Que tenemos para ti

Lee GRATIS

Felicia se despertó con el sol acariciando las cortinas de su habitación. Era un sábado especial, o al menos eso esperaba. Mientras bostezaba y se desperezaba, no podía evitar imaginarse andando en una bicicleta brillante, roja y con detalles plateados. Desde hacía semanas no podía sacarse de la cabeza aquella bicicleta que había visto en la tienda del centro. Había pedido a sus padres que le compraran una para su cumpleaños, pero aún faltaban dos meses para eso, y su madre ya le había advertido que tal vez no sería posible.

—No siempre podemos tener todo lo que queremos, Felicia —le había dicho su madre mientras colgaba la ropa en el tendedero. Pero Felicia no podía dejar de soñar con esa bicicleta. Sería la envidia de todo el vecindario si pudiera tenerla, y se imaginaba a sí misma paseando con sus amigas, sintiendo el viento en la cara.

Después de desayunar, decidió ir al parque como siempre. A lo lejos, vio a su mejor amiga, Natalia, acercándose con una gran sonrisa en el rostro. Pero algo era diferente. Felicia entrecerró los ojos para ver mejor. ¡Natalia estaba montada en una bicicleta nueva! No solo eso, era exactamente la bicicleta que Felicia había soñado tener.

El corazón de Felicia se hundió en su pecho. Sentía una mezcla de sorpresa y tristeza que no sabía cómo describir. Natalia se acercó pedaleando con agilidad, haciendo brillar la pintura roja y los detalles plateados bajo la luz del sol.

—¡Felicia! —gritó Natalia con entusiasmo—. ¡Mira lo que me han regalado mis papás! ¡Es la bicicleta de mis sueños!

Felicia intentó sonreír, pero la sonrisa no llegaba a sus ojos. De repente, todo lo que le había parecido especial de Natalia se desvanecía frente a la envidia que comenzaba a crecer dentro de ella. Quería sentirse feliz por su amiga, de verdad que lo intentaba, pero lo único que podía pensar era: “¿Por qué ella y no yo?”

—Es… es hermosa —respondió Felicia, forzando una sonrisa mientras se acercaba.

Natalia no parecía notar el tono forzado en la voz de Felicia. Estaba demasiado emocionada, mostrando todos los detalles de su bicicleta nueva. Los frenos relucían como si acabaran de salir de fábrica, y las llantas eran de un negro perfecto, listas para rodar por las calles del vecindario.

—¿Quieres dar una vuelta? —preguntó Natalia con una mirada amistosa, ofreciendo a Felicia la oportunidad de probar la bicicleta.

Felicia dudó. Claro que quería montar, pero la idea de subirse a la bicicleta que tanto había deseado, pero que pertenecía a otra persona, le resultaba amarga. Además, no quería que Natalia viera lo celosa que se sentía.

—No, está bien —contestó al final—. No tengo ganas ahora.

Natalia pareció confundida por la respuesta. Siempre hacían todo juntas, y Felicia nunca rechazaba una oportunidad para divertirse. Pero no insistió. En su lugar, comenzó a pedalear, dando vueltas alrededor del parque mientras reía. Felicia observaba en silencio desde el banco, fingiendo que no le importaba, pero con cada giro que Natalia daba, sentía que su amistad se distanciaba más.

Cuando Natalia se fue, Felicia decidió no volver al parque por el resto de la tarde. Caminó lentamente hacia su casa, pateando una piedrita por el camino, y en su mente la pregunta resonaba una y otra vez: “¿Por qué ella tiene todo lo que yo quiero?”

Al llegar a casa, se encerró en su habitación, evitando a sus padres. No quería hablar con nadie. Se tumbó en la cama, mirando al techo, y dejó que la tristeza se convirtiera en rabia. Natalia siempre había sido su mejor amiga, pero en ese momento no podía dejar de sentir que ya no la soportaba. “No es justo”, pensaba Felicia. “Yo la deseaba más”.

Esa noche, mientras intentaba dormir, se dio cuenta de que no podía sacar la bicicleta de su cabeza. Las imágenes de Natalia riendo, paseando con su nueva bicicleta, la atormentaban. Felicia se sintió sola, aunque sabía que no tenía ninguna razón para estarlo. Tenía buenos amigos, una familia que la quería, pero nada de eso parecía importar. Solo podía pensar en lo que no tenía.

Al día siguiente, Natalia pasó por la casa de Felicia, tocando la puerta como siempre para invitarla a jugar. Felicia la escuchó, pero decidió no abrir. En lugar de eso, se quedó escondida en su cuarto, fingiendo que no estaba en casa. Sabía que si veía la bicicleta otra vez, su enfado y tristeza crecerían aún más.

Los días siguientes, Felicia siguió evitando a Natalia. Siempre encontraba excusas para no verla. Incluso cuando sus amigos del vecindario la invitaban a salir, Felicia rechazaba las invitaciones, temiendo encontrarse con la bicicleta roja y con la alegría de su amiga. Cada vez que Natalia pasaba pedaleando cerca de su casa, Felicia la observaba por la ventana, sintiendo cómo la distancia entre ellas crecía, no por algo que Natalia hubiera hecho, sino por los sentimientos que Felicia no podía controlar.

Poco a poco, Felicia comenzó a notar que ya no recibía tantas visitas de sus amigos. La casa se sentía más vacía y el parque, que solía estar lleno de risas y juegos, ahora parecía más lejano. Pero Felicia no sabía cómo detener lo que estaba ocurriendo. Estaba atrapada en su propia envidia.

Los días se convirtieron en semanas, y la distancia entre Felicia y Natalia se hizo cada vez más evidente. Antes, eran inseparables; ahora, parecía que había una barrera invisible que las mantenía alejadas. Cada vez que Natalia pasaba frente a la casa de Felicia, pedaleando alegremente con su bicicleta roja, Felicia se escondía o hacía como que no la veía. Era como si algo dentro de ella le impidiera acercarse a su mejor amiga.

Un día, mientras Felicia estaba en el parque sentada en su banco habitual, vio a sus otros amigos reunidos. Natalia estaba con ellos, como siempre, y todos reían mientras tomaban turnos para montar en la bicicleta. Felicia sintió un nudo en el estómago. Antes, ella también habría estado ahí, riendo y disfrutando del momento, pero ahora, la envidia la mantenía atrapada en un rincón oscuro.

En ese momento, alguien se acercó por detrás y se sentó junto a ella. Era Sara, una de las chicas del grupo.

—Oye, Felicia —dijo Sara suavemente—, hace tiempo que no te vemos mucho por aquí. ¿Estás bien?

Felicia parpadeó, sorprendida por la pregunta. Quiso decir que sí, que todo estaba bien, pero las palabras no salieron.

—Es que… he estado ocupada —mintió finalmente, intentando sonar despreocupada.

Sara no parecía convencida, pero no insistió. En cambio, señaló hacia donde Natalia y los demás jugaban.

—Se te extraña en el grupo. Nos divertíamos mucho contigo. Natalia también te extraña.

El corazón de Felicia dio un vuelco al escuchar eso, pero en lugar de sentirse reconfortada, sintió un nuevo peso sobre sus hombros. “¿Me extraña?”, pensó. “¿Cómo puede extrañarme si está ocupada divirtiéndose con su bicicleta nueva?”

Felicia observó en silencio mientras sus amigos reían. La bicicleta roja brillaba bajo el sol, como si estuviera hecha para atraer todas las miradas. Natalia pedaleaba alrededor del grupo con una sonrisa radiante, y en ese momento Felicia sintió una oleada de amargura. “No me necesita”, pensó, intentando convencerse a sí misma. “Ya tiene todo lo que quiere”.

De repente, Natalia miró en dirección a Felicia. Sus ojos se encontraron por un segundo, y Natalia levantó la mano para saludarla. Felicia rápidamente apartó la mirada, fingiendo que no la había visto. La culpa comenzó a revolverse en su interior, pero la envidia la mantenía atrapada, incapaz de responder a ese gesto amistoso.

Esa noche, Felicia se quedó pensando en lo que Sara le había dicho. “Nos divertíamos mucho contigo”, esas palabras seguían rebotando en su cabeza. En el fondo, sabía que su vida había cambiado desde que se había alejado de sus amigos, pero no quería admitirlo. La envidia la estaba consumiendo, pero no sabía cómo detenerlo.

Unos días después, Felicia caminaba por el vecindario cuando vio algo que la detuvo en seco. Natalia estaba sentada en la acera frente a su casa, con la bicicleta roja tirada a un lado. Pero lo que más le llamó la atención fue la expresión en el rostro de Natalia. No había rastro de la sonrisa habitual. En su lugar, sus ojos estaban llenos de lágrimas.

Felicia vaciló. Parte de ella quería seguir su camino, ignorar a Natalia y fingir que no la había visto. Pero algo en su interior la detuvo. Por primera vez en semanas, la preocupación por su amiga superó la envidia.

—¿Natalia? —preguntó Felicia en voz baja, acercándose lentamente.

Natalia levantó la vista, sorprendida al ver a Felicia. Se secó rápidamente las lágrimas con la manga de su camiseta, pero no pudo ocultar su tristeza.

—Hola, Felicia —respondió, intentando sonreír, aunque su sonrisa era débil.

Felicia se sentó junto a ella, sin saber muy bien qué decir. Durante semanas había estado evitando a Natalia, y ahora, sentada a su lado, se sentía torpe, como si hubiera olvidado cómo hablar con su mejor amiga.

—¿Estás bien? —preguntó Felicia, aunque la respuesta era obvia.

Natalia suspiró, y durante un momento no dijo nada. Luego miró la bicicleta roja a su lado y dejó escapar otro suspiro.

—Es tonto, pero… rompí algo en la bicicleta. El freno no funciona bien y mi papá dice que no puede arreglarla hasta la semana que viene. No sé por qué estoy llorando. Es solo una bicicleta, ¿verdad?

Felicia observó a Natalia, sorprendida por lo que escuchaba. Durante semanas, había pensado que la bicicleta era la fuente de toda la felicidad de Natalia, el motivo por el que su amiga estaba siempre sonriendo. Pero ahora, al verla tan afectada por algo tan simple como un freno roto, Felicia se dio cuenta de que había estado equivocada.

—No es tonto —dijo Felicia después de un rato—. Entiendo que te sientas mal.

Natalia asintió, agradecida por las palabras de Felicia. Pero entonces, un silencio incómodo cayó entre ellas. Felicia no sabía cómo expresar todo lo que había estado sintiendo. ¿Cómo podía admitir que había estado celosa todo ese tiempo?

Finalmente, Natalia rompió el silencio.

—Te he extrañado, Felicia. No hemos hablado en mucho tiempo.

Felicia tragó saliva. Las palabras de su amiga hicieron que el peso en su pecho se sintiera aún más fuerte. Durante semanas había estado tan consumida por la envidia que no se había dado cuenta de cuánto extrañaba ella también a Natalia.

—Yo también te he extrañado —admitió Felicia en voz baja.

Natalia la miró, sorprendida por la confesión. Por un momento, ninguna de las dos supo qué decir. Entonces, Felicia respiró hondo y decidió ser honesta.

—He estado celosa de tu bicicleta —dijo finalmente, sintiendo que un peso enorme se liberaba al decirlo en voz alta—. Quería una igual, y cuando la tuviste… no pude evitar sentirme mal.

Natalia se quedó callada por un momento, asimilando lo que Felicia le había dicho. Luego, con una sonrisa comprensiva, le respondió:

—Es solo una bicicleta, Felicia. No es lo más importante. Nuestra amistad lo es.

Felicia y Natalia se quedaron en silencio durante unos momentos, dejando que la honestidad de sus palabras fluyera en el aire. Felicia sintió una mezcla de alivio y vulnerabilidad al haber compartido sus sentimientos. La expresión en el rostro de Natalia cambió, y en lugar de resentimiento, Felicia vio comprensión y empatía.

—No sabía que te sentías así —dijo Natalia con sinceridad—. Pensé que estaba disfrutando de mi bicicleta y que tú te divertías en casa. Quiero que sepas que nuestra amistad es más importante que cualquier cosa material.

Las palabras de Natalia resonaron en el corazón de Felicia. De repente, la envidia que había sentido se evaporó un poco, y lo que quedó fue una sensación cálida de conexión. Felicia sonrió, agradecida de tener a alguien como Natalia en su vida.

—¿Te gustaría probar mi bicicleta? —preguntó Natalia, levantándose y mirando a Felicia con esperanza—. Aunque no tenga frenos perfectos, podemos dar una vuelta. ¡Podríamos hacer una carrera!

Felicia no lo pensó dos veces. Se levantó rápidamente, sintiendo la emoción burbujear en su interior. Nunca había montado en una bicicleta como la de Natalia, y la idea de compartir ese momento con su amiga le hizo olvidar sus temores.

—¡Claro! —exclamó Felicia, tomando la bicicleta de Natalia mientras se reían juntas—. ¡Vamos a hacerlo!

Natalia la ayudó a subirse, y Felicia se sintió un poco nerviosa. Al principio, tuvo dificultades para mantener el equilibrio, pero con la ayuda de Natalia, pronto se sintió más cómoda. Mientras pedaleaban juntas, Felicia sintió el viento en su cara y la adrenalina recorrer su cuerpo. En ese momento, todo lo que había estado sintiendo se desvaneció. La felicidad de estar con su amiga, de compartir risas y aventuras, era más satisfactoria que cualquier bicicleta nueva que hubiera podido desear.

—¡Mira, Felicia! —gritó Natalia mientras pedaleaba a su lado—. ¡Por ahí hay una colina! ¡Vamos a ver quién llega primero a la cima!

Felicia sintió cómo su corazón se llenaba de emoción al escuchar las palabras de Natalia. La competencia era justo lo que necesitaban. Ambas comenzaron a pedalear más rápido, riendo y disfrutando de la carrera. La envidia que una vez había marcado su relación ahora se había transformado en alegría y compañerismo.

Al llegar a la cima de la colina, ambas se detuvieron, respirando pesadamente y riendo a carcajadas. Felicia miró a su alrededor, disfrutando de la vista del vecindario desde lo alto. En ese instante, se dio cuenta de que la bicicleta roja era solo un objeto, pero la amistad que compartía con Natalia era el verdadero tesoro.

—¿Ves? —dijo Natalia, sonriendo con los ojos brillantes—. No importa si tienes la bicicleta perfecta. Lo que realmente importa es disfrutar el momento y compartirlo con alguien que quieres.

Felicia sintió una oleada de gratitud hacia su amiga. Nunca había comprendido lo valiosa que era la amistad hasta que sintió cómo la envidia la había alejado de alguien tan especial. A partir de ese momento, decidió que no dejaría que un objeto material interfiriera en su relación con Natalia.

Cuando regresaron al parque, Felicia sintió que todo había cambiado. La risa de Natalia y la energía que compartían ahora estaban llenas de luz, y la bicicleta roja ya no representaba un obstáculo, sino un símbolo de su amistad renovada.

Pasaron las semanas siguientes jugando juntas, explorando el vecindario y disfrutando de su tiempo libre. Felicia no se sentía más celosa; en cambio, empezó a entusiasmarse con las pequeñas cosas que compartían. Juntas, arreglaron la bicicleta de Natalia, y Felicia incluso ayudó a pintar algunas partes para hacerla aún más especial.

Un día, mientras estaban en la tienda de bicicletas, Felicia vio una bicicleta que captó su atención. Era un modelo azul brillante, con detalles dorados. Recordó lo que había sentido al ver la bicicleta de Natalia, pero esta vez, en lugar de envidia, sintió emoción.

—Mira esta —dijo Felicia, señalando la bicicleta—. Es preciosa, ¿no crees?

Natalia miró la bicicleta y sonrió.

—¡Es increíble! Pero, ¿sabes qué? Ya no creo que necesites una bicicleta nueva para ser feliz. Eres feliz con lo que tienes, y eso es lo que importa.

Felicia asintió. Había comprendido que la felicidad no venía de lo material, sino de las experiencias compartidas y de las relaciones que construía con los demás. Su amistad con Natalia había florecido a pesar de los celos y la envidia, y esa era la verdadera lección.

Un fin de semana, decidieron organizar un evento en el parque para todos sus amigos. Quisieron hacer una carrera de bicicletas, donde cada uno pudiera compartir su amor por el ciclismo, sin importar el tipo de bicicleta que tuvieran. Con la ayuda de sus padres, prepararon una pequeña celebración, llenando el parque de risas y emoción.

El día de la carrera, el parque estaba lleno de amigos, cada uno con sus bicicletas. Felicia y Natalia fueron las anfitrionas, animando a todos y asegurándose de que todos se divirtieran. A medida que la carrera comenzaba, Felicia se sintió emocionada, no por la competencia, sino por la camaradería y el espíritu de unidad que compartían.

Al final del día, Felicia se dio cuenta de que había encontrado algo mucho más valioso que cualquier bicicleta: había aprendido a apreciar a sus amigos y a disfrutar cada momento que compartían. Mientras se sentaban en la hierba, riendo y compartiendo historias, Felicia se sintió agradecida por haber enfrentado sus sentimientos. La envidia no había ganado, y su amistad con Natalia había salido más fuerte que nunca.

Esa tarde, mientras el sol comenzaba a ponerse, Felicia miró a Natalia y sonrió.

—Gracias por ser mi amiga —dijo Felicia, sintiendo el calor de la conexión que compartían.

Natalia la miró y respondió:

—Siempre, Felicia. Nunca olvides que la amistad es lo más importante.

Y así, con una nueva perspectiva, Felicia comprendió que la verdadera alegría no venía de lo que poseía, sino de lo que compartía con los demás. Y en ese instante, supo que siempre podría contar con Natalia, sin importar las circunstancias.

moraleja La envidia no te lleva a ningún lugar, solo a la soledad.

Y colorín colorín, este cuento llegó a su fin. bueno mis amables oyentes. ¡NOS VEMOS MAÑANA! CON UN NUEVO CUENTO CON MORALEJA.

Audio Libro GRATIS

¿Te gustaría disfrutar de este contenido en formato de AUDIO LIBRO GRATIS? Aprovecha!!

Volver a la Lista de Cuentos

Recuerda que siempre puedes volver a consultar nuestros libros en formato de AUDIO LIBRO GRATIS en nuestro canal de Youtube. NO OLVIDES SUSCRIBIRTE

Síguenos en las Redes

Descarga nuestra App

Disfruta GRATIS de los mejores libros para Leer o Escuchar sobre Esoterismo, Magia, Ocultismo.

Disfruta GRATIS de los mejores libros para Leer o Escuchar para los pequeños grandes del mañana.

Disfruta de la historia de Terror más oscura y MARAVILLOSA que está cautivando al mundo.

Retira en Nequi, Daviplata, Tarjetas Netflix, Bitcoin, Tarjeta Visa Prepagada, ETC.