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El cazador de almas perdidas – Creepypasta 197. Historias de Terror

El Torneo de la Purga.

La energía en la sede de la Purga en Cochabamba era diferente esa mañana. Se sentía una mezcla de emoción y tensión que había estado creciendo entre los miembros de Oricalco. La llegada de Tatiana y Drex tras el exitoso ritual atlante parecía haber traído un aire de cambio. Caminaban juntos, de la mano, irradiando una confianza y unión que no habían mostrado antes. Todos lo notaban, incluso si no se comentaba en voz alta. Los murmullos y las miradas cómplices entre los soldados reflejaban lo que sentían: algo había cambiado en el liderazgo.

Fabián, habiendo asumido más responsabilidades en la ausencia de Julián, estaba claramente nervioso. Organizar este torneo con Tatiana le daba una oportunidad para integrar mejor a las diferentes facciones dentro de Oricalco. Sabía que las tensiones entre los equipos debían liberarse de una forma u otra, y la mejor manera de hacerlo era algo tan simple y antiguo como un combate uno contra uno. No era la primera vez que Tatiana organizaba algo así, pero hoy había algo diferente. Asha y Vambertoken no estaban en la sede, ocupados en sus asuntos diplomáticos, lo que les daba más margen de maniobra para lidiar con las tensiones internas.

Mientras los grupos se reunían en el salón de entrenamiento, el ambiente era ligero aunque cargado de expectación. Se escuchaban bromas y pequeños retos entre ellos, pero también se notaba la incomodidad de trabajar juntos cuando aún persistían viejas rencillas.

Óscar y Lía, ambos vampiros, se mantenían cerca de la pared, observando cómo el resto se posicionaba. Aunque eran pareja, en el campo de batalla cada uno mantenía su independencia. Los licántropos Diana y Tyrannus estaban en el lado opuesto del salón, compartiendo miradas desafiantes con los vampiros. Era una tensión palpable entre las dos facciones que Tatiana y Fabián esperaban poder disolver al menos temporalmente.

—Fabián, ¿crees que esto ayudará? —preguntó Raúl, el skinwalker, mientras caminaba junto a él—. Porque aquí hay más que solo ganas de pelea, hay mucho orgullo en juego.

Fabián asintió, con una mirada seria.

—Lo sé, Raúl. Pero si no hacemos algo, esas tensiones van a explotar en el peor momento posible —respondió, mirando a Tatiana, que ya comenzaba a organizar los combates—. Necesitamos que se vean como un equipo, no como rivales.

Mientras tanto, Óscar intercambiaba miradas desafiantes con Diana, la licántropa más feroz del equipo.

—¿Qué, Diana, ¿crees que puedes manejarte bien en este torneo sin transformarte?  —le provocó Óscar, con una sonrisa burlona.

Diana le devolvió la sonrisa, claramente disfrutando del reto.

—Podría hacerlo con los ojos cerrados. Pero me pregunto si tú podrías enfrentarte a mí sin ser el “nuevo” vampiro que todos tienen que cuidar —respondió, su tono mezclando burla y seriedad.

Lía, que estaba al lado de Óscar, decidió intervenir.

—Vamos, Diana, no exageres. Aquí no se trata de ver quién es más fuerte, se trata de aprender a controlarse, ¿verdad? —dijo, tratando de mantener la paz, aunque su mirada no ocultaba el desdén que sentía por los licántropos.

Tyrannus, que había estado observando en silencio, intervino con una carcajada.

—Controlarse es para los débiles, Lía. Este torneo es para desatar lo que llevamos dentro. No pretendas que no sabes que todos aquí quieren probar quién es el más fuerte —dijo, encendiendo pequeñas llamas en sus manos como un recordatorio de su piroquinesis.

Raúl se mantenía cerca, escuchando las conversaciones. Sabía que la tensión entre vampiros y licántropos no se resolvería fácilmente, pero esperaba que este torneo fuera el primer paso para alinear mejor a las fuerzas de Oricalco.

—Fabián, tienes que asegurarte de que esto no se salga de control —dijo Raúl, en voz baja—. Tatiana tiene mano firme, pero si las cosas se ponen feas, será tu responsabilidad mantener el equilibrio.

Fabián asintió, con una expresión seria.

—Confío en Tatiana, Raúl, y creo que ella es la mejor persona para manejar esto. Pero estaré atento. Si veo que las cosas se descontrolan, intervendré —respondió, mientras miraba a Tatiana, quien hablaba con el equipo con una mezcla de autoridad y calma.

Tatiana, en el centro del salón, comenzó a dar las reglas del torneo.

—Aquí no se trata de demostrar quién es el más fuerte o el más rápido. Se trata de desahogar tensiones y de aprender a trabajar juntos. No hay muertes permitidas, y cualquiera que rompa esta regla será expulsado inmediatamente —dijo, mirando directamente a Diana y Tyrannus, quienes eran conocidos por llevar las peleas al extremo—. Esto es por el bien del equipo, no por el ego de ninguno de ustedes.

A pesar de sus palabras, las sonrisas en los rostros de Tyrannus y Diana dejaban claro que, al menos para ellos, la competencia seguía siendo algo personal.

Las conversaciones entre el equipo siguieron fluyendo. Óscar y Lía comenzaron a bromear sobre quién sería el primero en enfrentarse, mientras Diana y Tyrannus discutían sobre sus propias estrategias. Raúl observaba en silencio, sabiendo que este torneo sería más un ejercicio de control que de combate real, pero también entendía la importancia de liberar tensiones.

Mientras se preparaban para el primer enfrentamiento, Tatiana observaba todo desde el centro de la sala, sintiéndose más segura de sí misma que nunca. Sabía que este torneo sería exactamente lo que Oricalco necesitaba para unirse antes de las próximas batallas que les esperaban.

Julián viajaba solo, en silencio, con los pensamientos pesados de los últimos días, inmersos en su mente. La misión que Vambertoken le había encomendado no dejaba de resonar en su cabeza, y aunque sabía que todo lo que hacía era por Laura, el precio que estaba pagando parecía cada vez más alto. Miraba por la ventana del tren, observando cómo el paisaje cambiaba rápidamente, pero su corazón permanecía quieto, congelado en el conflicto que lo atormentaba desde que entregó su alma para proteger a su hija.

Laura. Su pequeña, convertida en vampira para escapar de los inquisidores del Vaticano. Ahora, con el Ministerio de Vampiros Convertidos en sus manos, estaba cada vez más envuelta en la telaraña de mentiras y manipulaciones tejida por Vambertoken. Julián había aceptado su destino, pero verlo reflejado en los ojos de su hija… eso era lo que realmente lo destrozaba.

De pronto, el sonido de su teléfono rompió la atmósfera lúgubre. Era Laura.

Papá, ¿ya estás llegando? — Su voz era clara, casi alegre. Esa dulzura que aún mantenía, a pesar de todo.

El corazón de Julián dio un vuelco. Durante tantos años, el miedo a ser descubierto había mantenido a su hija lejos de él. Ahora, el plan de Vambertoken le permitía verla cada 15 días, algo que nunca había soñado. Pero cada encuentro significaba más riesgos.

Sí, Laura… estoy a punto de llegar. — Contestó, su voz temblando ligeramente. Intentaba mantener el tono sereno, pero el peso de sus emociones lo traicionaba.

Laura continuaba hablando, emocionada por la idea de pasar más tiempo con su padre. Para ella, a pesar de los horrores que había presenciado como vampira, ese pequeño espacio en su vida representaba algo valioso. Era un alivio saber que por fin podía estar cerca de él, aunque solo fuera en esos breves encuentros. Pero ella no era la misma niña de 18 años que había sido. La vampirización la había madurado de forma brutal, y ahora lo entendía mejor.

Sabes, papá… — Dijo Laura con una mezcla de madurez y resignación en su tono. — Ya no soy una niña. Sé que el ministerio es una fachada. Sé que detrás de todo esto hay algo más grande, y no puedo seguir pretendiendo que no lo veo. Quiero ayudarte. No puedo verte cargar con todo esto solo…

El corazón de Julián se rompió en ese instante. La había protegido toda su vida, había hecho lo imposible para mantenerla a salvo. Y ahora ella, su pequeña Laura, era la que quería cargar con su peso.

Laura… — Julián no pudo contener las lágrimas. Sentía como si todo el peso de su culpa, su dolor, su sacrificio, se estuviera desmoronando en ese momento. — No sabes cuánto he hecho por ti, cuánto he sufrido para mantenerte alejada de todo esto…

Su voz se quebraba. El vampiro Vambertoken había sido su salvación y su condena. Julián había sacrificado todo por su hija, había traicionado sus principios, había vendido su alma para verla segura. Y ahora, escucharla hablar con tanta madurez, con tanta comprensión, lo destrozaba.

No tienes que hacer esto, Laura… yo… — Pero su hija lo interrumpió.

Papá, quiero ayudarte. He aprendido más de lo que crees. No me puedes seguir protegiendo de todo. Sé quién es Vambertoken, y sé lo que implica estar a su servicio. Pero si todo esto nos mantiene juntos, vale la pena. Quiero ayudarte a cargar el peso de todo esto. Te lo debo.

El tren desaceleró mientras se acercaba a su destino. Julián respiró profundamente, con el dolor latiendo en su pecho. Las palabras de Laura, su fuerza, su decisión, lo estaban quebrando por dentro. Era su hija quien ahora intentaba sostenerlo, quien lo entendía más de lo que él mismo estaba dispuesto a admitir. Había fallado en mantenerla al margen, y eso lo desgarraba.

Cuando el tren se detuvo, Julián bajó, sus manos temblorosas. Sentía que no tenía el control de la situación, que la mentira en la que habían vivido todos estos años se estaba desmoronando. Y el temor lo invadió.

¿Qué pasaría si alguien en el Vaticano descubría la verdad? ¿Qué harían cuando supieran que Laura era su hija? Nadie podía saberlo, nadie. Pero ahora, más que nunca, el peligro era real.

Cuando llegó al lugar donde se encontraría con Laura, la vio esperándolo. Sus ojos brillaban con esa luz que siempre había visto en ella, incluso antes de su conversión. Y mientras la abrazaba, no pudo evitar derrumbarse. El temor a ser descubierto, a perderlo todo, la culpa por haberla involucrado en esta red oscura… todo lo devoraba.

Hija… lo siento tanto… — Murmuró mientras la abrazaba con fuerza. — Nunca quise que cargaras con esto…

Laura lo apretó contra su pecho, con lágrimas en los ojos.

Ya no estoy sola, papá. Estamos en esto juntos. Y si Vambertoken nos necesita, entonces haremos lo que sea necesario.

La relación profesional que mantenían en público, la máscara impuesta por Vambertoken, pesaba en ese momento. Nadie debía saber lo que realmente eran el uno para el otro. Y mientras se abrazaban, ambos sabían que, en el Vaticano, la verdad estaba a un paso de ser descubierta.

La reunión con Vambertoken y la misión que le había encomendado a Julián se cernían sobre ellos como una sombra amenazante, pero en ese abrazo, por un instante, el tiempo se detuvo. Julián sabía que ahora su hija lo entendía. Pero también sabía que con cada día que pasaba, la oscuridad los consumía un poco más.

Gracias por acompañarnos en este viaje al terror. ¡Nos vemos en el próximo episodio!”

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