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El cazador de almas perdidas – Creepy pasta 130.

La Caza Oscura.

El aire estaba cargado con una extraña mezcla de alivio y tensión. A pesar de que Drex había vuelto de su profundo estado de introspección, la realidad se abalanzaba sobre ellos con una brutalidad innegable. Tatiana, aún aferrada a Drex, sintió el cambio en su cuerpo casi de inmediato. Él estaba débil, demasiado débil. Diez días sin alimentarse eran demasiado para un licántropo como Drex, cuya necesidad de consumir corazones humanos lo mantenía conectado con su bestia interior. Y ahora, esa necesidad se hacía evidente en su rostro pálido, en sus ojos que apenas podían sostenerse abiertos.

Tatiana lo conocía lo suficientemente bien como para ver la desesperación oculta detrás de su mirada. Drex intentaba mantenerse firme, no dejar que el hambre lo dominara, pero su cuerpo temblaba, y Tatiana supo que él no podría resistir mucho más tiempo.

—Tienes que alimentarte —dijo Tatiana, su voz suave, pero con una gravedad que ambos compartían.

Drex asintió débilmente, pero sus palabras no fueron necesarias. Ambos sabían lo que venía, y la simple idea de dejarlo ir solo en ese estado era impensable. Él no sobreviviría una cacería solo, no en esa condición. Y Tatiana lo sabía.

El recuerdo de su juramento en la Isla de Pascua apareció en su mente con fuerza, trayendo consigo el peso de su promesa. Vivirían su amor sin importar las consecuencias. Esa fue la promesa que se hicieron allí, bajo un cielo lleno de estrellas que parecía eterno. Y ahora, esa promesa les exigía un sacrificio.

—No puedes hacerlo solo… —susurró Tatiana, aunque las palabras apenas pudieron salir de su boca—. Yo iré contigo.

Los ojos de Drex la observaron, cargados de tristeza y agradecimiento. Pero incluso en su debilidad, había una lucha interna. Sabía lo que implicaba esa decisión, lo que significaría para ella. Cazar para él, matar para él.

—No te lo pediré —murmuró Drex, apenas audible—. No puedo…

—No tienes que hacerlo —respondió Tatiana con firmeza, aunque su corazón temblaba—. Esto es por ti. Haré lo que sea necesario.

Tatiana estaba decidida, aunque cada paso hacia la caza le pesaba en el alma. Se habían jurado amor incondicional en uno de los lugares más remotos del mundo, la Isla de Pascua. Allí, rodeados por la inmensidad del océano y las antiguas estatuas que parecían observar su juramento, habían prometido estar juntos, pase lo que pase. Pero nunca había imaginado que este sería el precio.

La última vez que había sido testigo de Drex alimentándose había sido brutal, pero esto sería peor. En La Vega y en Isla Encanto, ella había estado como una observadora, horrorizada pero distante. Ahora, ella sería la ejecutora. Sería la que arrancara los corazones, la que mancharía sus manos de sangre por amor.

Drex apenas podía mantenerse de pie cuando llegaron al borde de la ciudad. Sabía que tenían que actuar rápido; el hambre lo estaba consumiendo. Tatiana miró a su alrededor, buscando una víctima. Era un pensamiento que la desgarraba. Ella, que siempre había luchado por preservar la vida, ahora se encontraba cazando humanos. Pero Drex era más importante. Su amor por él lo era todo.

—No te preocupes por mí —dijo Drex, su voz apenas un murmullo—. Haz lo que tengas que hacer.

Tatiana respiró profundamente, su mano temblando mientras se preparaba para lo inevitable. Drex estaba al borde del colapso, y sin alimentarse, la bestia dentro de él tomaría el control. Sería un devorado si no lo detenía. No podía permitir que eso sucediera.

Cuando encontraron a su primera víctima, Tatiana sintió como si el mundo se hiciera más pequeño, concentrándose en el latido del corazón de ese humano. La presa caminaba despreocupada, ajena a lo que estaba a punto de suceder. Tatiana se movió como una sombra, sus pasos silenciosos pero cargados de duda. Drex, demasiado débil para cazar, se apoyó contra un árbol cercano, observando con ojos doloridos.

Tatiana lo miró una última vez antes de tomar la decisión. Cerró los ojos y, con una rapidez que apenas reconoció en sí misma, atacó. El humano no tuvo tiempo de gritar antes de que Tatiana lo inmovilizara, pero mientras sus manos temblaban sobre el pecho de su víctima, la realidad de lo que estaba a punto de hacer la golpeó con toda su fuerza.

Estoy matando a alguien. Era un pensamiento que no podía escapar.

El corazón palpitaba bajo sus manos, y por un momento, Tatiana no pudo moverse. Las lágrimas comenzaron a acumularse en sus ojos, y se quedó inmóvil, aterrorizada por lo que estaba a punto de hacer.

—Tatiana… —murmuró Drex, apenas capaz de mantenerse consciente—. No puedo…

Tatiana apretó los dientes, obligándose a recordar el juramento. No importaban las consecuencias. Su amor por Drex lo superaba todo. Con un grito ahogado, hundió las manos en el pecho del humano, sintiendo cómo la sangre caliente cubría sus dedos mientras arrancaba el corazón palpitante. El sonido era grotesco, el acto brutal, pero lo hizo por él.

El cuerpo cayó inerte al suelo mientras ella sostenía el corazón, su propio latido acelerado por el horror de lo que acababa de hacer.

—Come —dijo con una voz temblorosa, extendiendo el corazón hacia Drex.

Drex, incapaz de mantenerse en su forma humana por más tiempo, se transformó. La bestia dentro de él, el licántropo que había estado contenido por tanto tiempo, emergió con un rugido desgarrador. Tatiana observó, paralizada por la mezcla de miedo y amor, mientras Drex devoraba el corazón con una voracidad que la estremeció hasta los huesos.

Tatiana sentía que se rompía por dentro. Sabía que esto era necesario, que Drex lo necesitaba para sobrevivir, pero eso no hacía que el acto fuera menos horrendo. Mientras observaba cómo Drex consumía el corazón, sintió una parte de sí misma morir con cada mordisco.

¿En qué me he convertido? pensaba, mientras su mente se nublaba por la confusión y el dolor. El amor que sentía por Drex la había llevado a cruzar límites que jamás había imaginado. ¿Era este el precio de su promesa? ¿Matar y arrancar corazones humanos para mantener viva a la persona que más amaba?

Cada vez que su mente trataba de aferrarse a una razón, algo dentro de ella se rebelaba. Pero el peso de su juramento la mantenía firme. No había vuelta atrás. Había prometido estar con Drex sin importar las consecuencias, y ahora, esas consecuencias la estaban consumiendo.

Drex no podía sobrevivir solo con un corazón. Necesitaba más, y Tatiana lo sabía. El sacrificio no había terminado. Mientras Drex se recuperaba lentamente, aún en su forma de licántropo, Tatiana buscó su siguiente víctima, sintiendo cómo su humanidad se desmoronaba con cada paso que daba.

Encontraron a su segunda presa cerca de un callejón oscuro. Esta vez, Tatiana fue más rápida. El conflicto interno seguía presente, pero la urgencia de alimentar a Drex la empujaba hacia adelante. Repitió el mismo proceso, aunque esta vez, su mente estaba en otro lugar, casi desconectada de su cuerpo. Como si estuviera viendo todo desde lejos.

El corazón latía bajo sus manos, caliente y vivo, y nuevamente, Tatiana lo arrancó, entregándoselo a Drex. La brutalidad del acto la hacía estremecer, pero cuando veía los ojos de Drex, supo que no tenía otra opción.

—Drex… come —susurró, apenas capaz de sostenerse en pie.

Drex, ahora más erguido y con una fuerza renovada, permanecía en su forma de licántropo. Su cuerpo, aunque no totalmente recuperado, ya no temblaba como antes. Las cicatrices de su lucha interna seguían allí, pero el hambre había sido saciada lo suficiente como para devolverle algo de control. Observó a Tatiana, su rostro aún cubierto de la sangre de las víctimas, sus ojos llenos de un dolor que solo él podía entender.

—Voy a seguir cazando solo —gruñó Drex, su voz gutural aún cargada con la bestialidad de su transformación—. Necesito más… pero no quiero que estés aquí para lo que viene.

Tatiana lo miró, paralizada por el cansancio físico y emocional. No podía hablar, no podía replicar. Drex, sabiendo el peso que ya había puesto sobre ella, se acercó, sus ojos licántropos suavizándose por un momento.

—Quédate aquí. Limpia los cuerpos. Asegúrate de que no quede rastro —añadió antes de girarse bruscamente, alejándose hacia la oscuridad de la noche.

Tatiana se quedó allí, temblando, escuchando el sonido de sus pasos desaparecer entre los árboles. La realidad se abatió sobre ella como una tormenta. Lo que acababa de hacer, lo que había sido capaz de hacer por Drex… arrancar corazones, matar a humanos inocentes. Había cruzado una línea de la que no estaba segura si podría regresar.

Mientras observaba los cuerpos sin vida, un nudo se formaba en su garganta. El suelo estaba cubierto de sangre, los corazones arrancados dejaban cavidades grotescas en los pechos de las víctimas. Cada cadáver era un recordatorio de lo que ella había hecho. Su cuerpo se sentía pesado, y su mente luchaba por mantenerse funcional. Sabía que debía limpiar, eliminar cualquier evidencia de lo ocurrido, pero cada paso la hundía más en un abismo de culpa.

Tatiana cayó de rodillas junto a uno de los cuerpos, su respiración entrecortada mientras intentaba no desmoronarse por completo. Sus manos temblaban al tocar la piel fría y rígida de la víctima. ¿Cómo había llegado a esto? Los recuerdos de su juramento en la Isla de Pascua, de prometerle a Drex amor eterno sin importar las consecuencias, se mezclaban en su mente con las imágenes de los corazones que había arrancado esa misma noche.

Finalmente, con las manos cubiertas de sangre, sacó su teléfono y marcó el número de María. Sabía que su hermana ya lo había visto todo. María, con su clarividencia, seguramente había estado esperando este momento. Pero Tatiana no podía evitar llamarla. La necesitaba.

—María… —susurró al escuchar la voz de su hermana al otro lado de la línea, su voz temblando por la mezcla de culpa y desesperación—. Por favor, ven.

No tuvo que decir más. Sabía que María ya estaba cerca, esperando. María siempre sabía cuándo aparecer.

Unos minutos después, las luces de un vehículo iluminaron el claro. María apareció rápidamente, con Fabián a su lado. Había esperado este momento, no solo por lo que había visto en sus visiones, sino porque sabía que su hermana estaba al borde del colapso. Sabía lo que Tatiana había hecho, y aunque nunca la juzgaría, entendía el peso que ahora llevaba.

María se acercó rápidamente a Tatiana, que seguía de rodillas junto a los cuerpos. Fabián, aunque visiblemente más recuperado, se mantuvo un poco más atrás, dándole espacio a las hermanas para procesar lo que había ocurrido.

—Estoy aquí —dijo María, agachándose junto a Tatiana, colocando una mano en su hombro—. Sabía que me necesitarías.

Tatiana se giró hacia María, sus ojos llenos de lágrimas. Durante unos segundos, no pudo hablar. Solo lloraba, aferrándose a su hermana como si fuera lo único que la mantenía conectada con la realidad.

—No puedo creer lo que he hecho —sollozó Tatiana, su cuerpo temblando—. Los maté, María… Lo hice por Drex, pero… no sé si puedo vivir con esto.

María la abrazó con fuerza, dejándole soltar toda la angustia que había estado conteniendo. Sabía que Tatiana había llegado a un límite del que no había vuelta atrás. Pero también sabía que esto era lo que implicaba su promesa. Ambas habían vivido bajo el peso de decisiones imposibles, y esta era solo una más.

—Lo hiciste porque lo amas —le susurró María, con una calma que solo alguien como ella podía tener—. Y eso es lo que importa ahora. Estoy aquí contigo, siempre lo estaré.

Mientras las dos hermanas compartían ese momento de dolor, Fabián observaba en silencio. Había estado lidiando con su propio conflicto interno desde hacía tiempo, su fe puesta a prueba después de lo que había ocurrido con María. Pero en ese momento, algo dentro de él cambió. La escena que estaba presenciando, el sacrificio de Tatiana, el amor y la devoción incondicional que ella tenía por Drex, le recordó algo que había estado perdido en él.

Dios todavía tenía un propósito para él. Aunque había roto su voto de castidad al enamorarse de María, Fabián ahora sentía que su amor por ella no era algo que lo alejaba de su fe, sino algo que lo acercaba a una verdad más profunda. Dios lo amaba, a pesar de sus errores, y todavía podía servir de una manera que no había comprendido antes.

Se acercó lentamente a las hermanas, con una mirada de comprensión y una paz renovada en su rostro.

—Tatiana… —dijo suavemente, inclinándose para mirarla a los ojos—. Lo que has hecho no te convierte en un monstruo. Lo hiciste por amor, y el amor siempre es un sacrificio.

Tatiana levantó la mirada hacia Fabián, todavía temblando por el peso de lo que había hecho, pero algo en su voz la calmó, aunque fuera un poco.

—No sé cómo seguir —admitió Tatiana, su voz rota.

Fabián asintió, comprendiendo el dolor que llevaba, pero sabiendo que en ese momento su fe podría ofrecerle algo de consuelo.

—Dios nos pide cosas que a veces no entendemos, pero no te pide más de lo que puedes soportar. Lo que has hecho fue por amor, y eso es lo que Él ve.

Por primera vez en mucho tiempo, Fabián sintió que su vocación sacerdotal, aunque había cambiado, seguía siendo parte de él. Tal vez nunca volvería a ser el hombre que había sido antes de María, pero entendía que Dios todavía tenía un propósito para él, para todos ellos.

Después de un largo momento de silencio, Tatiana se levantó, con la ayuda de María. Las palabras de Fabián resonaban en su mente, pero el peso de la realidad seguía allí. Los cuerpos seguían allí. La sangre seguía manchando sus manos.

—Tengo que limpiar esto —dijo con una voz firme, aunque su mirada seguía nublada por la desesperación—. No puede quedar rastro.

María asintió, sabiendo que este sería el último acto que Tatiana necesitaba completar para procesar lo que había sucedido.

—Te ayudaré —respondió.

Pero Tatiana negó con la cabeza.

—No. Esto lo debo hacer yo. Por Drex.

María entendió, y aunque no quería dejarla sola, sabía que su hermana necesitaba este momento para encontrar algo de paz en medio del caos. Tatiana se inclinó sobre uno de los cuerpos, comenzando a limpiar, sus movimientos automáticos, casi mecánicos, pero su mente seguía enredada en el conflicto interno que había estado creciendo dentro de ella.

Había cruzado un límite. Había hecho lo impensable por amor. Pero mientras miraba las manchas de sangre que intentaba borrar, supo que, a pesar de todo, no se arrepentía. Drex era su todo, y lo había salvado.

María se mantuvo cerca, sabiendo que este era un momento de transformación para su hermana. Y aunque Tatiana estaba destrozada emocionalmente, también sabía que algo nuevo estaba naciendo dentro de ella.

Gracias por acompañarnos en este viaje al terror. ¡Nos vemos en el próximo episodio!”

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