El cazador de almas perdidas – Creepy pasta 124.
El Descenso a la Oscuridad.
El Amanecer en Cabo Cristales.
El sol se levantaba sobre Cabo Cristales, pintando el cielo con tonos dorados y anaranjados. Después de una noche de pasión desenfrenada y tranquilidad en el paraje aislado, Drex y Tatiana se sentían renovados, como si hubieran logrado desprenderse del peso del tótem por un momento. La isla, el viento, y la calma que los rodeaba les habían dado un respiro, algo que hacía mucho tiempo no experimentaban.
El día comenzó con una caminata tranquila por las costas de Cabo Cristales, donde se sentían como dos turistas, ajenos al peligro inminente. Sin embargo, mientras la brisa marina acariciaba sus rostros, ambos sabían que la calma era solo temporal. La misión no se había terminado. Había llegado el momento de cumplir con la verdadera razón de su viaje: encontrar las esmeraldas de alma en las entrañas de la cueva.
El acceso a la cueva estaba oculto detrás de una cascada, en una de las formaciones rocosas más antiguas de la isla. El sonido del agua cayendo era hipnótico, pero Drex, con su instinto afilado, podía percibir lo que los esperaba más allá de la cortina de agua. Mientras Tatiana observaba el lugar, recitaba en silencio una serie de encantamientos que había aprendido de Vambertoken, protegiendo su mente y su espíritu para lo que se avecinaba.
—Aquí es —dijo Tatiana, ajustándose las correas de su equipo—. La entrada está justo detrás de la cascada. No será fácil.
Drex asintió, tomando su Chokuto. Sabía que usar sus armas de fuego podría alertar a lo que estuviera acechando en la oscuridad, y prefería la precisión y el sigilo que le ofrecía su espada.
—No estamos solos aquí —dijo Drex, oliendo el aire, sintiendo las vibraciones del terreno bajo sus pies—. Algo está protegiendo esta cueva, y no será amigable.
Tatiana, con sus ojos concentrados en la cascada, murmuró:
—Los devorados… probablemente sean ellos. Según lo que Vambertoken me enseñó, estas criaturas pierden su humanidad por completo, consumidos por su naturaleza. Estarán esperando.
Sin más palabras, ambos se adentraron en la cueva, cruzando la cortina de agua. Al otro lado, una oscuridad absoluta los recibió. Encendieron linternas, proyectando haces de luz que apenas iluminaban los estrechos túneles por los que avanzaban. Las paredes de la cueva estaban cubiertas de musgo y esporas, y el aire estaba denso, cargado de humedad y algo más… el olor acre de la muerte.
Las Trampas de la Cueva.
A medida que avanzaban, el silencio era solo interrumpido por el eco de sus pasos. Pero pronto, ese silencio fue roto por un sonido extraño: el clic sutil de una trampa que se activaba. Tatiana, rápida en su reacción, extendió su mano y susurró una palabra de poder que había aprendido de Vambertoken. Un campo de energía invisible rodeó a ambos justo a tiempo, deteniendo una serie de dardos venenosos que salieron disparados de las paredes.
—Eso estuvo cerca —dijo Drex, observando los dardos flotando en el aire antes de caer al suelo.
Tatiana soltó un suspiro de alivio, pero mantuvo su concentración. Sabía que la cueva estaba llena de peligros.
—Debemos estar atentos —dijo ella, mientras bajaba la guardia momentáneamente—. Esto es solo el principio.
Continuaron su camino, esquivando trampas ocultas en el suelo y las paredes. Algunos mecanismos antiguos intentaban bloquear su avance, pero con las habilidades arcanas de Tatiana y la agilidad de Drex, lograron evitar los peligros más evidentes.
Finalmente, llegaron a una cámara más amplia, donde el aire era aún más pesado, y la temperatura descendía bruscamente. La presencia de algo oscuro y poderoso se sentía a su alrededor.
El Enfrentamiento con los Devorados.
No estaban solos. En cuanto sus pies tocaron el suelo de la cámara, un gruñido gutural resonó en la oscuridad, seguido de un movimiento rápido y brutal. Dos devorados surgieron de las sombras, sus cuerpos deformados por la maldición que los había consumido. Estos seres, antiguos licántropos que habían perdido el control de su bestia interior, ahora eran meras sombras de lo que alguna vez fueron, criaturas de puro instinto y violencia.
Drex desenfundó su Chokuto en un movimiento fluido, el brillo de la hoja reflejando la luz de la linterna. Sabía que debía ser rápido y letal, sin darles la oportunidad de atraer más atención.
Uno de los devorados saltó hacia él con una velocidad impresionante, pero Drex, con la precisión de un cazador entrenado, lo interceptó con un golpe limpio, cortando profundamente su pecho. La criatura emitió un chillido horripilante, pero cayó al suelo en un charco de sangre oscura antes de poder contraatacar.
Tatiana, por su parte, comenzó a recitar un encantamiento bajo su aliento. El segundo devorado, al darse cuenta del poder que emanaba de ella, cambió su objetivo. Saltó hacia Tatiana con las garras extendidas, pero antes de que pudiera alcanzarla, un destello de luz arcana estalló desde sus manos. El devorado fue lanzado hacia atrás, impactando contra la pared de la cueva con un crujido sordo.
—¡No podemos quedarnos aquí mucho tiempo! —gritó Tatiana—. Hay más de ellos, lo sé. Tenemos que encontrar los cristales y salir de aquí.
Drex asintió, limpiando su espada en el suelo rocoso. Sabía que no tendrían mucho más tiempo antes de que más devorados llegaran al lugar.
La Recolección de los Cristales.
En el fondo de la cámara, rodeados por rocas afiladas y líquenes bioluminiscentes, los cristales brillaban con una luz tenue pero constante. Eran esmeraldas de un verde profundo, incrustadas en las paredes de la cueva como joyas olvidadas.
Tatiana y Drex se acercaron con cautela, extrayendo con cuidado 10 de los cristales. Cada uno irradiaba una energía especial, una resonancia que Tatiana podía sentir claramente. Estos eran los cristales que la Bruja Roja había mencionado, los que necesitaban para controlar el tótem de Drex.
—Esto debería ser suficiente —dijo Tatiana, colocando los cristales en una bolsa especialmente preparada para transportarlos.
Drex la observó mientras terminaba de guardar los cristales, sabiendo que el éxito de esta misión los acercaba un paso más a controlar el poder del tótem. Pero también sabía que el camino de vuelta sería igual de peligroso.
—Vámonos antes de que vengan más —dijo Drex, dándole un leve empujón a Tatiana.
Sin más dilación, ambos comenzaron a retroceder por el mismo camino por el que habían entrado. El aire seguía pesado, y el eco de los gruñidos de los devorados resonaba en la distancia, pero habían cumplido con su misión.
La Comunicación con Vambertoken.
Cuando finalmente salieron de la cueva, sintieron el alivio del aire fresco golpeando sus rostros. Tatiana, aún recuperándose de la tensión del combate, sacó su teléfono y marcó el número de Vambertoken.
—Hemos conseguido los cristales —dijo Tatiana con un tono decidido—. Diez en total. Nos dirigimos de vuelta.
Vambertoken, quien aún estaba terminando sus obligaciones como Pluma en la aldea de Ausplex, sonaba complacido.
—Excelente trabajo, Tatiana. Regresen rápido. Esto es solo una parte del plan, y tenemos mucho por hacer. Estaré de regreso en Panamá mañana mismo. Recuerden, esto va más allá del control del tótem.
Tatiana colgó el teléfono, intercambiando una mirada con Drex. Sabían que, aunque habían logrado obtener los cristales, el camino que les esperaba sería aún más complejo.
—Vamos —dijo Drex—. Esto aún no ha terminado.
Tatiana asintió, y juntos se dirigieron hacia el próximo paso en su misión.
Gracias por acompañarnos en este viaje al terror. ¡Nos vemos en el próximo episodio!”
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