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El cazador de almas perdidas – Creepy pasta 181. Historias de Terror

El Reflejo de la Perfección.

María caminaba hacia la nueva sede de la Purga en Cochabamba, su mente nublada por la conversación que había tenido con Fabián la noche anterior. Sus palabras seguían presentes, como una sombra que no se desvanecía. No podía permitir que Asha le arrebatara lo más hermoso en su vida: su amor por Fabián, y su lazo con su hermana Tatiana. Pero ¿cómo enfrentarse a Asha? ¿Cómo poner límites a una criatura tan poderosa, tan cruel, tan perfecta? Asha siempre la había favorecido, pero ¿y si un día dejaba de ser su favorita? ¿Qué sería de ella si la decepcionaba?

Cuando llegó a la sede, Asha ya la estaba esperando. Su presencia era abrumadora, llena de una gracia fría y exquisita. Su figura perfecta estaba enmarcada por la tenue luz que caía desde el techo, como si el universo mismo la reverenciara. Frente a un inmenso espejo ornamentado, Asha se encontraba absorta en lo que solo podía describirse como su ritual matutino: la elección de su vestido.

—Querida María —pronunció Asha, sin mirarla directamente, sus palabras suaves pero cargadas de una autoridad que no necesitaba demostrar—. Hoy tengo una clase de magia arcana con Tatiana. Mi Seraph estará presente, y debo asegurarme de que todo sea perfecto.

María permaneció en silencio. No podía evitar admirar la serenidad con la que Asha enfrentaba la elección de su vestuario, como si el mundo mismo pudiera detenerse hasta que encontrara la perfección absoluta en cada detalle. Asha sabía que su apariencia no era una mera cuestión de vanidad, sino una declaración de su poder, de su estatus, de su identidad como diosa de la vanidad.

Asha se acercó al espejo, donde varios vestidos se exhibían como joyas preciosas. Cada uno era más que una prenda; era una obra maestra, digna de una deidad. Asha deslizó sus dedos por la tela de cada vestido con una reverencia silenciosa, como si evaluara no solo su belleza, sino también lo que representaría. No era solo un vestido, era la esencia misma de su influencia sobre quienes la rodeaban.

—Escoge uno para mí, querida María —ordenó, sin retirar su atención del espejo—. Ya lo has hecho antes, y no fallaste. Hoy no debe ser diferente.

María avanzó con cautela hacia los vestidos. Sabía que cualquier error podría ser imperdonable. Sus dedos se deslizaron sobre las telas suntuosas: terciopelos oscuros, sedas resplandecientes, cada una de un diseño impecable, pensada para realzar la belleza sobrenatural de Asha. Después de unos segundos, eligió un vestido de terciopelo negro, ajustado al cuerpo, con un escote profundo que descendía con elegancia hacia su cintura. El corte en la pierna revelaba lo justo para mantener un aire de provocación sin ser vulgar, y los detalles en filigrana dorada en los bordes capturaban la luz de una manera sutil y majestuosa.

Asha lo observó, y una sonrisa ligera, casi imperceptible, apareció en sus labios perfectos. —Exquisito —murmuró mientras tomaba el vestido y comenzaba a colocárselo con una gracia que hacía que la tela pareciera parte de su piel.

Mientras se ajustaba el vestido frente al espejo, Asha se volvió hacia María, pero no para hablarle, sino para examinar su propia figura con una atención que bordeaba lo divino. Cada pliegue, cada movimiento era una sinfonía en perfecta armonía. Cualquier cosa menos que eso sería impensable para alguien como Asha.

—¿Sabes por qué los humanos medievales creían que los vampiros no tenían reflejo? —preguntó Asha, su tono casual, como si compartiera un secreto insignificante—. Un simple truco de magia de sangre. Un hechizo menor que nos hace invisibles en los espejos y en las fotografías. Era una broma que disfrutábamos, jugando con su ignorancia.

María observaba en silencio, consciente de que Asha estaba evitando deliberadamente el tema que la atormentaba. Sabía que su maestra estaba esperando que ella hablara primero, pero Asha no tenía prisa. Su atención estaba en la elección final de sus accesorios, cada uno seleccionado con el mismo cuidado con el que un guerrero elegiría sus armas. La perfección, para Asha, no era solo una expectativa, era su derecho.

—Querida María —dijo Asha, mientras deslizaba unos brazaletes dorados por sus muñecas—, ¿te he contado alguna vez cómo mi Seraph conquistó mi corazón en los Jardines Colgantes de Babilonia?

María, que estaba tratando de controlar el temblor de sus manos, no se atrevió a interrumpirla.

—Fue durante el ataque israelita —continuó Asha, su voz como una melodía hipnótica—. Los jardines, esas maravillas, ardían en llamas. Todo estaba siendo destruido… excepto una flor. La Kadupul. Mi Seraph protegió la última Kadupul de Babilonia, la única que sobrevivió. Sabes, todas las mujeres de la corte de Nabucodonosor necesitaban una Kadupul para el ritual de fertilidad anual. Y con el ataque, todas las flores fueron destruidas… menos la mía.

Asha sonrió, complacida con el recuerdo, mientras ajustaba los últimos detalles de su atuendo. —Cuando caminé por la corte al día siguiente, con la Kadupul en mis manos, supe que era única. Y supe que mi Seraph había hecho lo imposible por mí. Es por eso que él me llama “mi Kadupul”. Porque soy la única que importa.

María no pudo evitar sentirse pequeña ante la grandeza de esa historia. No podía compararse con la perfección de Asha, ni con lo que representaba para Vambertoken. Pero, aun así, estaba atrapada bajo su influencia.

Asha continuó arreglándose, cada detalle perfecto y calculado. No mencionó lo que consumía a María, no tocó el tema que flotaba entre ellas como una sombra pesada. Fingía no ver el tormento de su aprendiz, como si fuera una simple distracción que no merecía su atención. Pero María sabía que Asha lo había notado todo.

Finalmente, Asha se volvió hacia ella, su mirada penetrante, pero su rostro impasible. La misma sonrisa ligera apareció en sus labios.

—Bueno, querida María —dijo, volviendo su atención una vez más al espejo—. Estamos listas. Pero, ¿acaso hay algo más que quieras decir?

El silencio se hizo pesado de nuevo. Asha no lo forzaría. No hasta que María rompiera primero.

María sabía que no podía desaprovechar esa oportunidad. Cada segundo que pasaba bajo la mirada penetrante de Asha era una tortura. El silencio entre ellas se sentía como el filo de una daga que cada vez se hundía más en su pecho. Asha no diría nada. Estaba esperando, disfrutando de la presión que crecía en el aire, como si supiera que el momento de la verdad estaba a punto de llegar.

María tragó saliva. Su corazón latía con fuerza, pero el miedo no la soltaba. No era solo miedo por lo que Asha pudiera hacerle, sino por lo que representaba. Asha era poder. Pura, indomable, y aterradora. ¿Cómo podría enfrentarse a algo tan grande? Pero, en lo profundo, sabía que no tenía opción. Tenía que hablar. Tenía que ser valiente. Tenía que ser fuerte, aunque su cuerpo temblara y su mente se desmoronara.

—Querida… —murmuró María, apenas logrando que la palabra saliera de su garganta. Pero Asha no la interrumpió, ni siquiera se movió. Solo la observaba, paciente, como un depredador observando a su presa.

María tragó de nuevo, sintiendo cómo el peso de las emociones acumuladas durante tanto tiempo comenzaba a aplastarla. No podía volver atrás. Ya no.

—No puedo seguir así —soltó de golpe, su voz quebrándose—. No puedo… continuar sin Fabián. No puedo sin mi hermana. Haré lo que sea, lo que me pidas… —Las lágrimas comenzaron a acumularse en sus ojos mientras su cuerpo temblaba bajo la presión de lo que estaba diciendo—. Pero no puedo dar un paso más sin ellos. No me quites a Fabián, ni a Tatiana… no podría soportarlo.

La fuerza que había intentado proyectar al principio desapareció por completo. María se derrumbó frente a Asha, sus rodillas golpeando el suelo mientras sollozos incontrolables salían de su boca. La vulnerabilidad la devoraba entera, y sabía que Asha lo estaba saboreando. Esa era su maestra, la diosa de la perfección y la vanidad, observándola quebrarse en un momento en el que no había escapatoria.

—Haré lo que sea —repitió María entre sollozos, su cabeza baja, sus manos temblando—. Me convertiré en lo que tú quieras. Pero, por favor, no me los quites.

Asha se mantuvo en silencio por unos segundos que parecieron eternos. María sentía su mirada fija en ella, analizando cada parte de su ser, consumiéndola con su presencia. Y entonces, de repente, Asha habló. Su tono no era severo ni cruel. Era suave, como el susurro del viento antes de una tormenta.

—Querida María… —susurró Asha, mientras se acercaba lentamente, su vestido rozando el suelo sin hacer ruido—. ¿De verdad crees que no lo sé? —Su mano fría y perfecta se deslizó bajo el mentón de María, levantando su rostro para que la mirara directamente a los ojos—. ¿De verdad crees que no sabía lo que temías?

María, con los ojos rojos y el rostro húmedo por las lágrimas, no pudo evitar temblar bajo el toque de Asha. Sentía que estaba siendo devorada por esa mirada, esa presencia abrumadora que era su maestra. Pero, a pesar de su miedo, no podía apartarse.

—Fabián… y Tatiana seguirán a tu lado —dijo Asha, su voz calmada, casi dulce—. No tengo interés en separarte de ellos. De hecho, es todo lo contrario.

María parpadeó, confundida, mientras las palabras de Asha caían sobre ella como una revelación. ¿Cómo podía ser eso cierto?

—Tú aún no comprendes, querida —continuó Asha, inclinándose más cerca, su aliento frío rozando la piel de María—. El poder que deseas no puede florecer en una mente encadenada. Necesitas sentir que tienes algo por lo que luchar, algo que te mantenga anclada a tu humanidad. Fabián y Tatiana son las raíces que sostienen tu ser, y sin ellas, serías inútil para mí. —Asha sonrió, sus ojos brillando con un destello oscuro—. No, querida María, ellos seguirán contigo. Porque cuando tus emociones están en su punto más alto, cuando amas con todo tu ser… es cuando tu clarividencia alcanza su verdadero potencial.

María sentía cómo sus emociones comenzaban a mezclarse, el miedo y el alivio formando un remolino incontrolable dentro de ella. Asha… ¿no iba a quitárselos? ¿Podía ser cierto?

—Pero… —Asha se incorporó, soltando su rostro y caminando lentamente alrededor de ella, como una leona rodeando a su presa—, si realmente deseas el poder que anhelas, deberás entregarte por completo. Deberás ser la voluntad de mi voluntad. Harás lo que sea necesario, sin dudar, sin vacilar. Si te entregas a mí, te prometo que nunca perderás a los que amas. Porque, en ese momento, te convertirás en algo mucho más grande. Algo mucho más fuerte.

María temblaba, las lágrimas todavía cayendo, pero algo dentro de ella comenzaba a cambiar. Las palabras de Asha, aunque oscuras, tenían una promesa. Una promesa de poder, de amor, de no perder nunca a Fabián ni a Tatiana. Si se entregaba, si aceptaba convertirse en lo que Asha deseaba, ¿podría realmente alcanzar lo que tanto anhelaba?

—¿Qué decides, querida María? —preguntó Asha, deteniéndose frente a ella, sus ojos brillando con una mezcla de expectación y deleite.

María alzó la vista, sus ojos llenos de lágrimas, pero también de determinación. Sabía que ya no había vuelta atrás. Había tocado el fondo de su desesperación, pero también había encontrado una salida. Si para mantener a los que amaba tenía que entregarse por completo a Asha, lo haría.

—Lo haré —dijo, su voz apenas un susurro, pero llena de una oscura resolución—. Seré lo que tú quieras… pero no me los quites.

Asha sonrió, satisfecha. Esa era la respuesta que había estado esperando. La debilidad de María ahora se había convertido en su fuerza. Una fuerza que Asha moldearía a su gusto, una que serviría a sus propósitos más oscuros. Pero sabía que para que María alcanzara su verdadero potencial, tenía que creer que estaba libre. Tenía que sentir que su voluntad seguía intacta, aunque Asha ya la había consumido por completo.

—Entonces, querida María… —dijo Asha con una sonrisa que era pura oscuridad—, prepárate. Porque a partir de hoy, serás más de lo que jamás imaginaste.

María, rota y reconstruida, asintió. Sabía que ya no había escape, pero en el fondo de su ser, había un pequeño destello de esperanza. El poder que buscaba estaba al alcance de su mano, y los que amaba seguirían a su lado. Todo lo que quedaba ahora era entregarse completamente a la oscuridad.

Gracias por acompañarnos en este viaje al terror. ¡Nos vemos en el próximo episodio!”

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