Historias de vampiros 142 La Archicondesa de Purga

El cazador de almas perdidas – Creepy pasta 142. Historias de Vampiros

La Archicondesa de Purga.

El Encuentro Ineludible.

Vambertoken sabía que no podía permitirse titubeos. Las recientes circunstancias, tanto con Asha como con el Consejo, requerían una acción rápida, un golpe decisivo contra Ragnarok que reafirmara su poder. Sin embargo, había algo más que lo mantenía inquieto: su unión con Asha. Las almas de ambos estaban ahora fusionadas, y eso traía consigo una fragilidad que él nunca había conocido. Si algo le sucedía a ella, él también pagaría el precio.

Así, decidió convocar a sus mejores agentes de la Purga: Julián, Fabián, María, Drex y Tatiana. Asha había exigido conocer sus secretos. Quería entender por qué ellos obedecían a Vambertoken, o más bien a Seraph, como solo ella podía llamarlo. Vambertoken se limitó a observar en silencio mientras Asha tomaba el control de la situación. Sabía que esto no era un simple capricho; para Asha, obtener el control sobre las emociones y debilidades de los demás era una forma de reafirmar su poder.

La sala estaba bañada en una luz tenue, casi lúgubre, creando una atmósfera densa, pesada. Los agentes se encontraban de pie frente a Asha, esperando lo inevitable. Sabían que no podían escapar de este juicio. El escrutinio de la vampira era casi tangible, y no había lugar para esconderse.

—Seraph me ha contado que son sus mejores piezas en este juego —dijo Asha, su tono gélido—. Pero quiero saber por qué. No confío en nadie que oculte secretos, y ustedes parecen estar llenos de ellos.

El silencio en la sala era opresivo. Cada uno de los agentes sintió el peso de sus palabras. El interrogatorio estaba por comenzar, y ninguno de ellos saldría indemne.

Julián, el Traidor del Vaticano.

Julián fue el primero en dar un paso al frente. El sacerdote, que alguna vez había sido un hombre de fe inquebrantable, estaba ahora atrapado en una red de secretos que lo habían llevado a servir a Vambertoken, traicionando todo lo que una vez había jurado proteger. Sus ojos mostraban el cansancio de alguien que había sido quebrado por las circunstancias, pero también la firmeza de un hombre dispuesto a todo por su hija.

—Mi hija es vampira —dijo Julián con voz ronca, consciente de que no había manera de suavizar la verdad—. Y Vambertoken la protege. Es lo único que me mantiene atado a él. Sin su protección, el Vaticano la destruiría, y no puedo permitirlo.

Asha levantó una ceja, su mirada fría y calculadora.

—Así que, un sacerdote atrapado en la paradoja de proteger a una criatura de la oscuridad —se burló—. Dime, Julián, ¿cómo es que te sientes al traicionar todo lo que una vez representaste? ¿Cuántas veces te arrodillas ante tu Dios y pides perdón, sabiendo que no hay absolución para un traidor?

Julián apretó los puños, su rostro endurecido por la humillación. Sabía que Asha estaba jugando con él, disfrutando de su vergüenza. Sentía el ácido de las palabras de la vampira quemando su conciencia.

—Lo hago por amor a mi hija —respondió con firmeza—. Nada más importa.

—Ah, el amor de un padre —dijo Asha con un dejo de sarcasmo—. Pero me pregunto, ¿hasta dónde estarías dispuesto a llegar para protegerla? ¿Cuánto más podrías traicionar antes de que ni siquiera te reconozcas a ti mismo? ¿O acaso ya has llegado a ese punto?

El sacerdote permaneció en silencio, derrotado. No había palabras que pudieran salvarlo de la verdad hiriente que Asha había puesto frente a él. Y sin embargo, debía resistir. Vambertoken había salvado a su hija, y por ello, él debía continuar, sin importar el precio.

Fabián y María, los Amantes Prohibidos.

Fabián y María fueron los siguientes en ser llamados. El sacerdote y la clarividente, atrapados en una relación que violaba los votos más sagrados de Fabián, se colocaron frente a Asha, sintiendo el peso de su juicio antes de que siquiera hablara.

—Fabián —comenzó Asha, su tono cargado de burla—, un hombre que rompió su voto de castidad por amor. Cuéntame, ¿cómo es eso? ¿Te sientes más cercano a tu Dios ahora que has roto uno de sus mandamientos más sagrados? ¿O ya ni siquiera intentas justificarlo?

Fabián tragó saliva, sintiendo una mezcla de vergüenza y frustración. Sabía que cualquier cosa que dijera sería usada en su contra, pero no podía escapar de este interrogatorio.

—María y yo… —comenzó a decir, pero Asha lo interrumpió rápidamente.

—No me interesan los detalles patéticos de tu historia de amor prohibida —dijo, su voz como un látigo—. Lo que me interesa es saber cuánto más estás dispuesto a sacrificar por ella. Has roto tus votos, has traicionado a tu fe. ¿Qué más estás dispuesto a perder? ¿O crees que tu relación es tan pura que está por encima de todo juicio?

María, sintiendo la humillación en su pareja, decidió intervenir.

—Yo también he hecho sacrificios por esta relación —dijo, con la voz firme pero temblorosa—. He usado mi clarividencia para protegernos, para mantener esta relación oculta, y seguiré haciéndolo. Si eso significa traicionar mis principios, lo haré. No me arrepiento.

Asha giró hacia María, su expresión cambiando ligeramente. Había algo en ella que encontraba intrigante.

—Tú eres diferente, María —dijo con una sonrisa astuta—. Eres capaz de usar tu don para manipular las cosas a tu favor, y eso te hace interesante. Veo en ti una fuerza que no tienen los demás. Quizá algún día, si eres lo suficientemente astuta, podrías aprender algo de mí.

María se sorprendió por las palabras de Asha, pero también entendió que este era el mayor cumplido que recibiría. La tensión entre los tres se suavizó levemente, aunque el poder de Asha sobre ellos era innegable.