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En el mágico del mundo, donde el sol siempre brillaba con una calidez dorada y el mar reflejaba un azul profundo, se encontraba la Playa de los Delfines Juguetones. Este no era un lugar cualquiera; era un santuario de alegría y risas, donde los delfines jugaban y reían, contagiando su felicidad a todos los que se acercaban.

Lucas, un niño de diez años con una melena rebelde y ojos brillantes como el cielo, vivía cerca de esta playa. Él era conocido por su espíritu aventurero y su capacidad para encontrar diversión en cualquier rincón. Su hermana menor, Isabela, una niña de ocho años con rizos dorados y una sonrisa que podía iluminar la noche más oscura, siempre lo acompañaba en sus aventuras. Juntos, formaban un dúo inseparable, siempre buscando nuevas formas de explorar y disfrutar de su hermoso entorno.

Un día, mientras caminaban por la orilla del mar, se encontraron con Dana, una niña nueva en el vecindario. Dana tenía el cabello negro como la noche y unos ojos verdes que reflejaban la serenidad del bosque. Ella había llegado a la Playa de los Delfines Juguetones con su familia, buscando un nuevo comienzo lejos del bullicio de la ciudad. Dana era tímida y reservada, pero Lucas e Isabela la invitaron a unirse a sus juegos sin dudarlo ni un segundo.

—¡Ven, Dana! —le dijo Lucas con entusiasmo—. Te mostraremos el mejor lugar del mundo.

Dana, al principio reticente, decidió seguirlos. Había oído hablar de la Playa de los Delfines Juguetones, pero no había imaginado lo maravillosa que sería en realidad. Al llegar, vio a los delfines saltando y girando en el aire, emitiendo chasquidos y risas que resonaban como una melodía mágica. Era un espectáculo hipnotizante que no podía dejar de mirar.

—¿Siempre están tan felices? —preguntó Dana, asombrada.

—Sí —respondió Isabela, mientras se mojaba los pies en el agua—. Los delfines aquí son especiales. Nos enseñan que la risa es la mejor medicina para el alma.

Lucas, que ya estaba hasta las rodillas en el agua, se giró hacia Dana con una sonrisa traviesa.

—¿Quieres ver algo increíble? Ven con nosotros.

Con un poco de duda, pero más curiosidad, Dana siguió a Lucas e Isabela hacia el mar. Se adentraron un poco más hasta que el agua les llegaba a la cintura. Entonces, Lucas sacó una pequeña pelota de colores brillantes de su bolsillo.

—Mira esto —dijo, y lanzó la pelota al aire.

En un abrir y cerrar de ojos, un delfín saltó del agua, atrapó la pelota con su hocico y la devolvió a Lucas. Dana no pudo evitar reír ante la escena. Había algo en la manera en que los delfines interactuaban con ellos que hacía imposible no sonreír.

—¡Es increíble! —exclamó Dana, mientras otro delfín se acercaba para saludarla.

Lucas e Isabela rieron junto a ella, felices de ver cómo la timidez de Dana se desvanecía poco a poco. Pronto, los tres niños estaban jugando con los delfines, lanzando la pelota de un lado a otro y riendo sin parar. El tiempo parecía detenerse mientras las risas llenaban el aire y los delfines demostraban una y otra vez que la felicidad y la risa eran contagiosas.

Al caer la tarde, se sentaron en la orilla para descansar. El sol comenzaba a ponerse, pintando el cielo de tonos anaranjados y rosados. Los delfines seguían saltando en el agua, despidiéndose de sus nuevos amigos con chasquidos y piruetas.

—Gracias por invitarme —dijo Dana, aún riendo un poco—. No había reído tanto en mucho tiempo.

—¡De nada! —respondió Isabela, dándole un abrazo—. Eres nuestra amiga ahora, y siempre serás bienvenida aquí.

Lucas asintió, mirando el horizonte.

—La risa es mágica, ¿verdad? Nos une de una manera especial.

Dana sonrió, sintiendo una calidez en su corazón que no había sentido en mucho tiempo. La Playa de los Delfines Juguetones no solo era un lugar de diversión y risas, sino también un refugio donde las almas se encontraban y sanaban.

Esa noche, mientras caminaban de regreso a casa, los tres niños se prometieron volver al día siguiente para continuar sus aventuras. Sabían que, con cada visita, no solo estarían disfrutando de la compañía de los delfines, sino también fortaleciendo su amistad y aprendiendo que, en verdad, la risa era la mejor terapia para la armonía.

Y así, la Playa de los Delfines Juguetones se convirtió en su lugar especial, un rincón del mundo donde la risa y la alegría reinaban, uniendo corazones y creando recuerdos que durarían toda la vida.

El verano avanzaba y la amistad entre Lucas, Isabela, y Dana se fortalecía con cada día que pasaban juntos en la Playa de los Delfines Juguetones. Los delfines se habían convertido en sus compañeros de juego más queridos, siempre dispuestos a participar en sus travesuras y aventuras. Sin embargo, no todo podía ser risas y diversión; a veces, la vida traía desafíos que ponían a prueba la verdadera esencia de la amistad y la alegría.

Un día, mientras jugaban en la orilla, notaron algo extraño. Uno de los delfines, al que llamaban Rizo por la forma peculiar de su aleta dorsal, no parecía tan juguetón como de costumbre. Se movía lentamente y no saltaba tanto como los otros. Lucas fue el primero en darse cuenta.

—¿Qué le pasa a Rizo? —preguntó preocupado.

Isabela y Dana se acercaron más para observar. Rizo se veía cansado y su usual chispa de energía estaba ausente.

—Tal vez está enfermo —sugirió Dana, mirando al delfín con tristeza.

La preocupación llenó el corazón de los niños. Rizo no solo era un delfín cualquiera, sino uno de sus amigos más queridos. Decidieron que tenían que hacer algo para ayudarlo, pero no sabían por dónde empezar.

—Podríamos buscar a alguien que sepa sobre delfines —dijo Isabela, siempre la más práctica del grupo.

Lucas asintió con determinación.

—Sí, pero también deberíamos estar con él y darle nuestro apoyo. Quizás nuestra compañía le haga bien.

Los tres niños se armaron de valor y se adentraron en el agua para acercarse a Rizo. Lo acariciaron suavemente, hablándole con voz calmada y llena de cariño. Los otros delfines se unieron a ellos, rodeándolos como si también quisieran mostrar su apoyo.

—Rizo, vamos a cuidarte —dijo Dana, acariciando su hocico—. No estás solo.

Lucas e Isabela asintieron, sus corazones llenos de esperanza. Pasaron el resto del día cuidando de Rizo, asegurándose de que no se sintiera solo ni abandonado. Esa noche, al regresar a casa, buscaron en libros y en internet toda la información que pudieron encontrar sobre los delfines y sus cuidados.

Al día siguiente, volvieron a la playa temprano en la mañana, con nuevos conocimientos y una determinación renovada. Habían aprendido que los delfines podían enfermarse por diversas razones: la contaminación, la falta de comida adecuada, o incluso la soledad. Decidieron hacer todo lo posible para mantener el entorno de la playa limpio y asegurarse de que Rizo tuviera suficiente comida.

—Debemos cuidar este lugar —dijo Lucas, recogiendo basura de la orilla—. No solo por Rizo, sino por todos los delfines.

Isabela y Dana estuvieron de acuerdo. Comenzaron una campaña de limpieza en la playa, invitando a otros niños y adultos del vecindario a unirse a ellos. Pronto, la playa se convirtió en un lugar más limpio y seguro, y los delfines parecían más felices.

Sin embargo, Rizo aún no mostraba una mejora significativa. Los niños sabían que necesitaban ayuda profesional. Fue entonces cuando conocieron a Doña Elena, una bióloga marina que vivía en el pueblo cercano. Ella había oído hablar de los esfuerzos de los niños y decidió visitarlos.

—He oído que están preocupados por uno de sus amigos delfines —dijo Doña Elena con una sonrisa amable—. Estoy aquí para ayudar.

Los niños la llevaron rápidamente a ver a Rizo. Doña Elena examinó al delfín con cuidado y les explicó que necesitaba atención médica especializada.

—Rizo está débil y necesita cuidados que solo un veterinario marino puede proporcionarle. Voy a llamar a algunos colegas para que vengan a ayudar.

Lucas, Isabela y Dana se sintieron aliviados al escuchar esto. Sabían que habían hecho lo correcto al pedir ayuda y estaban agradecidos por la llegada de Doña Elena. Pronto, un equipo de veterinarios marinos llegó a la playa con todo el equipo necesario para cuidar de Rizo.

Los días siguientes fueron un torbellino de actividad. Los veterinarios trabajaron arduamente para curar a Rizo, mientras que los niños continuaban apoyándolo con su presencia y cariño. No dejaron de visitarlo ni un solo día, llevándole siempre una dosis de su amor y alegría contagiosa.

—Rizo se está recuperando bien gracias a ustedes —les dijo Doña Elena un día—. Su amor y cuidado han sido esenciales para su mejoría.

Finalmente, después de semanas de cuidados intensivos, Rizo comenzó a mostrar signos de recuperación. Sus saltos volvieron a ser altos y gráciles, y su energía y chispa habitual regresaron. Los niños celebraron su recuperación con una gran fiesta en la playa, invitando a todos los vecinos y, por supuesto, a los delfines.

—Lo logramos —dijo Lucas, mirando a sus amigos y a Rizo con una sonrisa radiante—. Rizo está bien gracias a todos nosotros.

Isabela y Dana asintieron, sintiéndose orgullosas y felices. Habían aprendido una valiosa lección: la risa y la alegría eran poderosas, pero también lo eran el amor y la dedicación. Juntos, habían superado un desafío y fortalecido aún más su amistad y su conexión con los delfines.

La Playa de los Delfines Juguetones volvió a ser un lugar de pura felicidad, pero ahora, con un nuevo significado. No solo era un santuario de risas, sino también un testimonio de la fuerza de la comunidad, el amor y la amistad. Y cada vez que Rizo saltaba del agua, los niños recordaban que la risa, combinada con el amor y el cuidado, era la mejor terapia para la armonía y la sanación.

El verano estaba llegando a su fin, pero la magia de la Playa de los Delfines Juguetones no había disminuido. Al contrario, parecía haberse fortalecido gracias a las experiencias y aprendizajes de Lucas, Isabela y Dana. Los días se llenaban de risas y juegos, no solo entre ellos y los delfines, sino también con la comunidad que se había unido en un esfuerzo común por cuidar el lugar y a sus habitantes marinos.

Una tarde, mientras jugaban a la orilla del mar, Lucas tuvo una idea brillante.

—¡Deberíamos organizar una fiesta de despedida del verano! —exclamó con entusiasmo—. Invitemos a todos los vecinos y hagamos algo especial para los delfines.

Isabela y Dana estuvieron de acuerdo al instante. Comenzaron a planear la fiesta, pensando en todos los detalles: comida, juegos, música y, por supuesto, actividades especiales para los delfines. Querían que fuera una celebración memorable, no solo para ellos, sino para toda la comunidad.

Los preparativos comenzaron de inmediato. Los niños fueron de puerta en puerta invitando a los vecinos, quienes se mostraron entusiasmados por la idea. La noticia se esparció rápidamente y pronto todos en el vecindario estaban hablando de la gran fiesta en la Playa de los Delfines Juguetones.

Lucas, Isabela y Dana pasaron días organizando todo. Se aseguraron de que la playa estuviera impecable, recogiendo cualquier basura que pudieran encontrar y decorándola con conchas marinas y flores. También prepararon deliciosas comidas y bebidas frescas para compartir con todos.

Finalmente, el día de la fiesta llegó. El sol brillaba con fuerza, y el mar reflejaba un azul vibrante. Los vecinos comenzaron a llegar con sonrisas y buena disposición. Había mesas llenas de comida, juegos de playa, y música alegre que llenaba el aire. Los delfines, curiosos y emocionados, nadaban cerca de la orilla, listos para unirse a la diversión.

—¡Bienvenidos a la fiesta de despedida del verano! —anunció Lucas con una gran sonrisa—. ¡Vamos a divertirnos y celebrar juntos!

Los juegos y actividades comenzaron de inmediato. Hubo competencias de castillos de arena, carreras de sacos y hasta una búsqueda del tesoro. Los delfines no se quedaron atrás; saltaron y realizaron acrobacias impresionantes, deleitando a todos los presentes.

Isabela y Dana organizaron un espectáculo especial con los delfines, donde mostraron a la comunidad lo que habían aprendido sobre estos increíbles animales y cómo cuidarlos. Los niños y adultos escuchaban atentos, fascinados por el amor y conocimiento que los tres amigos mostraban.

—Los delfines nos han enseñado mucho —dijo Isabela, mirando a Rizo, que ahora saltaba con energía renovada—. Nos han enseñado que la risa y la alegría son fundamentales, pero también que debemos cuidar y proteger a nuestros amigos y nuestro entorno.

La comunidad aplaudió, emocionada por el discurso de Isabela. Todos se sentían inspirados y comprometidos a seguir cuidando la Playa de los Delfines Juguetones y a sus habitantes.

La fiesta continuó con más juegos y risas. Lucas, Isabela y Dana no podían estar más felices. Habían logrado crear un evento que unió a la comunidad y celebró la alegría y la amistad. Los delfines, especialmente Rizo, eran la estrella del día, y su recuperación completa era motivo de celebración para todos.

Al caer la tarde, el cielo se pintó de tonos anaranjados y rosados, y una brisa suave acarició la playa. Los vecinos se reunieron alrededor de una gran fogata, donde compartieron historias y anécdotas del verano. Lucas tomó la palabra una vez más, agradeciendo a todos por su apoyo y amistad.

—Este verano ha sido increíble —dijo, mirando a sus amigos y a los delfines—. Hemos aprendido mucho y nos hemos unido más que nunca. Gracias a todos por ser parte de esta aventura.

Dana e Isabela lo acompañaron, cada una compartiendo sus propios agradecimientos y reflexiones. La comunidad aplaudió, sintiendo un profundo sentido de unidad y gratitud.

Cuando la fiesta llegó a su fin, los vecinos comenzaron a despedirse, prometiendo regresar pronto y seguir cuidando la playa. Los niños se quedaron un rato más, observando cómo los delfines jugaban en el agua, reflejando la luz de la luna.

—Fue una gran fiesta —dijo Dana, sonriendo mientras miraba a los delfines—. Me alegra haber encontrado amigos como ustedes.

—A nosotros también, Dana —respondió Lucas, dándole un abrazo—. Este verano no habría sido el mismo sin ti.

Isabela asintió, tomando las manos de sus amigos.

—Somos un gran equipo. Y siempre lo seremos, no importa lo que venga.

Con esa promesa, los tres amigos se despidieron de la Playa de los Delfines Juguetones por esa noche, sabiendo que volverían pronto para seguir creando recuerdos y compartiendo risas.

La Playa de los Delfines Juguetones había dejado una marca indeleble en sus corazones, un recordatorio constante de que la risa y la alegría eran las mejores terapias para la armonía y la felicidad. Y con esa enseñanza, estaban listos para enfrentar cualquier desafío que la vida les presentara, sabiendo que siempre podrían contar con sus amigos y la magia de los delfines para mantener sus almas llenas de risa y amor.

Y así, mientras el verano llegaba a su fin, la historia de Lucas, Isabela y Dana en la Playa de los Delfines Juguetones se convirtió en una leyenda que sería contada y recordada por generaciones, inspirando a todos a buscar la alegría y la risa como el camino hacia la verdadera armonía.

La Moraleja de esta historia es que la risa es la mejor terapia para armonía.

Y colorín colorín, este cuento llego a su fin. bueno mis amables oyentes. ¡hasta MAÑANA! CON UN NUEVO CUENTO CON MORALEJA.

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