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Verónica se sentaba al fondo del salón, justo en la esquina donde podía observar sin ser el centro de atención. Para muchos, ella era la niña tranquila, de pocas palabras, pero aquellos que la conocían más sabían que Verónica tenía un talento que no solía mostrar: su hermosa voz. Le gustaba cantar cuando estaba sola en su habitación o en la ducha, pero jamás se atrevería a hacerlo delante de otros. Para ella, el miedo de equivocarse o de que la miraran la paralizaba.

La profesora Mariana, una maestra joven y entusiasta, siempre había notado algo especial en Verónica. Su habilidad para participar en clase de manera reflexiva y ser una buena compañera la hacían destacar, aunque ella misma no lo veía de esa forma. Una tarde, mientras la profesora preparaba la clase de música, se encontró caminando por los pasillos cerca de la sala de arte y escuchó una melodía suave. Mariana, curiosa, siguió el sonido hasta descubrir que provenía de una de las aulas vacías. Al acercarse, observó a Verónica, sola, cantando con una voz que la hizo detenerse a escuchar por un buen rato.

Mariana no quiso interrumpir, pero estaba impresionada. En ese momento, supo que Verónica tenía que ser parte de la gala que estaban organizando para los padres y la comunidad. Esta gala anual era un evento especial donde los estudiantes mostraban sus talentos en actuaciones artísticas, y Mariana ya podía imaginar lo hermoso que sería tener a Verónica como una de las voces principales.

Al día siguiente, después de la clase, Mariana se acercó a Verónica mientras ella guardaba sus cuadernos.

—Verónica, ¿puedo hablar contigo un momento? —preguntó Mariana con una sonrisa.

La niña levantó la mirada, algo nerviosa, pensando en si había hecho algo mal.

—Claro, profe, ¿pasa algo?

—Nada malo, tranquila. Solo quería hablarte sobre la gala que tendremos en unas semanas. He estado pensando en los estudiantes que podrían participar, y la verdad es que me encantaría que tú fueras parte del evento —dijo Mariana, observando la reacción de la niña.

Verónica se quedó en silencio por un momento, tratando de procesar lo que había dicho su profesora.

—¿Yo… en la gala? —preguntó con una voz baja—. Pero, ¿qué podría hacer yo?

Mariana le sonrió de nuevo, esta vez con más calidez, tratando de darle confianza.

—Escuché tu voz ayer, cuando estabas cantando en el aula vacía. Tienes un talento increíble, Verónica. Creo que podrías ser una de las solistas en una de las canciones que estamos preparando para el evento. Sería una gran oportunidad para mostrar lo que sabes hacer.

El corazón de Verónica se aceleró de inmediato. Cantante solista. Frente a todos. De repente, una ola de miedo la envolvió. Sentía que su pecho se comprimía y sus manos comenzaron a sudar.

—Profe… yo… no creo que pueda hacerlo —respondió rápidamente—. No sé si soy tan buena como para cantar delante de tantas personas. Además, no estoy acostumbrada a cantar en público.

Mariana no esperaba esa respuesta. Sabía que algunos estudiantes podían ser tímidos o sentir inseguridades, pero en su mente, la idea de que Verónica pudiera dudar de su talento era sorprendente. No obstante, comprendió que el miedo de la niña era real, y no quería presionarla de más.

—Entiendo que puede ser un poco intimidante al principio, Verónica —dijo Mariana, ahora con un tono más serio, pero siempre amable—. Pero no se trata solo de ser perfecta. Se trata de mostrar lo que amas hacer. Y estoy segura de que, si lo intentas, te sorprenderás de lo que puedes lograr. ¿Por qué no lo piensas? No tienes que decidir ahora.

Verónica asintió, pero no estaba convencida. El miedo seguía ahí, palpitante en su pecho. Durante el resto del día, no pudo dejar de pensar en la conversación con la profesora. La idea de estar frente a todos, sintiendo que todas las miradas estarían sobre ella, la aterraba. Recordaba una vez en la primaria, cuando se había puesto muy nerviosa al hablar frente a la clase y había olvidado sus palabras. Aquella experiencia había sido suficiente para que evitara cualquier tipo de exposición pública desde entonces.

Sin embargo, esa tarde, al llegar a casa, Verónica fue directa a su habitación, cerró la puerta y se quedó sentada en su cama en silencio. La idea de cantar en la gala no dejaba de rondar en su mente. Se acercó a su escritorio y sacó su cuaderno de canciones, donde solía escribir letras y practicar en privado. Era su refugio, el lugar donde se sentía segura y libre para expresarse.

Justo cuando comenzó a hojear las páginas, su madre entró en la habitación.

—Hola, hija, ¿todo bien? —preguntó su mamá al ver la expresión pensativa de Verónica.

—Sí, es solo que… hoy la profesora me pidió que cante en la gala de la escuela —respondió con cierto tono de preocupación.

—¡Eso es maravilloso, Vero! —dijo su madre emocionada—. Siempre te ha encantado cantar, ¿verdad?

Verónica asintió lentamente, pero luego, como si no pudiera contenerlo más, soltó lo que sentía.

—Es que tengo miedo, mamá. Miedo de que algo salga mal, de que todos me miren y no me salga bien.

Su madre la miró con comprensión y se sentó a su lado.

—Verónica, ser valiente no significa no tener miedo. El miedo es algo natural, pero lo que te hace valiente es enfrentarlo. No tienes que hacerlo perfecto, solo tienes que intentarlo. Si te gusta cantar, entonces canta. Si disfrutas haciéndolo, eso es lo que importa.

Las palabras de su madre resonaron en su mente. Ella lo sabía, sabía que disfrutaba cantar, pero enfrentarse al miedo de hacerlo en público era lo que la hacía dudar. Pero algo dentro de ella empezó a moverse. Tal vez, si lo intentaba, algo bueno podría salir de ello.

Verónica se quedó en silencio por un rato, reflexionando sobre lo que su madre había dicho. Sabía que no sería fácil, pero también sabía que, de alguna manera, tenía que intentarlo.

A medida que pasaban los días, la idea de cantar en la gala no dejaba de rondar en la mente de Verónica. Aunque su madre y la profesora Mariana la habían animado, el miedo seguía ahí, firme como una barrera invisible que no podía atravesar. Cada vez que lo pensaba, sentía un nudo en el estómago. Cantar para sí misma en la intimidad de su habitación era una cosa, pero enfrentarse a una multitud era completamente distinto.

Durante una de las clases de música, Mariana les explicó a todos sobre los ensayos para la gala. El salón estaba lleno de emoción, y varios estudiantes se apuntaron sin dudarlo para participar en las diferentes actividades: algunos harían sketches cómicos, otros tocarían instrumentos o bailarían. Mariana observaba a Verónica de reojo, esperando que ella diera algún indicio de que estaba lista para unirse. Pero Verónica seguía callada, con la cabeza gacha y los ojos fijos en su cuaderno.

—Verónica —dijo Mariana amablemente—, aún no hemos decidido quién será la voz solista para el cierre del evento. ¿Te gustaría hacer una prueba? Solo es para ver si te sientes cómoda, no hay presión.

Las palabras “no hay presión” sonaban vacías en su mente. Sentía como si el peso del mundo cayera sobre ella en ese momento. Todos en la clase se volvieron para mirarla, expectantes. Su rostro enrojeció y, sin querer atraer más atención, Verónica apenas susurró:

—No estoy segura, profesora… tal vez más adelante.

Mariana sonrió, respetando su respuesta.

—Está bien, tienes tiempo para decidir —le respondió suavemente.

Pero a medida que avanzaban los ensayos, las dudas de Verónica solo crecían. Una tarde, Mariana organizó una pequeña reunión con algunos de los estudiantes que se habían apuntado para participar en la gala. El objetivo era que pudieran conocerse mejor y trabajar en conjunto en las presentaciones. Verónica no planeaba ir, pero su madre la animó a asistir, aunque solo fuera como observadora. “Tal vez viendo a los demás te animes”, le dijo.

Cuando llegó a la sala de ensayos, Verónica se sintió aliviada al ver que no era la única que estaba nerviosa. Sus compañeros también mostraban signos de ansiedad: manos temblorosas, risas nerviosas y constantes preguntas sobre qué hacer si algo salía mal. Pero había algo en esa camaradería que la hizo sentir un poco mejor. Al menos no estaba sola en su miedo.

Durante la práctica, Mariana les pidió a los estudiantes que formaran pequeños grupos para trabajar en sus actuaciones. A Verónica le tocó en un grupo con Paula, una chica extrovertida que amaba el teatro, y Luis, quien había aprendido a tocar la guitarra durante la pandemia. Verónica, a pesar de su timidez, sintió que el grupo era acogedor y la trataban con cariño.

—¿Y tú, Vero? ¿Qué piensas hacer en la gala? —preguntó Paula en un descanso, mientras tomaban un refrigerio.

—La profesora quiere que cante… pero no sé si pueda hacerlo —respondió, bajando la mirada.

Paula se inclinó hacia ella, mostrando interés genuino.

—¡Pero tienes una voz increíble! Te escuché cantar una vez en clase y sonabas como una profesional —dijo con una sonrisa—. Deberías intentarlo, no te vas a arrepentir. Luis y yo podemos ayudarte a practicar si quieres.

Luis asintió, mostrando su guitarra.

—Podemos hacer algo juntos. Yo puedo acompañarte con la guitarra y así no estarías sola en el escenario. Sería como si estuviéramos tocando para nosotros mismos, sin pensar en el público.

La idea sonaba atractiva. Si no estaba completamente sola, tal vez sería menos aterrador. Verónica esbozó una pequeña sonrisa. A pesar de sus dudas, algo dentro de ella empezó a cambiar. Quizás podría intentarlo.

Con el paso de los días, Verónica comenzó a asistir a los ensayos con más frecuencia. A pesar de que el miedo seguía presente, estar rodeada de Paula y Luis la hacía sentir más cómoda. El ambiente era relajado y divertido, lo que le permitía olvidarse, al menos por un rato, del público que eventualmente tendría que enfrentar.

Un día, Mariana organizó un ensayo general. La sala de música se había transformado en un escenario improvisado, con luces suaves y un pequeño público compuesto por algunos maestros y estudiantes. Verónica, que hasta entonces solo había cantado en grupo, sabía que ese ensayo sería diferente: ahora tendría que interpretar su canción sola, al menos durante unos minutos.

El corazón le latía a mil por hora mientras esperaban su turno. Paula y Luis ya estaban en el escenario, listos para comenzar. Mariana le hizo una señal para que subiera con ellos, pero Verónica sentía que sus piernas apenas la sostenían. Aun así, respiró profundamente y se obligó a caminar hacia el centro del escenario.

Cuando comenzó la música, Verónica cerró los ojos y dejó que las primeras notas de la guitarra de Luis llenaran el ambiente. Paula cantaba una parte pequeña antes de que llegara el turno de Verónica. Al principio, su voz tembló ligeramente, pero conforme avanzaba la canción, algo en ella cambió. Ya no estaba pensando en el público ni en el miedo, solo en la música. Era como si la música la envolviera, dándole fuerza para continuar.

Cuando terminó la canción, la sala estalló en aplausos. Verónica, aún con el corazón acelerado, no podía creer lo que acababa de hacer. Mariana se acercó con una gran sonrisa en el rostro.

—Lo hiciste maravillosamente, Verónica. ¿Cómo te sientes?

—Aún un poco nerviosa —admitió Verónica, pero esta vez sonrió—. Pero creo que puedo hacerlo.

El ensayo había sido un pequeño paso, pero para Verónica, significaba mucho más.

El día de la gala llegó mucho más rápido de lo que Verónica esperaba. Las semanas de ensayo parecían un sueño distante, y ahora, parada detrás del telón junto a sus compañeros, el miedo había regresado con más fuerza que nunca. Las luces del escenario iluminaban la sala abarrotada de padres, maestros y estudiantes, todos esperando con entusiasmo el espectáculo que se avecinaba.

Verónica respiraba profundamente, tratando de calmar sus nervios, pero con cada respiración sentía el peso del miedo en su pecho. Paula, quien estaba a su lado, la miró con una sonrisa tranquilizadora.

—Vas a estar genial, Vero —dijo Paula mientras ajustaba su disfraz para la escena de teatro en la que ella participaba.

—Sí, lo has hecho muchas veces en los ensayos y siempre ha salido perfecto —añadió Luis mientras afinaba su guitarra.

Sus palabras eran amables, pero Verónica no podía evitar sentir la presión. ¿Y si todo salía mal? ¿Y si se olvidaba de la letra o su voz se quebraba en medio de la canción? Los aplausos y murmullos del público solo aumentaban su ansiedad. Sabía que su turno vendría pronto y que no había vuelta atrás.

Mientras los primeros actos se desarrollaban en el escenario —las risas del público llenando el aire durante los sketches cómicos, los aplausos tras las presentaciones de danza—, Verónica permanecía inmóvil, observando desde las sombras. Cada actuación era impecable, y eso solo añadía a su inquietud.

Finalmente, llegó el momento. Paula y Luis se unieron a Verónica detrás del telón, listos para su número musical. Luis colocó su guitarra en su regazo y le dio un suave golpecito en el hombro a Verónica.

—Recuerda, solo somos nosotros tres. Olvídate del público. Solo canta para nosotros.

Mariana, quien estaba en el costado del escenario, también le lanzó una mirada alentadora antes de anunciar:

—Y ahora, tenemos una interpretación especial de una de nuestras estudiantes más talentosas. Con ustedes, Verónica García, acompañada de Paula y Luis.

El telón se abrió lentamente, y el escenario, bañado en luces suaves, se reveló ante los ojos de todos. Verónica sentía como si el mundo entero la estuviera mirando. El micrófono frente a ella parecía gigante, y la sala de espectadores se expandía interminablemente.

Paula comenzó la introducción con una melodía suave que se entrelazaba con los acordes de la guitarra de Luis. Verónica cerró los ojos, tal como lo había hecho en los ensayos, tratando de bloquear el ruido y la tensión. Cuando llegó su turno, abrió los ojos y se encontró frente al micrófono. Su voz salió, tímida al principio, pero luego se fue fortaleciendo con cada nota. El miedo aún estaba allí, pero poco a poco fue cediendo, reemplazado por una sensación nueva: confianza.

Mientras cantaba, Verónica se dio cuenta de que no estaba sola. Luis tocaba la guitarra con una precisión que la guiaba, y Paula, con su energía contagiosa, la mantenía conectada con la música. Al escuchar sus propias palabras fluir de una manera tan natural, algo dentro de ella se liberó. Era como si, por primera vez, realmente estuviera disfrutando del momento, sin pensar en lo que podría salir mal.

El público, que hasta entonces había estado en silencio, comenzó a moverse al ritmo de la canción. Algunos incluso tarareaban. Verónica apenas podía creerlo: estaban disfrutando, ¡y ella era la razón! Las palabras de Luis resonaron en su cabeza: “solo somos nosotros tres”. Y aunque había cientos de personas en el público, para Verónica, en ese momento, solo estaban Paula, Luis y ella, conectados a través de la música.

Cuando la canción llegó a su fin, el silencio fue reemplazado por un estruendoso aplauso que llenó la sala. Verónica sintió una mezcla de alivio y euforia. Había enfrentado su miedo, y lo había superado. Mariana, que observaba desde el costado, sonreía con orgullo.

Verónica, aún asimilando lo que acababa de suceder, vio a su madre de pie entre el público, aplaudiendo con lágrimas en los ojos. Sintió una oleada de emoción recorrer su cuerpo. No solo lo había hecho bien, había demostrado que podía enfrentarse a su mayor miedo y salir victoriosa.

Cuando bajaron del escenario, Paula y Luis la abrazaron con entusiasmo.

—¡Lo hiciste increíble! —exclamó Paula, emocionada.

—Sabía que podías hacerlo —agregó Luis, golpeándole el hombro con complicidad.

Verónica sonrió, aún con el corazón acelerado, pero ya no por miedo, sino por la emoción del momento. Mariana se acercó a felicitarla también.

—Estoy muy orgullosa de ti, Verónica —dijo la profesora—. Sé lo difícil que fue para ti, pero demostraste un coraje admirable. Nunca lo olvides: ser valiente no significa no tener miedo, sino enfrentarlo.

Esas palabras resonaron en la mente de Verónica. Nunca lo había visto de esa manera, pero ahora todo tenía sentido. El miedo no había desaparecido por completo, pero lo había enfrentado, y al hacerlo, había descubierto una fuerza que no sabía que tenía.

Más tarde esa noche, cuando Verónica y su madre regresaron a casa, su madre la abrazó con fuerza.

—Estoy tan orgullosa de ti, hija. No solo por cantar, sino por tener el valor de enfrentarte a tus miedos.

Verónica se acurrucó en el sofá junto a su madre, sonriendo.

—Todavía tengo miedo, mamá, pero creo que eso está bien. Ya no me asusta tanto.

Su madre la miró con ternura.

—Exactamente, Verónica. Eso es lo que significa ser valiente.

Esa noche, mientras se preparaba para dormir, Verónica reflexionó sobre lo que había aprendido. El miedo no era el enemigo; era una parte natural de la vida. Y ahora sabía que, aunque apareciera de nuevo, siempre podría enfrentarlo con la misma valentía que mostró en el escenario. Al final, se dio cuenta de que ser valiente no era no tener miedo, sino aprender a caminar a pesar de él. Y esa lección la llevaría consigo siempre.

moraleja Ser valiente no significa no tener miedo, sino enfrentarlo.

Y colorín colorín, este cuento llegó a su fin. bueno mis amables oyentes. ¡NOS VEMOS MAÑANA! CON UN NUEVO CUENTO CON MORALEJA.

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