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El cazador de almas perdidas – Creepypasta 194. Historias de Terror

La Libertad Corrompida.

El eco de los gritos de Fabiola todavía resonaba en los pasillos de la sede de la purga en Cochabamba. Aunque ya todo había terminado por el día, el dolor y la crueldad que María había infligido bajo las órdenes de Asha seguían presentes en su mente, como una sombra que no podía apartar. Asha ya le había dado por finalizada su tarea, y ahora María volvía a ser libre… pero esa libertad se sentía vacía.

Caminaba rápidamente, buscando a Fabián. Sabía que él había estado en algún lugar cercano durante la tortura, escuchando cada grito, cada palabra de desesperación de Fabiola, y lo más difícil de aceptar era que esos gritos habían salido de sus propias manos, de su poder, bajo la voluntad de Asha.

Al fin lo encontró en una de las habitaciones menos iluminadas de la sede. Fabián estaba sentado, su rostro oscuro, cubierto por la sombra de sus pensamientos. Sabía que había escuchado todo. Sabía que Fabián había sido testigo, en silencio, de lo que María había hecho por mandato de Asha. Él la vio entrar y, por un segundo, sus miradas se encontraron, cargadas de un entendimiento que iba más allá de las palabras.

María cerró la puerta tras de sí y se acercó lentamente, sintiendo el peso de la distancia entre ellos, aunque no hubiera más que un par de metros de separación.

—Fabián… —su voz se quebró ligeramente—, lo hice por Asha… lo hice por ti. No tuve otra opción.

Él alzó la mirada, sus ojos oscuros reflejando un conflicto interno que no había podido resolver desde hace días. Sabía que María estaba atrapada entre los hilos de Asha, una marioneta en su oscuro juego de poder. Pero también sabía que, en el fondo, ella estaba comenzando a cambiar. Su alma, su pureza, se estaban desmoronando.

Fabián se levantó, caminando hacia ella. El peso de la situación los aplastaba, pero había algo más, algo que ninguno de los dos podía ignorar. Un deseo creciente, una necesidad de vivir su amor sin las cadenas que Asha les había impuesto. Fabián sabía que su plan para fingir el ataque contra Vambertoken y justificar la muerte de su escudero, Stephen, estaba en marcha. Todo había comenzado hace ocho días, cuando la visión de María les había salvado la vida, pero a un costo terrible.

—María… —dijo finalmente, su voz baja, pero cargada de desesperación—. Sé que lo que haces es por Asha, pero… ¿cuánto más vas a aguantar? Esto no es solo su voluntad, te está cambiando. Estás empezando a… disfrutarlo.

Las palabras de Fabián la golpearon con fuerza, como un golpe en el estómago. Quería negar lo que había dicho, pero en el fondo, sabía que tenía razón. Había algo en la conexión que Asha tenía con Vambertoken que la fascinaba, algo oscuro que anhelaba para sí misma. Quería vivir ese amor, ese poder, con Fabián, de la misma forma en que Asha vivía su enfermizo amor por Vambertoken.

—Lo sé —susurró María, sus ojos llenos de angustia—. Lo siento. Estoy corrompida… siento que cada día que pasa, me estoy alejando más de quien era. Pero lo hago porque quiero vivir esto contigo, quiero que seamos libres, como ellos… Fabián, necesito que me digas que hay algo bueno en esto, que lo que hacemos… es por nuestro amor.

Fabián se acercó a ella, sus manos temblando mientras la tomaba por los hombros, sintiendo el peso del momento. No había respuesta fácil, no había justificación que pudiera hacer que todo lo que habían hecho estuviera bien. Pero su amor por María lo consumía, y en ese instante, en esa pequeña franja de tiempo en la que María era libre, no podía permitirse pensar en lo que estaba bien o mal.

—Lo hacemos por nosotros —dijo finalmente, su voz ronca por la mezcla de emociones—. Por ti, por mí. No sé si esto está bien, María, pero no puedo verte perderte por Asha. Debemos encontrar la forma de salir de esto.

María lo miró, sus ojos llenos de lágrimas contenidas. Su cuerpo temblaba bajo la tensión de las emociones, del dolor que sentía al saber que había torturado a Fabiola, pero también del deseo de aprovechar cada segundo de su libertad con Fabián.

—Entonces estemos juntos ahora —dijo, su voz quebrándose—. Estemos juntos mientras pueda ser libre, mientras pueda decidir por mí misma.

Fabián asintió, sabiendo que no podían perder ni un segundo más. Se acercó a María y la envolvió en un abrazo, sintiendo cómo sus cuerpos se encontraban, cómo las barreras caían mientras el deseo y la desesperación por estar juntos tomaban el control. Sus labios se encontraron en un beso profundo, cargado de esa mezcla de dolor y necesidad. Era como si estuvieran luchando por aferrarse el uno al otro, por no perderse en la oscuridad que los rodeaba.

María lo miró entre besos, su respiración entrecortada mientras las emociones se desbordaban.

—No me dejes caer, Fabián… por favor, no me dejes caer.

Fabián apretó los brazos alrededor de ella, susurrándole al oído.

—Nunca. Estamos juntos en esto. Vamos a salir de esto… lo prometo.

Pero en lo profundo, ambos sabían que cada día que pasaba, era más difícil aferrarse a lo que alguna vez fueron. La sombra de Asha y Vambertoken se cernía sobre ellos, y aunque el deseo de vivir su amor los unía, la corrupción de sus almas comenzaba a hacerles daño. Y mientras se abrazaban, sabían que el plan que Fabián había diseñado para fingir el ataque estaba en marcha. Habían caído en la oscuridad, pero no podían dejar de luchar, al menos no mientras tuvieran uno al otro.

El ambiente en la sede de la purga estaba cargado, pesado, como si una sombra oscura se hubiera asentado en cada rincón de las paredes y en el aire que se respiraba. Fabián y María se mantenían juntos, todavía abrazados después de la conversación cargada de emociones. El silencio entre ellos no era una tregua de paz, sino el preludio de lo que ambos sabían que estaba ocurriendo más allá de esas paredes.

Los ecos comenzaron lentamente. Un sonido lejano, grave, que atravesaba las piedras de la sede como un susurro inquietante. María se estremeció al escucharlo, reconociendo de inmediato el origen de esos ruidos. El sonido no era nuevo para ella. Había escuchado antes los gritos ahogados que acompañaban los rituales de Asha y Vambertoken, pero nunca dejaban de helarle la sangre.

Fabián, por su parte, también lo sentía. No era simplemente ruido; era algo más profundo. Los gritos no eran solo de dolor. Había una mezcla de placer enfermo, un éxtasis retorcido en las voces que resonaban en el aire. Asha y Vambertoken estaban envueltos en su ritual, y el eco de su depravación retumbaba por todo el edificio.

El sonido de gritos humanos se hizo más claro. Eran agónicos, desgarradores. Pero, lo más perturbador era el eco de los gemidos que los acompañaban, como si el dolor se transformara en un macabro placer que solo las criaturas de la oscuridad podían disfrutar. Fabián y María sabían que esos gemidos no eran humanos. Eran los vampiros, Asha y Vambertoken, entregados a su propia y enfermiza unión.

María apretó los brazos de Fabián, buscando refugio en su presencia, pero él tampoco podía evitar el impacto de lo que escuchaba.

—Ellos… están… —murmuró Fabián, su voz apagada por la gravedad de los sonidos—. Siempre lo hacen.

Los gemidos aumentaban, como un eco continuo que se mezclaba con los gritos de las víctimas que aún respiraban, pero que no lo harían por mucho más tiempo. El sonido de cuerpos siendo arrastrados, cadenas chocando, gargantas rasgadas y latidos finales resonaban como un ritmo oscuro, acompañando cada grito de Asha.

Era una escena tétrica, lóbrega, que ambos imaginaban claramente a pesar de no estar allí. Asha Latshiktor Vambertoken y Seraph Vambertoken Latshiktor, sumidos en un acto que no solo era carnal, sino que estaba envuelto en el sufrimiento de los humanos, en el dolor que alimentaba su retorcido amor. Era un ciclo de 7000 años de deseo contenido, que ahora explotaba en cada grito de éxtasis, en cada gemido que rebotaba en las paredes de la sede como un coro de tinieblas.

Los oídos de Fabián ardían con cada sonido, y su mente trataba de bloquear lo que era inevitablemente perturbador. María, temblando en sus brazos, sentía el peso del poder que esos seres inmortales ejercían incluso desde la distancia. La oscuridad parecía penetrar en ellos con cada eco que resonaba desde los confines donde Asha y Vambertoken celebraban su retorcida unión.

Pero el sufrimiento no era solo de las víctimas. Lo sabían. El dolor y el placer de los vampiros se entrelazaban en una danza grotesca de poder y desesperación. Cada gemido de Asha era un recordatorio de su poder sobre Vambertoken, y cada susurro de Vambertoken era una afirmación de su dominio sobre su entorno, incluso sobre su propia esposa.

María cerró los ojos, aferrándose a Fabián, como si ese simple contacto pudiera alejar el sonido, pero los gritos seguían, envolviéndolos, atrapándolos en la misma oscuridad que consumía a los vampiros.

A la distancia, Julián, también en la sede, podía escucharlo. No estaba en la misma habitación que ellos, pero los ecos eran imposibles de ignorar. Sabía lo que esos sonidos significaban. Era el ritual, la depravación que siempre acompañaba a Asha y Vambertoken, su amor corrupto que se alimentaba del sufrimiento de los humanos. Era un ciclo que había presenciado en más de una ocasión, y aunque su deber lo obligaba a mantenerse firme, siempre se sentía asqueado, atrapado en una telaraña de poder en la que todos ellos eran meras piezas en un juego mucho más grande.

Los sonidos comenzaron a disiparse, pero no porque hubieran terminado. No, el ritual seguía su curso, pero para Fabián, María, y Julián, era una pausa momentánea. Un respiro antes de que los ecos volvieran con más fuerza, recordándoles que la oscuridad que habitaba en Asha y Vambertoken solo crecía con el tiempo, envolviéndolos a todos en sus tinieblas.

María abrió los ojos, buscando las palabras que le permitieran expresar lo que sentía, pero solo logró susurrar:

—¿Cómo vamos a escapar de esto, Fabián?

Las paredes de la sede de la purga estaban empapadas de una oscuridad que parecía respirar, viva con el eco de lo que estaba ocurriendo. Los gemidos, gritos y susurros profundos se entrelazaban como un río de corrupción que llenaba cada espacio. Fabián y María permanecían en silencio, pero sus corazones latían al unísono, atrapados en la intensidad de lo que estaban escuchando. No había escapatoria. Estaban siendo arrastrados por el torbellino de poder y lujuria que rodeaba a Asha y Vambertoken.

La voz de Asha Latshiktor Vambertoken fue la primera en desgarrar el aire, un gemido prolongado que se mezclaba con el grito de una víctima, cuyos lamentos eran poco más que música para los inmortales.

—¡Mi Seraph! —exclamó Asha, su voz entrecortada por el éxtasis oscuro—. ¡Desgarra sus almas, bebe cada gota de su esencia! Que su sufrimiento sea nuestro deleite, que su sangre nos cubra, que los líquidos de su miseria nos consagren en este ritual de poder… ¡Más! ¡Quiero más!

El grito que siguió fue de pura lujuria, una mezcla de placer y dolor que reverberó por los pasillos. Era un sonido que atravesaba la razón, penetraba en lo más profundo de la mente y retorcía el alma de quienes lo escuchaban.

Fabián cerró los ojos, incapaz de soportar la intensidad de lo que estaba ocurriendo. A su lado, María se estremeció, sintiendo cómo el eco de ese grito recorría cada fibra de su ser, tocando partes de su alma que hasta ahora habían permanecido ocultas.

—Mi Kadupul… —la voz de Vambertoken surgió como un susurro grave, cargado de poder y dominio—. ¡Toma todo lo que desees! Que sus cuerpos sean tu ofrenda, que su dolor sea el regalo que te ofrezco, ¡despedázalos! Haz que su sangre fluya por nuestros cuerpos. Este es nuestro verdadero templo, nuestra eternidad…

María sintió cómo su piel se erizaba. El tono de Vambertoken no era simplemente el de un amante devoto. Era el de un ser que no solo controlaba el cuerpo y el alma de Asha, sino que la alimentaba con la pureza de su corrupción. El poder que emanaba de cada palabra era palpable, y María sintió cómo su corazón latía más rápido, su mente atrapada entre el horror y la fascinación.

—Fabián… —murmuró, su voz temblando—. Esto… es… ¿es esto lo que nos espera si seguimos sirviendo?

Pero Fabián no pudo responder. Estaba demasiado perdido en los ecos de los gemidos de Asha, que resonaban como una cascada de placer sin fin.

—Seraph, ¡quiero sentir más! ¡Hazlos gritar hasta que sus gargantas se desgarren! —gritaba Asha, con una desesperación que solo aquellos inmortales podrían experimentar—. Que su sangre cubra mi cuerpo, que sus almas se disuelvan en nuestras manos. No hay mayor éxtasis que poseerlos, romperlos, consumirlos. ¡Dame todo su dolor!

Cada palabra era un látigo que azotaba el aire, llenando el espacio con el peso del poder absoluto. Fabián sintió náuseas. No era solo lo que decían, sino cómo lo decían. Esa mezcla de deseo y destrucción, de amor y dominio, era tan poderosa que amenazaba con aplastar su voluntad. Pero, por otro lado, parte de él comprendía. Parte de él entendía ese deseo de poseer todo, de consumir lo que fuese necesario para alcanzar ese tipo de eternidad.

—Ellos… no nos entienden, mi Kadupul —dijo Vambertoken, y su voz era como un trueno suave que retumbaba en las sombras—. Pero eso es porque nosotros somos el poder. No hay límite, no hay ley. Somos los dioses de este mundo podrido, y ellos no son más que nuestras víctimas, nuestros juguetes.

Los gritos de las víctimas se hicieron más fuertes, desgarradores, mezclándose con el gemido profundo de Asha, cuya voz era la misma encarnación del éxtasis.

—Mi Seraph… —jadeó Asha, con la respiración entrecortada—. ¡Hazme sentir el poder de tu posesión! Que su sangre se mezcle con la nuestra, que cada gota me recuerde por qué te pertenezco, por qué somos la luz y la oscuridad en este mundo. ¡Tómame mientras desgarramos su carne y alma!

María apretó los puños, atrapada en la intensidad de lo que escuchaba. Fabián estaba inmóvil, su mente luchando por procesar la magnitud de la corrupción que envolvía a los vampiros.

—No… —susurró Fabián, pero las palabras sonaban vacías—. No podemos ser como ellos. No somos como ellos…

Pero, aunque decía eso, el eco de los gritos, los gemidos y las palabras de Asha y Vambertoken comenzaban a envenenar su mente. ¿Realmente no eran como ellos? ¿Cuánto más podrían soportar antes de sucumbir al poder que ofrecía la oscuridad?

—Cada gota, cada grito… todo es tuyo, mi Seraph —susurró Asha, mientras el sonido de cuerpos siendo desgarrados llenaba el espacio—. No hay mayor amor que el nuestro, no hay mayor poder que este. Somos la eternidad, el dolor y el placer combinados en una única verdad.

María temblaba, pero no era solo miedo lo que sentía. La intensidad de lo que ocurría era tan poderosa que empezaba a sentirse atraída por ello. ¿Cómo podían resistirse a algo tan absoluto?

—Fabián, ¿qué vamos a hacer? —preguntó María, su voz llena de angustia.

Fabián la miró, incapaz de darle una respuesta clara. El poder de Asha y Vambertoken era demasiado, y el eco de sus palabras seguía retumbando en sus corazones, mientras los gritos de las víctimas se desvanecían lentamente en la distancia.

Gracias por acompañarnos en este viaje al terror. ¡Nos vemos en el próximo episodio!”

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