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El cazador de almas perdidas – Creepypasta 186. Historias de Terror

El Acto Imprevisto.

La sangre de Stephen Gordon aún se derramaba por el suelo cuando Fabián, con el arma aún temblando en su mano, se enfrentó a una realidad que nunca había previsto. Frente a él, Vambertoken entró en la escena, observando el cuerpo caído con su típica calma inquebrantable. El vampiro no mostró ninguna emoción aparente, pero Fabián sabía que algo se gestaba detrás de esos ojos fríos.

—Pensaba que íbamos a corromperlo, Fabián —dijo Vambertoken, con una calma helada, al ver el cadáver—. Eso es lo que Julián me había informado.

El silencio en el aire era casi palpable. Fabián, incapaz de ocultar lo que había sucedido, sintió que el peso de su decisión y de la visión de María lo aplastaba. Sabía que Vambertoken sospechaba, y aunque el vampiro parecía imperturbable, había algo en su mirada que presionaba a Fabián a hablar antes de que ocurriera algo peor.

Antes de que el vampiro pudiera decir más, Fabián rompió su silencio, dejando que todo saliera de golpe.

—Fue María —confesó, su voz rota por la desesperación—. Ella lo vio… vio lo que iba a ocurrir. Sabía que, si Stephen y tú hablaban, todo terminaría en un desastre. María vio… vio que tú los matarías a todos. A Julián, a mí… ¡Incluso a ella!

Vambertoken observó a Fabián en silencio, su rostro inmóvil como una estatua. No mostró sorpresa, pero su atención no se apartaba de él ni por un segundo. Fabián sintió que cada palabra que decía lo hundía más, pero ya no podía detenerse. No tenía otra salida.

—No podía… no podía permitir que eso ocurriera —continuó Fabián, con la desesperación en su voz creciendo—. Haré lo que sea por María, lo que sea para protegerla. Si no lo mataba… nos habrías matado a todos.

Vambertoken dejó que las palabras flotaran en el aire durante un largo y tenso momento. El vampiro sabía que algo más estaba en juego, y aunque todo aquello era irrelevante para él, había algo más importante en la escena. La desesperación de Fabián era palpable, y aunque para Vambertoken el asesinato de Stephen no era más que una molestia menor, había algo que no encajaba.

Con un movimiento casi teatral, Vambertoken se acercó al cuerpo de Stephen y, para sorpresa de Fabián, se arrodilló junto a él. Fabián observaba con incredulidad mientras el vampiro recitaba en latín un breve, pero solemne rito de descanso eterno.

—Requiem æternam dona ei, Domine —murmuró Vambertoken, mientras cerraba con cuidado los ojos de Stephen.

El impacto en Fabián fue inmediato. Sus ojos se abrieron de par en par, incapaz de procesar lo que acababa de presenciar. ¿Por qué un vampiro, alguien tan ajeno a la fe cristiana, realizaría un ritual tan humano? No entendía lo que estaba viendo, y el desconcierto lo inundó por completo.

Vambertoken, al ver la confusión en los ojos de Fabián, sonrió levemente, pero no con burla, sino con una mezcla de paciencia y un toque de ironía.

—¿Te sorprende esto? —preguntó el vampiro, su voz suave pero cargada de significado—. Quizás has olvidado que nuestra familia ha estado entrelazada con la Iglesia desde su fundación.

Fabián no pudo responder, aún demasiado conmocionado por lo que acababa de ver.

Vambertoken, alzando la vista hacia él, decidió continuar. —Mi padre, Zakfig Vambertoken, fue uno de los que ayudó a Constantino a fundar la Iglesia. Los vampiros y la fe no son tan incompatibles como crees. No todos los rituales de la Iglesia fueron creados para mortales. Algunos de ellos nacieron de los acuerdos que hicimos hace siglos.

Las palabras del vampiro parecían resonar en la mente de Fabián, quien intentaba asimilar lo que estaba oyendo. Su visión del mundo, ya rota por las decisiones que había tomado, se desmoronaba aún más. Todo lo que creía saber sobre la fe, sobre la Iglesia, estaba siendo cuestionado en ese preciso momento.

Antes de que Vambertoken pudiera continuar, la puerta se abrió de golpe. Asha, con su rostro lleno de ansiedad y furia, entró en la sala, moviéndose con una velocidad casi sobrenatural hacia Vambertoken. Sus ojos se dirigieron rápidamente al cuerpo en el suelo y luego a su amado Seraph.

—¿Qué ha ocurrido aquí? —exigió Asha, claramente alterada.

Vambertoken se levantó lentamente, con su usual aire de calma, y la miró con una sonrisa suave.

—Nada que merezca tu preocupación, mi Kadupul —respondió Vambertoken, tomando su mano con una calma reconfortante—. Fabián ha evitado una tragedia gracias a la clarividencia de tu aprendiz. Parece que la intervención de María nos ha protegido de un destino mucho peor.

Asha observó la escena, aún con el ceño fruncido, pero su furia comenzó a desvanecerse al escuchar las palabras de Vambertoken. Para ella, lo único que importaba era que su amado Seraph estuviera a salvo. Y si la clarividencia de María lo había protegido, entonces todo estaba en orden.

—Si la clarividencia de María ha protegido a mi Seraph, entonces no tengo más que decir —concluyó Asha, satisfecha con la situación.

María, que había llegado poco después, respiró profundamente al ver que la visión que la había aterrorizado no se había cumplido. El futuro había cambiado, y aunque aún se sentía sacudida por la intensidad de su premonición, la paz volvió a su rostro al ver que Fabián, Vambertoken y Asha estaban a salvo.

Para Asha, Fabián no era más que una herramienta, una mascota útil para su aprendiz. Pero para Fabián, el desconcierto por lo que había presenciado y la carga emocional de lo que había hecho lo dejaron más roto de lo que jamás hubiera imaginado.

Después de que Vambertoken y Asha se retiraran, dejando la escena del asesinato detrás de ellos como si fuera un simple inconveniente, Fabián y María permanecieron en la sala de operaciones de la Purga. El aire aún olía a pólvora y sangre, y la tensión no había disminuido. Stephen Gordon yacía muerto, y Fabián no podía apartar la vista de su cadáver. Había salvado a María, había salvado sus vidas, pero el costo seguía siendo demasiado alto.

María lo miró, preocupada, pero se mantenía en silencio. Sabía que no había palabras que pudieran consolarlo en ese momento. Lo que había ocurrido no era algo que pudiera resolverse fácilmente. Fabián había cambiado en el momento en que jaló el gatillo, y ambos sabían que la sombra de esa decisión lo seguiría por el resto de su vida.

Fabián respiró profundamente, tratando de encontrar algún tipo de estabilidad en su mente, pero todo se sentía como un torbellino. No solo había matado a un hombre, sino que había presenciado algo que desafiaba todo lo que había creído sobre la fe, sobre Dios, sobre lo correcto. Ver a un vampiro, un ser que según las enseñanzas de la Iglesia debía ser el epítome de lo impuro, ofrecer el descanso eterno a uno de los suyos… algo en su interior se había roto.

María rompió el silencio, su voz suave pero llena de comprensión. —¿Estás bien?

Fabián la miró, pero no encontró las palabras de inmediato. ¿Cómo podría estar bien? Su mente seguía repitiendo lo que había visto, lo que había hecho. La imagen de Vambertoken, un ser inmortal y frío, inclinándose sobre Stephen para recitar las palabras en latín, lo perseguía. ¿Cómo podía reconciliar esa imagen con todo lo que le habían enseñado?

—No sé cómo procesar esto —dijo finalmente, su voz quebrada por la confusión—. He pasado toda mi vida luchando contra lo que representa Vambertoken… y lo vi… darle el descanso eterno a uno de los suyos. Un vampiro… un ser que supuestamente es condenado por Dios, haciendo lo que yo debería haber hecho por Stephen.

El desconcierto y la culpa lo golpeaban en oleadas. Fabián era un hombre de fe, o al menos lo había sido. Sabía las escrituras, conocía los ritos, y había vivido con la certeza de que estaba haciendo lo correcto. Pero ahora, después de lo que había visto, no sabía en qué creer.

—¿Qué voy a decirle al Vaticano? —preguntó, sin dirigirse a nadie en particular. Sabía que María no tenía la respuesta, pero necesitaba decirlo en voz alta—. ¿Qué les voy a decir al cardenal cuando llame para preguntar por su escudero? ¿Cómo voy a justificar lo que hice… lo que pasó aquí?

María se acercó y tomó la mano de Fabián, ofreciéndole el consuelo que solo ella podía darle. Sabía que las preguntas que Fabián se hacía no tenían respuestas fáciles, y que lo que había ocurrido ese día había cambiado algo fundamental en él. No era solo el asesinato, era el hecho de que la línea entre lo bueno y lo malo, lo sagrado y lo profano, se había difuminado de una manera que Fabián no podía entender.

Fabián bajó la cabeza, su mente abrumada por la avalancha de pensamientos. Sabía que eventualmente tendría que enfrentarse al Vaticano, que tendría que mentir, manipular y ocultar la verdad para protegerse a sí mismo y a María. Pero no sabía si sería capaz de hacerlo. Después de todo, había sido testigo de algo que nunca había creído posible: Vambertoken, un vampiro, realizando un acto profundamente cristiano. ¿Qué iba a decirle al Cardenal? ¿Cómo iba a justificar lo que había hecho y lo que había visto?

—“Si alguno de vosotros está falto de sabiduría, pídala a Dios, el cual da a todos abundantemente y sin reproche, y le será dada.” —murmuró Fabián, recitando Santiago 1:5 en un intento desesperado de encontrar algún consuelo en la palabra de Dios. Pero las palabras sonaban vacías en su boca, carentes del poder que una vez le habían dado.

Se quedó en silencio, su mente girando en círculos. ¿Cómo podía pedir sabiduría a un Dios que ahora parecía tan distante? ¿Cómo podía continuar con la farsa de ser un hombre de fe cuando todo lo que había visto lo alejaba más de lo que alguna vez había creído?

María lo miraba con una mezcla de tristeza y compasión. Sabía que Fabián estaba perdido, pero también sabía que lo que había hecho lo había hecho por ella, por protegerla. No podía culparlo por sus dudas ni por su sufrimiento.

—Te ayudaremos a superar esto —dijo María en voz baja, apretando su mano—. No estás solo.

Fabián cerró los ojos, intentando aferrarse a esas palabras. Pero en el fondo, sabía que estaba más solo que nunca. Había cruzado una línea de la que no había vuelta atrás. Y aunque María estuviera a su lado, aunque lo hiciera por amor, Fabián sabía que lo que había perdido hoy era algo mucho más profundo: su fe en el orden del mundo. La misma fe que lo había sostenido durante años.

El futuro que le esperaba era incierto, y las respuestas a sus preguntas seguían fuera de su alcance. Pero sabía que, de alguna manera, tendría que enfrentarse a lo que venía. Y aunque ahora todo parecía oscuro, el único consuelo que le quedaba era que lo había hecho por María. Y por ella, lo haría todo de nuevo.

Gracias por acompañarnos en este viaje al terror. ¡Nos vemos en el próximo episodio!”

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