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El cazador de almas perdidas – Creepypasta 169. Historias de Terror

La Familia Vampírica Atlante, los Latshiktor.

El coche avanzaba en silencio hacia la sede temporal de la purga, pero el ambiente en su interior estaba cargado. Asha se inclinó hacia María, una sonrisa afilada como una daga danzando en sus labios. Su tono era dulce, pero con un veneno que se infiltraba en cada palabra.

—Querida, ¿estás segura de que no prefieres a alguien mejor? —susurró, aunque su mirada se dirigió directamente a Fabián, observando cómo se tensaba—. Sabes que con un solo movimiento, podrías tener a cualquiera.

María mantuvo la calma, pero las palabras de Asha penetraron profundamente. Sabía que Asha no estaba hablando en serio, al menos no del todo. María seguía siendo su favorita, pero la vampiresa disfrutaba atormentando a Fabián, y eso era evidente. Fabián, por su parte, mantenía una expresión serena, pero la mandíbula apretada dejaba entrever la tormenta que libraba en su interior.

—Mi Fabián es más que suficiente, Asha—dijo María, con una calma que casi sorprendió a todos en el vehículo. Asha rio suavemente, como si disfrutara de ese juego.

—Una mujer es una mujer en asuntos del corazón, eso es cierto—respondió Asha con un destello de burla—. Solo quería asegurarme de que no pierdas ninguna oportunidad, querida.

Fabián sabía que todo aquello era un ataque directo, pero María le daba la única protección que él tenía, y no iba a arriesgar perderla. Asha, deleitándose en el sufrimiento de Fabián, dejó caer una carcajada antes de recostarse en su asiento.

—Asha—interrumpió Vambertoken, su voz calmada pero firme—. Sé cuánto disfrutas de este juego, pero tenemos asuntos más importantes que discutir.

El tono de Vambertoken era como una sentencia. Aunque adoraba el sadismo juguetón de su amada, necesitaba que todos en el vehículo entendieran que los próximos pasos eran cruciales. Asha, aunque frustrada por tener que detener su juego, sonrió dulcemente mientras se acomodaba en el asiento, deleitándose en escuchar a su Seraph. Su amor enfermo por él la cegaba, y cuanto más veía la ambición y poder en su Vambertoken, más profundo se hundía en su devoción.

—Fabián, Julián, —dijo Vambertoken, sus ojos ahora sobre los dos agentes del Vaticano—, habrá un momento, muy pronto, en el que el Vaticano los contactará. Intentarán seducirlos con un acuerdo, algo que les haga sentir que pueden tener influencia sobre nuestra unión.

Fabián y Julián intercambiaron miradas nerviosas, conscientes de lo que eso implicaba. Sabían que cualquier movimiento en falso pondría no solo sus vidas en riesgo, sino también las de María y Laura.

—Pero ambos—continuó Vambertoken, una sonrisa calculadora surcando sus labios—, servirán a mis intereses, no los del Vaticano. Les haré creer que han logrado infiltrarse, pero ustedes serán mis ojos y oídos en su círculo.

Las palabras caían como cuchillos, afiladas y letales. Fabián tragó saliva, sintiendo cómo el peso de la decisión recaía sobre él. María lo observaba de reojo, completamente consciente de que cualquier error podría costarles más que sus vidas.

Julián, por su parte, estaba hundido en sus propios pensamientos. Sabía que Vambertoken no estaba dándole una elección. Era una orden, disfrazada de consejo. Y con Laura ahora en el centro del ministerio, cualquier oposición de su parte significaría el fin de su única hija.

Asha, mientras tanto, se deleitaba con la tensión que invadía el vehículo. Ver cómo su Seraph manipulaba a todos como piezas en un tablero de ajedrez la embriagaba de placer.

—Querido—dijo Asha, con un susurro que solo Vambertoken podía escuchar—, cada vez que veo cómo mueves este juego, me siento más perdida en tu poder. ¿Qué más podría desear que ser la esposa de alguien tan ambicioso?

El deleite en su voz era casi palpable. Asha cerró los ojos por un momento, saboreando cada palabra de su Seraph y la sensación de control que ambos tenían sobre el destino de aquellos a su alrededor. Vambertoken, disfrutando de la adoración incondicional de Asha, la miró de reojo, complacido por la manera en que su amada lo idolatraba.

—Julián, —continuó Vambertoken, volviendo su atención a la misión—, te encargarás de mantener el enlace entre el Ministerio de Vampiros Convertidos y nuestra familia.

La mirada de Julián se oscureció por un momento, pero Vambertoken sabía muy bien lo que estaba haciendo. Poner a Julián en esa posición le permitiría verlo con Laura dos veces al mes, bajo el pretexto de asuntos oficiales. Una tentación demasiado grande para rechazar.

—Sé cuánto te importa tu hija, y este acuerdo te permitirá estar cerca de ella sin levantar sospechas—dijo Vambertoken con una voz calculadora, dejando claro que Julián no tenía más opción que seguir jugando bajo sus reglas.

El silencio en el vehículo era tenso. Fabián también sabía lo que implicaba todo aquello. Vambertoken lo miró entonces, con una sonrisa casi burlona.

—Fabián, dime, ¿prefieres que María deje de ser la favorita de Asha, o prefieres seguir sirviendo a mis intereses y los de mi prometida?

La pregunta era retórica. Fabián sabía que no había escapatoria. Asha miraba a su amado Seraph con ojos llenos de éxtasis, adorando la crueldad y el poder de sus palabras. María permanecía en silencio, su corazón latiendo rápidamente, sabiendo que su destino también estaba atado a los caprichos de Asha.

Vambertoken, completamente consciente del control absoluto que tenía sobre todos, sonrió con satisfacción. Todo iba según su plan, y la batalla que acababan de ganar no era nada en comparación con el juego de poder que ahora se desarrollaba. Asha, perdida en su amor enfermo por su Seraph, se regocijaba en la ambición y oscuridad de su amado.

—Y ahora, —dijo Vambertoken, terminando la conversación—, nos preparamos para la próxima fase. El Vaticano creerá que tiene aliados en nosotros, pero serán ustedes quienes filtrarán solo lo que deseemos.

El poder que irradiaba en ese momento no dejó espacio a dudas. Fabián y Julián sabían que estaban atrapados.

El aire se volvió tenso en el momento en que Asha tomó la llamada. Su rostro, normalmente impasible y lleno de arrogancia, mostró un destello de inquietud, una sombra de duda que rara vez se veía en ella. María, que había estado observando desde la distancia, sintió un escalofrío. Era aterrador ver a Asha dudar, y más aún sentir esa incertidumbre entre ella y su amado Seraph, alguien que ella adoraba como si fuera un dios.

—Son mis padres… —murmuró Asha, con un tono que apenas podía ocultar su nerviosismo.

El silencio que siguió fue aplastante. Vambertoken, con su calma glacial, asintió lentamente. Él ya lo sabía. Lo había anticipado, como anticipaba todo. Sin embargo, la llegada temprana de los padres de Asha no era algo que pudieran ignorar. Estos no eran vampiros comunes. Eran Latshiktor, inmortales atlantes con un linaje tan antiguo que se remontaba a la caída de la Atlántida, una familia que nunca olvidaba ni perdonaba.

—Tenemos que ir a verlos —continuó Asha, dejando escapar un suspiro cargado de resignación.

Vambertoken se levantó con una gracia casi sobrehumana, sus ojos fríos e impenetrables fijos en los de Asha. Era el único ser en el mundo que podía controlar sus emociones, pero incluso él sabía que este encuentro sería delicado.

—Es mejor darles el cierre del día a Fabián, Julián y María —dijo finalmente, rompiendo el silencio, su tono calmado pero cargado de significado—. Mis suegros no son tan liberales como nosotros, Asha. Ninguna otra presencia será tolerada. Y menos humanos.

Fabián y Julián intercambiaron miradas nerviosas. María, aunque protegida por Asha, sentía el creciente temor dentro de ella. Si algo preocupaba a Asha y a Vambertoken, entonces debía ser algo colosal, algo que ningún humano, ni siquiera ellos, podrían comprender completamente.

Los Latshiktor y los Vambertoken habían estado en tensión durante siglos. Después de la Inquisición, las dos familias inmortales se habían distanciado aún más. Mientras los Vambertoken se alineaban con el Vaticano y jugaban el juego de la diplomacia en la sombra, los Latshiktor habían sido perseguidos, cediendo sólo ante su enorme poder y la astucia de su linaje atlante.

—Saben que están aquí —dijo Vambertoken, mirando a Asha—. Y nos están llamando para algo más que una simple reunión.

Asha asintió, sus manos temblando ligeramente mientras sostenía el teléfono. Esa vulnerabilidad, aunque breve, no pasó desapercibida para nadie en la sala.

—¿Qué… qué podría preocuparlos tanto? —preguntó María, incapaz de contener la pregunta que había estado rondando en su mente desde que vio la expresión de Asha.

Asha la miró, esa mirada aguda que parecía traspasar las almas. Y luego, con una sonrisa que parecía más para sí misma que para los demás, respondió:

—Algo que está más allá de su comprensión, pequeña. Pero no te preocupes… aún.

El tono frío y distante de Asha devolvió el ambiente a su normalidad, pero María supo que las palabras de Asha no eran solo una amenaza velada. Había algo mucho más profundo en juego, algo que incluso Vambertoken, con todo su poder y control, no podía ignorar.

Vambertoken se acercó a Fabián y Julián, poniendo una mano pesada en sus hombros.

—Lo que ocurra en los próximos días es de máxima importancia. Espero que ambos entiendan que ahora están en el centro de todo. Los ojos del Vaticano están sobre ustedes, pero es a mí a quien deben su lealtad. Jueguen su papel bien, y no habrá problemas. Falta poco para que todo esté en su lugar.

El mensaje era claro. No había escapatoria para ellos. Eran piezas en el gran tablero de ajedrez que Vambertoken manejaba con precisión absoluta.

—Y no lo olviden —agregó Asha, su voz goteando con burla venenosa—. Ustedes son solo juguetes en esto. Especialmente tú, Fabián. María… ella es diferente. Pero tú… —hizo una pausa para disfrutar el efecto de sus palabras—. Asegúrate de no romperte antes de que el juego termine.

Fabián apretó los puños, pero no respondió. Sabía que no había forma de escapar de esta red de intriga y poder. Su única esperanza era sobrevivir, y María era lo único que le daba la fuerza para intentarlo.

Con una última mirada hacia su séquito, Vambertoken asintió y se giró hacia Asha.

—Es hora. Vámonos.

Y con eso, el día terminó para María, Fabián y Julián, dejándolos sumidos en la incertidumbre de lo que los próximos días traerían. ¿Qué podría preocupar tanto a los dos seres más poderosos del mundo inmortal? Y lo más importante, ¿sobrevivirían a lo que estaba por venir?

En el lujoso apartamento de la Ciudad de México, Adkaj Latshiktor y Shadki Latshiktor, los padres de Asha, esperaban pacientemente la llegada de su hija y su futuro yerno. El ambiente era frío, cargado de una tensión que solo los inmortales podían comprender. Aunque milenios de historia les habían dado sabiduría, el peso de las decisiones tomadas por su hija siempre había sido motivo de preocupación.

Adkaj, de pie frente a una gran ventana que daba a la ciudad, miraba el horizonte con un ceño fruncido, mientras Shadki, sentada en un elegante sillón antiguo, jugaba distraídamente con las perlas que adornaban su cuello. Sus miradas, aunque cargadas de poder, también reflejaban un cierto grado de resignación.

—Sabíamos que este día llegaría —dijo Shadki, su voz suave, pero con una firmeza propia de una madre que conoce bien a su hija—. Desde Babilonia, desde el momento en que Asha fijó sus ojos en ese vampiro… siempre lo supimos.

Adkaj asintió con el rostro endurecido. Aunque era consciente de la obsesión que Asha había desarrollado desde tiempos antiguos, eso no lo hacía más fácil de aceptar.

—Sabíamos, pero eso no significa que debamos aceptarlo sin más —respondió él, con un tono que evidenciaba su disgusto—. Seraph Vambertoken… ¿de verdad un Vambertoken es digno de una Latshiktor?

Shadki, sin dejar de acariciar sus perlas, sonrió ligeramente, pero había un destello calculador en su mirada.

—Sabes bien que nuestra hija nunca ha seguido las reglas como esperábamos. Pero esta unión, si bien problemática, puede servir a ambos propósitos. Además, Seraph no es como cualquier Vambertoken. Él tiene poder, ambición… y eso es lo que siempre ha atraído a Asha.

Antes de que Adkaj pudiera responder, la puerta del lujoso apartamento se abrió, y Asha entró, seguida de Seraph. La figura de Asha, envuelta en un vestido de un lujo abrumador que combinaba perfectamente sensualidad y realeza, atrajo todas las miradas. Seraph, como siempre, caminaba a su lado con una calma perturbadora, su control absoluto emanando de cada paso.

—Padre, madre —saludó Asha, su tono desafiante pero respetuoso—. Sé que este no es el encuentro que hubieran deseado, pero estoy segura de que pueden entender que las cosas han cambiado.

Adkaj la miró con una mezcla de dureza y preocupación. Aunque sabía que su hija era incontrolable, la idea de unir su linaje con los Vambertoken, especialmente después de la traición de la Inquisición, le resultaba intolerable.

—¿Entender? —su voz resonó en el salón—. Los Vambertoken traicionaron a nuestra familia cuando apoyaron a la Iglesia. Mientras ellos se aliaban con el Vaticano, nosotros fuimos cazados como animales. ¿Y ahora esperas que simplemente aceptemos esta unión?

Seraph, siempre imperturbable, dio un paso adelante, su voz fría pero cortés.

—Adkaj, sé que la historia entre nuestras familias no ha sido sencilla, pero las cosas son distintas ahora. Lo que Asha y yo estamos creando es una alianza que cambiará el mundo vampírico para siempre. No solo estamos uniendo nuestras casas, sino que estamos tejiendo una red de poder que abarcará tanto el Vaticano como los separatistas. No es el pasado lo que nos debe preocupar, sino el futuro que estamos forjando.

Shadki entrecerró los ojos, observando a Seraph. Sabía que el vampiro frente a ella no era cualquier aliado. Su hija había elegido bien, pero eso no disipaba las preocupaciones que llevaba siglos acumulando.

—Fuiste a la catedral hace cuatro días, Asha —dijo Shadki, cambiando el tema bruscamente—. ¿Cómo fue recibida la tradición Vambertoken por el cardenal?

Asha sonrió con una malicia conocida, sus ojos brillaban mientras cruzaba los brazos.

—La tradición fue perfectamente presentada, madre. El Ministerio de Vampiros Convertidos es solo una fachada que sirve para nuestros propósitos más profundos. El Vaticano ni siquiera sospecha la verdadera intención detrás de esa “oferta de paz”. Mientras ellos estén convencidos de que hemos formado una alianza legítima, nosotros prepararemos el terreno para algo mucho mayor.

Adkaj frunció el ceño aún más, consciente de la astucia de su hija, pero no estaba seguro de que fuera lo bastante precavida.

—Pronto seré Asha Latshiktor Vambertoken, y cuando mi Seraph sea Vambertoken Latshiktor, nuestros nombres resonarán por todas las sombras del mundo vampírico —añadió Asha, pronunciando cada sílaba con un deleite casi perverso.

La sala quedó en silencio por unos momentos. Adkaj y Shadki no podían ignorar la magnitud de lo que su hija y Seraph estaban preparando. La combinación de sus apellidos significaba un poder sin precedentes, pero también una responsabilidad que los Latshiktor no tomaban a la ligera.

—Entonces, Seraph, —dijo finalmente Adkaj, con una frialdad calculada—. ¿Estás listo para asumir las responsabilidades de un Latshiktor? Esta no es una simple alianza matrimonial. Tendrás obligaciones con nuestra casa, al igual que con la tuya.

Seraph, en su habitual calma, esbozó una leve sonrisa.

—Estoy listo. Asha y yo sabemos lo que debemos hacer. Nuestra unión no solo fortalecerá a ambas familias, sino que también nos permitirá manejar el equilibrio del poder en el mundo vampírico.

Shadki, aunque había suavizado su postura, aún mantenía la mirada crítica sobre Seraph.

—Espero que estés listo, Seraph —replicó—. Porque los Latshiktor no toleran el fracaso, ni siquiera de aquellos que llevan nuestro nombre.

Asha, mientras tanto, no podía ocultar el brillo de satisfacción en su mirada. Para ella, el plan estaba perfectamente trazado. Sabía que junto a Seraph, pronto serían invencibles. Pero lo que más la emocionaba era la absoluta entrega y devoción de su Seraph, el hombre por quien lo había arriesgado todo.

La conversación continuó, pero el mensaje ya había sido claro: la unión de Asha Latshiktor Vambertoken y Seraph Vambertoken Latshiktor sería el movimiento más calculado y poderoso que el mundo vampírico había visto en milenios, y nada ni nadie, ni siquiera los padres de Asha, podrían detenerlo.

Mientras los padres de Asha y Seraph mantenían una conversación tensa y calculada en uno de los barrios más exclusivos de la Ciudad de México, la realidad era muy diferente para los agentes de la Purga. María, Fabián, y Julián habían sido despedidos abruptamente por Vambertoken ante la inesperada llamada a Asha. El poder de esa familia, la manipulación constante y el control sobre ellos era cada vez más evidente. Sin embargo, la vida debía continuar, y el vampiro no perdía oportunidad de recordárselos.

Los tres caminaban en silencio, cada uno inmerso en sus propios pensamientos. María, aunque había disfrutado de los privilegios de ser la favorita de Asha, no podía evitar sentir el peso del remordimiento. Recordaba con dolor cómo Asha había tratado a su hermana Tatiana al finalizar el ataque a la sede de Ragnarok. Y aunque intentaba convencerse de que estaba haciendo lo correcto, esa sensación de incomodidad se hacía cada vez más fuerte.

Fabián, por su parte, no dejaba de pensar en la llamada que había recibido desde la Santa Sede, exactamente como Vambertoken había predicho. Los planes del vampiro parecían inevitables, y con Asha ahora presente en la vida de Seraph, la influencia de ambos sobre ellos aumentaba con cada paso. Tendrían que estar más unidos que nunca para poder resistir la oscuridad que se cernía sobre sus vidas.

—Tenemos que ir a ver a Tatiana y a Drex —dijo finalmente Fabián, rompiendo el silencio incómodo que los envolvía—. No podemos dejar que ellos se enfrenten a esto solos. Además… tengo algo que contarles.

María asintió, aunque una parte de ella dudaba. Había estado guardando un secreto, uno que debía confesar antes de que fuera demasiado tarde. Asha le había entregado una caja con pociones para Drex, y aunque sabía que era para ayudar a su hermana, no había podido decidirse a revelarlo. Ser la favorita de Asha era un arma de doble filo. Mientras su vida mejoraba y sus privilegios aumentaban, la vida de los demás parecía hundirse cada vez más en la miseria.

Finalmente llegaron al apartamento que Tatiana y Drex compartían. Tatiana los recibió con una sonrisa cansada. El descanso les había servido, pero las marcas del agotamiento seguían visibles en su rostro. Drex, aunque parecía más animado, aún llevaba el peso de las heridas emocionales que Asha había infligido sobre ellos.

—¿Qué hacen aquí? —preguntó Tatiana, sorprendida pero agradecida por la visita.

María sintió un nudo en la garganta mientras sacaba la pequeña caja de pociones que había mantenido en secreto todo este tiempo.

—Tengo algo que decirte, Tatiana —confesó mientras extendía la caja hacia su hermana—. Asha me dio estas pociones para Drex. No te lo había dicho antes porque… no estaba segura de lo que significaba. Pero ahora, viendo lo que está pasando, creo que necesitas saberlo.

Tatiana tomó la caja con manos temblorosas, claramente sorprendida. Sabía lo poderosas que eran las pociones de Asha, pero también sabía que todo lo que venía de ella tenía un costo.

—Gracias, María —susurró, aunque su rostro reflejaba preocupación—. Pero me preocupa cuánto más te está influenciando Asha. No sé si puedo confiar en lo que te está dando.

María bajó la mirada, sintiendo el peso de las palabras de su hermana. Sabía que había tomado decisiones cuestionables al estar tan cerca de Asha, pero también entendía que en ese mundo, la supervivencia dependía de alianzas peligrosas.

—Lo sé —admitió—. Pero no puedo cambiar lo que ya está en marcha. Asha es poderosa, y aunque me dé miedo, también sé que es la única razón por la que aún estamos vivos.

Fabián, que había permanecido en silencio hasta ese momento, dio un paso al frente. La expresión en su rostro era grave.

—Yo también tengo algo que decirles —anunció—. El Vaticano me ha llamado. Tengo que ir y quedarme allí por tres noches. Vambertoken ya lo predijo… y no creo que pueda rechazar esta misión. Pero estoy asustado… y no quiero separarme de María.

El ambiente en la sala se tensó aún más. Tatiana miró a Fabián con preocupación.

—¿Por qué ahora? ¿Qué planea el Vaticano? —preguntó, aunque en el fondo ya conocía la respuesta.

Fabián suspiró, sabiendo que la verdad no haría más que aumentar su angustia.

—El Vaticano planea utilizarme, al igual que a Julián. Quieren que actúe como su espía dentro de los Vambertoken, pero sabemos que Vambertoken ya lo sabe. Estamos atrapados en medio de algo mucho más grande de lo que podemos manejar. Y no sé si podremos salir de esto sin perder todo lo que somos.

Drex, que había estado escuchando en silencio, se acercó a Fabián y puso una mano sobre su hombro.

—No estás solo en esto, Fabián. Todos estamos atrapados en el juego de Asha y Vambertoken, pero debemos mantenernos unidos. No podemos permitir que nos dividan, porque si lo hacen, estamos perdidos.

María observó a su hermana y a Drex, y luego a Fabián. El miedo y la incertidumbre se mezclaban en su pecho, pero también una determinación que no había sentido antes.

—Si hay algo que puedo prometer —dijo María, con los ojos brillando por la emoción—, es que haré todo lo posible por protegerlos a ustedes dos, aunque eso signifique enfrentarme a Asha.

La confesión fue un golpe emocional, y el silencio que siguió fue roto solo por el sonido lejano del tráfico de la ciudad.

Tatiana asintió lentamente, comprendiendo lo que estaba en juego. Sabía que las pociones podrían ayudar a Drex, pero a un alto costo. Sabía que Asha no daba nada sin esperar algo a cambio.

—Gracias, María —respondió finalmente—. No sé qué haríamos sin ti. Pero también te lo digo… ten cuidado. Asha es peligrosa, y aunque ahora te proteja, sabemos que en cualquier momento puede usar esa misma protección en tu contra.

María tragó saliva, consciente de la verdad de esas palabras.

Mientras el sol comenzaba a ponerse, sabían que el camino que tenían por delante no sería fácil. Pero estaban decididos a enfrentarlo juntos, sin importar el costo.

Gracias por acompañarnos en este viaje al terror. ¡Nos vemos en el próximo episodio!”

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