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En el corazón de la Gran Pradera, donde los colores de las flores se mezclaban con el verde intenso de la hierba, vivían muchos animales. Entre ellos, se destacaban dos amigas muy especiales: la conejita Marce y la liebre Angelita. A pesar de ser diferentes en tamaño y velocidad, su amistad era un ejemplo para todos los habitantes de la pradera.

Marce era una conejita pequeña y esponjosa, de pelaje blanco y ojos brillantes. Siempre estaba dispuesta a ayudar a los demás y nunca dudaba en compartir lo que tenía. Su humildad y bondad la hacían querida por todos. Angelita, por otro lado, era una liebre alta y ágil, conocida por ser la más rápida de la pradera. Su destreza y velocidad eran admiradas por todos, pero a veces su orgullo la hacía olvidar la importancia de la humildad.

Una mañana soleada, mientras Marce y Angelita corrían juntas por la pradera, se encontraron con una asamblea de animales cerca del gran roble, el árbol más viejo y sabio del lugar. Curiosas, se acercaron para ver de qué se trataba.

—¡Amigos de la Gran Pradera! —dijo el búho Sabino, que presidía la asamblea—. Hoy hemos recibido una noticia emocionante. El Rey León ha decidido organizar una gran carrera para todos los animales. Será una competencia para demostrar nuestras habilidades, pero también para celebrar la armonía y la amistad en nuestra comunidad.

La noticia provocó una ola de entusiasmo entre los animales. La carrera sería una oportunidad para divertirse y mostrar sus talentos. Marce y Angelita intercambiaron miradas emocionadas. Ambas amaban correr, pero sabían que Angelita tenía una ventaja clara en cuanto a velocidad.

—¡Me encantaría participar! —exclamó Angelita con una sonrisa confiada—. Seguro que puedo ganar esta carrera y demostrar que soy la más rápida de la pradera.

Marce sonrió, pero en su interior sentía un pequeño nudo de preocupación. Sabía que Angelita era increíblemente rápida, pero también sabía que a veces el orgullo podía nublar su juicio. Aun así, decidió apoyar a su amiga.

—Estoy segura de que lo harás muy bien, Angelita —dijo Marce con una sonrisa cálida—. Yo también participaré, pero más que ganar, quiero divertirme y disfrutar del día con todos.

Los días previos a la carrera estuvieron llenos de preparación y entrenamiento. Los animales practicaban sus habilidades y se animaban unos a otros. La Gran Pradera estaba llena de energía y emoción.

Angelita entrenaba sin descanso, segura de su victoria. Corría más rápido que nunca, dejando una estela de polvo tras de sí. Marce, en cambio, dedicaba su tiempo a ayudar a los demás animales a prepararse. Ayudó a la tortuga Tino a mejorar su técnica de carrera y animó al zorro Zacarías, que estaba nervioso por participar.

Finalmente, llegó el día de la gran carrera. El sol brillaba alto en el cielo y una brisa suave acariciaba la pradera. Todos los animales se reunieron en el punto de partida, donde el Rey León esperaba para dar comienzo a la competencia.

—¡Bienvenidos todos a la gran carrera de la Gran Pradera! —rugió el Rey León con voz poderosa—. Hoy celebraremos no solo la velocidad y la destreza, sino también el espíritu de comunidad y amistad. ¡Que todos den lo mejor de sí mismos y recuerden que la verdadera grandeza está en ser humildes y respetuosos con los demás!

Los animales aplaudieron y se prepararon para comenzar. Angelita estaba en la línea delantera, con una sonrisa confiada en su rostro. Marce se colocó un poco más atrás, tranquila y serena, lista para disfrutar del recorrido.

—¡A sus marcas, listos… ¡ya! —gritó el Rey León, y los animales comenzaron a correr.

Angelita salió disparada como una flecha, dejando atrás a todos los demás competidores. Sentía el viento en sus orejas y la adrenalina en sus patas. Sabía que nadie podía alcanzarla. Marce, por su parte, corría a un ritmo constante, disfrutando del paisaje y animando a los animales que encontraba en el camino.

La carrera atravesaba toda la pradera, pasando por colinas, ríos y bosques. A medida que avanzaban, algunos animales comenzaban a cansarse y reducir la velocidad. Angelita, sin embargo, seguía adelante con fuerza, convencida de su victoria.

En el tramo final de la carrera, Angelita llegó a una colina empinada. Al subirla, se encontró con un obstáculo inesperado: una rama caída bloqueaba el camino. Intentó saltarla, pero su velocidad la hizo tropezar y caer. Se levantó rápidamente, pero sintió un dolor agudo en una pata.

—¡No! —exclamó Angelita, mirando la meta a lo lejos—. No puedo quedarme aquí. Tengo que ganar esta carrera.

Cojeando, Angelita intentó continuar, pero el dolor era demasiado intenso. Mientras luchaba por seguir adelante, vio a Marce acercándose, con una expresión de preocupación en su rostro.

—¿Estás bien, Angelita? —preguntó Marce, deteniéndose junto a su amiga.

Angelita trató de ocultar su dolor y orgullo, pero no pudo evitarlo.

—Me caí y me lastimé la pata —admitió con voz frustrada—. No puedo correr más rápido.

Marce miró a su amiga con compasión y decidió hacer lo que mejor sabía hacer: ayudar. Se inclinó hacia Angelita y le ofreció su apoyo.

—Vamos, Angelita —dijo Marce con una sonrisa—. No te preocupes por ganar. La carrera no se trata solo de ser la más rápida. Se trata de disfrutar del camino y estar ahí para los demás. Apóyate en mí y terminemos juntas.

Angelita dudó por un momento, pero luego aceptó la ayuda de Marce. Juntas, continuaron el recorrido, apoyándose mutuamente. Mientras avanzaban, otros animales se dieron cuenta de la situación y se unieron para ayudar. La tortuga Tino, el zorro Zacarías y muchos otros formaron un grupo solidario, mostrando que la verdadera grandeza se encontraba en la humildad y el trabajo en equipo.

Cuando finalmente llegaron a la meta, el Rey León los recibió con una sonrisa orgullosa.

—¡Bien hecho, amigos! —dijo el Rey León—. Hoy han demostrado que la verdadera grandeza no está en ser los más rápidos o fuertes, sino en ser humildes y apoyarse unos a otros. Han ganado algo mucho más valioso que una carrera.

Marce, Angelita y todos los animales celebraron juntos, comprendiendo que la humildad y la amistad eran los mayores tesoros de la Gran Pradera. Desde ese día, la carrera se convirtió en una tradición anual, recordando a todos que la verdadera grandeza está en ser humildes y generosos con los demás.

Después de la emocionante carrera, la Gran Pradera volvió a su tranquila rutina diaria, pero la lección de humildad y trabajo en equipo quedó grabada en los corazones de todos los animales. La conejita Marce y la liebre Angelita seguían siendo amigas inseparables, y su experiencia durante la carrera había fortalecido aún más su relación.

Sin embargo, a pesar de la lección aprendida, Angelita no podía evitar sentirse un poco resentida por no haber ganado la carrera. Cada vez que recordaba su caída y cómo Marce la había ayudado, una sensación de incomodidad la invadía. ¿Por qué no había podido ganar sola? ¿Acaso su velocidad y destreza no eran suficientes?

Un día, mientras Angelita practicaba sus saltos cerca del río, un grupo de animales se acercó a ella. Entre ellos estaban la tortuga Tino, el zorro Zacarías y la ardilla Nina. Todos lucían preocupados.

—Angelita, necesitamos tu ayuda —dijo Tino con su voz calmada—. Ha habido una serie de desapariciones misteriosas en la pradera. Algunos de nuestros amigos han desaparecido sin dejar rastro, y estamos muy preocupados.

Angelita frunció el ceño, dejando de lado sus pensamientos sobre la carrera.

—¿Desapariciones? —preguntó, alarmada—. ¿Quiénes han desaparecido?

—El topo Tito, la rana Rita y el ratón Miguel —respondió Zacarías—. Nadie los ha visto en días. Sabemos que eres rápida y ágil, y pensamos que podrías ayudarnos a buscar pistas.

Angelita sintió un renovado sentido de propósito. Ayudar a encontrar a sus amigos desaparecidos era una oportunidad para demostrar su valía y redimirse. Asintió con determinación.

—Por supuesto que los ayudaré —dijo—. Vamos a encontrar a nuestros amigos.

El grupo se dividió para buscar pistas en diferentes áreas de la pradera. Angelita decidió comenzar por el bosque cercano, donde Tito solía excavar túneles. Mientras avanzaba con cautela, examinó cada rincón, buscando cualquier señal que pudiera indicar el paradero de sus amigos.

De repente, un sonido leve llamó su atención. Se acercó sigilosamente y descubrió a un pequeño conejo atrapado en una trampa. Se llamaba Tito, y su cara mostraba alivio al ver a Angelita.

—¡Tito! —exclamó Angelita, liberándolo de la trampa—. ¿Estás bien? ¿Quién te puso aquí?

Tito temblaba, pero logró explicar lo que había sucedido.

—Una figura oscura me atrapó mientras exploraba —dijo Tito—. No pude ver quién era, pero parecía tener malas intenciones.

Angelita se quedó pensativa. Una figura oscura, trampas… esto no parecía obra de un animal común. Decidió llevar a Tito de regreso al claro y reunir al grupo para compartir la información.

Mientras tanto, Marce, que había estado buscando en el área del estanque, encontró a la rana Rita escondida entre las cañas. Rita también estaba asustada y había visto a la misma figura oscura.

Cuando todos se reunieron de nuevo, compartieron sus descubrimientos. La preocupación aumentaba, pero también la determinación de resolver el misterio. Angelita se dio cuenta de que necesitaban un plan más organizado.

—Debemos trabajar juntos —dijo Angelita—. Dividámonos en grupos y cubramos más terreno. Busquemos pistas y tratemos de encontrar un patrón. La figura oscura no puede ser invencible si nos unimos.

Marce observó a su amiga y notó la seriedad en su voz. Angelita estaba demostrando un liderazgo admirable, y Marce estaba lista para apoyarla.

El grupo se reorganizó y continuaron la búsqueda. Mientras rastreaban, Angelita y Marce llegaron a una cueva oculta entre los arbustos. Era un lugar que ninguno de los dos había visto antes. Decidieron entrar con cautela.

Dentro de la cueva, encontraron al ratón Miguel atrapado en una jaula. Sus ojos se iluminaron al ver a sus amigos.

—¡Marce! ¡Angelita! —gritó Miguel—. ¡Gracias por encontrarme! La figura oscura me trajo aquí. Es una comadreja llamada Vito. Está muy molesto porque siente que no lo respetamos en la pradera.

Angelita sintió una mezcla de alivio y preocupación. Sabían quién era el responsable, pero también entendían que la situación requería más que fuerza bruta para resolverla.

—Necesitamos hablar con Vito —dijo Marce, con su voz suave y calmada—. Tal vez haya una manera de resolver esto sin violencia. Debemos mostrarle que todos somos importantes en la pradera, y que la verdadera grandeza está en ser humildes y respetuosos.

Angelita asintió, dándose cuenta de que Marce tenía razón. Se acercaron a la parte más profunda de la cueva y encontraron a Vito, una comadreja de mirada triste y desafiante.

—Vito, sabemos que te sientes excluido —comenzó Angelita—. Pero atrapar a nuestros amigos no es la solución. Podemos hablar y encontrar una manera de que te sientas parte de la pradera.

Vito los miró con desconfianza, pero la sinceridad en las palabras de Angelita y Marce comenzó a suavizar su actitud. Con el tiempo, Vito explicó que siempre se había sentido invisible y no valorado por los demás.

Marce dio un paso adelante y habló con su característica dulzura.

—Vito, cada uno de nosotros tiene algo especial que aportar. La verdadera grandeza no está en ser el más fuerte o el más rápido, sino en ser humilde y reconocer el valor de los demás. Queremos que seas parte de nuestra comunidad.

Angelita agregó:

—Podemos empezar de nuevo. Te prometo que haremos todo lo posible para que te sientas bienvenido y respetado.

Las palabras de Angelita y Marce tocaron el corazón de Vito. Se dio cuenta de que su comportamiento no era el camino para ganar respeto y amistad. Lentamente, comenzó a liberar a los animales que había atrapado, y con la ayuda de Angelita y Marce, se reintegró en la comunidad.

Los animales de la pradera, guiados por el ejemplo de Marce y Angelita, aprendieron a valorar la humildad y a trabajar juntos. Entendieron que cada miembro de la comunidad era valioso, y que la verdadera grandeza residía en la humildad y el respeto mutuo.

La Gran Pradera se convirtió en un lugar de armonía y cooperación, donde todos se ayudaban y apoyaban. Y así, la lección de que la verdadera grandeza está en ser humilde se mantuvo viva en los corazones de todos, gracias a las acciones de Marce, Angelita y sus amigos.

Con el tiempo, Vito, la comadreja, empezó a integrarse en la vida de la Gran Pradera. Aunque al principio muchos animales lo miraban con desconfianza debido a su pasado, Marce y Angelita lo apoyaron en su proceso de redención. Le enseñaron que para ganarse la confianza de los demás, debía actuar con humildad y respeto.

Marce y Angelita organizaron una reunión en el gran roble, invitando a todos los animales para discutir cómo podrían fortalecer su comunidad y asegurarse de que todos se sintieran valorados. El búho Sabino presidió la reunión y agradeció a todos por asistir.

—Amigos de la Gran Pradera —comenzó Sabino—, hemos pasado por momentos difíciles, pero también hemos aprendido valiosas lecciones. Vito está aquí hoy para disculparse y para hablar sobre cómo podemos trabajar juntos para mejorar nuestra comunidad.

Vito dio un paso adelante, con la cabeza ligeramente inclinada en señal de humildad.

—Lamento mucho mis acciones pasadas —dijo Vito con sinceridad—. Me sentía excluido y reaccioné de la peor manera posible. Quiero cambiar y demostrarles que puedo ser un miembro útil y respetuoso de nuestra pradera.

Los animales murmuraron entre ellos, pero Marce y Angelita tomaron la iniciativa.

—Vito ha demostrado su voluntad de cambiar —dijo Marce—. Ha trabajado duro para enmendar sus errores, y creo que merece una segunda oportunidad. Todos hemos cometido errores alguna vez. Lo importante es aprender de ellos y ser mejores.

Angelita añadió:

—La verdadera grandeza está en ser humilde y reconocer nuestras faltas. Juntos, podemos hacer de la Gran Pradera un lugar donde todos se sientan valorados y respetados.

Los animales comenzaron a asentir, comprendiendo la importancia del mensaje de Marce y Angelita. Decidieron darle a Vito una segunda oportunidad, pero también se comprometieron a trabajar juntos para asegurarse de que nadie más se sintiera excluido.

Para reforzar estos valores, Marce y Angelita propusieron una serie de actividades comunitarias. Organizaron días de limpieza de la pradera, donde todos los animales participaban y trabajaban juntos. También planificaron juegos y competencias amistosas para fomentar el compañerismo y la diversión.

Uno de los eventos más esperados fue la construcción de un nuevo centro comunitario cerca del gran roble. Todos los animales aportaron su granito de arena: los castores construyeron la estructura, las aves trajeron materiales desde lugares lejanos, y los conejos y liebres decoraron el lugar con flores y plantas.

Durante la construcción, Vito se destacó por su dedicación y esfuerzo. Trabajaba sin descanso, siempre dispuesto a ayudar a cualquiera que lo necesitara. Poco a poco, los animales empezaron a ver en él a un verdadero amigo y aliado.

Un día, mientras trabajaban en el centro comunitario, una fuerte tormenta se desató sobre la pradera. Los vientos eran tan fuertes que amenazaban con destruir lo que habían construido. Sin pensarlo dos veces, Vito se lanzó a asegurar las estructuras más frágiles, arriesgando su propia seguridad para proteger el trabajo de todos.

Marce y Angelita, junto con otros animales, corrieron en su ayuda. Trabajaron juntos bajo la lluvia torrencial, asegurando todo y evitando que la tormenta causara grandes daños. Cuando la tormenta finalmente pasó, todos estaban empapados y exhaustos, pero también llenos de un profundo sentido de logro y camaradería.

—¡Lo logramos! —exclamó Zacarías, el zorro, con una gran sonrisa—. Trabajamos juntos y salvamos nuestro centro comunitario.

Vito, aunque agotado, sonrió ampliamente.

—Esto es lo que significa ser parte de una comunidad —dijo—. Trabajar juntos, ayudarnos y apoyarnos en los momentos difíciles.

El centro comunitario se inauguró poco después, con una gran celebración. Había música, comida y risas. Los animales compartieron historias y recordaron las lecciones aprendidas. Marce y Angelita, observando la escena, se sintieron orgullosas de lo que habían logrado.

Marce se acercó a Angelita y le dijo:

—Hemos aprendido tanto, Angelita. La verdadera grandeza no está en ser los más fuertes o rápidos, sino en ser humildes y ayudar a los demás.

Angelita asintió, con una sonrisa.

—Es cierto, Marce. Y gracias a ti, he entendido lo importante que es apoyar y trabajar en equipo. No importa cuán grandes sean nuestros logros individuales si no podemos compartirlos y usarlos para el bien de todos.

La celebración continuó hasta el atardecer, y la Gran Pradera se llenó de un cálido resplandor dorado. Los animales bailaron y cantaron, sintiendo una profunda conexión con sus amigos y su hogar.

Con el tiempo, la historia de la conejita Marce, la liebre Angelita y la comadreja Vito se convirtió en una leyenda en la Gran Pradera. Las generaciones futuras crecieron escuchando cómo la humildad y el trabajo en equipo habían transformado su comunidad, y cómo la verdadera grandeza se encontraba en ser humildes y respetuosos con todos.

Cada año, en el aniversario de la inauguración del centro comunitario, los animales se reunían para celebrar y recordar las lecciones aprendidas. Compartían historias, jugaban y trabajaban juntos, fortaleciendo los lazos que los unían.

Marce y Angelita siguieron siendo amigas inseparables, siempre listas para ayudar a los demás y recordarles la importancia de la humildad. Vito se convirtió en un miembro respetado y querido de la comunidad, demostrando que todos podían cambiar y crecer.

Y así, la Gran Pradera floreció como un lugar de armonía y colaboración, donde la verdadera grandeza residía en la humildad y el respeto mutuo. Las enseñanzas de Marce y Angelita vivieron en los corazones de todos, asegurando que la pradera siempre sería un hogar lleno de amor y unidad para todos sus habitantes.

La moraleja de esta historia es que la verdadera grandeza está en ser humilde.

Y colorín colorín, este cuento llego a su fin. bueno mis amables oyentes. ¡hasta muy pronto! CON UN NUEVO CUENTO CON MORALEJA.

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