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El cazador de almas perdidas – Creepy pasta 140. Historias de Vampiros

La Boda Vampírica del Milenio.

El amanecer traía consigo una extraña sensación de calma, pero para aquellos que habían sobrevivido a la dantesca noche de caos y muerte, esa calma era solo superficial. El grupo compuesto por María, Drex, Tatiana, Fabián y Julián se encontraba en un pequeño restaurante, alejado del caos que habían dejado atrás. A pesar del aroma a café y el ruido cotidiano del lugar, todos se sentían fuera de lugar, atrapados en las secuelas de lo vivido.

María, en particular, no lograba procesar lo que había presenciado. La brutalidad, la frialdad y, al mismo tiempo, el extraño amor que había presenciado entre Vambertoken y Asha la perseguían. Mientras observaba su taza de café, veía reflejos de sangre en el líquido oscuro, como si las escenas de la noche anterior no quisieran dejarla en paz.

—¿Estás bien? —preguntó Drex, en un tono grave, mirando a María con una mezcla de preocupación y cansancio.

María asintió, pero en realidad, no encontraba las palabras para explicar lo que sentía. La repulsión que sentía por la relación entre Vambertoken y Asha se mezclaba con el miedo y el asombro. No lograba entender cómo alguien podía disfrutar de una escena tan macabra, convertirla en una cita romántica.

Fabián, que estaba sentado junto a ella, también luchaba por encontrar una manera de consolarla. Sabía que cualquier palabra sería insuficiente.

—A veces, lo que vemos en este mundo… nos supera —dijo Fabián en un susurro, mirando de reojo a Drex, quien apenas mostraba alguna emoción mientras mordía un trozo de pan sin mucho interés.

Tatiana, por su parte, estaba inmersa en sus propios pensamientos. Aunque no estaba tan afectada como María, no podía evitar sentirse inquieta. La imagen de Drex en su forma más salvaje, arrancando el corazón de un agente de Oricalco, seguía atormentándola. Sabía que esa segunda capa del Tótem había liberado algo oscuro en él, y temía lo que podría pasar si seguían empujando los límites de su poder.

Para aliviar la tensión en el ambiente, Julián, con un tono sombrío pero neutral, comenzó a contar una historia que, al principio, parecía fuera de lugar, pero que pronto captó la atención de todos.

—Hace unos años, cuando Vambertoken me asignó una misión para el Vaticano… —comenzó Julián, mientras bebía un sorbo de su café—. Fue una misión extraoficial, claro, como todo lo que hace. Pero lo que pocos saben es que Asha estuvo involucrada. Tuve que acompañarla hasta un lugar secreto para entregarle un objeto.

La mención de Asha hizo que todos en la mesa se tensaran. Nadie había olvidado la frialdad y la crueldad que habían visto la noche anterior.

—¿Qué tipo de misión era? —preguntó Tatiana, sabiendo que cualquier historia que involucrara a Asha no podía ser algo simple.

—No sé exactamente qué contenía el objeto, ni me interesaba saberlo —respondió Julián, su mirada se perdió en los recuerdos—. Pero lo que vi en el camino fue suficiente para entender que Asha no es solo brutal… es casi inhumana en su forma de ver el mundo.

El grupo guardó silencio, escuchando atentamente.

—Nos encontramos con un grupo de cazadores de vampiros —continuó Julián—. Eran de un grupo independiente, sin conexión con el Vaticano. Cuando se enteraron de quién era Asha, intentaron emboscarnos. Lo que ella hizo con ellos fue… inhumano. No los mató al instante. Los torturó, uno por uno, disfrutando cada grito, cada suplica. Y cuando finalmente decidió matarlos, lo hizo de una manera tan meticulosa y calculada que me recordó a Vambertoken. Pero… Asha disfrutaba más del dolor que causaba. Lo hacía con una gracia que me perturbó profundamente.

Un escalofrío recorrió la mesa. María no podía imaginar algo peor que la crueldad de Vambertoken, pero Asha parecía llevarlo a otro nivel.

Mientras Julián terminaba su relato, las noticias locales comenzaron a sonar en la pequeña televisión del restaurante. Las imágenes mostraban lo que parecía ser una guerra entre pandillas, con cuerpos tirados en las calles y vehículos incendiados.

—Las autoridades locales han reportado una serie de enfrentamientos entre pandillas en las últimas horas… —decía el presentador mientras las imágenes mostraban el caos.

María dejó caer su tenedor al ver las imágenes. Su mente volvió a la escena del ataque, a la sangre y los cuerpos. Las imágenes en la pantalla no eran más que un encubrimiento de lo que realmente había sucedido: las operaciones de Oricalco en el país. Era imposible no sentirse abrumada por la magnitud de todo.

Fabián, viendo la reacción de María, intentó consolarla, colocando una mano en su hombro. Su deseo de ayudarla lo hizo actuar sin pensar, inclinándose hacia ella, y casi comete el error de darle un beso en público. Justo antes de que sus labios se tocaran, María lo detuvo, recordando el peligro que representaba su relación clandestina. Fabián se retiró de inmediato, con una sonrisa nerviosa.

—Lo siento —murmuró.

María simplemente asintió, su mente aún atrapada en las imágenes de la pantalla.

De repente, el teléfono de Tatiana sonó, interrumpiendo el silencio incómodo. La pantalla mostraba el nombre de Vambertoken. Todos en la mesa se quedaron quietos, sabiendo que algo grave estaba por ocurrir. Tatiana contestó, y por primera vez, escucharon un tono en la voz de Vambertoken que nunca habían oído antes: desesperación.

—Vuelvan a la sede de inmediato. No hay tiempo que perder —dijo Vambertoken, sin rodeos.

Tatiana apenas tuvo tiempo de responder antes de que la llamada se cortara. Todos intercambiaron miradas. Si Vambertoken estaba desesperado, algo realmente terrible había sucedido.

—Tenemos que volver. Ahora —dijo Tatiana, su tono serio.

Sin más, se levantaron de la mesa, dejando atrás su intento de desayuno. La urgencia en el aire era palpable, y mientras se dirigían de vuelta a la sede de la Purga, todos sabían que algo oscuro estaba por desatarse.

Al llegar a la sede de la Purga, el ambiente era completamente diferente. Los agentes de Oricalco estaban en posición, con un aire de tensión y preocupación evidente. Todos estaban listos para un ataque inminente o una revelación que podía cambiarlo todo.

Vambertoken y Asha estaban en el centro de la sala principal, ambos con expresiones que rara vez mostraban: preocupación y tensión. No había rastro del disfrute que habían exhibido la noche anterior. La gravedad de la situación era palpable.

—Algo terrible ha ocurrido —dijo Vambertoken, dirigiéndose a Drex, María, Fabián y Julián—. Mi padre, Zakfig Vambertoken, el tercer anciano más antiguo del Consejo de Ancianos Vampiros, se dirige hacia la hacienda de Asha.

El silencio que siguió fue denso. Asha, quien rara vez mostraba signos de vulnerabilidad, parecía inquieta. La preocupación en sus ojos revelaba que la llegada de Zakfig no era una simple visita familiar.

—Se enteró de los acontecimientos… y de nuestra pronta boda —añadió Asha, su voz inusualmente tensa.

El grupo intercambió miradas. Si el padre de Vambertoken estaba involucrado, la situación era mucho más delicada de lo que habían imaginado. La incertidumbre colgaba en el aire, y todos sabían que la llegada de Zakfig traería consecuencias que podrían cambiar el curso de todo.

La tensión en la sede de la Purga era palpable. Vambertoken, Asha, y todo el equipo de Oricalco se encontraban en una tensa espera. El silencio reinaba mientras todos sabían que algo importante estaba a punto de suceder. La llegada del padre de Vambertoken, Zakfig Vambertoken, el tercer anciano más antiguo del Consejo de Ancianos Vampiros, era inminente.

Cuando finalmente apareció, lo hizo de una manera que desafiaba todas las expectativas. No había guardias, ni escoltas, ni una muestra de poder militar. Zakfig llegó solo, caminando lentamente, cubierto por una capa que reflejaba la luz del sol. Una visión imposible para muchos vampiros, pero no para uno tan antiguo y poderoso como él. La capa no solo protegía su piel de los rayos del sol, sino que también parecía emanar un aura de poder absoluto, algo que solo los más antiguos podían poseer.

Su figura imponente contrastaba con la simplicidad de su entrada. Aunque estaba solo, la presencia de Zakfig llenaba cada rincón del lugar. Cada paso que daba parecía cargar el aire de una fuerza invisible, como si la naturaleza misma se inclinara ante él.

Cuando llegó frente a Vambertoken y Asha, su mirada reflejaba una mezcla de autoridad, cólera y demencia. No era el anciano del Consejo Vampírico quien hablaba ahora, sino un padre que veía a su hijo tomando decisiones que consideraba un error.

—¿Qué has hecho, Seraph? —dijo Zakfig, su voz resonante y firme, como un trueno que cae sin previo aviso.

El tono de su voz no era el de un líder del Consejo, sino el de un padre que estaba visiblemente irritado y decepcionado por las acciones de su hijo. Era una mezcla de reprimenda y desdén. Zakfig no estaba allí para discutir sobre poder o política, no aún al menos; estaba allí porque veía en esta unión con Asha un peligro más profundo, un riesgo que ni siquiera Vambertoken podría manejar.

—¿Realmente pensaste que podrías ocultar esto de todos? —continuó, sus ojos pasando de Seraph a Asha, con un destello de desdén que no ocultaba.

Asha, aunque siempre segura de sí misma, mantuvo una expresión controlada, pero había una sombra de preocupación en su mirada. Sabía que enfrentarse a Zakfig no era algo que debiera tomarse a la ligera, incluso para alguien de su linaje.

—Dos siglos —dijo Zakfig, su tono cargado de furia—. Dos siglos de tensión entre nuestras familias, y ahora esto… Esta revelación casi desató una guerra civil en el Consejo de Ancianos Vampíricos. ¿Qué creías que iba a pasar?

Su mirada se volvió aún más oscura mientras se dirigía a Asha.

—Tu familia cree que Seraph te está manipulando, que te está usando para sus propios fines. Saben de su ambición, de su deseo por el poder. No es ningún secreto que Seraph ha jugado con la idea de derrocar al Consejo en más de una ocasión.

Los ojos de Zakfig volvieron a posarse en su hijo, ahora más duros, pero con una cierta comprensión.

—No tengo ningún problema con eso, hijo —dijo con un tono que casi parecía paternal—. Cuando yo era joven, también intenté derrocar el Consejo. Es parte de nuestra naturaleza, desafiamos lo establecido, buscamos más poder. Pero esta decisión, esta unión con Asha, no es solo una jugada de poder. Esto es algo mucho más profundo, algo que podría desestabilizar el equilibrio que hemos mantenido durante milenios.

Zakfig hizo una pausa, observando a ambos. Sabía perfectamente de dónde venía esta relación. Después de todo, él y su esposa habían presentado al joven Seraph a Asha en la corte del rey Nabucodonosor I, en Babilonia, hace milenios.

—Cuando eras joven, Seraph, te presentamos a Asha en Babilonia, bajo el reinado de Nabucodonosor —dijo Zakfig en un tono más calmado, evocando recuerdos de tiempos antiguos—. Pensábamos que podría ser una alianza poderosa, pero no imaginábamos que tomarías este camino. Esta decisión que has tomado ahora está desestabilizando mucho más de lo que habíamos anticipado.

La mirada de Zakfig se endureció una vez más.

—Lo que me preocupa, y lo que preocupa al Consejo, es que esta alianza no parece ser del todo natural. Tu madre y yo te presentamos a Asha porque sabíamos que su linaje era digno de respeto, pero las circunstancias actuales son demasiado sospechosas para ignorarlas. Su familia cree que la estás manipulando, que estás influyendo en ella de maneras que no deberían permitirse.

Zakfig continuó, su voz fuerte pero más tranquila, consciente de la gravedad de la situación.

—No es que esté en contra de ti, Seraph —dijo, dirigiéndose a su hijo—. Y no es que me oponga a que sigas tu propio camino, incluso si eso significa desafiar al Consejo de Ancianos. Ya he estado en tu lugar. Joven y ambicioso, intenté derrocar al Consejo en mi juventud, pero con el tiempo, entendí que ciertas estructuras están ahí por una razón. Sabía que eventualmente tú también llegarías a esa conclusión.

Zakfig hizo una pausa, sus ojos duros fijándose en Asha.

—Sin embargo, esta decisión, esta unión con Asha, es lo que crea problemas. Su familia está convencida de que la estás manipulando, de que estás influyendo en sus decisiones para tus propios fines. Creen que la estás utilizando para tus ambiciones políticas, lo que, en su perspectiva, amenaza no solo el equilibrio entre las familias más poderosas, sino también la estabilidad del Consejo.

Asha, quien había estado escuchando en silencio, finalmente decidió intervenir, sus ojos centelleando con determinación.

—Zakfig, esto no es un juego de manipulación —dijo con firmeza, su tono cortante como una daga—. Seraph no me está controlando, y yo no lo estoy controlando a él. Esto es un acuerdo mutuo, una decisión que ambos hemos tomado libremente.

Zakfig la observó atentamente, buscando algún signo de duda en su postura. Finalmente, con un suspiro, dejó caer los hombros ligeramente, aunque su mirada seguía siendo crítica.

—Si realmente es así —dijo Zakfig, su tono suavizándose un poco—, entonces debes asegurarte de que tu familia lo entienda. Habla con ellos. Convéncelos de que esto es lo que ambos desean, y que no hay manipulación de por medio. Si logras calmar a tu familia, estoy dispuesto a auspiciar la ceremonia de boda. Pero si no lo haces, esto no podrá avanzar.

El silencio que siguió a sus palabras fue denso y lleno de tensión. Asha comprendió la magnitud de lo que Zakfig le estaba pidiendo. Sabía que su familia era igual de poderosa y obstinada que la de Seraph, y que convencerlos de que esta unión era legítima no sería una tarea fácil. Sin embargo, también sabía que era lo único que evitaría que la situación escalara a una guerra entre las familias más antiguas y poderosas del mundo vampírico.

Después de un breve silencio, Asha asintió, su expresión firme y decidida.

—Hablaré con ellos —dijo con autoridad—. Me aseguraré de que comprendan que esta es nuestra decisión, y de que no hay interferencia ni manipulación alguna.

Zakfig la observó con detenimiento, asegurándose de que sus palabras no solo fueran un intento por calmar la situación, sino una declaración genuina. Cuando finalmente estuvo satisfecho, asintió lentamente.

—Muy bien —dijo, su voz grave pero menos hostil—. Si lo logras, estaré dispuesto a respaldar la boda. Pero debes ser rápida, porque las tensiones entre nuestras familias ya están en un punto de ebullición. Una chispa más, y no habrá vuelta atrás.

Seraph observó el intercambio en silencio, sabiendo que esto no era solo una cuestión de palabras. Lo que estaba en juego era el futuro de ambos y el equilibrio de poder entre las familias más poderosas del mundo vampírico. La aceptación de Zakfig no venía sin condiciones, pero al menos había una posibilidad de evitar el conflicto. Con el respaldo de su padre, la unión sería vista de una manera completamente diferente por el Consejo y por las familias rivales.

Finalmente, Zakfig miró a su hijo directamente, su tono ahora más conciliador, casi paternal.

—Si logran estabilizar las relaciones con la familia de Asha, estaré a tu lado en esta unión —dijo Zakfig, con una leve sonrisa que apenas se dibujaba en sus labios—. Y cuando llegue el momento, también te apoyaré en cualquier desafío que decidas enfrentar contra el Consejo de Ancianos. Pero recuerda, Seraph, no subestimes el poder de tus decisiones. Este paso que estás dando te marcará para la eternidad, y todo lo que hagas de aquí en adelante llevará el peso de esta alianza.

Zakfig se volvió hacia Asha una vez más.

—Confío en que harás lo correcto, Asha. Si tu familia te escucha y acepta, este será un nuevo comienzo. Si no… bueno, ya sabes lo que pasará.

Asha mantuvo su mirada fija en Zakfig, completamente consciente de las implicaciones de sus palabras. Era un pacto, una tregua bajo condiciones específicas, pero también era una oportunidad. Si lograba convencer a su familia, entonces todo lo demás podría caer en su lugar. Pero si fallaba, una guerra de proporciones devastadoras sería inevitable.

Zakfig se preparó para retirarse, pero antes de hacerlo, volvió a mirar a Seraph, con una expresión más suave que antes.

—Recuerda, hijo, las decisiones que tomamos hoy nos siguen por toda la eternidad. Asegúrate de que esta decisión sea una que puedas vivir durante milenios.

Con esas palabras, Zakfig giró sobre sus talones y salió de la habitación, desapareciendo tan silenciosamente como había llegado. Su capa aún brillaba con la luz del sol que protegía su piel, y su partida dejó a Vambertoken y Asha con la inmensa responsabilidad de estabilizar su situación.

El peso de las palabras de Zakfig seguía flotando en el aire, y ahora dependía de Asha hablar con su familia y evitar un conflicto que podía cambiar el equilibrio de poder en el mundo vampírico.

Una vez que Zakfig se fue, Asha y Vambertoken intercambiaron una mirada silenciosa. Sabían que, aunque las tensiones habían bajado momentáneamente, el verdadero desafío apenas comenzaba. Asha debía hablar con su familia, y Vambertoken tendría que manejar la situación cuidadosamente con el Consejo de Ancianos.

—Sabía que esto no sería fácil, pero… —murmuró Asha, rompiendo el silencio—. Tendré que prepararme para enfrentar a mi familia. Y no será una simple charla.

—Lo sé —respondió Vambertoken, con una calma que ocultaba su propia preocupación—. Pero si alguien puede manejar esto, eres tú.

Asha, siempre fría y calculadora, esbozó una sonrisa ligera antes de dar la espalda a Vambertoken para comenzar a organizar sus próximos movimientos. Ambos sabían que, aunque la situación era delicada, tenían la ventaja de estar unidos. Y juntos, representaban un poder que pocas familias podían igualar.

Gracias por acompañarnos en este viaje al terror. ¡Nos vemos en el próximo episodio!”

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