevar por completo, de olvidarse del mundo y ceder a ese impulso animal.
“¿Cómo puedo concentrarme en los malditos escuadrones ahora?”, se preguntaba. Sabía que debía ponerse de pie, que tenía que cumplir con sus responsabilidades, pero sabía también lo que eso significaría. El ardor volvería con más fuerza, el roce del uniforme militar contra su piel en llamas la haría perderse en la sensación.
Tomó una última bocanada de aire y se obligó a levantarse de la silla. El ardor fue inmediato, y Tatiana contuvo un suspiro. “Drex… me estás volviendo loca,” murmuró para sí misma mientras se dirigía lentamente hacia la puerta. A cada paso, sentía cómo el calor se extendía por su cuerpo, como si el fuego que Drex había encendido en ella esa mañana aún ardiera sin tregua.
Cogió el comunicador y, con la voz lo más controlada posible, contactó a Lía y Raúl.
—Nos vemos en mi oficina en cinco minutos. Hay que organizar los escuadrones de Oricalco —ordenó, con un tono más firme del que sentía en su interior.
Caminar hacia su oficina era una tortura deliciosa. Cada paso, cada roce del uniforme contra su piel le recordaba lo que había pasado esa mañana, y lo que probablemente pasaría más tarde. Llegó justo al mismo tiempo que Lía y Raúl. Los miró, intentando aparentar calma, aunque por dentro su cuerpo ardía con el deseo latente.
Tatiana les explicó la necesidad de reorganizar los escuadrones, asignando primero los reemplazos para las unidades que habían perdido en la última misión. Lía y Raúl asintieron, comprendiendo las órdenes. Sin embargo, ambos notaron algo diferente en ella. Raúl, en particular, la miró con una preocupación que no pudo ocultar del todo.
—¿Estás bien, Tatiana? —preguntó, sin querer sonar demasiado inquisitivo.
—Estoy bien —respondió ella, sonriendo ligeramente—. Solo… necesito un momento a solas.
Ambos cazadores se miraron entre ellos, pero aceptaron sus palabras sin más preguntas y salieron de la oficina, dejándola sola.
Tatiana se dejó caer en su silla, con un suspiro largo y profundo. Sabía que estaba siendo irresponsable, que había delegado una de sus tareas porque no podía soportar más tiempo sin ceder a ese deseo. “Debería haberlo hecho yo,” se reprochaba a sí misma, pero la culpa se desvanecía rápidamente con cada roce que la silla producía en sus nalgas ardiendo.
Su mente se nubló nuevamente. Cerró los ojos, moviéndose apenas en su asiento para sentir mejor el ardor que tanto intentaba evitar. Sus manos se posaron lentamente sobre sus senos, recordando cómo Drex había marcado cada centímetro de su piel. Sus dedos, temblorosos, apretaron el uniforme justo sobre sus pezones, como si de alguna manera pudiera sentir la presión de los colmillos de Drex de nuevo.
—Solo un poco más… —susurró, dejando que su cuerpo se entregara a ese placer culposo una vez más.
Tatiana sabía que debía resistir, que no podía dejarse llevar del todo. Pero, por ahora, el veneno de Asha había sido curado de la única manera en la que sabía cómo hacerlo.
Gracias por acompañarnos en este viaje al terror. ¡Nos vemos en el próximo episodio!”
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