El cazador de almas perdidas – Creepy pasta 131. Historias de vampiros
Reflexiones en la Oscuridad.
Las horas habían pasado lentamente desde el encuentro con María y Fabián. Tatiana, tras terminar la limpieza, había decidido alejarse del caos y caminar por las calles desiertas de la ciudad. Sus pensamientos estaban enredados, y con cada paso, las imágenes de lo que había hecho esa noche volvían a su mente como golpes repetidos en su pecho. La luna alta iluminaba las calles vacías, pero todo a su alrededor parecía desolado, como si la misma ciudad compartiera su agonía.
¿Cómo hemos llegado hasta aquí?, se preguntaba, mientras sus pies la guiaban casi sin rumbo fijo. Todo había comenzado en la Isla de Pascua. Allí, donde ella y Drex se encontraron con Alexia, el punto de inflexión de todo. Recordaba perfectamente el viento salado golpeando sus rostros, el paisaje de moáis observándolos en silencio mientras Alexia les ofrecía el tótem. En ese entonces, no había pensado demasiado en lo que implicaba aceptar algo tan poderoso.
¿Cómo no vi las señales?, se recriminaba a sí misma, sus pensamientos volviendo una y otra vez a ese momento. Alexia les había entregado el tótem sin apenas resistirse, algo que ahora comprendía tenía un precio oculto. Alexia había pagado su precio retirándose a un templo de paz, aislándose de todo lo que el tótem representaba. Ahora, Tatiana comprendía por qué. El costo de tener tanto poder es inmenso, y Alexia lo sabía.
El tótem aún seguía vinculado a Drex, latente, susurros de poder que ni el ritual había logrado silenciar por completo. El collar de cinco capas que habían usado en el ritual solo contenía una fracción de ese poder, pero la esencia misma del tótem seguía siendo un ancla pesada sobre Drex.
Cada paso que daba la hundía más en la culpabilidad y el miedo. ¿Qué nos espera?, se preguntaba, sabiendo que su amor por Drex los había llevado a un camino del que no había retorno.
De repente, el sonido de su teléfono rompió el silencio. Tatiana se detuvo en seco, sacando el móvil con un sobresalto. El nombre en la pantalla le produjo un escalofrío: Vambertoken.
—¿Tatiana? —la voz del vampiro al otro lado de la línea era profunda, pero cargada de ansiedad—. Me acabo de enterar de que Drex ha despertado. Quiero saber si está bien.
Tatiana tragó saliva, mirando hacia el cielo como si las estrellas pudieran darle alguna respuesta que ella misma no encontraba. Había pasado tan poco tiempo desde que Drex había vuelto, y la realidad de su estado seguía siendo una incógnita. Pero Vambertoken era impaciente. Él sabía que necesitaba a Drex y a Tatiana en la primera línea de la Purga, la lucha contra Ragnarok que no podía detenerse.
—Está… —Tatiana titubeó un segundo, buscando las palabras adecuadas—. Está recuperándose, Vambertoken. Aún es muy pronto para saberlo con certeza, pero ha vuelto.
Hubo un largo silencio al otro lado de la línea. Aunque no podía verlo, Tatiana imaginaba al vampiro acariciando su barbilla en ese gesto característico que hacía cuando estaba preocupado.
—Lo necesito mañana, Tatiana. Tú también. Ragnarok no espera, y su poder está creciendo. La Purga no puede permitirse perder a su primer purgador justo ahora —dijo Vambertoken con una frialdad que ella había aprendido a reconocer como ansiedad.
—Lo sé —respondió Tatiana con firmeza, aunque el peso de esas palabras la aplastaba—. Estaremos listos.
—Más te vale —respondió el vampiro antes de colgar, su tono seco y tajante como siempre.
Tatiana guardó el teléfono, su mente aún más cargada que antes. ¿Cómo estar listos para algo así?
El viento frío de la noche acariciaba su rostro cuando, sin darse cuenta, Tatiana sintió la presencia de Drex detrás de ella. Su corazón dio un vuelco, no por miedo, sino por la mezcla de emociones que su sola presencia provocaba. Él había regresado, pero esta vez no como el licántropo hambriento que había visto horas antes. Drex, limpio y vestido, había vuelto a su forma humana. Llevaba los pantalones y la gabardina que ella misma le había regalado, la misma prenda mágica que se transformaba con él, permitiéndole conservar su dignidad después de cada metamorfosis.
—Tatiana —su voz era suave, cargada de una mezcla de agradecimiento y tristeza.
Ella no se giró de inmediato. Su mente aún estaba enredada en los pensamientos de la llamada de Vambertoken, del ritual fallido, del sacrificio que acababa de hacer por él.
—No deberías estar solo ahora —dijo finalmente, sin mirarlo. Su voz sonaba más fría de lo que pretendía, pero el agotamiento emocional la tenía al borde.
Drex caminó hacia ella, sus pasos apenas audibles en el pavimento, hasta que estuvo justo a su lado. Sus manos rozaron suavemente el brazo de Tatiana, y el contacto la hizo estremecerse. Finalmente, ella levantó la mirada para encontrarse con la suya.
—Lo siento —dijo Drex, y en sus ojos había una sinceridad que rara vez mostraba—. No debiste cargar con esto. No así.
Tatiana sintió un nudo en la garganta, y por un momento, no pudo hablar. Todo lo que había pasado, todo el peso que había soportado, todo lo que había hecho por él… y ahora él se disculpaba. Quería decirle que lo entendía, que lo había hecho por amor, pero las palabras no salían. En su lugar, las lágrimas comenzaron a correr por sus mejillas, y finalmente se permitió romper.
—Lo haría de nuevo si fuera necesario —sollozó, sus manos temblando mientras buscaban el rostro de Drex—. Pero… pero es tan difícil…
Drex la sostuvo, apretándola contra su pecho con una ternura que no encajaba con el monstruo en el que se había convertido antes. Sabía cuánto había sacrificado ella, y aunque no había forma de aliviar ese dolor, podía asegurarse de que no lo soportara sola.
—Lo sé. Y lo siento —repitió, su voz quebrándose.
Tatiana levantó la mirada, sus ojos aún empañados de lágrimas, y vio en los de Drex un reflejo del mismo amor que siempre había sentido por él. En ese momento, las palabras sobraban. Habían pasado, por tanto, habían cruzado límites que ni siquiera sabían que existían, pero el lazo entre ellos seguía siendo inquebrantable.
Con una delicadeza casi irreal, Drex bajó la cabeza hacia ella, y sus labios se encontraron en un beso que no solo fue una promesa de que todo estaría bien, sino una reafirmación de su juramento. Ese beso, profundo y cargado de emociones, selló lo que las palabras no podían expresar. Un recordatorio de que, a pesar de todo lo que habían enfrentado, a pesar de los sacrificios y las sombras que los perseguían, aún se tenían el uno al otro.
El mundo a su alrededor parecía detenerse. Las calles vacías, la luna alta, todo desapareció en ese instante en el que se perdieron en el otro.
Cuando finalmente se separaron, Drex la miró con una nueva determinación en sus ojos.
—Juntos —susurró, y en ese simple acuerdo, supieron que no importaba lo que el futuro les deparara, lo enfrentarían juntos.
Tatiana asintió, y aunque el dolor seguía allí, había una certeza que la calmaba: lo habían superado antes, y lo harían de nuevo. Porque, al final del día, su amor era lo único que realmente importaba.
Tatiana aún podía sentir el calor del beso, pero la tormenta en su corazón no se calmaba del todo. A pesar de lo que acababan de compartir, el peso de lo que había sucedido entre ellos antes de que Drex cayera en el ritual seguía allí, como un veneno que la corroía. Sabía que tenía que hablar de ello, que no podía dejar que esas palabras sin decir siguieran separándolos. Y sabía exactamente de qué se trataba: Carolina.
Tatiana respiró hondo, su mente llena de dudas y arrepentimientos. Carolina había sido el fantasma que siempre los había seguido, la sombra de la mujer que Drex había amado y perdido, la razón por la que se había convertido en licántropo. Tatiana había tocado esa herida durante la discusión antes del ritual, y ahora se arrepentía profundamente.
—Drex, yo… —comenzó, su voz temblando mientras sus ojos evitaban los de él—. Siento lo que dije sobre Carolina. Lo que ocurrió antes de que te fueras… no debí… No sé qué me pasó. Estaba tan atrapada en mi propio miedo que te dije cosas que no… que no eran justas.
Tatiana pudo sentir el nudo en su garganta apretarse. Lo último que quería era que sus palabras sobre Carolina fueran las que dominaran los pensamientos de Drex durante su lucha interior. Se sentía culpable por haber traído a la superficie el dolor del pasado, por haber tocado un tema tan delicado justo cuando él estaba a punto de enfrentarse a algo tan terrible.
Pero antes de que pudiera seguir, Drex la interrumpió, tomando su mano con una suavidad que la sorprendió.
—No tienes que disculparte, Tatiana —dijo Drex con una voz profunda, pero serena—. Carolina… ya no es un espectro que me atormente. No más.
Tatiana lo miró a los ojos, sorprendida por la firmeza en su voz. Drex siempre había sido reacio a hablar de Carolina, siempre manteniendo una parte de ese dolor para sí mismo. Pero ahora, había algo diferente en él. Algo más seguro, más en paz.
—Pasé años cazando fantasmas, persiguiendo una venganza que pensaba que me daría paz —continuó Drex, su voz más suave ahora—. Me transformé en un licántropo porque creía que eso me haría lo suficientemente fuerte para enfrentar a Zoltgar, para hacerle pagar por lo que le hizo a ella… Pero lo que nunca entendí, lo que nunca vi hasta que te conocí, es que esa venganza no era lo que me daría paz. Tú lo hiciste.
Tatiana sintió cómo las lágrimas comenzaban a llenar sus ojos de nuevo, pero esta vez no por el dolor, sino por el alivio y la sorpresa de escucharlo decir esas palabras. Drex continuó, su mirada fija en la de ella, con una intensidad que parecía atravesarla.
—Lo que ocurrió en el ritual… la bestia dentro de mí casi me consume. Me arrebataba todo, me hacía pedazos por dentro. Mis recuerdos, mi identidad, todo. Pero había algo que no pudo quitarme. Algo que, incluso cuando todo lo demás se desvanecía, permanecía intacto: tú. Recordaba nuestra promesa en la Isla de Pascua, el amor que compartimos allí, lejos de todo, cuando lo único que importaba éramos nosotros. Esa fue mi ancla, Tatiana. Tú me salvaste.
Tatiana cerró los ojos, dejando que las lágrimas cayeran libremente. No sabía qué decir. Todo lo que había temido, todo lo que había imaginado, se disolvía en las palabras de Drex. Carolina, el fantasma que siempre había temido que se interpusiera entre ellos, finalmente se había desvanecido. Y ahora, solo quedaban ellos dos.
—Tú eres lo más importante para mí, Tatiana —dijo Drex, su voz quebrándose ligeramente por la emoción—. No hay nada, ni nadie, que pueda cambiar eso. No hay fantasmas entre nosotros. Solo tú y yo.
Drex se quedó en silencio por un momento, dejando que las palabras se asentaran. Luego, con una mirada más sombría, comenzó a contar lo que había sucedido durante el ritual.
—Cuando entré en ese estado, no sabía qué esperar. Pensé que sería como cualquier otra batalla, una lucha de fuerza, de voluntad. Pero no fue así. La bestia dentro de mí no era solo rabia o poder descontrolado… era mi reflejo, una versión oscura de todo lo que había sido y de todo lo que temía ser.
Tatiana lo escuchaba en silencio, sintiendo cómo cada palabra dibujaba la imagen de la lucha que Drex había librado en su interior.
—Me mostraba todas las cosas que había hecho, los errores, las pérdidas… Carolina, Zoltgar, las personas que he matado… Me hacía revivir cada una de esas heridas, hasta que sentí que ya no quedaba nada de mí. Quería destruirme desde dentro. Y por un momento, casi lo hizo. —Drex se detuvo, su mandíbula tensándose al recordar el dolor—. Pero entonces te vi.
Tatiana lo miró, sorprendida.
—¿A mí?
Drex asintió.
—Sí. Estabas allí, en mi mente, en medio del caos. Era el recuerdo de nosotros en la Isla de Pascua. Tú y yo, cuando todo lo que importaba era nuestro amor. Fue lo único que la bestia no pudo tocar, lo único que no pudo destruir. Ese recuerdo fue mi ancla, lo que me mantuvo entero. Y cuando creí que todo estaba perdido, me aferré a eso… a ti.
Tatiana se quedó sin palabras, sintiendo cómo el peso de lo que Drex acababa de decir la envolvía. Ella había sido su salvación, su razón para seguir adelante. Y ahora, en ese momento, mientras se miraban a los ojos, sentía que todo lo que había pasado entre ellos, todos los miedos, todas las dudas, se desvanecían.
Tatiana no pudo contenerse más. Se lanzó hacia él, envolviéndolo en un abrazo desesperado, como si temiera que, al soltarlo, pudiera perderlo de nuevo. Drex la sostuvo con la misma intensidad, sintiendo cómo las barreras entre ellos se desmoronaban por completo.
—No quiero perderte nunca —susurró Tatiana contra su pecho, su voz apenas audible entre las lágrimas—. No sé qué haría sin ti.
Drex acarició su cabello con ternura, su voz ronca por la emoción.
—No me vas a perder, Tatiana. Estoy aquí, y siempre estaré aquí. Juntos, como lo prometimos.
Y con esas palabras, el mundo pareció detenerse. No importaba lo que les esperara, no importaban los desafíos que aún tendrían que enfrentar. En ese momento, solo existían ellos, y el amor que los unía.
Tatiana levantó la cabeza, sus ojos encontrándose con los de Drex una vez más. Había tanto que quería decirle, tanto que quería expresar, pero no había palabras suficientes. En su lugar, lo besó. Un beso lleno de todo lo que había contenido durante tanto tiempo: el amor, el dolor, la esperanza, y la promesa de que, sin importar lo que viniera después, siempre estarían juntos.
Y por primera vez en mucho tiempo, Tatiana sintió que todo estaría bien.
Gracias por acompañarnos en este viaje al terror. ¡Nos vemos en el próximo episodio!”
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