El cazador de almas perdidas – Creepypasta 155. Historias de Terror
Las Consecuencias de los Sellos.
Tatiana, María, y Fabián corrieron por los pasillos del colegio de wiccas, siguiendo el grito desgarrador de Drex. El eco del dolor de Drex resonaba en sus corazones, y cada paso que daban aumentaba el terror de lo que encontrarían al llegar. Tatiana sabía que todo esto era su culpa. El descontrol de sus emociones, la pérdida de control del segundo sello… todo estaba ligado al tótem, y eso significaba que Drex estaba sufriendo las consecuencias.
Cuando finalmente llegaron a la habitación donde Drex estaba, lo encontraron luchando con todas sus fuerzas. El licántropo se retorcía en el suelo, su cuerpo temblando mientras intentaba contener la transformación. Sus manos se cerraban en puños, y su respiración era errática. Tatiana lo observó con horror, viendo cómo su amor, la persona a la que más quería, luchaba desesperadamente contra algo que ella misma había desatado.
—Drex… —susurró, pero su voz se quebró al ver el sufrimiento en sus ojos.
El Círculo Vicioso.
Tatiana sintió cómo su cuerpo comenzaba a temblar. El miedo y la culpa se apoderaban de ella con cada segundo que pasaba. Sabía que era su culpa. El segundo sello estaba conectado a sus emociones, y su descontrol había afectado al collar, lo que a su vez afectaba al tótem y finalmente a Drex. Cada segundo que pasaba parecía empeorar la situación, y Tatiana no sabía qué hacer.
—No… no puede ser… —dijo, mirando cómo Drex gemía de dolor, su cuerpo temblando al borde de la transformación completa—. ¡Drex, lo siento!
Pero cuanto más se desesperaba, más sentía cómo su propia energía oscura se desbordaba. Un círculo vicioso comenzó a formarse: cuanto más afectada estaba Tatiana, más fuerte era el dolor de Drex, y cuanto más sufría Drex, más se descontrolaba Tatiana.
—¡No! —gritó Tatiana, llevándose las manos a la cabeza, tratando de calmarse, pero sin éxito.
María y Fabián, incapaces de detener lo que estaba ocurriendo, miraban con horror, sin saber cómo intervenir.
La Intervención de IxPlex.
Justo cuando parecía que todo se saldría de control, una figura apareció en la habitación. IxPlex entró con una calma impresionante, sus ojos centrados en Tatiana. Sabía exactamente lo que estaba ocurriendo, y sabía lo que debía hacer.
—Tatiana —dijo IxPlex con una voz firme pero tranquila—, escucha. Tienes que volver a usar el cuarto sello. Esa es la única manera de retomar el control ahora. Usa el dolor, el sufrimiento que estás viendo en Drex. Úsalo para alimentar el collar, como lo hiciste antes.
Tatiana lo miró, con lágrimas corriendo por su rostro.
—No sé cómo… —sollozó, desesperada.
IxPlex se acercó, poniéndose frente a ella y tomándola suavemente por los hombros.
—Sí sabes cómo, Tatiana. Lo hiciste ayer. El cuarto sello se alimenta del dolor. Usa ese sufrimiento. Mira a Drex. Usa lo que sientes ahora, todo ese dolor que estás viendo en él. Controla el poder o lo perderás todo.
Tatiana cerró los ojos, intentando concentrarse, pero las lágrimas seguían cayendo.
—No quiero hacerlo… no quiero hacerle daño… —murmuró, pero sabía que no tenía otra opción.
La Activación del Cuarto Sello.
Tatiana respiró profundamente y volvió a mirar a Drex. El dolor en sus ojos era insoportable. Su cuerpo temblaba de manera incontrolable, y el sudor cubría su piel. En ese momento, sintió que algo dentro de ella se rompía.
—Perdóname, Drex… —murmuró.
Cerró los ojos una vez más, pero esta vez, en lugar de luchar contra el dolor, lo aceptó. Aceptó la culpa, el miedo, el sufrimiento que veía en Drex, y lo canalizó hacia el cuarto sello. El collar que llevaba comenzó a brillar con una luz tenue, y pudo sentir cómo la energía oscura fluía desde sus emociones hacia el tótem.
El proceso fue lento, pero efectivo. Tatiana usó el dolor que sentía por Drex para alimentar el collar. Poco a poco, la tensión en el cuerpo de Drex comenzó a disminuir. Los temblores se detuvieron gradualmente, y su respiración comenzó a estabilizarse. Aunque seguía retorciéndose, ya no luchaba contra la transformación.
Tatiana dejó escapar un suspiro de alivio, pero sabía que aún no había terminado.
El Control del Segundo Sello.
IxPlex, satisfecho de que el cuarto sello estaba funcionando, se acercó a Tatiana una vez más.
—Has hecho bien, pero ahora debes retomar el control del segundo sello —dijo IxPlex—. Debes calmar tus emociones o esto volverá a ocurrir. Tienes que meditar, concentrarte en regresar a un estado de paz.
Tatiana asintió, pero estaba agotada, física y emocionalmente. El poder del cuarto sello había absorbido su dolor, pero ahora debía concentrarse en controlar el segundo sello, en restaurar el equilibrio.
—No sé si puedo… —dijo, casi sin aliento.
—Sí puedes —dijo IxPlex, con firmeza—. Debes hacerlo.
Tatiana, temblando de agotamiento, se sentó en el suelo, cerrando los ojos. Empezó a meditar, intentando encontrar ese lugar de calma dentro de ella. Pero cada vez que lo intentaba, la imagen de Drex sufriendo volvía a su mente. Sabía que era su culpa, que había provocado todo esto. Pero, lentamente, comenzó a respirar más profundamente, intentando empujar esos pensamientos a un lado.
Pasaron varios minutos. Cada respiración era un esfuerzo, cada segundo un desafío. Pero poco a poco, Tatiana comenzó a sentir que su mente se aclaraba. Las emociones que la habían desbordado empezaron a disiparse, y el poder del segundo sello se estabilizó.
La Calma Después de la Tormenta.
Finalmente, Tatiana abrió los ojos. El caos había pasado. Drex estaba acostado en el suelo, exhausto pero estable. Su respiración era tranquila, aunque su cuerpo aún mostraba signos del intenso dolor que había sufrido.
Tatiana se arrastró hacia él, con lágrimas aún en los ojos, y lo tomó de la mano.
—Lo siento tanto, Drex… —murmuró, pero esta vez con una calma renovada—. Lo siento tanto…
Drex abrió los ojos lentamente, su mirada suave pero débil. Le apretó la mano, sin decir una palabra, pero Tatiana sabía que la entendía.
IxPlex, de pie detrás de ellos, observó la escena con una mirada de aprobación. Sabía que Tatiana había dado un paso importante, pero también sabía que aún les quedaba mucho por aprender.
—Lo has hecho bien, Tatiana —dijo suavemente—. Pero esto es solo el comienzo. Deberás seguir entrenando, porque habrá más momentos como este. Y debes estar preparada.
Tatiana asintió, agotada pero determinada. Sabía que aún tenía mucho que aprender, pero por ahora, el peligro había pasado.
Drex, finalmente, pudo descansar.
Una Hora Después.
Tatiana había logrado retomar el control del tótem, y aunque el esfuerzo había sido agotador, se sentía más tranquila. Drex finalmente descansaba, recuperándose del tormento que había sufrido. Ahora que la situación estaba bajo control, ella, junto con María, Fabián, Julián, y el mismo Drex, se pusieron a disposición de Vambertoken y Asha.
Tatiana sabía que algo importante estaba a punto de suceder. Vambertoken y Asha se mostraban particularmente reservados, casi misteriosos, pero no daban ninguna indicación de lo que realmente estaba ocurriendo. Lo que Tatiana no sabía, y que solo Vambertoken y Asha conocían, era que ese día sería un momento clave en la larga tradición de la familia Vambertoken. Cada vez que uno de ellos se casaba, era costumbre ofrecer un regalo al Vaticano. Esta tradición, tan antigua como el mismo linaje de los Vambertoken, se remontaba a los tiempos del Imperio Romano.
Zakfig Vambertoken, el padre de Seraph (como Asha lo llamaba cariñosamente), había sido consejero de Constantino, el emperador que estableció la Iglesia Cristiana como institución dominante. Ese vínculo entre la familia Vambertoken y la Iglesia había perdurado a través de los siglos, sellado por esta costumbre de ofrecer un don cada vez que uno de los suyos entraba en matrimonio.
Pero esta vez, el regalo no sería un objeto ni un favor. Vambertoken había decidido ofrecer algo mucho más profundo y significativo: el Ministerio de Vampiros Convertidos.
El Ministerio de Vampiros Convertidos.
Este ministerio estaba destinado a aquellos vampiros que no habían nacido como tales, sino que habían sido humanos antes de su conversión. A menudo, estos vampiros convertidos enfrentaban una crisis existencial, sin saber cómo reconciliar su nueva naturaleza con su antigua fe. Laura, la hija de Julián, sería la directora del ministerio. Laura, una vampira convertida que había sido profundamente religiosa antes de su transformación, tenía la experiencia y la devoción necesarias para guiar a otros como ella.
La idea de Vambertoken era simple, pero revolucionaria: ofrecer a estos vampiros un camino para reencontrarse con Dios, con el respaldo de la Iglesia. El Vaticano, mediante esta colaboración, proporcionaría orientación espiritual, mientras que el ministerio facilitaría el contacto entre vampiros y clérigos.
Sin embargo, Asha odiaba la idea con cada fibra de su ser. Para ella, los vampiros convertidos eran inferiores, seres que nunca podrían alcanzar la pureza de los vampiros nacidos. La idea de que pudieran buscar la redención en la fe le parecía absurda, una humillación a la naturaleza vampírica que tanto veneraba. Pero Asha amaba a Vambertoken, y aunque despreciaba todo lo relacionado con el Vaticano, estaba dispuesta a soportar este evento por él.
—Si no fuera por ti, Seraph, jamás me sometería a esto —le había susurrado la noche anterior, su voz llena de desprecio, pero también de resignación.
El Vestido de Asha, Elegido por María.
Asha, siempre calculadora y detallista, no había dejado nada al azar con respecto a su atuendo para la ceremonia en la Catedral de México. Después del macabro festival de lujuria con Vambertoken, había decidido que necesitaba algo que reflejara la intensidad de ese encuentro, algo que llevara su vanidad y sensualidad a un nuevo nivel. Fue María, su escolta y consejera ocasional, quien la ayudó a seleccionar el vestido perfecto para esta ocasión.
El vestido, inspirado en las sacerdotisas de Isis, no solo era una declaración de poder y deseo, sino que llevaba un toque mucho más oscuro. Manchas de sangre, sutiles pero visibles, permanecían en el delicado tejido, recuerdos de aquel evento de lujuria y violencia que había compartido con Vambertoken. Para Asha, estas manchas no eran una imperfección, sino un símbolo de exclusividad, algo que hacía que el vestido fuera único y más provocador.
La seda fina y vaporosa del vestido, que caía con gracia sobre su cuerpo, contrastaba con el carmesí de la sangre, agregando un elemento macabro que reforzaba su dominio sobre el erotismo y el poder. Para Asha, la mezcla de sensualidad y peligro era lo que hacía que la belleza alcanzara su máximo potencial, y con este vestido, sabía que todos los presentes quedarían cautivados, ya fuera por admiración o por miedo.
El diseño evocaba los antiguos rituales egipcios, pero con una audacia extrema: los bordados dorados resaltaban las manchas de sangre, mientras las aperturas en la falda dejaban al descubierto gran parte de sus piernas, y el escote profundo mostraba su busto sin vergüenza alguna. Asha se movía con una gracia hipnótica, cada paso envuelto en una mezcla de seducción y letalidad.
—Este vestido —había dicho Asha en tono burlón, mientras observaba su reflejo—. Es un recordatorio de lo que ocurrió la última noche. Las manchas de sangre lo hacen aún más exclusivo.
María, que había presenciado aquel festival de lujuria entre Vambertoken y Asha, no pudo evitar sentir una mezcla de fascinación y horror. Sabía que la elección del vestido era más que una simple declaración de moda; era una proclamación de poder.
Gracias por acompañarnos en este viaje al terror. ¡Nos vemos en el próximo episodio!”
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