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En el Bosque Mágico, donde los árboles susurraban cuentos antiguos y las flores cantaban melodías dulces, vivía un perro llamado Max. Max era un perro especial, no solo por su pelaje dorado que brillaba como el sol, sino también por su espíritu aventurero y su corazón amable. Sin embargo, había algo que siempre lo inquietaba: su reflejo en el espejo.

Desde que era un cachorro, Max había evitado mirarse en el espejo. Cada vez que pasaba frente a uno, sentía una extraña incomodidad en su pecho. No entendía por qué, pero el reflejo le devolvía una imagen que no le gustaba. Siempre veía un perro que no se sentía lo suficientemente bueno, lo suficientemente fuerte, o lo suficientemente especial.

Un día, mientras exploraba una nueva parte del bosque, Max encontró un claro donde se erguía un viejo roble con un espejo mágico colgando de una de sus ramas. El espejo tenía un marco dorado adornado con gemas brillantes que relucían bajo la luz del sol. Max se acercó con cautela, atraído por el resplandor del espejo.

De repente, escuchó una voz suave y melodiosa que provenía del espejo. – “Hola, Max,” – dijo la voz. – “He estado esperando conocerte.”

Max dio un paso atrás, sorprendido. – “¿Quién eres?” – preguntó con curiosidad y un poco de temor.

– “Soy el Espejo del Bosque Mágico,” – respondió la voz. – “Tengo el poder de mostrar la verdadera esencia de quien se mira en mí. Pero para ver eso, debes estar dispuesto a aceptarte a ti mismo.”

Max se quedó pensativo. Nunca había oído hablar de un espejo con tal poder. La idea de ver su verdadera esencia era tanto aterradora como intrigante. – “¿Qué debo hacer?” – preguntó finalmente.

– “Debes embarcarte en un viaje para encontrar la autoaceptación,” – dijo el Espejo. – “En tu camino, encontrarás amigos que te ayudarán a descubrir tu verdadero yo.”

Max decidió aceptar el desafío. Quería descubrir por qué siempre se sentía incómodo con su reflejo y, más importante, quería aprender a aceptarse tal como era. Con un corazón lleno de determinación, comenzó su viaje a través del Bosque Mágico.

No había avanzado mucho cuando encontró a una mariposa colorida revoloteando cerca de unas flores. La mariposa se llamaba Bella y, al ver a Max, se posó suavemente sobre su nariz.

– “Hola, Max,” – dijo Bella con una voz dulce. – “He oído que estás en un viaje para encontrarte a ti mismo.”

Max asintió. – “Así es. El Espejo del Bosque Mágico me dijo que debo encontrar la autoaceptación.”

Bella sonrió. – “Déjame ayudarte. Hay un lugar especial en el bosque donde las criaturas van a meditar y reflexionar sobre sí mismas. Te llevaré allí.”

Max siguió a Bella a través de senderos sinuosos y bajo frondosos árboles. Llegaron a un claro sereno donde un arroyo cristalino corría suavemente. Varias criaturas del bosque estaban sentadas en silencio, meditando y reflexionando.

Bella se posó en una roca junto al arroyo y le indicó a Max que se sentara. – “Aquí, muchos han encontrado la paz interior,” – dijo Bella. – “Cierra los ojos y escucha el susurro del agua. Permite que te lleve a un lugar de tranquilidad.”

Max hizo lo que Bella sugirió. Cerró los ojos y se concentró en el sonido del arroyo. Al principio, su mente estaba llena de pensamientos inquietos y dudas. Pero poco a poco, comenzó a relajarse. Escuchó el canto de los pájaros, el murmullo del viento entre los árboles, y el susurro constante del arroyo.

De repente, una serie de imágenes comenzaron a flotar en su mente. Se vio a sí mismo corriendo libremente por el bosque, jugando con otros animales y disfrutando de la vida. En esas imágenes, no había dudas ni inseguridades, solo pura alegría y aceptación.

Cuando abrió los ojos, sintió una paz interior que no había experimentado antes. Bella sonrió y le dijo: – “Has dado el primer paso, Max. La autoaceptación comienza con encontrar la paz dentro de uno mismo.”

Agradecido, Max continuó su viaje, llevando consigo la lección que Bella le había enseñado. Pronto, llegó a un lago donde se encontró con un pez llamado Leo. Leo nadaba con gracia y parecía irradiar confianza.

– “Hola, Max,” – dijo Leo al ver al perro acercarse. – “He oído sobre tu viaje. ¿Puedo acompañarte por un rato?”

Max asintió y se sentó junto al lago mientras Leo nadaba cerca de la orilla. – “Dime, Leo,” – dijo Max, – “¿cómo lograste aceptarte a ti mismo?”

Leo sonrió y respondió: – “La autoaceptación no se trata solo de paz interior, sino también de reconocer y valorar nuestras propias cualidades. Mira a tu alrededor, Max. Cada criatura tiene algo único y especial.”

Max observó a los peces nadando, a los pájaros cantando y a las flores floreciendo. Se dio cuenta de que cada uno tenía un propósito y un valor. Entonces, Leo le dijo: – “Max, eres un perro valiente y amable. Tu corazón es tan brillante como tu pelaje dorado. Debes aprender a ver eso en ti mismo.”

Max reflexionó sobre las palabras de Leo. Nunca había pensado en sus propias cualidades de esa manera. Comenzó a recordar momentos en los que había sido valiente, cuando había ayudado a sus amigos y cuando había mostrado bondad. Lentamente, una sensación de orgullo y aceptación comenzó a crecer dentro de él.

Agradeciendo a Leo por su sabiduría, Max continuó su camino. Mientras avanzaba, se encontró con un zorro llamado Zafiro, conocido por su astucia y sabiduría. Zafiro lo saludó con un guiño y le dijo: – “He oído sobre tu viaje, Max. Me gustaría compartir una historia contigo.”

Se sentaron bajo un árbol y Zafiro comenzó su relato: – “Había una vez un zorro que, como tú, luchaba con la autoaceptación. Un día, se encontró con un viejo búho sabio que le dijo que para aceptarse a sí mismo, debía enfrentar sus miedos y dudas. El zorro decidió seguir el consejo y enfrentó sus inseguridades una a una. Con cada desafío superado, su confianza crecía y aprendió a amarse a sí mismo.”

Max escuchó con atención, comprendiendo la moraleja de la historia. Sabía que también debía enfrentar sus miedos y dudas para aceptarse plenamente. Se despidió de Zafiro con gratitud y continuó su camino.

Finalmente, al caer la noche, Max encontró un rincón tranquilo del bosque y se acurrucó para descansar. Miró las estrellas brillando en el cielo y sintió una conexión con el universo. Reflexionó sobre todo lo que había aprendido ese día: la paz interior, el reconocimiento de sus cualidades y la importancia de enfrentar sus miedos.

Con una nueva sensación de aceptación y amor propio, Max se durmió, sabiendo que su viaje aún no había terminado, pero que estaba en el camino correcto para descubrir su verdadera esencia.

Max despertó con el primer rayo de sol que se filtraba entre las hojas del Bosque Mágico. Sentía que el viaje que había comenzado estaba transformándolo de manera profunda. Sin embargo, sabía que aún le quedaba un largo camino por recorrer para aceptar completamente quién era.

Con renovada energía, Max continuó su travesía, decidido a enfrentar cualquier desafío que se le presentara. Mientras avanzaba, encontró un sendero que parecía brillar bajo la luz del sol. El sendero lo condujo a un valle donde el bosque era más denso y los árboles más altos. Allí, en un claro, vio un hermoso jardín lleno de flores de todos los colores imaginables.

En medio del jardín, había un pequeño estanque cristalino. Max se acercó y vio su reflejo en el agua. Al principio, volvió a sentir esa incomodidad familiar, pero recordó las lecciones aprendidas de Bella y Leo. Se obligó a mirar más allá de su apariencia física y a ver las cualidades que hacían de él un perro especial.

De repente, escuchó un susurro suave. – “Bienvenido, Max,” – dijo una voz melodiosa. Max levantó la vista y vio a una elegante cierva llamada Aria, conocida por su sabiduría y serenidad. Aria se acercó a Max y lo miró con ojos llenos de comprensión.

– “He oído sobre tu viaje, Max,” – dijo Aria. – “La autoaceptación es un camino difícil, pero necesario. Ven, déjame mostrarte algo.”

Aria condujo a Max a un rincón del jardín donde había una serie de espejos antiguos, cada uno con un marco diferente. – “Estos espejos son especiales,” – explicó Aria. – “Cada uno muestra un aspecto diferente de ti mismo. Para aceptarte plenamente, debes ver todas tus facetas.”

Max se acercó al primer espejo y vio un reflejo de sí mismo como un cachorro, lleno de energía y curiosidad. Recordó los momentos felices de su infancia y cómo siempre había sido un explorador intrépido.

El segundo espejo mostraba a Max ayudando a otros animales del bosque, siendo valiente y generoso. Vio cómo su bondad y su disposición a ayudar habían hecho una diferencia en la vida de muchos.

El tercer espejo, sin embargo, mostraba sus miedos e inseguridades. Max vio momentos en los que había dudado de sí mismo y había sentido que no era lo suficientemente bueno. Sentir esa incomodidad otra vez le dolió, pero sabía que debía enfrentarlo para poder crecer.

Aria se acercó y puso una pata en el hombro de Max. – “Cada parte de ti es importante, Max,” – dijo suavemente. – “Tus momentos de valentía y tus momentos de duda, todo te hace quien eres. La autoaceptación significa abrazar todas estas facetas, no solo las que te gustan.”

Max asintió, comprendiendo la verdad en las palabras de Aria. Se dio cuenta de que aceptar sus miedos e inseguridades era tan importante como celebrar sus fortalezas. Decidió que ya no huiría de su reflejo, sino que lo enfrentaría con coraje.

Agradecido, Max se despidió de Aria y continuó su viaje. Mientras caminaba, sintió una conexión más profunda consigo mismo y una creciente sensación de paz. Sabía que estaba en el camino correcto.

El camino lo llevó a un antiguo roble, donde un búho sabio llamado Otis lo esperaba. Otis era conocido por su gran conocimiento y su habilidad para ver el corazón de los seres que habitaban el bosque.

– “Max,” – dijo Otis con una voz profunda y resonante. – “He estado observando tu viaje. Veo que has aprendido mucho, pero aún hay una lección importante que debes entender.”

Max se sentó junto a Otis, ansioso por escuchar lo que el búho tenía que decir. Otis desplegó sus grandes alas y señaló hacia el horizonte, donde el sol comenzaba a ponerse.

– “La autoaceptación no solo se trata de comprender y abrazar tus cualidades,” – explicó Otis. – “También se trata de entender que todos cometemos errores y que está bien equivocarse. Es en esos errores donde encontramos nuestras mayores oportunidades para crecer.”

Max recordó momentos en los que se había equivocado y cómo había aprendido de esos errores. Se dio cuenta de que parte de su incomodidad con su reflejo provenía de la culpa y el arrepentimiento que sentía por esos errores.

Otis continuó: – “Para aceptar completamente quién eres, debes perdonarte a ti mismo por esos errores. Aprende de ellos, pero no dejes que te definan.”

Las palabras de Otis resonaron profundamente en Max. Comprendió que para aceptar su reflejo, debía dejar de lado la culpa y el arrepentimiento, y en su lugar, enfocarse en las lecciones aprendidas y en cómo lo habían hecho una mejor versión de sí mismo.

Max se sintió más ligero, como si una carga pesada hubiera sido levantada de sus hombros. Agradeció a Otis por su sabiduría y siguió su camino con un nuevo sentido de propósito.

El bosque comenzó a oscurecerse a medida que la noche caía, pero Max no tenía miedo. Sentía que cada paso lo acercaba más a su verdadera esencia. De repente, vio una luz suave brillando entre los árboles y decidió seguirla.

La luz lo llevó a un claro donde una luna llena iluminaba un círculo de piedras antiguas. En el centro del círculo, había un espejo aún más antiguo, con un marco hecho de ramas entrelazadas y flores brillantes. Max se acercó al espejo y, por primera vez, miró su reflejo sin sentir incomodidad.

Vio a un perro que había recorrido un largo camino, que había enfrentado sus miedos y abrazado sus cualidades. Vio a un ser valiente, generoso y lleno de potencial. Y, lo más importante, vio a un perro que estaba aprendiendo a aceptarse a sí mismo completamente.

Max sonrió y sintió una ola de calidez y amor propio que lo envolvía. Sabía que su viaje aún no había terminado, pero estaba listo para enfrentar cualquier desafío que viniera, sabiendo que la autoaceptación era la clave para su felicidad y crecimiento.

Se giró para regresar a su hogar, con la luna llena iluminando su camino y una renovada sensación de paz en su corazón. Sabía que el Bosque Mágico siempre estaría allí para guiarlo y que, con cada paso que daba, estaba más cerca de aceptar y amar completamente a quien realmente era.

Max, ahora lleno de una nueva sensación de paz y aceptación, regresaba a su hogar en el Bosque Mágico. El viaje había sido transformador, y mientras caminaba, podía sentir cómo cada paso lo conectaba más profundamente con su verdadera esencia.

El bosque parecía diferente ahora, más vibrante y lleno de vida. Cada árbol, cada flor y cada criatura del bosque reflejaban una belleza y un propósito únicos. Max comenzó a entender que, al igual que el bosque, él también tenía un lugar especial en este mundo.

Cuando llegó a su hogar, encontró a su amiga Bella la mariposa esperando por él. – “¡Max! ¡Has vuelto!” – exclamó Bella con alegría.

– “Sí, Bella,” – respondió Max con una sonrisa. – “Y me siento diferente, más completo.”

Bella revoloteó alrededor de Max, notando el cambio en su amigo. – “Puedo ver que has aprendido mucho en tu viaje. Ahora, ¿qué piensas hacer con todo lo que has descubierto?”

Max reflexionó por un momento. – “Quiero compartir lo que he aprendido con los demás. Hay muchos en el bosque que también luchan con la autoaceptación. Si puedo ayudarles a encontrar su propio camino, habré cumplido un propósito importante.”

Bella asintió, admirando la determinación de Max. – “Eso es maravilloso, Max. El bosque se beneficiará mucho de tu sabiduría y experiencia.”

Juntos, Max y Bella comenzaron a planear cómo podrían ayudar a los otros habitantes del bosque. Decidieron organizar reuniones semanales en el claro donde Max había encontrado el espejo mágico. Allí, los animales podrían reunirse, compartir sus historias y aprender unos de otros.

La noticia de las reuniones se extendió rápidamente por el Bosque Mágico. Pronto, animales de todas partes comenzaron a asistir. Entre ellos estaban Luna, la ardilla curiosa; Duván, el ciervo tímido; Johan, el oso juguetón; y la tía Miye, la sabia búho, que traía consigo a su mascota, el gato Juancho.

En la primera reunión, Max compartió su historia. Habló sobre cómo siempre había evitado mirarse en el espejo y cómo su viaje lo había llevado a enfrentar sus miedos y a aceptar todas sus facetas. Los animales escucharon con atención, algunos con lágrimas en los ojos y otros con sonrisas de comprensión.

Después de que Max terminó de hablar, otros comenzaron a compartir sus propias historias. Luna, la ardilla, habló sobre cómo siempre había sentido que no era lo suficientemente rápida o inteligente como las otras ardillas. Duván, el ciervo, confesó su temor de no ser lo suficientemente valiente. Johan, el oso, expresó su preocupación por no ser lo suficientemente fuerte para proteger a sus amigos.

Cada historia era única, pero todas tenían un hilo común: la lucha por la autoaceptación. Los animales comenzaron a darse cuenta de que no estaban solos en sus miedos e inseguridades. Había una comunidad de apoyo y comprensión a su alrededor.

Con el tiempo, las reuniones se convirtieron en un espacio seguro donde los animales podían ser ellos mismos sin temor al juicio. Max y Bella lideraban las discusiones, proporcionando palabras de aliento y sabiduría. La tía Miye, con su vasto conocimiento, también compartía cuentos y enseñanzas que ayudaban a los animales a encontrar la paz interior.

Un día, mientras las reuniones continuaban, el Espejo del Bosque Mágico apareció en el claro. Los animales se reunieron a su alrededor, curiosos por saber qué les diría.

– “He observado con orgullo cómo todos han crecido,” – dijo el Espejo con su voz melodiosa. – “La autoaceptación es un viaje continuo, y todos ustedes han dado pasos importantes en ese camino.”

El Espejo se dirigió a Max. – “Max, tu valentía y disposición para compartir tu historia han inspirado a muchos. Has demostrado que el esfuerzo siempre vale la pena. Tu viaje no solo te ha transformado a ti, sino que ha tenido un impacto positivo en todo el bosque.”

Max se sintió humilde y agradecido por las palabras del Espejo. Sabía que su viaje no había sido fácil, pero cada desafío había valido la pena. Miró a su alrededor y vio a sus amigos, todos ellos más fuertes y seguros gracias a las lecciones que habían aprendido juntos.

– “Gracias, Espejo,” – dijo Max. – “Gracias a todos por su apoyo y por compartir sus historias. Juntos, hemos creado algo hermoso aquí.”

El Espejo asintió. – “Recuerden, la autoaceptación no es un destino, sino un viaje. Siempre habrá momentos de duda e inseguridad, pero con el apoyo de amigos y la sabiduría adquirida, podrán superarlos.”

Con esas palabras, el Espejo desapareció, dejando a los animales con una sensación de esperanza y propósito renovado.

A medida que pasaban los días, el claro del espejo se convirtió en un símbolo de crecimiento y aceptación para todos en el Bosque Mágico. Los animales continuaron reuniéndose, compartiendo sus experiencias y apoyándose mutuamente. Cada uno de ellos llevaba consigo las lecciones aprendidas y las aplicaba en su vida diaria.

Max, ahora más seguro y lleno de amor propio, encontró una nueva pasión en ayudar a otros a descubrir su verdadero valor. Con el tiempo, el Bosque Mágico se convirtió en un lugar donde la autoaceptación y el esfuerzo eran celebrados, y cada criatura aprendió a ver la belleza en sí misma y en los demás.

El viaje de Max había comenzado con un espejo y un deseo de autoaceptación. Ahora, había florecido en una comunidad de amor y apoyo, donde cada esfuerzo valía la pena y cada ser era valorado por lo que realmente era.

Y así, en el corazón del Bosque Mágico, el mensaje de autoaceptación y esfuerzo se transmitió de generación en generación, recordando a todos que la verdadera belleza y fortaleza vienen de aceptar y amar plenamente a uno mismo.Principio del formularioFinal del formulario

La moraleja de esta historia es que la autoaceptación es fundamental.

Y colorín colorín, este cuento llego a su fin. bueno mis amables oyentes. ¡hasta MAÑANA! CON UN NUEVO CUENTO CON MORALEJA.

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