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El cazador de almas perdidas – Creepypasta 267.

 La Puerta Entreabierta.

La luz matutina se filtraba en el dormitorio de Tatiana y Drex, bañando la habitación en un resplandor cálido. Ambos yacían en la cama, sus cuerpos entrelazados después de una noche frenética que había empezado con una discusión acalorada. Tatiana, con la cabeza recostada sobre el pecho de Drex, observaba el techo, dejando escapar un suspiro de resignación.

—¿De verdad pensaron que esa era la mejor idea? —preguntó, con una mezcla de incredulidad y cansancio en su voz.

Drex, acariciando suavemente su espalda, esbozó una sonrisa perezosa. —Funcionó, ¿no? A veces lo que parece absurdo es lo único que puede hacer reaccionar a quienes se niegan a cambiar. —Su tono era relajado, pero en sus ojos brillaba la chispa de alguien que disfruta de caminar al borde del peligro.

Tatiana lo miró de reojo, su expresión todavía severa, aunque ya sin la intensidad de la noche anterior. —Tienes suerte de que las solicitudes se hayan detenido. Si no fuera así, te aseguro que tendrías que lidiar conmigo… y no creo que te guste eso.

Drex rió suavemente, inclinándose para besarla en la frente. —No me importa enfrentarme a ti, Tatiana. Sé cómo termina siempre. —La picardía en su voz era inconfundible, y Tatiana no pudo evitar sonreír, aunque intentara disimularlo.

—Eres insoportable —respondió ella, rodando los ojos, pero el brillo en su mirada revelaba algo más que enfado.

Finalmente, se levantaron y comenzaron a vestirse para el día. Tatiana, ajustándose el cinturón de su uniforme, se giró hacia Drex con un aire de seriedad renovada.

—Escucha, Drex. —Hizo una pausa, asegurándose de que su mirada se encontrara con la de él—. Hoy, no quiero transformaciones sorpresas. No puedes hacer algo así sin decírmelo antes. —Su tono era firme, pero había un matiz de preocupación en sus ojos.

Drex asintió, alzando las manos en señal de rendición. —Lo sé, lo sé. Me comportaré… por ahora. Pero si necesito hacerlo, sabes que no dudaré en proteger lo que es nuestro.

Tatiana resopló, pero su expresión se suavizó levemente. —Por favor, solo avísame la próxima vez. No quiero tener que explicarle a Vambertoken lo que pasa cada vez que decides marcar territorio. —Bajó la mirada un segundo antes de soltar un suspiro y, en un tono más suave—: Además, prefiero saber que estás bien.

En el camino a La Purga, la tensión en el aire entre ellos se había disipado, y el viaje se tornó más relajado. Tatiana, con una mano sobre el volante, lanzó una mirada de soslayo a Drex.

—Por cierto, ¿qué habrías hecho si las solicitudes no se detenían? —preguntó, con una sonrisa juguetona.

Drex, recostado en el asiento, la miró con una mezcla de arrogancia y sinceridad. —Habría continuado hasta que lo entendieran. Al final, el miedo puede ser una herramienta poderosa, y a veces, es la única manera de controlar la situación.

Tatiana negó con la cabeza, aunque no pudo evitar reírse. —Eres un caso perdido, Drex.

—Y tú estás atrapada conmigo —respondió él, con una sonrisa de satisfacción.

Al llegar a La Purga, se dieron cuenta de que el ambiente había cambiado. Las solicitudes de cambio de equipo habían desaparecido, y la tensión que había en el aire el día anterior se había disipado. Tatiana observó a Drex antes de salir del coche.

—Parece que el plan funcionó —comentó, cruzando los brazos—. Pero más te vale seguir controlándote. No quiero más transformaciones sin aviso.

—Entendido —dijo Drex, levantando las manos en señal de paz—. Soy todo oídos

Una vez en sus funciones, la noticia corrió rápidamente: las solicitudes de transferencia hacia el equipo de Raúl habían sido retiradas por completo. Mientras Tatiana atendía sus tareas, Drex se movía por los pasillos con una tranquilidad que hacía tiempo no se veía en él. Al menos por ahora, las cosas estaban bajo control.

En otra parte de La Purga, Raúl, aprovechando la calma del día, se acercó a la manada. Sabía que el incidente del día anterior había sido un despliegue de poder que podría haber causado problemas, pero también veía una oportunidad de reconciliación. Al encontrarse con Diana, Tiranus y Olfuma, Raúl los saludó con su habitual calma y diplomacia.

—Lo que ocurrió ayer fue… intenso —comenzó Raúl, midiendo sus palabras—. Pero puedo pasarlo por alto, siempre que me permitáis hacer una petición. —Sus ojos se posaron en Tiranus—. Me gustaría que le dieran una oportunidad a Alexia.

Diana y Tiranus intercambiaron una mirada. Habían discutido el tema antes, sabiendo que Alexia había mostrado signos de cambio en la misión del barrio Carolina.

—Hemos hablado de ello —respondió Tiranus, su tono firme pero controlado—. Alexia demostró en esa misión que tal vez esté dispuesta a dejar atrás su pasado. —Diana asintió, añadiendo—: Permitiremos que Olfuma le dé las gracias.

Raúl sonrió, complacido. —Es un gran paso. Sé lo que significa permitir un acercamiento así, especialmente para Olfuma, siendo la nueva en la manada.

Poco después, Alexia se acercó al grupo. Se movía con cautela, pero sus ojos reflejaban un genuino deseo de redención. Sabía que ese era un pequeño avance, pero significativo.

—Gracias por permitirme esta oportunidad —dijo Alexia, con sinceridad en su voz—. Entiendo que aún falta mucho, pero estoy dispuesta a trabajar por ello.

Tiranus la observó con una mirada que no escondía la desconfianza, pero tampoco la hostilidad. —Estarás bajo nuestra supervisión. Puedes interactuar con Olfuma, pero eso no significa que seas parte de la manada aún. —Su voz era severa—. Debes ganarte ese lugar.

Diana, cruzando los brazos, añadió: —Tienes que demostrar que realmente has cambiado. No bastan las palabras, queremos acciones.

Olfuma dio un paso al frente, con una mezcla de timidez y gratitud en su mirada. —Gracias por lo que hiciste en el barrio Carolina, Alexia. Sin ti, las cosas habrían sido muy distintas para mí.

Alexia inclinó la cabeza en señal de respeto. —Solo hice lo que debía. Espero que, con el tiempo, pueda demostrarles que soy digna de su confianza.

Raúl, que había observado todo en silencio, se sintió complacido de ver el progreso. Sabía que Alexia tenía un largo camino por delante, pero este pequeño gesto significaba que había una posibilidad de redención.

Mientras Tatiana lidiaba con los asuntos de La Purga y la manada de licántropos, Drex se dirigió a encontrarse con su propio equipo en una sala de descanso oculta entre los pasillos del cuartel. Allí lo esperaban Lía, Anuel, Violeta, Óscar y Andrés. Al entrar, Drex notó que todos estaban relajados, pero en sus miradas había un brillo de curiosidad. No era difícil adivinar que, después de lo que había ocurrido la noche anterior, querían más detalles.

Anuel fue la primera en saltar de su asiento, una sonrisa juguetona en el rostro. —¡Eh, mira quién llega! —exclamó, señalando a Drex—. Dime, ¿la jefa suprema te dio el sermón o qué? Porque con nosotros no tiene piedad, pero tú… —hizo un gesto dramático—, tú eres el “atormentador”, ¿no? Seguro que ella tampoco puede contigo.

Drex resopló y se cruzó de brazos, aunque una ligera sonrisa asomó en sus labios. —Tatiana hace su trabajo. Así que claro, hay veces que… se pone severa.

—¿Severa? —interrumpió Anuel con una risa—. La “ogro” Tatiana no es solo severa, ¡es la mismísima encarnación de la disciplina! Pero, dime, Drex, ¿tú la atormentas en las noches? —Hizo una pausa, levantando las cejas en un gesto sugestivo—. Ya sabes, de una forma… o de otra.

Las risas estallaron en la sala, y Drex, aunque intentó mantener su expresión neutral, sintió el calor subiéndole al rostro. —Anuel, ¿alguna vez dejas de pensar en esas cosas? —intentó desviar la conversación, pero Anuel no se rendía.

—Vamos, vamos, Drex —continuó ella, señalándolo con un dedo—. No me digas que el “gran lobo feroz” se siente incómodo. ¡Si te ponemos en apuros con Tatiana, al menos danos la diversión de imaginarlo!

Lía, que observaba todo con una sonrisa divertida, decidió unirse. —Bueno, Anuel, quizás el monstruo de nuestro equipo tiene más de un punto débil. Y si lo está controlando Tatiana… —soltó una risita—, quizás tenemos que aprender de su método. ¡Es más efectivo que cualquier entrenamiento que hemos tenido!

Violeta, que solía mantenerse al margen, esta vez se animó a participar, siguiendo el ejemplo de Anuel. —Sí, Drex, dinos, ¿Tatiana usa látigo o cadenas? —dijo con una sonrisa traviesa—. Porque a juzgar por cómo te comportas, debe de ser algo intenso.

Las carcajadas llenaron la sala, y Drex, tratando de mantener la calma, no pudo evitar sentir cómo la incomodidad lo invadía. —Ustedes no tienen remedio —murmuró, aunque la sonrisa en sus labios delataba que, en el fondo, disfrutaba la camaradería.

Incluso Óscar, que solía ser más reservado, se unió. —Quizás Tatiana tiene una lista de castigos específicos para el gran “Atormentador”. —Hizo una pausa, riendo entre dientes—. Dime, Drex, ¿te hizo recitar las normas de La Purga antes de dejarte salir hoy?

Las risas continuaron, y Drex se cruzó de brazos, sacudiendo la cabeza. —Me alegra ver que al menos se están divirtiendo —dijo, pero su tono no tenía la severidad que quería aparentar. Era casi imposible mantenerse serio con todos ellos riendo.

Andrés, que hasta ese momento había estado observando en silencio, decidió unirse al juego. Él era el único que conocía las verdaderas pesadillas que Drex enfrentaba, pero en ese momento, las risas del grupo lo contagiaron.

—Tengo que decirlo, Drex —añadió Andrés, con una sonrisa—. Después de lo de anoche, no sé qué es más aterrador: Tatiana o tú cuando ruges en el patio. Pero… debo confesar que la idea de que te tenga bajo control es algo que hasta a mí me sorprende.

La broma arrancó otra ronda de carcajadas, y Drex negó con la cabeza, mirando a su equipo con una mezcla de exasperación y afecto.

—Es un buen chiste, pero les aseguro que ninguno de ustedes querría estar en mi lugar —respondió, su tono más relajado.

—Lo dudo —intervino Violeta, con una sonrisa maliciosa—. Si Tatiana es como imagino… podría ser interesante.

El comentario arrancó otra ronda de risas, y Drex, finalmente, se rindió a la atmósfera del grupo. Había momentos en los que olvidaba lo mucho que apreciaba su camaradería, incluso si a veces se convertía en el blanco de sus bromas.

Las risas seguían en la sala, y Anuel, con una sonrisa pícara, decidió dirigirse a Drex, aprovechando la oportunidad para molestarlo un poco más.

—Dime, Drex, ¿ya le confesaste a Tatiana cuántos besos te he dado? —preguntó, con una mirada traviesa y una risa contenida.

Drex se tensó un poco, aunque intentó mantener la calma. —¿Qué estás diciendo, Anuel?

—Vamos, no te hagas el inocente —replicó ella, disfrutando de la incomodidad de Drex—. Ya sabes, esos besos que te he dado cada vez que me salvaste en una misión. —Hizo un gesto exagerado, como si fuera un secreto que todos conocían—. Son unos cuantos, ¿no? Me pregunto si la jefa suprema sabe sobre nuestro pequeño “acuerdo”.

Drex sacudió la cabeza, tratando de ignorar el calor que subía a su rostro. —No hay nada que confesar. Son solo besos de agradecimiento, ¿no?

—Claro, claro —rió Anuel—. Pero me pregunto cómo lo vería Tatiana si supiera que ya perdí la cuenta de cuántas veces he tenido que pagarte con besos. —Las risas se hicieron más fuertes, y Violeta no pudo evitar intervenir.

—Quizás deberías contárselo, Drex —dijo Violeta, sonriendo con picardía—. Seguro que le gustaría saber cuántas veces Anuel te ha “agradecido”.

Incluso Óscar, con una sonrisa, decidió sumarse. —Tienes que admitir que es una buena historia. ¿Te imaginas la cara de Tatiana cuando se entere? —dijo, mientras las risas del grupo se intensificaban y Drex se resignaba, sabiendo que no había forma de escapar de las bromas de sus compañeros.

—Ustedes no se cansan, ¿verdad? —dijo finalmente Drex, dejando escapar una sonrisa a pesar de su incomodidad—. Supongo que me tocará mantener el secreto… por ahora.

Anuel, satisfecha con la respuesta, soltó una carcajada. —Así me gusta, Drex. Al final, todos tenemos nuestros secretos, ¿no?

Las risas seguían llenando la sala, y Anuel, viendo cómo Drex había lidiado con sus bromas, no perdió tiempo en dirigir su atención a Óscar, que estaba sentado junto a Lía. Esta vez, había algo de picardía y, como siempre, un toque de intención provocadora en su mirada.

—Óscar, querido, ahora es tu turno —dijo Anuel, mirando de reojo a Lía y luego regresando a él—. ¿Cómo llevan tú y Lía eso de los besos que te debo? Ya sabes, cada vez que me salvas en una misión. —Le guiñó un ojo, y Violeta soltó una risa al ver la expresión de Lía.

Lía se removió en su asiento, visiblemente incómoda. Era cierto que Anuel siempre agradecía con besos a quienes la salvaban, pero que lo mencionara así, tan abiertamente y delante de todos, la descolocaba.

Óscar se rascó la cabeza, riendo de manera nerviosa. —Bueno, Anuel… tú siempre tan agradecida. Pero diría que Lía y yo llevamos eso… con profesionalidad.

Anuel rió entre dientes y negó con la cabeza. —Oh, no me vengas con eso, Óscar. —Se giró a Lía, que intentaba mantener la compostura—. Lía, tú y yo sabemos que los besos no son ningún secreto en nuestro equipo. Así que dime, ¿cómo lo manejan ustedes dos?

Lía, sintiendo las miradas de todos sobre ella, intentó disimular la incomodidad con una sonrisa tensa. —Bueno, Óscar y yo lo llevamos bien. Todo en orden. —Rápidamente, buscó desviar la conversación—. Pero, ¿cómo lo hace Tatiana para llevarlo con calma? Quiero decir, Tatiana sabe perfectamente lo de los besos que das, ¿no, Drex?

Drex, que había estado disfrutando del espectáculo de lejos, levantó las manos en señal de paz. —Tatiana lo sabe, claro que sí. —Hizo una pausa, con una media sonrisa—. Pero, como siempre, ella lo toma con calma. Sabe que Anuel es así… y que al final, no hay nada que esconder.

Anuel soltó una carcajada, satisfecha con la respuesta. —Es que Tatiana sabe cómo manejarlo todo. Pero, Lía… —la señaló con un dedo juguetón—, espero que tú también sigas mi ejemplo.

Lía intentó mantener la sonrisa, aunque era evidente que Anuel estaba disfrutando su incomodidad. —Ya, ya, Anuel. No me hagas repetir lo de los besos, que aquí todos te conocen demasiado bien.

Las risas seguían llenando la sala, y Anuel, siempre atenta a quién quedaba fuera de sus bromas, notó que Andrés, con su típica seriedad y reserva, permanecía en silencio, observando desde un rincón. Decidida a sacarlo de su zona de confort, Anuel se acercó a él, con esa sonrisa traviesa que anunciaba problemas.

—Andrés, no creas que te vas a escapar tan fácil —dijo, con un brillo pícaro en los ojos. Andrés la miró con desconfianza, tratando de anticipar qué estaba planeando.

—¿Qué estás tramando ahora, Anuel? —preguntó, intentando mantener su tono serio, aunque en el fondo parecía un poco nervioso.

Anuel no dijo nada más. En un movimiento rápido y audaz, se inclinó y le robó un beso en los labios. Fue tan inesperado que Andrés se quedó paralizado, con los ojos bien abiertos, sin saber cómo reaccionar. El impacto del gesto lo dejó sin palabras.

—Eso es un pago adelantado —dijo Anuel, riendo mientras volvía a su lugar, satisfecha con la reacción de Andrés—. Para cuando me salves en alguna misión. —Las carcajadas resonaron en la sala, y Andrés, aún con la mano en los labios, no podía disimular su asombro y confusión.

—¿Pero qué…? —logró articular finalmente, su rostro enrojecido y claramente descolocado. Nunca había experimentado algo así, y mucho menos con alguien tan espontánea como Anuel.

Las risas aumentaron cuando Violeta, viendo la reacción de Andrés, decidió aprovechar la situación para añadir un poco más de picardía. —Andrés, ¿qué te pasa? —dijo, con una sonrisa maliciosa—. Pensé que estarías acostumbrado a la atención. Después de todo, tu admiradora secreta no deja de escribirte.

Las miradas del grupo se giraron hacia Andrés, curiosas y expectantes. El hombre de fe, que ya estaba incómodo, se quedó sin palabras, sintiendo que la situación se volvía aún más embarazosa.

—¿Admiradora secreta? —preguntó Lía, divertida. —¿De verdad, Andrés?

—¡No es nada de eso! —respondió él, con el rostro completamente rojo—. Solo es… alguien que manda mensajes de vez en cuando. —Andrés intentaba desviar la conversación, pero era imposible salir de esa situación.

Anuel, riendo con fuerza, no lo dejó escapar tan fácil. —Anda, cuéntanos más, Andrés. ¿Acaso esos mensajes son tan inocentes como dices? Porque si tienes a alguien interesada en ti, queremos saber quién es.

Violeta asintió, dándole la razón. —Sí, vamos, no te hagas el tímido. Ya nos robaste unas risas, al menos cuéntanos sobre esa misteriosa admiradora.

Andrés, sintiéndose rodeado por las miradas inquisitivas y las risas del grupo, bajó la cabeza, claramente avergonzado. —Son solo mensajes… de apoyo, bendiciones y… eso es todo. No hay nada más.

—Oh, claro, claro —dijo Óscar, uniéndose a la burla—. “Bendiciones” con muchos emojis, ¿verdad?

Las risas continuaron, y Anuel, triunfante, sonrió. —Vamos, Andrés, no pasa nada. Después de todo, parece que hasta el hombre de fe tiene su historia secreta. Y quién sabe, tal vez hasta te robó un beso antes de mí.

Andrés, incapaz de disimular su incomodidad, se llevó la mano al rostro, tratando de ocultar su sonrisa avergonzada. Anuel y Violeta lo habían logrado; por primera vez, habían sacado al hombre de fe de su zona de confort.

Gracias por acompañarnos en este viaje al terror. ¡Nos vemos en el próximo episodio!”

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