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El cazador de almas perdidas – Creepy pasta 109.

 La Sombra Bajo Paititi.

El amanecer sobre las ruinas de Pisac bañaba el campamento con una luz tenue. La actividad en el lugar no había cesado, y el ambiente estaba cargado de órdenes rápidas y movimientos calculados. Vambertoken, el Archiconde de Purga, ya había dado instrucciones claras: recoger las tiendas y los equipos de Oricalco. Las fuerzas comenzaban a organizarse, dirigiendo la atención hacia la aldea de Auxplex, el chamán peruano que había sido pieza clave en las últimas batallas.

Oscar y Lía, rejuvenecidos por su nuevo propósito bajo la dirección de Tatiana, cumplían con celeridad las órdenes. Los soldados obedecían sin dudar, y el orden se restablecía de manera casi militar. Mientras tanto, Julián, observando el campamento desde un lugar apartado, no podía evitar notar algo inusual en la dinámica de las personas cercanas a él. Algo en Fabián había cambiado, y la distancia que sentía entre ellos desde hace tiempo lo inquietaba profundamente.

Julián, en su rol de veedor, sentía la responsabilidad de proteger a Fabián, quien alguna vez fue su aprendiz, pero ahora parecía más alejado que nunca. Buscando respuestas, decidió acercarse a Drex. Si alguien tenía información sobre la situación de Fabián, ese sería Drex. Lo encontró revisando su equipo, sentado en una roca que parecía alejarlo del bullicio del campamento.

—Drex —dijo Julián, con un tono que denotaba la seriedad de su inquietud—. Necesito hablar contigo.

Drex alzó la vista y lo miró detenidamente. Sabía que este momento llegaría, que eventualmente Julián querría respuestas sobre Fabián. No obstante, Drex estaba decidido a proteger tanto a Fabián como a María, evitando que cualquier información sobre lo que realmente había ocurrido entre ellos saliera a la luz.

—¿De qué quieres hablar? —preguntó Drex, sabiendo la respuesta de antemano.

Julián se acercó un poco más, bajando el tono de su voz para que la conversación no fuera escuchada por nadie más.

—Es Fabián —comenzó Julián, con un tono serio—. Está distante, algo ha cambiado, y no me has dicho lo que está ocurriendo. ¿Qué es lo que pasa con él?

Drex mantuvo la calma, aunque la pregunta le resultaba incómoda. Sabía que Julián tenía buen instinto y que no sería fácil engañarlo. Sin embargo, tenía que mantener su promesa de proteger la privacidad de Fabián.

—Fabián ha estado bajo mucha presión —respondió Drex, eligiendo cuidadosamente sus palabras—. Después de las últimas misiones, no es extraño que se sienta agotado. Está lidiando con sus propios demonios, pero confía en mí, lo superará.

Julián, no satisfecho con la respuesta, lo miró con desconfianza.

—No me trates como a un novato, Drex. Sabes tan bien como yo que no es solo eso. Hay algo más, algo que no me estás diciendo. Y creo que tiene que ver con Vambertoken —insistió Julián, mencionando el nombre del vampiro con evidente cautela.

El rostro de Drex se endureció al escuchar el nombre de Vambertoken. Sabía que mencionar al vampiro solo complicaría las cosas, pero era inevitable. Vambertoken estaba involucrado en muchos de los movimientos que ocurrían a su alrededor, y cualquiera que supiera lo suficiente sobre él, como Julián, comprendería que sus acciones nunca eran directas ni sin un propósito oculto.

—¿Qué es lo que realmente quieres saber, Julián? —preguntó Drex, decidiendo que lo mejor sería desviar la conversación hacia otros temas más estratégicos.

—He estado encubriendo movimientos peligrosos, Drex. Los secretos en Paititi, las maniobras de Vambertoken… Si el Vaticano supiera lo que está ocurriendo, sería el fin. No saben que Vambertoken ha logrado entrar en Paititi, y si lo descubren, será un desastre.

Drex asintió en silencio. Era cierto que habían ocultado los movimientos de Vambertoken en Paititi, y que el Vaticano no tenía idea de lo que realmente estaba ocurriendo. Paititi, la legendaria ciudad perdida, tenía un papel fundamental en los planes de Vambertoken, y tanto Drex como Julián estaban jugando con fuego al encubrirlo.

—Vambertoken tiene sus propios intereses en Paititi, y créeme, lo que busca va mucho más allá de lo que cualquiera podría imaginar —admitió Drex—. Pero, por ahora, debemos mantenerlo en secreto. Si el Vaticano interviene, perderemos cualquier control que podamos tener sobre la situación.

La tensión en la conversación aumentaba. Julián sabía que lo que estaban haciendo era peligroso, pero también comprendía que Drex tenía razón. Las cosas se habían complicado de tal manera que cualquier intervención externa podría desatar el caos.

Antes de que la conversación pudiera profundizarse aún más, Fabián llegó al campamento. Su presencia era notable, no solo por la quietud que había traído consigo, sino por la manera en que sus pasos parecían más seguros, más firmes. Cuando sus ojos se cruzaron con los de María, todo el campamento pareció detenerse por un instante.

Fabián se acercó a María con una expresión tranquila. Los demás observaban con interés, esperando tal vez algún tipo de confrontación o tensión entre ambos. Sin embargo, lo que ocurrió fue completamente inesperado.

—María —dijo Fabián, en un tono calmado y seguro—. Creo que ya hemos pasado por suficiente. Te he perdonado.

Las palabras resonaron en el aire, cargadas de una quietud que sorprendió a todos, incluido Drex. María, que al principio parecía incómoda, relajó sus hombros y lo miró con una mezcla de incredulidad y alivio.

—Gracias, Fabián —respondió ella, con voz suave, apenas perceptible.

La tensión en el ambiente se disipó. Fabián había dejado claro que había hecho las paces con su propio pasado y que no guardaba resentimientos hacia María. Aunque los demás no lo sabían, esa conversación representaba mucho más de lo que aparentaba en la superficie. Lo que Drex y Julián no sabían era que Fabián y María habían compartido algo más esa mañana. Algo que solo ellos dos sabían, y que estaban decididos a mantener en secreto por el bien de ambos.

El sol comenzaba a bajar, cubriendo el campamento en un resplandor anaranjado, cuando Vambertoken hizo su aparición. Siempre con su presencia calculada, el vampiro se acercó a Tatiana con una sonrisa enigmática. Sabía que era momento de abordar uno de los temas que más le interesaban: el control del tótem que Drex llevaba consigo.

—Tatiana —la voz de Vambertoken era suave, pero su tono autoritario dejaba claro que esto no era solo una charla casual—. Es hora de que hablemos sobre Drex y el tótem.

Tatiana asintió, consciente de que esta conversación era inevitable. Sabía que Drex había estado luchando para controlar el poder del tótem, y que necesitarían todas las herramientas posibles para asegurarse de que no perdiera el control.

—Sé que Drex ha tenido problemas para dominar ese poder —continuó Vambertoken—. Y quiero ayudarte a controlarlo. No solo por su seguridad, sino por el equilibrio de todos nosotros.

Tatiana lo observó detenidamente. Sabía que Vambertoken siempre tenía sus propios intereses ocultos, pero no podía negar que controlar el poder del tótem era esencial, no solo para proteger a Drex, sino para evitar que el caos se desatara nuevamente.

—¿Cómo propones que lo hagamos? —preguntó ella, sin revelar del todo su desconfianza.

Vambertoken esbozó una ligera sonrisa, como si hubiera estado esperando esa pregunta.

—Hay formas de vincular el poder del tótem a algo más tangible. Algo que pueda ser controlado tanto por Drex como por ti. Si podemos hacer ese vínculo, el riesgo de que él pierda el control se reducirá considerablemente. Y tú tendrás la llave para asegurarte de que eso no ocurra.

Tatiana sabía que lo que Vambertoken estaba sugiriendo implicaba un gran riesgo. Pero también entendía que, si no lograban controlar el poder del tótem, las consecuencias podrían ser devastadoras.

Gracias por acompañarnos en este viaje al terror. ¡Nos vemos en el próximo episodio!”

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