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El cazador de almas perdidas – Creepypasta 191. Historias de Terror

El Cuarto Día de la Cacería.

El cuarto día de la cacería traía consigo un viento más frío, más denso, como si incluso la isla sintiera el peso de lo que estaba ocurriendo. Tatiana estaba sola en el punto de control, como los días anteriores, pero esta vez su ansiedad había escalado a niveles insoportables. El reloj marcaba las 3:30 am. Drex había salido a cazar desde las 2:00, y aún no había señales de él. No había llamado de María, y eso solo podía significar una cosa: algo había salido mal. Drex no había vuelto.

Tatiana apretaba su collar de cinco capas con manos temblorosas. A su alrededor, la oscuridad de la isla se sentía aún más opresiva. Los gritos de los participantes resonaban en la distancia, pero esta vez eran diferentes, más intensos, más desesperados. Tatiana los escuchaba como si vinieran de otro mundo, pero cada grito la desgarraba por dentro. Su respiración se volvió más pesada. Las lágrimas comenzaron a brotar de sus ojos sin control.

—Todo acabó… —susurró Tatiana, sus palabras apenas audibles para sí misma—. Se acabó… él no va a volver.

El dolor la atravesó como una lanza, lento y profundo. Drex no había regresado, y cada minuto que pasaba, la certeza de su pérdida se hacía más evidente. Tatiana sintió cómo su mente se fragmentaba, cómo su mundo se desmoronaba en pedazos tan pequeños que le era imposible recogerlos.

—¿Cómo… cómo se supone que siga sin él? —preguntó en voz baja, su mirada perdida en la oscuridad que la rodeaba.

No había respuestas. Solo el eco de su propio dolor reverberando en su mente. Los gritos en la distancia seguían, pero Tatiana ya no podía escucharlos. Todo lo que sentía era un vacío que la tragaba, un abismo en el que caía sin freno. El aire se hacía más denso, como si incluso respirar fuera una tarea imposible.

—No puedo… no puedo sin él —murmuraba mientras las lágrimas caían libremente por su rostro.

Se derrumbó al suelo, incapaz de sostenerse, con las manos temblorosas aferradas a la tierra húmeda. Todo en ella gritaba por Drex, por su ausencia. Cada latido de su corazón era un recordatorio del amor que había perdido, del vacío que ahora la consumía.

El teléfono en su bolsillo vibró de repente, sacándola brevemente de ese pozo de oscuridad. Lo sacó, sabiendo que sería María. Su mente, nublada por el dolor, tardó en comprender lo que eso significaba.

—María… —respondió Tatiana con la voz rota, incapaz de esconder su devastación.

—Tatiana, tranquila —la voz de María era firme pero suave—. Drex está bien. Ha vuelto. Solo… solo está tardando más porque su transformación dura casi el doble ahora.

El silencio fue absoluto por un segundo, como si el mundo se hubiera detenido. Tatiana dejó de respirar, su mente tardando en procesar esas palabras. Drex estaba bien. Drex había vuelto. Drex seguía vivo.

Las lágrimas continuaron cayendo, pero esta vez no eran de dolor. Eran de algo mucho más profundo, mucho más liberador. Tatiana se aferró a esa pequeña verdad, la repitió en su mente hasta que se sintió real, hasta que el peso que llevaba encima comenzó a desmoronarse.

—Está bien… está bien… —murmuró, casi como si no pudiera creerlo—. Drex está bien. Está vivo.

La felicidad la golpeó como un torrente imparable, una ola que la arrastró con una fuerza que no había sentido en años. Era como si todo el dolor, todo el sufrimiento, todas las dudas y el miedo se disolvieran en un solo instante de pura dicha.

Tatiana se dejó caer de espaldas en el suelo, riendo y llorando al mismo tiempo. Sentía como si su corazón fuera a explotar. Nunca había sentido algo tan intenso, tan contradictorio. El vacío que había sentido hacía solo minutos se había transformado en una euforia tan pura que casi dolía.

—No puedo creerlo… no puedo creerlo… —seguía repitiendo, riendo mientras las lágrimas caían sin control—. Está bien… está bien…

Se cubrió el rostro con las manos, su cuerpo temblando de alivio. No podía procesarlo, no podía entender cómo podía haber pasado de la oscuridad más profunda a la felicidad más brillante en un solo instante. La contradicción era demasiado abrumadora, pero era real. Y eso era todo lo que importaba.

Finalmente, se levantó del suelo, sus piernas aún temblorosas. Respiró hondo, tratando de calmarse, pero su corazón seguía latiendo con una fuerza que no podía controlar.

—Drex, estás vivo… —susurró, mirando hacia el bosque, sabiendo que pronto lo vería volver.

Minutos después, Drex apareció en la distancia, caminando lentamente hacia ella. Estaba cubierto de sangre, como siempre después de una cacería, pero Tatiana no vio nada más que vida en él. Estaba allí. Estaba vivo. Y eso era todo lo que necesitaba.

Cuando Drex llegó hasta ella, Tatiana no esperó. Corrió hacia él, lanzándose en sus brazos, ignorando la sangre, ignorando todo. Lo abrazó con una fuerza desesperada, llorando en su pecho.

—Estás vivo… estás vivo… —repetía entre sollozos, aferrándose a él como si temiera que pudiera desaparecer en cualquier momento.

Drex no dijo nada al principio, solo la abrazó de vuelta, sintiendo la intensidad de sus emociones. Sabía lo que había pasado por su mente, lo que ella había temido.

—Estoy aquí, Tatiana —dijo finalmente, su voz suave pero firme—. Estoy aquí contigo.

Y en ese momento, entre la sangre y las lágrimas, Tatiana encontró algo que nunca había sentido antes: una felicidad tan pura, tan intensa, que parecía casi irreal.

Pero era real. Y eso era todo lo que importaba.

Tatiana se aferraba a Drex con una intensidad que bordeaba la desesperación. Sentía su cuerpo bajo el suyo, caliente, vivo, cubierto de sangre, pero allí, con ella. Las palabras atropellaban su mente mientras lo abrazaba, como si la alegría y el miedo fueran imposibles de separar.

—¿Qué… qué ha pasado? —preguntó Tatiana, apenas encontrando el aliento entre sollozos y risas—. ¿Por qué ha durado tanto? ¡Pensé que… pensé que no volverías!

Drex la sostuvo con firmeza, permitiendo que ella se desahogara. Sus manos recorrieron su espalda, calmándola, pero en sus propios ojos había una mezcla de emociones difíciles de procesar.

—No lo sé… —comenzó Drex, su voz baja, casi un susurro—. Algo… ha cambiado.

Tatiana se apartó ligeramente, lo suficiente para mirarlo a los ojos, buscando respuestas. Su respiración aún era agitada, pero necesitaba saber qué estaba ocurriendo. La transformación había durado casi el doble de lo habitual, y eso solo podía significar una cosa.

—Drex… —su voz temblaba—, ¿qué significa esto?

Drex miró hacia el suelo, como si él mismo estuviera tratando de darle sentido a lo que había experimentado.

—Siempre… siempre he sentido que esta… esta cosa dentro de mí, esta bestia, me estaba rompiendo en pedazos —dijo, su voz baja pero llena de una verdad cruda—. Cada transformación, cada cacería… es como si perdiera un poco más de mí. Pero hoy fue diferente.

Tatiana lo observaba con preocupación creciente. Sus dedos apretaban el collar de cinco capas con fuerza, buscando algo de estabilidad en medio de la incertidumbre.

—¿Diferente cómo? —insistió ella, su voz apenas un hilo.

Drex respiró hondo antes de continuar, sus ojos encontrando los de Tatiana.

—No fue doloroso. Por primera vez, no sentí que me estaba destrozando al transformarme. Fue… fluido, natural. Y cuando terminó la cacería, ya no volví a mi forma humana por… necesidad. Es como si mi cuerpo… no quisiera regresar. Tuve que aprender a cómo hacerlo.

Tatiana sintió cómo un frío helado recorría su espalda. Las palabras de Drex eran claras, pero lo que implicaban la aterraba. Drex siempre había luchado por mantener su humanidad, siempre había visto la transformación como algo monstruoso. Ahora, algo estaba cambiando en él, algo que no podía controlar.

—¿Estás… estás diciendo que… —Tatiana tragó saliva, sus palabras entrecortadas— que no quisiste volver?

Drex negó con la cabeza.

—No, no es que no quisiera. Es que… ya no es como antes. Antes sentía que la transformación me arrancaba algo, que me destrozaba. Ahora, no. Ahora… me siento más completo. Como si la bestia y yo… —dudó un segundo, buscando las palabras—, como si fuéramos uno solo.

Tatiana dio un paso atrás, su mente girando en un torbellino de emociones. Esto no era lo que esperaba. Drex estaba perdiendo lo que quedaba de su humanidad, o peor, estaba abrazando la bestia de una forma que nunca antes había hecho. Pero al mismo tiempo, algo en su mirada, en su tono, la hacía dudar. ¿Era esto malo? ¿O era simplemente una nueva etapa de lo que significaba ser Drex?

—No… no puede ser. Drex, esto no es lo que… no es lo que habíamos planeado. —Tatiana sentía su voz temblar, aunque intentaba mantener la compostura—. ¿Te estás volviendo en la bestia?

Drex la miró con una calma inusual. Su rostro no mostraba miedo ni duda, solo una paz que Tatiana no había visto en él en mucho tiempo.

—No lo sé, Tatiana —dijo con sinceridad—. Pero me siento… mejor. Es como si una enfermedad incurable estuviera retrocediendo. Siento que, por primera vez en años, mi mente está despejándose. No me siento roto. Siento que estoy… volviendo a ser yo.

Tatiana lo miró, sin saber qué decir. La confusión la invadía. Por un lado, quería creer en las palabras de Drex, en esa paz que veía en sus ojos. Pero por otro, no podía ignorar el miedo que crecía en su corazón. ¿Era esto realmente una señal de que Drex estaba recuperándose, o era solo el principio de su descenso hacia la bestia que tanto temían?

—No sé qué pensar… —susurró, sus ojos buscando alguna certeza en los de Drex.

Drex la tomó de las manos, sus dedos fuertes y cálidos alrededor de los de ella.

—No estoy seguro de qué está pasando, Tatiana, pero quiero que sepas algo. Mientras estés aquí conmigo, mientras sigamos juntos… no me perderé. Te lo prometo.

Las palabras de Drex calaron hondo en Tatiana. Aún sentía el miedo latiendo en su pecho, pero había algo en la forma en que él la miraba, algo en su voz, que la hizo creer. Aunque fuera solo por ese momento, decidió aferrarse a esa promesa.

—No te perderás —repitió Tatiana, con una sonrisa temblorosa—. No mientras yo esté aquí.

Se abrazaron de nuevo, pero esta vez, el abrazo fue diferente. No había desesperación, solo la certeza de que, aunque el futuro era incierto, enfrentarían lo que fuera juntos. La bestia, el ritual, el tótem, todo lo que se avecinaba… lo enfrentarían como lo habían hecho siempre: unidos.

Gracias por acompañarnos en este viaje al terror. ¡Nos vemos en el próximo episodio!”

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