El cazador de almas perdidas – Creepypasta 193. Historias de Terror
El Falso Dolor de la Alegría.
El aire a su alrededor estaba cargado de calma después de la tormenta. Tatiana y Drex yacían desnudos sobre la tierra, el cuerpo de Drex aún cubierto de sangre, la piel de Tatiana manchada por lo que acababan de hacer. Pero nada importaba en ese momento. Nada más que el hecho de que estaban juntos. La tensión, el miedo, la caza, todo había terminado, y ahora la quietud era casi surreal.
Tatiana suspiró profundamente, su pecho aún subiendo y bajando rápidamente mientras intentaba procesar lo que acababa de suceder. Drex, a su lado, miraba hacia el cielo, con una sonrisa que solo alguien que ha vencido una batalla interna tan profunda puede llevar en su rostro. Ambos estaban satisfechos, no solo por lo que acababan de compartir, sino porque habían superado algo que parecía imposible. Drex había consumido los 350 corazones, el ritual se había completado.
—Lo logramos… —murmuró Tatiana, más para sí misma que para él.
Drex la miró de reojo, sus ojos suavizándose en una expresión de ternura.
—Lo logramos —repitió, sus palabras tan suaves como el viento que acariciaba sus pieles.
Ambos estaban manchados de la misma sangre que Drex había derramado en la caza. El olor metálico de la sangre y el aire salado de la isla creaban una atmósfera extraña, casi onírica, pero en ese instante, no les importaba. Estaban felices. Habían logrado algo que muchos no entenderían, ni siquiera ellos mismos lo comprendían del todo. Drex estaba bien, y para Tatiana, eso era suficiente.
Ella se giró hacia él, observándolo con una mirada profunda, como si tratara de captar cada pequeño detalle de ese momento. Su pecho se apretaba con la contradicción de lo que había hecho, de lo que había permitido que ocurriera. Pero esa pequeña voz de culpa era ahogada por la satisfacción, por la certeza de que Drex estaba con ella, completo. Vivo.
—¿Te sientes… diferente? —preguntó finalmente, rompiendo el silencio.
Drex se tomó un segundo antes de responder, su mirada fija en el horizonte.
—Sí… —dijo con un suspiro—. Me siento… en paz. Es como si la lucha dentro de mí se hubiera calmado. No sé cómo explicarlo, Tatiana. Ya no siento que la bestia me controle. Somos uno.
Tatiana lo escuchaba con una mezcla de asombro y alivio. Siempre había temido perder a Drex, que la bestia tomara el control por completo, pero ahora, las palabras de él la llenaban de esperanza. Él había sobrevivido. No solo a la cacería, sino a la lucha interna que siempre había llevado consigo.
—Eso es todo lo que importa —murmuró Tatiana, acercándose más a él, apoyando su cabeza en su pecho—. Estás aquí, y eso es todo lo que necesito.
El momento de calma y dicha parecía eterno, pero ambos sabían que no podían quedarse allí por mucho más tiempo. Tenían un trabajo que hacer. El plan de Asha ya estaba en marcha, y la llegada del ingeniero y el geólogo era inminente. Sabían que no podían permitir que vieran nada de lo que realmente había ocurrido en la isla.
Drex se levantó lentamente, su cuerpo aún manchado de sangre, y ayudó a Tatiana a ponerse de pie. Se miraron por un segundo más, saboreando el último respiro de ese momento antes de volver a la realidad. Tenían que recomponerse.
—Es hora —dijo Drex, su voz ahora más firme, su expresión más seria.
Tatiana asintió. Sabía lo que venía. La carga moral era abrumadora, pero no había espacio para el arrepentimiento ahora. Limpiarían la isla de cualquier evidencia, tal como se les había ordenado.
Ambos se vistieron rápidamente, sus ropas mágicas transformándose de nuevo en el pelaje de Drex y en el atuendo táctico de Tatiana. Caminaron hacia el sitio acordado, el lugar donde recibirían al ingeniero y al geólogo que se encargarían de la minería subterránea. Asha había planeado todo para que la isla desapareciera bajo el pretexto de una exploración fallida que hundiría todo el lugar en el océano.
El ingeniero y el geólogo no sabían nada de esto. Ellos solo pensaban que venían a explorar, a estudiar el terreno. Esa ignorancia le daría aún más credibilidad al plan. Pero para Tatiana y Drex, el verdadero trabajo comenzaba ahora.
Mientras caminaban por el terreno devastado, Tatiana observó los restos de lo que habían hecho. No podían dejar ni un solo cadáver a la vista. Todo tenía que desaparecer. Y mientras recogían los cuerpos y limpiaban la zona, Tatiana sentía el peso de lo que habían hecho. Habían consumido 350 corazones. La carga moral estaba ahí, palpable, pero al mismo tiempo, Drex estaba vivo. Había sobrevivido al ritual.
—¿Te sientes culpable? —preguntó Tatiana, mientras limpiaban las últimas huellas de lo que había sido una masacre.
Drex se detuvo por un momento, mirando uno de los cuerpos que estaban ocultando. Luego giró hacia ella, con una expresión serena.
—Debería sentirme culpable… pero no lo hago. Estoy bien, Tatiana. Eso es lo único que realmente me importa.
Tatiana asintió, sabiendo que, en el fondo, sentía lo mismo. La culpa estaba ahí, rondando como un espectro, pero no podía compararse con la alegría de saber que Drex estaba con ella, completo, entero. A veces, el amor y la supervivencia superan cualquier carga moral.
—Lo hemos hecho… —dijo finalmente, su voz apenas un susurro.
Drex se acercó a ella, colocando una mano en su hombro, con una sonrisa suave en sus labios.
—Y ahora, solo queda seguir adelante. Esto es lo que somos, Tatiana. No podemos cambiarlo.
Ambos se quedaron en silencio mientras ocultaban el último rastro de lo que había ocurrido en esa isla. El trabajo estaba casi completo, y el ingeniero y el geólogo llegarían pronto. No podían permitirse errores.
Mientras observaban el horizonte, donde pronto aparecerían sus próximos aliados, Tatiana y Drex compartieron una mirada. La carga de lo que habían hecho estaba allí, pero el éxito del ritual, el hecho de que Drex estaba bien, lo superaba todo.
A veces, el dolor era necesario para alcanzar la felicidad. Y en ese momento, entre el falso dolor de la culpa y la alegría de haber sobrevivido, Tatiana y Drex supieron que lo que habían hecho, por muy macabro que fuera, había valido la pena.
Mientras Drex y Tatiana enfrentaban la brutal cacería en la isla, en la sede de la purga en Cochabamba, algo mucho más oscuro y meticuloso estaba tomando forma. Asha Latshiktor Vambertoken, con la elegancia y frialdad que la caracterizaban, caminaba por los pasillos subterráneos con una leve sonrisa en los labios. Detrás de ella, su fiel aprendiz, María, la seguía en silencio, sabiendo que su maestra estaba a punto de culminar una obra maestra de crueldad.
Fabiola, la Bruja Roja, llevaba siete días sumida en un ciclo interminable de tortura. A través de un ritual oscuro de magia de sangre, Asha había conectado a Fabiola con cada una de las víctimas de Drex, haciéndola sentir cada una de sus muertes como si fuera la suya propia. Gritos, miedo, desesperación: todo lo había experimentado como si estuviera en carne propia siendo devorada una y otra vez por un licántropo.
El control de Asha era perfecto, pero sabía que aún no había terminado su trabajo. Aún quedaban restos de voluntad en Fabiola, y Asha, en su perfección metódica, no se detendría hasta que no quedara absolutamente nada de resistencia en su prisionera.
Las puertas de la cámara se abrieron lentamente, y Asha, con paso decidido, entró en la sala. Fabiola yacía en el suelo, su cuerpo tembloroso, amordazada y atada. El rostro de la bruja estaba marcado por el sufrimiento, pero en sus ojos aún quedaban destellos de la voluntad que alguna vez la definió. Para Asha, esos últimos vestigios de resistencia eran su próximo objetivo.
Asha sonrió suavemente, esa sonrisa fría y cargada de condescendencia.
—Querida Fabiola… —dijo Asha, su voz dulce y venenosa al mismo tiempo—. ¿Cómo te sientes hoy?
Fabiola apenas podía mover la cabeza. Los días de tortura habían roto su cuerpo y su mente, pero no del todo, no completamente. Aún había partes de su alma que Asha deseaba destruir.
Asha avanzó con calma, sus ojos afilados como dagas clavándose en los de Fabiola.
—Sabes quién soy, ¿verdad? —preguntó Asha, inclinándose hacia la prisionera—. Soy Asha Latshiktor Vambertoken, y este nombre debería ser suficiente para helarte el alma.
Fabiola tembló, reconociendo el apellido Latshiktor, una familia a la que ella misma había dañado en el pasado. Había un miembro de los Latshiktor que había muerto por sus manos, y ahora sabía que estaba a merced de alguien que no le ofrecería piedad.
—Ah, veo que lo recuerdas —susurró Asha, sonriendo con satisfacción—. Lo que le hiciste a mi primo no será olvidado. Pero… he decidido ser generosa contigo. Estoy dispuesta a olvidar esa afrenta. A cambio de algo, por supuesto.
Fabiola la miró, el terror llenando sus ojos. Asha disfrutaba de la agonía mental que veía en su prisionera.
—Vas a servir a mi amado Seraph Vambertoken Latshiktor —dijo con orgullo, su voz cargada de devoción enfermiza—. Vas a entregarte por completo a los planes de mi amado Seraph, y solo entonces, quizás, te perdone.
La sonrisa en el rostro de Asha se ensanchó al ver el horror en el rostro de Fabiola. Sabía que el apellido Latshiktor traía consigo un peso enorme, y ahora, saber que estaba bajo el control de Asha y su esposo, el poderoso Seraph, solo aumentaba la desesperación de Fabiola.
—¿Creías que tu confinamiento con el Archiconde Ramírez era tu peor destino? —Asha rió suavemente—. Oh, querida, eso no era más que una jaula dorada comparado con lo que te espera aquí, bajo mi control.
Fabiola había hablado con Tatiana y Drex en el pasado, cuando estaba confinada bajo la vigilancia del Archiconde Ramírez. Sabía que habían llegado a un acuerdo para liberarla, y aunque Vambertoken había cumplido su palabra, ahora entendía que la liberación venía con un precio mucho más alto del que había anticipado.
—Sé lo que piensas, querida Fabiola… —susurró Asha, acariciando suavemente el cabello desaliñado de la bruja—. Crees que el vampiro que te liberó es un hombre de palabra. Y lo es. Seraph siempre cumple sus promesas. Pero te aseguro que, en este momento, su promesa es que no quedará nada de ti que no nos pertenezca.
Fabiola intentó apartarse de la mano de Asha, pero no tenía fuerzas. El miedo la mantenía paralizada, y la presencia de Asha la aplastaba.
—Voy a destruir cada pedazo de tu voluntad, Fabiola —dijo Asha, su tono casi cariñoso—. No va a quedar nada de ti cuando termine. Serás una herramienta perfecta para los planes de mi amado Seraph, y cuando no tengas voluntad propia, entonces y solo entonces, sabré que estás lista para servirnos.
Asha se inclinó, sus labios casi rozando la oreja de Fabiola.
—Voy a hacerte desear la muerte, pero no te la daré. Porque quiero que veas, que sientas, que sufras cada segundo de lo que viene. Y cuando ya no quede nada, entonces serás útil para mí.
El cuerpo de Fabiola temblaba incontrolablemente. Sabía que no había escape. Sabía que Asha era implacable, y el hecho de que ella fuera una Latshiktor, la misma familia que ella había enfrentado, hacía que su destino fuera aún más sombrío.
Asha se levantó, con la sonrisa satisfecha de alguien que sabe que tiene el control absoluto.
—Voy a extraer cada gota de tu voluntad, querida Fabiola. Y cuando lo haya hecho, te daré una nueva vida, una en la que solo vivas para servir a Seraph y a mí. Pero hasta entonces… sufrirás.
Con esas últimas palabras, Asha se giró, su vestido ondeando a su alrededor mientras abandonaba la cámara. Sabía que Fabiola estaba rota, pero aún quedaban partes por destruir. El trabajo aún no había terminado, y Asha, con su perfección cruel, no dejaría nada al azar.
Asha Latshiktor Vambertoken salió de la cámara con un aire de satisfacción, sus pasos suaves resonando en el pasillo de piedra. Detrás de ella, María permanecía en silencio, observando la destrucción emocional y física que había causado su maestra sobre Fabiola, la Bruja Roja. Cada segundo bajo la tortura había sido un recordatorio constante de lo que significaba cruzarse en el camino de los Latshiktor.
Asha se detuvo al final del pasillo y, sin girarse, habló con un tono calculado pero cargado de expectativas.
—Querida María —comenzó, con esa frialdad en su voz que nunca perdía—. Hoy será un día muy especial para ti.
María levantó la mirada hacia su maestra, su cuerpo en tensión. Sabía lo que venía. Sabía lo que su maestra esperaba de ella, pero las palabras que escuchó la estremecieron aún más.
—Hoy, tú continuarás lo que he comenzado —dijo Asha, con una sonrisa que María no podía ver, pero podía sentir—. Vas a llevar a Fabiola al Centro de Comunicaciones, y ahí… te encargarás de la siguiente fase de su tortura.
María sintió un nudo en el estómago, pero no podía mostrar duda, no bajo la mirada vigilante de su maestra. Asha siempre había sido precisa, cruel, y sabía que la obediencia era la única opción que tenía. Sin embargo, esta sería la primera vez que María torturaría a Fabiola fuera de las confinadas paredes donde había pasado los últimos siete días. Ahora, Fabiola la vería como la ejecutora, como una extensión directa de la voluntad de Asha.
—Debes recordar, querida María, que tus nuevos poderes están ligados a tu estado emocional. Pero no temas —Asha giró suavemente hacia ella—, hoy pondrás a prueba lo que has aprendido. Hoy revivirás para Fabiola las 350 cacerías de Drex, una y otra vez, con tus propias manos.
María tragó saliva, sintiendo el peso de la responsabilidad y la oscuridad que se cernía sobre ella. Asha se acercó y le colocó una mano suave pero fría en el hombro.
—Conéctate con mi familia, los Latshiktor, a través del Centro de Comunicaciones. Quiero que mis padres, mi querido Seraph, y todos aquellos que me importan vean lo que hacemos aquí, que sientan el poder que fluye a través de ti, mi aprendiz. —La voz de Asha sonaba casi dulce, pero estaba cargada de una amenaza implícita—. No falles, María.
María asintió en silencio, comprendiendo la gravedad de lo que estaba a punto de hacer. No solo era una prueba de sus nuevas habilidades, sino también una demostración ante la familia de Asha. Un error sería inaceptable. Un error significaría el fin de cualquier favor que Asha le pudiera otorgar.
Asha sonrió, satisfecha con la reacción de su aprendiz.
—Llévala al Centro de Comunicaciones —ordenó, señalando a Fabiola, que seguía amordazada y rota en el suelo—. Y no pierdas el control, María. Hoy es tu momento.
Sin decir más, Asha se retiró del lugar, su vestido ondeando a su alrededor como un manto de oscuridad.
María permaneció unos segundos más, sola con sus pensamientos. Sentía el peso del mundo sobre sus hombros, pero sabía que debía cumplir. Se acercó a Fabiola, quien, al verla, mostró un atisbo de reconocimiento y terror. María sabía que ahora, más que nunca, Fabiola la vería como el brazo ejecutor de Asha.
Con una mezcla de emociones, María desató a Fabiola lo suficiente para poder llevarla al Centro de Comunicaciones. No había palabras de consuelo. No había empatía. Solo una misión que debía cumplir.
Mientras caminaban por los pasillos en dirección al centro, María sentía la creciente presión en su pecho. Sabía que lo que estaba a punto de hacer sería un punto de no retorno. Al llegar a la sala, colocó a Fabiola en el centro, asegurándose de que estuviera bien atada para lo que venía. Las paredes del centro brillaban con la energía mágica que Asha había creado para asegurar la conexión con los Latshiktor.
María respiró profundamente, preparándose mentalmente para lo que venía.
Con un movimiento rápido, activó los rituales de conexión, y sintió cómo las presencias de los Latshiktor se conectaban con ella a través del flujo de energía que atravesaba la sala. Sentía la mirada de Asha, de Vambertoken, y de sus ancestros sobre ella, esperando ver lo que podía hacer.
Finalmente, María alzó las manos y dejó que el poder oscuro fluyera a través de ella. Frente a Fabiola, los ecos de las 350 cacerías comenzaron a manifestarse. Gritos, terror, sangre. Todo lo que Drex había causado, todo el sufrimiento que Fabiola había sentido, ahora era revivido de nuevo, amplificado por los nuevos poderes de María.
Fabiola gritó, su alma rota en mil pedazos, mientras María sentía el flujo del poder consumirla y guiarla. Sabía que su maestra estaría orgullosa. Sabía que Asha estaba observando cada movimiento, cada expresión de dolor que Fabiola mostraba.
María no era la misma de antes. Ahora era una ejecutora de la voluntad de Asha.
El dolor de Fabiola resonaba en todo el centro, mientras los gritos se alzaban como un eco eterno, y María, por primera vez, comprendió el verdadero peso de lo que significaba servir a Asha Latshiktor Vambertoken.
El aire en la sede de la purga en Cochabamba se sentía más denso con cada paso que Asha Latshiktor Vambertoken y María, su aprendiz, daban en dirección a la cámara donde Fabiola, la Bruja Roja, había sido sometida a tortura incesante durante los últimos siete días. Los gritos de Fabiola, aunque ya apagados, todavía resonaban en las paredes, como ecos del dolor y la desesperación que habían marcado su confinamiento. Pero ahora, Asha tenía otros planes para su prisionera, y María sería clave en esta siguiente fase.
Fabiola estaba completamente inmovilizada, atada a una silla de ruedas especialmente diseñada para contener su cuerpo. Sus muñecas y tobillos estaban encadenados con sellos mágicos, sus ojos tapados para evitar cualquier posibilidad de liberar algún poder oscuro, y su boca estaba firmemente amordazada. El silencio en la cámara era opresivo.
Asha se detuvo frente a Fabiola, y sin girarse, habló con su tono frío y calculador.
—Querida María —dijo, con su característica condescendencia—, hoy es un día muy especial para ti. Hoy vas a continuar mi obra, pero esta vez bajo la mirada de mi familia. Es tu momento de demostrar que estás lista.
María asintió, sabiendo que no había vuelta atrás. Estaba bajo el servicio de Asha, y mientras durara ese tiempo, no tenía otra opción más que cumplir con cada una de sus órdenes.
Asha, sin perder su sonrisa gélida, se volvió hacia María y le colocó una mano en el hombro.
—Vas a llevar a Fabiola al Centro de Comunicaciones —ordenó, su tono se volvió más suave, casi amoroso, pero cargado de peligro—. Hoy, la familia Latshiktor observará. Quiero que vean cómo manejas el poder que te he otorgado. Vas a conectarte con ellos y a mostrarles lo que has aprendido en este tiempo. Fabiola revivirá las 350 cacerías de Drex, una y otra vez, a través de tus manos.
María sintió el peso de las palabras de Asha caer sobre ella. Su maestra siempre sabía cómo manipularla, cómo mantenerla al borde de la sumisión y la perfección. No podía fallar. Asha era demasiado meticulosa para aceptar algo menos que la perfección.
Asha dio un paso hacia Fabiola, todavía inmóvil en la silla de ruedas.
—Mi querida Fabiola, hoy es un día que recordarás para siempre. Aunque, claro, no tendrás voz para decirlo —dijo con una sonrisa burlona—. Verás, querida, tus días de oscuridad están lejos de haber terminado.
María no pudo evitar estremecerse ante las palabras de su maestra. Sabía lo que vendría a continuación. Asha ya había dejado claro que la tortura de Fabiola no era simplemente un castigo, sino una transformación, un proceso de destrucción total de su voluntad hasta que no quedara nada más que obediencia ciega.
—Llévala al Centro de Comunicaciones —repitió Asha, con un aire de satisfacción—. Mi familia, los Latshiktor, ya están conectados, esperando. No los hagas esperar.
María obedeció sin vacilar. Con un movimiento firme, comenzó a empujar la silla de ruedas donde Fabiola estaba encadenada. Los grilletes resonaban suavemente con cada giro de las ruedas, y el silencio en los pasillos se hacía aún más denso mientras se dirigían hacia el lugar donde se llevaría a cabo la siguiente fase del tormento.
A medida que avanzaban, María sentía la presión de lo que estaba a punto de hacer. Sabía que no era solo una prueba para Fabiola, sino también para ella. Asha esperaba ver si su aprendiz estaba a la altura de la familia Latshiktor, si podía ejercer el poder oscuro con la frialdad necesaria para destruir a alguien tan poderoso como Fabiola.
Al llegar al Centro de Comunicaciones, María detuvo la silla de ruedas en el centro de la sala. Las paredes del lugar vibraban con la energía mágica que Asha había imbuido en ellas, preparando el terreno para lo que estaba por suceder. María pudo sentir la conexión inmediata con la familia Latshiktor, quienes observaban desde la distancia.
Respirando profundamente, María se preparó para lo que venía. Se aseguró de que Fabiola estuviera bien sujeta y comenzó a canalizar el poder oscuro que Asha le había enseñado a controlar.
Con un gesto de sus manos, María activó el ritual que comenzaría la tortura. Las 350 cacerías de Drex cobraron vida nuevamente en la mente de Fabiola, manifestándose como un ciclo interminable de muerte y sufrimiento. Cada uno de los corazones devorados, cada grito, cada desgarro de carne… todo fue revivido con una intensidad insoportable.
Gracias por acompañarnos en este viaje al terror. ¡Nos vemos en el próximo episodio!”
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