El cazador de almas perdidas – Creepypasta 153. Historias de Terror
los placeres de la Inmortalidad.
El silencio en el pasillo se volvió espeso, pesado como el aire antes de una tormenta. María estaba inmóvil, temblando ligeramente, mientras intentaba asimilar todo lo que acababa de escuchar detrás de esa puerta cerrada. Los gritos, los gemidos de Vambertoken, y los alaridos desgarradores de las víctimas aún resonaban en su mente como un eco interminable. Su respiración era irregular, y sentía que apenas podía mantener el control de su propio cuerpo.
Entonces, la puerta del cuarto se abrió lentamente. Vambertoken, el vampiro siempre tan sereno y controlado, salió del cuarto con una expresión que jamás había visto en él. Estaba extasiado, como si acabara de experimentar algo más allá de cualquier placer imaginable. Sus ojos brillaban con una intensidad antinatural, y su piel parecía más pálida que de costumbre, como si toda la energía de su cuerpo se hubiera concentrado en un único instante de éxtasis puro.
Al verla, se detuvo por un momento, observando a María con una calma perturbadora. No dijo nada al principio, solo dejó que el silencio hablara por él. Finalmente, con una sonrisa leve, susurró:
—Asha te espera.
María sintió cómo cada fibra de su ser se tensaba. Algo dentro de ella gritaba, suplicaba que corriera, que huyera de ese lugar, pero sabía que no podía. Asha la esperaba. Y la sola idea de desobedecerla era más aterradora que cualquier cosa que hubiera escuchado o sentido antes.
Vambertoken se desvaneció en las sombras, retirándose con la misma tranquilidad con la que había salido del cuarto, dejándola sola. El miedo invadió cada rincón de su mente mientras se acercaba lentamente a la puerta entreabierta.
Cuando empujó la puerta y entró, lo primero que le golpeó fue el olor. Un hedor metálico, denso, de sangre y muerte que saturaba el aire hasta el punto de ser sofocante. El cuarto, que alguna vez había sido lujoso y fastuoso, ahora era una escena de carnicería inimaginable. Cuerpos mutilados, partes humanas esparcidas por el suelo, y sangre… sangre por todas partes. El rojo oscuro cubría cada superficie, goteando de las paredes, empapando las telas de los vestidos que colgaban, y formando charcos bajo sus pies.
María avanzó con pasos temblorosos, su mente aturdida, incapaz de comprender lo que veía. Cada paso que daba era como adentrarse más en una pesadilla de la que no podía despertar. Los cadáveres mutilados parecían mirarla desde el suelo, algunos con los ojos aún abiertos en un terror eterno.
Pero entonces, la vio.
Asha estaba en el centro de la habitación, completamente desnuda y bañada en sangre, su piel pálida contrastando con el carmesí que cubría cada centímetro de su cuerpo. Las heridas en su cuerpo, profundas y grotescas, se estaban cerrando lentamente, regenerándose como si nada hubiera pasado. Los ojos de los humanos, aún frescos, se deslizaban por sus muslos, mientras sus dedos acariciaban la cabeza sin cuerpo de uno de ellos, como si fuera un simple juguete.
María sintió que el pánico la invadía. Su mente intentaba procesar lo que veía, pero cuanto más miraba, más se horrorizaba. Cada detalle de la escena era más grotesco que el anterior, cada segundo en ese cuarto era un golpe brutal a su cordura. No era una cacería, no era un sacrificio. Era algo mucho peor, algo que superaba cualquier límite imaginable.
—María, querida… —la voz de Asha era suave, casi afectuosa, como si nada de lo que acababa de ocurrir fuera de lo común—. Me alegra que hayas llegado. Necesito tu opinión sobre algo.
María quería correr, quería gritar, pero el terror la mantenía paralizada. Su mente estaba atrapada en un ciclo interminable de horror y repulsión. Asha se acercó a ella con una tranquilidad espeluznante, usando sus piernas para apartar los cuerpos que yacían en el suelo como si fueran simples obstáculos. La sangre goteaba de su piel, dejando un rastro tras ella mientras avanzaba hacia María.
—Estoy pensando en usar un nuevo vestido para esta noche —continuó Asha, como si estuvieran hablando de algo tan trivial como la moda—. Pero no estoy segura de cuál elegir. ¿Tú qué opinas? —preguntó, con una sonrisa tranquila, mientras señalaba los miles de vestidos ensangrentados que colgaban en las paredes.
María no podía hablar. No podía mover un músculo. Estaba atrapada en su propio cuerpo, en su propio miedo. Asha, como si no notara el terror en su rostro, se inclinó hacia ella y le entregó un pequeño frasco de cristal, lleno de un líquido rojizo y brillante.
—Es la poción que usé antes —dijo Asha, su tono suave pero firme—. Un pequeño regalo para ti, querida. Una sola gota debería ser más que suficiente para un humano.
María tomó el frasco sin pensar. Sus manos temblaban, pero su mente estaba ausente, como si ya no pudiera procesar lo que estaba ocurriendo. No sentía nada, solo una especie de vacío, un abismo que la tragaba lentamente mientras Asha hablaba. Todo a su alrededor parecía difuso, distante. La habitación, la sangre, los cadáveres… todo se desvanecía en la niebla de su mente.
—Vamos, María, sé buena —dijo Asha, con esa sonrisa que era casi maternal—. Aún tenemos tanto por hacer juntas.
María, incapaz de resistir, simplemente asintió. Su cuerpo obedecía, pero su mente se había desconectado. Ya no podía soportar más. La escena que había presenciado, la voz suave de Asha, los gritos de los muertos… todo se mezclaba en un torbellino de locura que la empujaba al borde de la destrucción. El regalo de Asha estaba en su mano, pero ella no sabía qué hacer con él. No sabía qué hacer consigo misma.
Asha se alejó un poco, examinando los vestidos nuevamente, como si el caos que había creado no fuera más que un juego. María se quedó allí, inmóvil, atrapada en el vacío que se había apoderado de su mente.
Y entonces, en ese silencio abrumador, solo quedaba el horror.
El aire estaba cargado de tensión. Tatiana y Drex se habían retirado a una sala más apartada, pero los ecos de los gritos de Asha, Vambertoken y los humanos que habían sido sacrificados aún resonaban en sus cabezas, como una melodía oscura que no podían ignorar. Tatiana sabía que lo que había ocurrido en esa habitación era algo inimaginable, un acto que había quebrado cualquier noción de normalidad para ambos. Pero ahora, con la presión creciente y el peso de sus propios secretos aplastándola, sentía que ya no podía ocultar la verdad.
Tatiana miró a Drex, su rostro una mezcla de desesperación y resignación. Sabía que tenía que hablar. Siempre había sido la defensora de no guardar secretos entre ellos, había reprochado a todos cuando intentaban ocultarse algo, y sin embargo, ahora era ella quien había estado manteniendo algo oculto. El remordimiento la carcomía por dentro.
—Drex… —su voz tembló ligeramente, pero recuperó el control antes de continuar—. Hay algo que tengo que decirte. Algo que he estado escondiendo durante todo este tiempo.
Drex la miró, su expresión endurecida por la confusión y la preocupación. Sabía que Tatiana estaba a punto de confesar algo grave, pero no podía imaginar lo que se venía. El silencio entre ellos era pesado, lleno de una tensión que los envolvía.
Tatiana bajó la mirada, sus manos temblaban levemente mientras las apretaba contra su regazo. Sabía que lo que iba a decir cambiaría todo, pero ya no podía seguir manteniendo esa fachada de control. Había llegado al límite.
—Es cierto… lo que dijo Asha —comenzó, con la voz quebrada—. He estado… he estado usando pociones. —Se detuvo por un segundo, observando cómo las palabras golpeaban a Drex como un puñetazo invisible—. Se las he pedido a Daniel, en secreto. Y esas pociones son lo único que me ha permitido mantenerme en calma, seguir adelante. Sin ellas, no sé cómo habría podido hacerlo.
Drex abrió la boca para decir algo, pero Tatiana lo detuvo con un gesto de la mano. Sus ojos, llenos de lágrimas, se encontraron con los de él, mostrando toda la vulnerabilidad que había estado intentando ocultar durante tanto tiempo.
—No quiero tus reproches, no esta noche —susurró, con una voz que apenas podía sostenerse—. Sé que me equivoqué. Sé que esto no es lo que debí haber hecho, pero no sé cómo detenerlo. Cada vez que intento recordar los momentos buenos, los momentos en los que éramos felices… en la Isla de Pascua, por ejemplo… todo se vuelve borroso.
Tatiana hizo una pausa, respirando profundamente, tratando de calmar la oleada de emociones que amenazaba con abrumarla.
—Es como si cada decisión que tomamos después de ese momento me estuviera aplastando poco a poco. Y no puedo más, Drex. No puedo seguir fingiendo que todo está bien cuando lo único que me mantiene de pie son esas pociones.
Drex permaneció en silencio, sus ojos fijos en Tatiana, incapaz de procesar completamente lo que acababa de escuchar. Había estado luchando por mantener su propio equilibrio, pero ahora sentía como si el suelo se desmoronara bajo sus pies. Tatiana, la misma que siempre había sido su ancla, estaba tan rota como él, y esa realidad lo golpeaba con una fuerza que no podía soportar.
Tatiana, al ver la reacción de Drex, sintió cómo su propio corazón se rompía en mil pedazos. Estaba arrepentida, profundamente arrepentida de lo que había hecho, pero ya no podía cambiarlo. Se sentía atrapada en un ciclo del que no sabía cómo escapar.
—Drex… —murmuró, con lágrimas corriendo por su rostro—. Lo siento. De verdad lo siento. Pero no sé cómo seguir adelante sin esas pociones. No sé cómo manejar todo esto sin ellas. Y sé que es un error, sé que está mal, pero no puedo soportarlo más.
Drex intentó acercarse a ella, intentó hablar, pero Tatiana lo detuvo.
—Por favor… —dijo, con la voz quebrada—. No quiero discutir esto ahora. No puedo soportar tus quejas, tus reproches. No esta noche. Hablemos mañana, ¿sí?
Sus palabras fueron como una cuchilla que atravesó el corazón de Drex. Quería hablar, quería intentar arreglarlo, pero la petición de Tatiana lo dejó sin opciones. Ella estaba destrozada, y él también lo estaba. Lo único que podía hacer en ese momento era asentir, aceptar su pedido y dejar que el dolor los envolviera a ambos.
—Está bien —susurró finalmente, sintiendo cómo su propia fortaleza se desmoronaba—. Hablaremos mañana.
El silencio que siguió fue devastador. Drex, quebrado emocionalmente, se alejó un paso de Tatiana, sin saber qué más decir. Sabía que, por mucho que quisiera arreglar las cosas, no había nada que pudiera hacer en ese momento. El peso de su amor, de sus recuerdos compartidos, y de las decisiones que los habían traído hasta este punto era abrumador.
Tatiana, por su parte, cerró los ojos, dejando que el dolor la consumiera. Sabía que no podía escapar de sus errores, pero también sabía que, al menos por esta noche, no podía enfrentarse a ellos. Mañana sería otro día, y tal vez entonces podrían comenzar a recoger los pedazos de lo que quedaba de su relación.
Pero por ahora, solo quedaba el silencio, un vacío interminable que los separaba.
Gracias por acompañarnos en este viaje al terror. ¡Nos vemos en el próximo episodio!”
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