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El cazador de almas perdidas – Creepy pasta 148. Historias de Vampiros

 El peso de las Decisiones.

María y Fabián estaban sentados en el Parque Central de Ciudad de México. La ansiedad, la desesperación y el miedo se cernían sobre ellos. Sabían lo que tenían que hacer. Sabían lo que significaba la caza para Drex, pero no por ello era más fácil. La bestia tenía hambre. Era su turno de cumplir con el pacto.

María no paraba de jugar nerviosamente con los dedos, mientras Fabián, a su lado, mantenía una mano firme en su Biblia, buscando en las Escrituras la fortaleza que sentía perder en ese momento. La oscuridad de la noche los envolvía, y aunque había algo de luz en el parque, todo parecía sombrío.

“¿Cómo vamos a hacer esto?” murmuró María, casi para sí misma, mientras su voz se quebraba. No había respuesta. Fabián la miraba, pero en sus ojos solo había duda. El hombre que alguna vez había sido un pilar de fortaleza espiritual ahora se veía consumido por la incertidumbre.

“No sé,” respondió Fabián, su voz casi inaudible. “No sé si puedo hacerlo.”

Ambos sabían que no tenían opción. Drex les había dicho lo que necesitaba. Si querían que él les ayudara a recargar el talismán y seguir viviendo su romance prohibido bajo el anonimato que ofrecía, debían cazar. Ellos tenían que hacerlo.

María intentó recordar lo que Tatiana le había dicho aquella vez. “No lo mires a los ojos. No lo mires a los ojos,” se repetía, intentando no desmoronarse.

El reloj marcaba la medianoche cuando Fabián miró su teléfono. Aún no había recibido un mensaje, pero sabían que Drex estaba cerca. Había salido a prepararse, a esperar, dejando el peso de la caza en sus manos. El aire se sentía pesado y cada segundo parecía una eternidad.

“Tenemos que hacerlo, Fabián,” dijo María, tratando de reunir algo de coraje. “Por Drex… por nosotros.”

Fabián asintió, pero no pudo evitar que su mano temblara mientras sostenía la pistola que Drex les había dejado. Un arma con silenciador, preparada para una muerte rápida y discreta. El cuchillo, afilado y mortal, lo llevaba en el bolsillo, pero la idea de usarlo le revolvía el estómago.

Caminaron lentamente por el parque, buscando una víctima. Alguien solitario, alguien que no levantará sospechas. Cada paso parecía llevarlos más lejos de lo que eran, empujándolos a convertirse en algo que jamás imaginaron ser.

Fabián miró a su alrededor, cada sombra parecía más amenazante. Su corazón latía con fuerza, y cada vez que veía a una persona sola, la idea de apretar el gatillo le resultaba imposible. No podía. No debía.

María respiraba con dificultad, sus manos temblaban sin control. Entonces, en un arrebato de desesperación, vio a un hombre sentado en un banco, solo, con la cabeza baja, aparentemente perdido en sus propios pensamientos.

“¡Ese es!” gritó en su mente, mientras sus piernas se movían sin pensarlo.

Antes de que pudiera detenerse a pensar, María levantó el arma, apuntó al hombre y disparó. El silenciador amortiguó el sonido, pero el eco del acto retumbó en su alma. El hombre cayó al suelo con un gemido ahogado, y María, sin poder controlarse, rompió a llorar.

Fabián, que aún estaba en shock, corrió hacia ella. “María… lo hiciste…” dijo con la voz quebrada. No había tiempo. Sabían lo que seguía.

Con lágrimas en los ojos y un dolor insoportable en el pecho, Fabián sacó el cuchillo. “No mires a los ojos… no mires a los ojos,” recordó las palabras de Tatiana mientras apretaba los dientes, temblando. Se agachó junto al cuerpo y, con manos temblorosas, abrió el pecho del hombre.

El sonido de la carne desgarrándose le hizo sentir náuseas, pero siguió. Cuando por fin extrajo el corazón palpitante, lo levantó, llamando a Drex con un susurro casi inaudible.

Drex apareció de la oscuridad, en su forma humana, pero pronto comenzó a transformarse. Su cuerpo creció y se deformó en la bestia que María y Fabián ya habían visto antes. Sin pensarlo dos veces, Drex se lanzó sobre el corazón, devorándolo con avidez.

El terror en los ojos de María y Fabián era palpable. Aún no habían terminado. Drex, insaciable, levantó la vista y olfateó el aire. Dos personas más se acercaban. Sin darles tiempo a reaccionar, Drex se abalanzó sobre ellas, arrancándoles la vida en segundos.

La sangre corría por el callejón como un río oscuro, y cuando Drex terminó, se transformó de nuevo en su forma humana, con la gabardina mágica que Tatiana le había dado cubriéndolo.

“Ya está,” dijo Drex, su voz firme pero serena, como si nada hubiera pasado. “Recarguen el talismán, y vámonos.”

Fabián y María, con las manos manchadas de sangre, hicieron lo que les había ordenado Drex. Completaron el ritual con los restos de las víctimas, sellando el pacto que les permitiría seguir escondiéndose del mundo.

Tatiana los esperaba en la camioneta, en silencio. Ninguno de los tres dijo una palabra mientras subían al vehículo. Sabían que lo que habían hecho les pesaría el resto de sus vidas, pero lo habían hecho por Drex, por el amor prohibido que compartían, y por el pacto que sellaba sus destinos.

Mientras la camioneta se deslizaba por las oscuras calles de Ciudad de México, el silencio era tan denso que parecía consumir el aire. Apenas habían pasado quince minutos desde la cacería, pero el peso de sus acciones se acumulaba en los hombros de Fabián y María con una intensidad insoportable. Cada segundo que pasaba, sentían cómo esa oscuridad les devoraba el alma.

Tatiana estaba al volante, sus manos firmemente sujetando el volante, aunque su mirada estaba perdida en algún punto más allá de la carretera. Sabía que no podía permitirse el lujo de perder el control ahora, pero por dentro, cada fibra de su ser estaba destrozada. Todo lo que le importaba era Drex. El mundo se desmoronaba a su alrededor, pero lo único que realmente dolía era el peligro constante de perderlo a él, de verlo consumir su humanidad con cada cacería. Todo se estaba yendo al abismo, y ella lo sabía, pero no podía detenerlo.

“¿Qué hemos hecho…?” murmuró María desde el asiento trasero, con la mirada clavada en el suelo de la camioneta. Su voz apenas era audible, rota, como si las palabras le quemaran la garganta.

Fabián, sentado a su lado, apretaba con fuerza la Biblia entre sus manos temblorosas, pero la sensación de vacío dentro de él no la llenaba ni el consuelo divino. Sus ojos estaban vidriosos, pero las lágrimas aún no caían. “María… no… no somos asesinos,” susurró, aunque sus propias palabras le sabían a mentira. “No lo somos…”

“¡Pero lo hicimos! ¡Lo hicimos!” gritó de repente María, sus palabras saliendo entre sollozos, mientras las lágrimas finalmente rompían la barrera de su contención. “Le quité la vida a una persona, Fabián. ¡Lo hice! No me importó si tenía familia, si era inocente o culpable. Lo hice, ¡disparé!”

Drex, en el asiento del copiloto, escuchaba todo en silencio. Sus ojos, aunque humanos, reflejaban la bestialidad que llevaba dentro. Se giró hacia María y Fabián, sus palabras llenas de una frialdad que los heló hasta los huesos. “Ahora lo entienden, ¿no?” dijo Drex con un tono casi desafiante. “Ahora saben lo que significa ser como yo. No es solo un momento, no es solo un acto… Es lo que somos. Cada vez que cazamos, cada vez que arrancamos un corazón, nos alejamos un paso más de quienes éramos.”

“¡No somos como tú!” replicó Fabián con desesperación. “¡Somos… somos humanos! Esto no es lo que somos. Esto no puede definirnos.”

Drex soltó una risa seca, casi sardónica. “¿De verdad? ¿Y qué crees que soy yo, Fabián? ¿Qué crees que hago cada maldita luna llena? Esto… esto es mi vida. Este es el precio que pagué. Ustedes tuvieron una elección esta noche. Yo no tengo elección. Cada vez que tengo que cazar, es esto o la bestia me consume. Y no me culpes por ponerte en esta situación. Si querían mi ayuda, tenían que mancharse las manos como yo.”

María se tapó la cara con las manos, incapaz de soportar las palabras de Drex. “Pero nosotros no queríamos esto… No lo queríamos, Drex. No lo sabíamos… no sabíamos lo que significaba. Esto… esto es peor que cualquier condena.”

“¡Claro que no lo sabían!” respondió Drex con una mezcla de furia y desesperación en su voz. “Porque nunca han tenido que sentir lo que siento yo. Esa hambre. Ese maldito vacío que no se llena con nada más que un corazón palpitante en mis manos. Nunca sabrán lo que es mirar a alguien a los ojos, sabiendo que eres su muerte, y aún así tener que seguir adelante.”

Tatiana, que hasta ahora había permanecido en silencio, no pudo más. “¡Basta!” gritó desde el volante, su voz quebrada por la tensión que había estado conteniendo. “¡Basta, Drex!” Su mirada estaba fija en la carretera, pero las lágrimas empezaban a correr por sus mejillas. “No me importa el mundo, no me importa la caza, ¡pero esto nos está destruyendo! ¡Nos está destrozando a todos! ¡Y no puedo… no puedo seguir viéndote perderte!”

“¿Crees que esto es lo que yo quiero?” Drex se giró hacia ella, su voz cargada de dolor. “¡No quiero ser esto, Tatiana! No quiero ser el monstruo que devora corazones, pero no tengo opción. ¡No puedo cambiar lo que soy!”

“¡Pero te estás perdiendo!” Tatiana gritó con desesperación, su voz temblando. “Cada vez que cazas… cada vez que devoras un corazón, te alejas más de mí. Y no sé cuánto tiempo más puedo soportar verte así.”

El silencio que siguió fue devastador. La verdad de sus palabras pesaba en el aire como una losa. Fabián y María observaban desde el asiento trasero, destrozados por lo que habían hecho, pero también por lo que veían en la relación de Drex y Tatiana. El dolor, la desesperación, y la impotencia de ambos les resonaban profundamente.

María, entre lágrimas, finalmente habló. “¿Y nosotros…? ¿Qué somos ahora? ¿Qué nos hemos convertido? Ya no sé quién soy, Fabián. ¿Somos monstruos también?”

Fabián intentó hablar, pero su voz se quebró. Las palabras no salían. Solo la imagen de lo que habían hecho seguía repitiéndose en su mente, como una pesadilla que no cesaba.

Tatiana, secándose las lágrimas mientras mantenía la mirada fija en la carretera, habló con la voz temblorosa pero firme. “No lo sé, María… No sé en qué nos hemos convertido… Pero sé que este camino no tiene retorno. Y si seguimos adelante, tendremos que vivir con esto.”

El peso de esas palabras cayó sobre todos. Nadie más habló. Drex, aunque desafiante al principio, se quedó en silencio, sumido en sus propios pensamientos. Sabía que el precio de su existencia era demasiado alto, pero no tenía escapatoria. Fabián y María, por su parte, no sabían cómo seguir adelante.

Tatiana estacionó la camioneta frente al edificio donde vivían María y Fabián. Ninguno de los dos dijo una palabra al bajarse. Estaban completamente vacíos, como si la carga emocional de la cacería los hubiera consumido por completo. El dolor en los ojos de María y el silencio de Fabián lo decían todo. Ambos se despidieron con un leve asentimiento de cabeza, incapaces de articular una despedida más profunda. Sabían que necesitarían mucho tiempo para procesar lo que acababan de vivir, pero no había tiempo para eso ahora.

Tatiana los observó entrar al edificio, y cuando las puertas del ascensor se cerraron tras ellos, exhaló un suspiro cargado de tristeza. Sabía que no podía culparlos; lo que les había pedido era imposible de soportar para alguien que aún conservaba su humanidad. Pero las circunstancias no les habían dejado otra opción.

Drex, sentado en el asiento del copiloto, miraba hacia adelante con una expresión que mezclaba cansancio y resignación. La cacería siempre lo dejaba así, más humano de lo que se atrevía a admitir, pero también más distante.

“Vamos a casa,” dijo Tatiana suavemente, arrancando de nuevo el vehículo y dirigiéndose hacia el apartamento que compartían. El camino fue silencioso, cada uno sumido en sus propios pensamientos. La noche había sido una pesadilla vivida en carne propia y ninguno de los dos sabía cómo curar las heridas que seguían abiertas.

Cuando finalmente llegaron al apartamento, Drex no esperó a que Tatiana dijera nada. Se levantó, fue directo a la habitación, y se sentó al borde de la cama, mirando las manos que habían sido responsables de tanto horror esa noche. Tatiana lo siguió, su corazón encogido al verlo tan vulnerable, tan quebrado.

Tatiana se sentó a su lado, pero en lugar de hablar de lo que acababan de vivir, intentó cambiar el foco, sabiendo que Drex necesitaba un rayo de esperanza, por más pequeño que fuera.

“Mañana vendrá Ixplex a la sede,” dijo en un tono suave, mientras lo miraba de reojo. “Vambertoken me regaló ese libro atlante, el que habla de los licántropos. Tal vez… solo tal vez, haya algo en ese libro que nos ayude. Algo que nos dé una respuesta, Drex.”

Drex mantuvo su mirada fija en el suelo, como si procesara lentamente sus palabras. “¿Crees que en ese libro pueda haber algo que cambie lo que soy?”

“No lo sé,” admitió Tatiana. “Pero si hay alguna posibilidad, por pequeña que sea, voy a encontrarla. No voy a dejar que esto te consuma más de lo que ya lo ha hecho.”

Drex cerró los ojos, y por un momento, permitió que el peso de las palabras de Tatiana lo alcanzara. “Tú siempre buscas una salida, Tati. Siempre ves algo que yo ya no soy capaz de ver. Yo… a veces creo que ya estoy perdido.”

Tatiana sintió un nudo en la garganta. Verlo tan derrotado, tan vacío, la rompía en mil pedazos. Colocó su mano sobre la de él, buscando reconfortarlo, aunque sabía que las palabras nunca serían suficientes. “No estás perdido. No mientras yo esté aquí. No mientras siga habiendo algo que podamos intentar. Ixplex sabe más sobre magia pre-diluviana que cualquier otro. Si hay algo que nos pueda ayudar, él lo sabrá.”

Drex giró lentamente la cabeza hacia ella, sus ojos oscuros brillando con un leve rayo de esperanza que apenas se asomaba detrás de la tristeza. “¿Y si no lo hay? ¿Qué pasa si no encontramos nada?”

Tatiana respiró hondo. Sabía que esa posibilidad existía, pero no podía permitirse pensar en ella ahora. “Si no lo hay, seguiremos buscando. No me importa cuántas puertas tengamos que abrir o cuántos caminos tengamos que recorrer. Siempre habrá algo, Drex. Siempre.”

Por un momento, Drex no dijo nada, simplemente dejó que el peso de sus palabras se asentara en su mente. Sabía que Tatiana siempre había sido su roca, la única razón por la que aún podía mantener algún control sobre la bestia dentro de él. Si no fuera por ella, ya habría sucumbido por completo al poder del tótem. Pero ese mismo tótem estaba empezando a corromperlo de formas que ni siquiera podía comprender del todo.

Drex miró a Tatiana, con una mezcla de agradecimiento y resignación. “No sé si puedo seguir haciéndote pasar por esto. Todo lo que soy ahora… todo lo que nos está destruyendo.”

Tatiana lo tomó de la mano con más fuerza, mirándolo directamente a los ojos. “No me destruyes, Drex. Lucho por ti, por lo que somos. Si hay algo que me destroza es verte así, es verte luchar cada día por no caer. Pero no estás solo. Lo que sea que haya en ese libro, lo usaremos. Y si no lo hay, encontraremos otra solución.”

Drex cerró los ojos, exhalando profundamente, permitiéndose un pequeño momento de paz en los brazos de Tatiana. Sabía que el futuro era incierto, y que la batalla con el tótem solo estaba comenzando. Pero esa noche, al menos, tenía a Tatiana, y eso era lo único que lo mantenía aferrado a lo que le quedaba de humanidad.

Mientras ambos se abrazaban en el silencio de la noche, el futuro seguía siendo oscuro, pero había un atisbo de esperanza. Tal vez, solo tal vez, Ixplex y ese antiguo libro atlante les darían la respuesta que tanto necesitaban.

Gracias por acompañarnos en este viaje al terror. ¡Nos vemos en el próximo episodio!”

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