El cielo sobre Pisac seguía iluminado por la energía de los pilares, resonando con un poder antiguo que parecía inundar el aire con su mística presencia. Sin embargo, las fuerzas de La Muerte Plata no habían cesado su ofensiva. En el momento más desesperado, recibieron refuerzos: 30 brujas gritonas, 15 nigromantes, y 50 vampiros separatistas irrumpieron en la batalla, aumentando el caos en las ruinas.
Las brujas gritonas emitían sus aullidos aterradores, creando ondas de energía que paralizaban a los combatientes de Oricalco. Las ondas sónicas eran letales para los licántropos, y el dolor que producían era insoportable. Cada grito debilitaba el terreno bajo los pies de los guerreros de Oricalco, quienes se tambaleaban y caían víctimas del ataque sónico.
Los nigromantes levantaban a los muertos, invocando hordas de espectros y cadáveres reanimados que se lanzaban contra las tropas de Oricalco, aumentando la presión sobre los defensores. Los vampiros separatistas cargaban con una fuerza y velocidad que ponían a prueba incluso a los mejores combatientes de Oricalco.
La Batalla de Julián: Arcano vs Arcano.
Julián luchaba desesperadamente contra el maestro de las gárgolas. Aunque debilitado, sabía que no podía ceder terreno. Las gárgolas volaban sobre él, atacando desde las sombras y rocas, mientras los hechizos arcanos de su rival llovían sobre su posición.
—Anael, ¡necesito más cobertura! —gritó Julián mientras bloqueaba una ráfaga de energía mágica con su último escudo sagrado.
—¡Lo tengo! —Anael, la druida, levantó una pared de raíces reforzadas con magia, que resistieron los ataques de las gárgolas y desviaron parte de la magia arcana que el enemigo lanzaba.
Las gárgolas se abalanzaban sobre Anael y Julián, pero con cada paso, Anael llamaba a los espíritus de la naturaleza, haciendo que la tierra misma combatiera por ellos, atrapando a las criaturas de piedra y rompiéndolas en fragmentos.
Sin embargo, con la llegada de las brujas gritonas, el campo de batalla cambió. Los chillidos de las brujas atravesaban las defensas mágicas de Anael y Julián, creando ondas de choque que desestabilizaban sus escudos.
—No puedo seguir manteniéndolo… ¡estos gritos son demasiado fuertes! —dijo Anael, mientras caía de rodillas, cubriéndose los oídos.
Julián se esforzaba por mantenerse en pie, su energía casi agotada. El líder de las gárgolas, viendo la ventaja, lanzó una explosión de energía arcana directamente hacia ellos, pero en ese instante, un destello de luz interrumpió el ataque.
Diana había llegado, acompañada por 10 escuadrones de Oricalco. Con sus dos cuchillas, se lanzó hacia adelante, cortando a las gárgolas en el aire con una velocidad tan vertiginosa que era casi imposible seguir sus movimientos.
—¡Ya no estamos solos! —gritó Julián, sintiendo un atisbo de esperanza al ver a Diana luchando con tal fiereza.
Drex y Tatiana continuaban luchando contra uno de los líderes más poderosos de La Muerte de Plata, un vampiro especializado en magia de sangre. Cada vez que Drex atacaba en su forma de licántropo, el vampiro utilizaba su magia para desviar el daño, recuperando su energía con la sangre derramada en el campo de batalla.
El vampiro lanzó una ráfaga de magia de sangre que golpeó a Tatiana de lleno. Tatiana cayó al suelo, con un dolor intenso recorriendo su cuerpo. La magia de sangre se infiltraba en su sistema, debilitándola rápidamente.
—¡Tatiana! —gruñó Drex, viendo a su compañera caer.
En ese momento, Drex sintió que sus instintos licántropos lo llevaban al límite. Estaba luchando por mantener el control, pero el hambre que había estado alimentando con los corazones de la batalla anterior comenzaba a nublar su juicio. Sabía que tenía que actuar rápido.
Drex usó una de las pociones que había recibido de Daniel, la cual le permitió escupir fuego. En un rugido ensordecedor, lanzó una columna de llamas hacia el vampiro, obligándolo a retroceder. Las llamas envolvieron el campo de batalla, quemando a los vampiros cercanos y forzando al líder a tomar una posición defensiva.
Pero no era suficiente. Drex sabía que su transformación estaba a punto de terminar. Su forma de licántropo comenzaba a desvanecerse, y con ello, su fuerza se debilitaba.
—¡No puedo más! —murmuró, sintiendo cómo sus garras se retraían y su cuerpo volvía a su forma humana. Tatiana, herida y jadeante, se levantó con dificultad, observando a su enemigo aún de pie.
—No pensé que… tuviéramos que enfrentarnos a algo así… —dijo Tatiana, apenas capaz de mantenerse en pie.
El líder de La Muerte de Plata los observaba, sabiendo que había ganado ventaja. Con un movimiento rápido, canalizó más magia de sangre, listo para lanzar el golpe final.
En otra parte de las ruinas, AusPlex se enfrentaba a un vampiro completamente consumido por la Sed de Sangre. El vampiro bestial rugía, atacando sin cesar, pero AusPlex, con su magia chamánica, levantaba barreras de roca y tierra para mantenerlo a raya.
—¡No durarás mucho más, chamán! —gruñó el vampiro, mientras intentaba romper la última barrera de tierra con sus garras ensangrentadas.
AusPlex canalizó la energía de la tierra y levantó un muro de roca que atrapó al vampiro. La fuerza bruta del vampiro era descomunal, pero los chamanes peruanos a su alrededor se unieron en el combate, canalizando la energía de la naturaleza para contener a la bestia.
En lo alto de las ruinas, Vambertoken e Isaías continuaban su batalla, un duelo que llevaba siglos en desarrollo. Isaías, el líder de La Muerte de Plata, resucitado por la magia oscura de Ragnarok, atacaba con una furia inhumana.
—¡Este será tu final, Vambertoken! —gritó Isaías, lanzando una ola de energía oscura que sacudió las ruinas mismas.
—Ya lo intentaste una vez, y fracasaste. Lo harás de nuevo. —Vambertoken contraatacó con un hechizo que envolvió a Isaías en un torbellino de energía, tratando de desintegrarlo.
Los dos vampiros luchaban con una intensidad que resonaba en toda Pisac, sus poderes oscilando entre la vida y la muerte. Cada hechizo lanzado parecía alterar la realidad misma, mientras las ruinas vibraban con el poder de los inmortales.
La situación en el campo de batalla era desesperada, pero la llegada de Diana con sus 10 escuadrones de Oricalco fue crucial para equilibrar las fuerzas. Con una rapidez asombrosa, Diana cortó a través de las brujas gritonas y los vampiros separatistas. Su habilidad para transformarse en licántropo tantas veces como quisiera sin perder efectividad la hacía casi invencible.
Las tropas de Oricalco, inspiradas por la llegada de Diana, comenzaron a ganar terreno, aunque el enemigo seguía siendo formidable. Las brujas gritonas, aunque en menor número ahora, seguían debilitando a las fuerzas de Oricalco con sus gritos, mientras los nigromantes resucitaban a los caídos para luchar nuevamente.
Drex, ahora en su forma humana, se encontraba de pie junto a Tatiana, ambos gravemente heridos y sin una clara estrategia para derrotar al líder vampírico que enfrentaban. El poder del enemigo, amplificado por la magia de sangre, era abrumador.
—No puedo dejar que esto termine así… —murmuró Drex, respirando con dificultad.
Drex estaba jadeando, sus músculos se sentían agotados mientras su cuerpo, ya en forma humana, se tambaleaba frente a su oponente. La transformación a licántropo le había dado una ventaja momentánea, pero ahora, de vuelta a su forma humana, se encontraba frente a un rival que lo superaba en todos los aspectos.
El vampiro de La Muerte de Plata, con su dominio sobre la magia de sangre, se acercaba lentamente, saboreando la debilidad de Drex y Tatiana. Este enemigo no solo era fuerte físicamente, sino que su magia se alimentaba de la energía vital que los rodeaba. Cada herida en el campo de batalla solo lo hacía más fuerte.
Tatiana yacía a pocos metros de Drex, apoyada contra una roca. La magia de sangre había perforado su defensa, dejándola gravemente herida. Podía sentir la sangre fluyendo más rápido de lo normal, como si algo la estuviera extrayendo de su cuerpo.
—Drex… no puedo… seguir… —susurró Tatiana, apenas consciente de lo que estaba pasando. Su visión se nublaba mientras el dolor la consumía.
El vampiro lanzó una risa gutural y profunda. Su rostro estaba deformado por la sed de sangre, y cada paso que daba hacia ellos hacía retumbar el suelo.
—Han luchado bien… pero todo termina aquí —dijo con un tono burlón, sus ojos fijos en Drex.
Drex, con el sudor cayendo por su frente, sabía que ya no podía contar con la fuerza de su forma licántropa. Había utilizado la poción de fuego antes, pero no había sido suficiente. Ahora, todo lo que le quedaba era su ingenio, su determinación, y la poca energía que quedaba en su cuerpo humano.
El vampiro levantó su mano, lista para canalizar otra ráfaga de magia de sangre. Una luz carmesí comenzó a acumularse en su palma, zumbando con un poder oscuro.
—¡Tatiana! ¡Tienes que moverte! —gritó Drex, desesperado al ver la energía de sangre acumulándose.
Pero Tatiana apenas podía moverse. Sus ojos estaban cerrados y su respiración se debilitaba. Drex sabía que, si no hacía algo rápido, ambos morirían en ese lugar.
Con lo poco que le quedaba de fuerza, Drex corrió hacia el vampiro. No tenía ningún arma mágica en la mano, y sabía que físicamente no podía igualar la fuerza de su oponente, pero si podía distraerlo, tal vez Tatiana podría recuperarse lo suficiente para ayudarlos.
El vampiro lanzó su ataque de magia de sangre, una corriente roja que volaba hacia Drex con una velocidad aterradora. Drex se lanzó al suelo en el último segundo, rodando hacia un lado, apenas esquivando el ataque. La magia impactó en el suelo detrás de él, creando una explosión que levantó polvo y escombros.
—¡Eres más rápido de lo que pensaba, licántropo! —gritó el vampiro, enfurecido. Su rostro mostró por primera vez una pizca de frustración.
Drex se levantó de un salto, sintiendo el agotamiento que recorría su cuerpo. No tenía una estrategia clara. Era todo o nada en este momento. Corrió hacia el vampiro con todas sus fuerzas, sabiendo que sus puños no serían suficientes para acabar con esta criatura inmortal.
En el último momento, antes de que Drex pudiera atacar, el vampiro lo agarró por el cuello con una velocidad sobrehumana, levantándolo del suelo con una facilidad aterradora.
—¿De verdad pensaste que podrías ganarme así, sin tu forma de bestia? —El vampiro apretó su mano alrededor del cuello de Drex, comenzando a asfixiarlo. Los ojos de Drex se oscurecieron mientras la falta de aire lo debilitaba rápidamente.
—No… dejaré… que ganes… —murmuró Drex, luchando por cada palabra, mientras veía a Tatiana aún inmóvil en el suelo. Sus dedos intentaban desesperadamente aferrarse a algo, cualquier cosa, para liberarse.
La presión alrededor de su cuello aumentaba, y sabía que, si no encontraba una salida, este sería su final. En ese momento, su mano rozó algo duro en su cinturón: el mango de su Chokuto, la espada que había llevado consigo desde siempre, una reliquia de su mentor, Kenji Yatsubura.
Con una última chispa de fuerza, Drex sacó la espada y la blandió hacia el vampiro. La hoja, aunque no era mágica en su estado actual, aún era afilada y peligrosa. El vampiro, sorprendido por el movimiento, soltó a Drex justo en el momento en que la hoja lo alcanzaba.
La Chokuto se hundió en el costado del vampiro, haciéndolo gruñir de dolor. Drex, con la adrenalina recorriendo su cuerpo, cayó al suelo, tosiendo mientras intentaba recuperar el aliento.
—¡Maldito seas, licántropo! —gritó el vampiro, con la hoja de la Chokuto aún clavada en su costado. Su sangre oscura goteaba por la hoja, pero su expresión se tornó en una sonrisa macabra—. ¿Crees que una simple espada puede matarme?
Drex sabía que la espada no sería suficiente. Pero al menos había comprado un poco de tiempo. Se tambaleó hacia atrás, intentando alejarse de su oponente mientras veía que el vampiro arrancaba la Chokuto de su cuerpo, con una mueca de desprecio.
El vampiro arrojó la espada al suelo, como si fuera un juguete roto.
—Esto termina ahora —dijo el vampiro, levantando ambas manos para desatar una tormenta final de magia de sangre.
En ese momento, un grito de Tatiana rompió el aire.
—¡No lo permitiré! —gritó Tatiana, levantándose con dificultad. A pesar de su herida, utilizó las últimas fuerzas de su clarividencia para enviar una oleada de energía mental hacia el vampiro, interrumpiendo su ataque por un segundo.
Era un segundo que Drex no podía desperdiciar.
Con el último aliento de su fuerza, Drex lanzó su cuerpo hacia la Chokuto, levantándola del suelo. No tenía magia, pero sabía que, si lograba un golpe directo en el corazón del vampiro, tal vez podría al menos incapacitarlo.
El vampiro, enfurecido por la interrupción, se dio vuelta hacia Tatiana, preparándose para lanzarle su último ataque mortal. Pero en ese momento, Drex, utilizando la velocidad que le quedaba, hundió la Chokuto directamente en el pecho del vampiro, atravesando su corazón.
El vampiro gruñó y retrocedió, su rostro una mezcla de sorpresa y dolor.
—No… puede ser… —balbuceó mientras caía de rodillas, con la Chokuto clavada profundamente en su corazón.
Drex, con el cuerpo al borde del colapso, cayó al suelo también, su visión nublándose.
Tatiana, herida pero aún consciente, caminó tambaleándose hacia Drex, sus ojos llenos de preocupación.
—Lo… lo hiciste… —murmuró Tatiana, mientras caía junto a él.
El vampiro intentó sacar la Chokuto, pero su cuerpo estaba debilitado por la hoja que ahora atravesaba su corazón. Aunque no estaba muerto, estaba inmovilizado temporalmente, lo suficiente para que Drex y Tatiana tuvieran un respiro.
Pero Drex sabía que este no era el final. Apenas habían ganado un poco de tiempo. Con los refuerzos de Oricalco en camino, sabían que la batalla aún no había terminado.
Este vampiro de La Muerte de Plata no sería fácil de derrotar definitivamente, y ambos, Drex y Tatiana, sabían que necesitarían algo más que fuerza física para acabar con él.
Gracias por acompañarnos en este viaje al terror. ¡Nos vemos en el próximo episodio!”
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