El cazador de almas perdidas – Creepy pasta 68.
La Senda de la Muerte Plata.
El ambiente dentro de la mansión de Vambertoken era tan pesado como el plomo. La tensión en el aire podía cortarse con un cuchillo mientras todos esperaban que Vambertoken hablara. Había estado reunido con María tras la finalización de su ritual de clarividencia, y ahora, de pie en el centro de la sala, el vampiro esperaba el silencio absoluto de sus seguidores. A su lado, María lucía pálida pero firme, como si aún estuviera conectada con los ecos del ritual que acababa de realizar.
Vambertoken recorrió la habitación con su mirada fría, deteniéndose en cada uno de los presentes. Drex, aún con cicatrices de su cacería reciente, mantenía su postura firme, aunque los ojos del licántropo estaban alerta, esperando el plan a seguir. Tatiana, al otro lado de la sala, sostenía su rifle como si fuera una extensión de su cuerpo, lista para cualquier eventualidad. Fabián y Julián estaban a su lado, ambos con el peso de la fe en sus hombros, mientras que Oscar se encontraba de pie, cabizbajo, evidentemente afectado por el fracaso de la emboscada en la sede de la Muerte Plata.
—La Muerte Plata es más fuerte de lo que pensábamos —comenzó Vambertoken, su voz calmada pero cargada de determinación—. Su influencia no se limita solo a Ecuador o a Colombia. Tienen una red que se extiende desde la Patagonia hasta México, y desmantelarla requerirá mucho más que simples incursiones. Hemos subestimado su poder, y eso casi nos cuesta la purga.
El silencio en la sala era ensordecedor. Todos sabían que el fracaso en Quito había sido un golpe duro, pero lo que Vambertoken estaba revelando era mucho peor de lo que podían imaginar.
—Por lo tanto, nuestro siguiente paso será hacia el sur —continuó, señalando un mapa proyectado en la pared—. Nos moveremos hacia Córdoba, Argentina. Según la información obtenida, una de las principales rutas comerciales de la Muerte Plata cruza por la Patagonia. Siguiendo esa ruta, podremos encontrar uno de sus puntos de recolección y posiblemente su sede central. Allí se están organizando los envíos hacia el norte, pasando por Ecuador y terminando en México.
Drex frunció el ceño. La idea de volver a moverse, ahora hasta el sur, era agotadora, pero entendía la importancia de lo que estaba en juego.
—¿Qué encontramos exactamente en Córdoba? —preguntó Fabián, su tono inquisitivo, pero sin miedo.
Vambertoken sonrió de lado, una sonrisa que no llegaba a sus ojos.
—Oscar tiene una pista —dijo, girándose hacia el vampiro, quien levantó la mirada lentamente—. Una casa en el barrio Alberdi. Es una fachada para recoger los tesoros y artefactos que la Muerte Plata mueve a través de su red. Lo que encuentren allí podría darnos una ventaja crucial.
Tatiana miró a Oscar con una mezcla de desconfianza y repulsión. Sabía lo que había ocurrido en la emboscada, y aunque Oscar había sobrevivido a la ira de Vambertoken, no estaba segura de si debía confiar en él.
Vambertoken, notando la tensión entre ellos, agregó con evidente ironía:
—Tatiana, te dejo al mando mientras viajo al Perú para reunirme con los chamanes. Oscar estará bajo tu supervisión. Tienes mi autoridad para decidir su destino. Si crees que no es útil, mátalo. Lo dejo a tu juicio.
El rostro de Oscar palideció aún más, y Tatiana simplemente asintió, su mirada fija en el vampiro. No había nada más que decir. Vambertoken se despidió con una última mirada fría a todos, sabiendo que el siguiente paso en la purga dependía de ellos.
El viaje hacia Córdoba fue tenso. El equipo estaba cansado y emocionalmente agotado después de la fallida incursión en Ecuador, pero sabían que no podían permitirse ningún error en esta misión. Tatiana, ahora al mando, organizó el plan de ataque mientras Drex, Fabián y Julián afinaban los detalles de la estrategia.
—Tenemos que ser cuidadosos esta vez —dijo Tatiana mientras revisaban el mapa de Alberdi—. Si caemos en otra trampa, no habrá segundas oportunidades.
Drex asintió, observando el plano de la ciudad con una concentración feroz. Sabía que el equipo que lideraría hacia el barrio Alberdi sería el que enfrentaría el mayor peligro. Era una trampa perfecta para un licántropo, y las posibilidades de que Muerte Plata estuviera lista para ellos eran altísimas.
Mientras Oscar se mantenía en silencio, Tatiana decidió hablar con él antes de que el grupo se moviera
Tatiana decidió que no podía ignorar más el elefante en la habitación: Oscar. Sabía que, como líder temporal, debía enfrentarlo de una vez por todas. Si Vambertoken le había dado la autoridad para matarlo si lo consideraba necesario, también le había dado la responsabilidad de asegurarse de que Oscar no los traicionara de nuevo.
Caminó hacia donde estaba Oscar, apartado del resto, con los ojos bajos y el cuerpo visiblemente tenso. Era evidente que no había superado la furia de Vambertoken, y aunque estaba allí, presente para servir, la duda sobre su lealtad estaba en el aire.
—Oscar —dijo Tatiana con tono firme, pero sin hostilidad—. Necesito que seas completamente honesto conmigo. No tengo tiempo para juegos o mentiras. ¿Qué nos espera realmente en Córdoba?
Oscar levantó lentamente la vista. Su mirada delataba el peso de lo que había vivido en los últimos días. El vampiro sabía que su vida pendía de un hilo, y Tatiana lo sostenía.
—Es una casa en el barrio Alberdi —empezó Oscar, su voz baja pero clara—. No es solo un punto de recolección. La Muerte Plata la usa para guardar artefactos robados. No solo los mueven hacia el norte, también experimentan con ellos. Algunos de los objetos tienen poderes que no alcanzamos a entender, pero puedo decirte algo: no es una simple operación de contrabando. La casa en Alberdi es un punto estratégico que la Muerte Plata no dejará caer sin luchar.
Tatiana lo miró fijamente, estudiando cada palabra, cada gesto. Era obvio que Oscar sabía más de lo que estaba dispuesto a compartir. Pero en ese momento, su información era todo lo que tenían.
—Vambertoken me dijo que puedo matarte si lo considero necesario —le soltó Tatiana de repente, sin emoción en su voz—. Quiero que lo sepas, porque si me traicionas otra vez, no dudaré.
Oscar asintió lentamente, entendiendo la advertencia implícita.
—No te traicionaré, Tatiana —murmuró—. Lo que pasó en Ecuador… No volverá a suceder.
Tatiana dio un paso hacia atrás, evaluando si dejaría a Oscar con vida durante esta misión. Sabía que Vambertoken no le habría dado una segunda oportunidad si no creyera que podía ser útil. Pero también sabía que, si algo salía mal en Córdoba, no dudaría en acabar con él.
—Muy bien —dijo finalmente—. Nos movemos en diez minutos. Prepárate.
El equipo llegó a Córdoba justo antes del amanecer. El sol apenas empezaba a iluminar las calles de la ciudad, y el aire frío les cortaba la piel como cuchillos. Tatiana, Drex, Fabián, Julián y Oscar estaban listos, cada uno con sus armas y habilidades a punto para lo que sabían que sería un enfrentamiento brutal.
El barrio Alberdi era tranquilo, casi demasiado. La casa que Oscar había señalado estaba en una calle estrecha, rodeada de casas antiguas. Parecía abandonada a simple vista, pero todos sabían que detrás de esas paredes se ocultaba algo mucho más siniestro.
—Quiero un reconocimiento completo antes de entrar —ordenó Tatiana—. No podemos permitirnos una trampa más.
Drex, siempre el primero en la línea de peligro, asintió y se dirigió hacia el flanco derecho con tres escuadrones de Oricalco. Fabián y Julián tomaron el flanco izquierdo con dos escuadrones adicionales, mientras que Tatiana y Oscar se quedarían en la retaguardia, supervisando el avance.
Mientras avanzaban hacia la casa, Drex sintió cómo la tensión en el aire aumentaba. Algo no estaba bien. El silencio era demasiado denso, como si la ciudad misma estuviera esperando que algo terrible sucediera.
—Cuidado —advirtió Drex por el comunicador a su equipo—. Esto huele a trampa.
Apenas terminó de hablar, los disparos resonaron en el aire. Un estallido violento de energía atravesó la calle, golpeando a uno de los escuadrones de Oricalco y derribándolos al instante. Drex gritó órdenes, pero apenas pudo reaccionar cuando sintió una quemazón en su costado. Miró hacia abajo y vio la herida abierta por una bala de plata.
—¡Mierda! —gruñó, llevándose
El enfrentamiento en el barrio Alberdi había sido más feroz de lo esperado, pero la herida de Drex resultó no ser tan grave como para incapacitarlo. El licántropo se obligó a continuar, apretando los dientes mientras el dolor se mezclaba con la adrenalina del combate.
Las balas de plata eran mortales para los de su especie, pero la bala que le había rozado solo había dejado una quemazón superficial. A pesar del dolor, Drex sabía que debía actuar rápido. No podía permitirse la misma indecisión que había mostrado en Ecuador. Transformarse en su forma de licántropo era su mejor opción, y esta vez, no iba a contenerse.
Sin dudarlo más, Drex dejó que su cuerpo se transformara, sintiendo cómo sus músculos se expandían y su piel comenzaba a cubrirse de un espeso pelaje. Su altura se incrementó, y en cuestión de segundos, lo que era un hombre herido ahora se había convertido en una bestia imponente. Su rugido resonó en las calles de Alberdi, un sonido que hacía temblar incluso a los enemigos más experimentados.
Mientras Drex se lanzaba al ataque, los escuadrones de Oricalco seguían su ejemplo. Julián y Fabián, por su parte, habían evaluado la situación rápidamente. Sabían que el licántropo no podría aguantar solo por mucho tiempo, y decidieron apoyar desde sus flancos.
Julián, con sus conocimientos en exorcismos y magia sagrada, comenzó a recitar versos de protección y bendición mientras avanzaba con su equipo. Fabián, por su parte, preparaba frascos de agua bendita y estacas de plata, lanzándolas con precisión mortal contra los vampiros sanguijuelas que defendían la sede.
La Muerte Plata había establecido una resistencia sólida, pero no suficiente para contener el poder combinado de los escuadrones de Oricalco, Drex, y el apoyo estratégico de Julián y Fabián. Los vampiros caían uno tras otro, sin oportunidad de reorganizarse.
Tatiana, observando el combate desde la retaguardia, sabía que el momento de actuar había llegado. Si querían tomar el control total de la sede de la Muerte Plata, debían asegurarse de que no quedaran trampas ocultas que comprometieran a su equipo. Y para eso, Oscar sería el indicado.
Con un movimiento decidido, Tatiana se acercó a Oscar, quien había permanecido en guardia desde el inicio del combate.
—Es tu momento —le dijo con frialdad—. Quiero que entres y asegures la sede. Si hay trampas, quiero que caigan sobre ti y no sobre los nuestros.
Oscar asintió, sabiendo que no tenía margen para errores. Había sido perdonado por Vambertoken, pero su vida aún pendía de un hilo. Se adentró rápidamente en la sede de la Muerte Plata, flanqueado por varios soldados de Oricalco.
En el interior, Oscar y su equipo encontraron resistencia por parte de más vampiros sanguijuelas, pero estos no fueron rival para el grupo. En cuestión de minutos, el edificio fue tomado por completo. Las trampas que habían sido dispuestas por la Muerte Plata no fueron suficientes para detener el avance de Oricalco, y Oscar, a pesar de los riesgos, logró desactivarlas una por una.
Una vez asegurado el edificio, Tatiana ordenó un barrido completo. No querían dejar ningún rastro que pudiera comprometer futuras operaciones. Mientras el equipo revisaba los documentos y artefactos que los vampiros habían dejado atrás, Tatiana recibió un mensaje urgente.
—Tatiana, ven a ver esto —dijo uno de los soldados de Oricalco, señalando una mesa en el centro de la sala.
Sobre la mesa había una carta con un membrete muy familiar. Tatiana se acercó con cuidado, reconociendo inmediatamente el sello del Archiconde de Purga. Abrió la carta con rapidez, y a medida que leía, su rostro se endurecía.
—Esto no puede ser… —murmuró, sus ojos recorriendo las palabras que revelaban un detalle inquietante.
La carta informaba, con precisión alarmante, el ataque que estaban llevando a cabo en ese preciso momento. La Muerte Plata había sido advertida, y lo que más preocupaba era quién les había informado: alguien dentro de su propio círculo de confianza, alguien con acceso a los movimientos del Archiconde de Purga.
Tatiana no perdió tiempo. Sacó su comunicador y llamó directamente a Vambertoken.
—Tenemos un problema —dijo sin preámbulos cuando Vambertoken atendió la llamada—. Encontramos una carta con el membrete del Archiconde de Purga. Alguien les avisó del ataque, y sabían que íbamos a venir.
Hubo un breve silencio al otro lado de la línea antes de que Vambertoken respondiera, su tono sorprendentemente calmado.
—Era de esperar —dijo—. He estado enviando información falsa a ciertos separatistas para ver quiénes están realmente conectados con la Muerte Plata y Ragnarok. Este ataque fue parte de esa estrategia.
Tatiana frunció el ceño. El plan había sido mucho más elaborado de lo que había pensado. Vambertoken había estado jugando con sus propios contactos, poniendo a prueba la lealtad de aquellos que decían estar de su lado.
—Entonces, ¿todo esto fue parte de tu plan? —preguntó Tatiana, intentando procesar la magnitud de lo que acababa de suceder.
—Así es —respondió Vambertoken—. Ahora sabemos quiénes son los verdaderos traidores. El plan ha sido todo un éxito.
Tatiana dejó escapar un suspiro, su mente procesando la situación. A pesar de los riesgos y de las pérdidas, habían logrado exponer a los traidores dentro de la red de la Muerte Plata. Pero eso no significaba que el trabajo estuviera terminado. El enfrentamiento en Córdoba había sido solo una batalla en una guerra mucho más grande.
—¿Y qué hacemos ahora? —preguntó finalmente.
Vambertoken dejó escapar una breve risa antes de responder.
—Ahora comienza la verdadera purga.
Gracias por acompañarnos en este viaje al terror. ¡Nos vemos en el próximo episodio!”
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