Historias de Terror 174 La Sombra de la Archi condesa Asha

El cazador de almas perdidas – Creepypasta 174. Historias de Terror

La Sombra de la Archicondesa Asha Latshiktor Vambertoken.

María, con el rostro aún encendido de vergüenza, no podía soportar más la tensión que le oprimía el pecho. Se sentía atrapada en una red que Asha había tejido a su alrededor con precisión milimétrica, y ahora, el peso de todo lo que había hecho y lo que estaba perdiendo la aplastaba. Necesitaba hablar con alguien, alguien que la comprendiera y que le diera un atisbo de consuelo. Sabía que esa persona solo podía ser su hermana, Tatiana.

Se acercó a ella con pasos vacilantes, sintiendo que la vergüenza le quemaba la piel. Al encontrarla sola en uno de los rincones más tranquilos de la sede, se detuvo en seco, sin saber por dónde empezar. Tatiana levantó la vista y la miró, con una mezcla de preocupación y exasperación. Sabía que algo había cambiado en María desde que Asha había comenzado a manipularla más abiertamente.

—Tatiana… —empezó María en voz baja, su voz temblorosa—. Tengo que hablar contigo.

Tatiana, con los brazos cruzados, la observó en silencio antes de suspirar. Podía sentir la presión que emanaba de su hermana, pero también la suya propia estaba al borde de explotar. Entre el control que Asha ejercía sobre María y la angustia por la vida de Drex, ella también estaba al límite.

—¿Qué es lo que quieres decirme, María? —preguntó, con una mezcla de ternura y fatiga en la voz.

María tomó una profunda bocanada de aire, sintiendo que cada palabra que iba a pronunciar le iba a costar.

—Lo que acaba de pasar… todo lo que escucharon… —hizo una pausa, intentando contener las lágrimas—. Lo que hice con Fabián… todo fue por ella. No podía negarme. No sé cómo, pero Asha tiene un control sobre mí que va más allá de lo que puedo explicar. No cuestiono nada, Tatiana. No lo pensé dos veces… simplemente lo hice. Hice exactamente lo que ella quería que hiciera. Y no soy capaz de detenerla.

Tatiana la observó en silencio, dejándola desahogarse. Sentía la impotencia de su hermana, pero también sabía que enfrentarse a Asha era casi imposible sin caer en su propio abismo. Había aprendido eso a las malas.

—María, —dijo Tatiana, acercándose a ella y tomando sus manos—. Sé que es difícil. Sé que estás atrapada, igual que todos nosotros. Asha tiene un poder que no podemos subestimar, y ese control que sientes… lo entiendo. Ella… nos manipula a todos. Juega con nuestras mentes, con nuestras emociones, y nos convierte en sus marionetas sin que nos demos cuenta. Pero no podemos dejar que nos destruya por completo.

María cerró los ojos, permitiéndose por un momento apoyarse en las palabras de su hermana. Pero la realidad seguía aplastándola.

—Pero ¿qué podemos hacer, Tatiana? —preguntó, su voz rompiéndose—. No hay escapatoria. No mientras Asha esté aquí, no mientras siga siendo su favorita. Ni siquiera puedo mirar a Fabián sin sentir que le he fallado, sin sentir que he caído en las garras de esa mujer… Y Drex… no sé cómo lo soportas tú.

Tatiana apretó las manos de María con más fuerza, notando su propio temblor. El nombre de Drex la golpeaba como un puño invisible, recordándole la gravedad de la situación en la que estaban.

—Yo también siento que estoy perdiendo el control, María. Con Drex… cada día siento que me estoy acercando a un límite que no puedo cruzar. Y Asha… disfruta empujándonos a esos límites, vernos tambalear al borde. Pero no podemos rendirnos. No podemos ceder del todo.

—¿Y qué sugieres que hagamos? —preguntó María, desesperada.

Tatiana dejó escapar un suspiro profundo y levantó la mirada, firme.

—Lo que hacemos siempre: sobrevivir. Mantenernos fuertes, aunque nos cueste. Asha no va a destruirnos mientras tengamos algo por lo que luchar. Tú tienes a Fabián, yo tengo a Drex. Esas conexiones, esos lazos, son lo que nos mantiene vivas, y eso es lo único que ella no puede arrebatarnos. Pero María, tenemos que ser cuidadosas. No podemos perder más de nosotras mismas en este juego.

María asintió, con lágrimas deslizándose por su rostro.

—Tienes razón —murmuró, aunque las palabras sabían a vacío en su boca—. No puedo perderme en esto… no puedo perder a Fabián. Pero tengo miedo, Tatiana. Miedo de que algún día, Asha me convierta en algo que ni yo misma reconozca.