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En un lugar mágico del mundo, donde las montañas eran de algodón de azúcar y los ríos fluían con jarabe de arce, existía un reino conocido como la Tierra de los Dulces. En este lugar, cada día era una celebración de sabores y colores, donde los habitantes vivían en armonía y disfrutaban de los dulces manjares que la naturaleza les ofrecía.

En medio de este paraíso de golosinas, habitaban dos amigos muy especiales: un majestuoso león llamado Leo y un astuto zorro llamado Zafiro. Leo, con su melena dorada y su porte regio, era conocido por su fuerza y su coraje. Zafiro, por otro lado, era pequeño y ágil, con un pelaje rojo y una mente siempre alerta y creativa.

Una mañana soleada, mientras el aroma de las galletas recién horneadas flotaba en el aire, Leo y Zafiro se encontraron en el corazón de la Tierra de los Dulces, un lugar llamado Plaza del Caramelo. Los dos amigos se sentaron bajo la sombra de un gigantesco árbol de regaliz, disfrutando de una charla amena y de algunos bombones de chocolate que Zafiro había traído.

—Zafiro, he estado pensando —dijo Leo, masticando lentamente un bombón—. A veces siento que, aunque soy fuerte, no siempre encuentro la mejor solución a los problemas. Me gustaría ser más astuto como tú.

Zafiro sonrió, sus ojos brillando con astucia. —Bueno, amigo mío, todos tenemos nuestras fortalezas. La astucia puede ser una gran virtud, pero también lo es la fuerza. Tal vez podamos aprender el uno del otro.

Mientras conversaban, un grupo de habitantes del reino se acercó a ellos con preocupación. Entre ellos estaba Dulcinea, una pequeña coneja con orejas largas y ojos curiosos, que siempre parecía saber todo lo que sucedía en la Tierra de los Dulces.

—Leo, Zafiro, necesitamos su ayuda —dijo Dulcinea, su voz temblando ligeramente—. El temible Dragón de Chocolate ha vuelto. Ha comenzado a robar los dulces de nuestras despensas y amenaza con derretir nuestras casas de caramelo si no le damos más.

Leo frunció el ceño, su semblante serio. —¿El Dragón de Chocolate? No he oído de él en mucho tiempo. ¿No estaba desterrado?

—Así es —respondió Dulcinea—, pero ha regresado, y esta vez parece más decidido que nunca a hacerse con todos nuestros dulces.

Leo se levantó de un salto, su imponente figura irradiando determinación. —No podemos permitir que destruya nuestra tierra. Zafiro, ¿qué opinas? ¿Cómo podemos enfrentarnos a este dragón?

Zafiro se rascó la cabeza pensativamente, sus ojos brillando con ingenio. —Enfrentar al Dragón de Chocolate directamente podría ser peligroso, incluso para ti, Leo. Necesitamos un plan, algo que utilice tanto la fuerza como la astucia.

Después de una breve discusión, los dos amigos decidieron que primero debían reunir información sobre el dragón y sus movimientos. Leo, con su gran tamaño y fuerza, distraería al dragón mientras Zafiro investigaba sus debilidades. Los habitantes del reino ofrecieron su ayuda, proporcionando mapas y compartiendo historias sobre el dragón y su guarida.

Con el plan en marcha, Leo y Zafiro se dirigieron hacia el Bosque de las Góndolas, donde se decía que el Dragón de Chocolate había establecido su nuevo refugio. Mientras caminaban, Zafiro le recordó a Leo la importancia de la astucia y la estrategia.

—Recuerda, Leo, no siempre se trata de quién es más fuerte. A veces, el cerebro puede superar al músculo. Tenemos que encontrar la manera de hacer que el dragón caiga en su propia trampa.

Al llegar al bosque, se encontraron con una escena aterradora. El Dragón de Chocolate, una criatura enorme y viscosa, estaba merodeando entre los árboles de palma, devorando los dulces sin piedad. Sus ojos eran como dos pozos oscuros llenos de avaricia, y su aliento caliente derretía todo a su paso.

Leo rugió con fuerza, atrayendo la atención del dragón. —¡Oye, tú! —gritó, su voz resonando por todo el bosque—. ¡Deja en paz a la Tierra de los Dulces!

El dragón se volvió hacia Leo, sus ojos chispeando con malicia. —¿Y quién va a detenerme? —rugió el dragón, lanzando un chorro de chocolate caliente hacia el león.

Leo esquivó el ataque con agilidad, mientras Zafiro se escabullía por entre los arbustos, observando cada movimiento del dragón. Notó que cada vez que el dragón lanzaba chocolate caliente, parecía debilitarse un poco, como si usar tanto poder le costara gran esfuerzo.

Con esta información, Zafiro formuló rápidamente un plan. Corrió de vuelta hacia Leo y le susurró al oído. —Leo, necesitamos que el dragón gaste su energía. Provócalo para que siga lanzando chocolate hasta que esté demasiado débil para luchar.

Leo asintió, confiando en la astucia de su amigo. Con un rugido desafiante, comenzó a correr alrededor del dragón, esquivando sus ataques y atrayendo su ira. El dragón, enfurecido, lanzó chorros de chocolate una y otra vez, tratando de alcanzar al ágil león.

Mientras tanto, Zafiro se movía sigilosamente por el perímetro, preparando una trampa. Encontró una gran roca y la colocó estratégicamente cerca del borde de un precipicio cubierto de dulces pegajosos. Sabía que si podían hacer que el dragón tropezara y cayera, quedarían atrapados en el dulce, incapaz de seguir atacando.

Leo, agotado pero decidido, continuó esquivando los ataques del dragón. Finalmente, cuando el dragón parecía al borde del agotamiento, Leo se dirigió hacia la roca. —¡Aquí, dragón! —gritó—. ¡Si eres tan fuerte, atrápame!

El dragón, cegado por la ira y la fatiga, lanzó un último chorro de chocolate y se abalanzó hacia Leo. Pero justo antes de alcanzarlo, tropezó con la roca y cayó hacia el precipicio, quedando atrapado en los dulces pegajosos.

—¡Lo logramos! —exclamó Zafiro, corriendo hacia su amigo—. La astucia y la fuerza juntas han vencido al dragón.

Leo sonrió, exhausto pero victorioso. —Sí, Zafiro. Hoy aprendí que la astucia puede ser una gran virtud, y que juntos, somos invencibles.

Los habitantes de la Tierra de los Dulces, al ver la derrota del dragón, estallaron en vítores y aplausos. Dulcinea y los demás rodearon a Leo y Zafiro, agradecidos y emocionados. Habían salvado su hogar una vez más, y en el proceso, habían aprendido una valiosa lección sobre la verdadera naturaleza de la astucia y la valentía.

Así, Leo y Zafiro regresaron a la Plaza del Caramelo, donde una gran fiesta fue organizada en su honor. La Tierra de los Dulces volvió a ser un lugar de paz y alegría, gracias a la unión de la fuerza y la astucia de dos grandes amigos.

Los días en la Tierra de los Dulces volvieron a ser tranquilos y alegres tras la derrota del Dragón de Chocolate. Leo y Zafiro disfrutaban de la vida en la Plaza del Caramelo, rodeados de amigos y dulces deliciosos. Sin embargo, aunque el dragón había sido vencido, la tranquilidad no duró mucho.

Una tarde, mientras Leo y Zafiro estaban jugando con Dulcinea y otros animales del bosque, una sombra oscura se extendió sobre la Plaza del Caramelo. El cielo, antes azul y despejado, se oscureció con nubes amenazantes, y un viento helado comenzó a soplar. Los habitantes del reino miraron al cielo con preocupación, preguntándose qué estaba pasando.

De repente, un trueno resonó por todo el reino, y una figura imponente apareció en el horizonte. Era el Dragón de Chocolate, pero esta vez no estaba solo. A su lado, se encontraba una criatura aún más temible: el Gigante de Galleta de Jengibre, un coloso de masa y especias que parecía invulnerable.

—¡Regresé! —rugió el Dragón de Chocolate, su voz retumbando como un tambor—. Y esta vez, no estoy solo. Este es mi aliado, el Gigante de Galleta de Jengibre. Juntos, reclamaremos la Tierra de los Dulces y nos quedaremos con todos sus tesoros.

Leo y Zafiro se miraron, sintiendo una mezcla de sorpresa y determinación. Sabían que no podían permitir que estas criaturas destruyeran su hogar. Rápidamente, los dos amigos se reunieron con Dulcinea y los demás animales para formular un nuevo plan.

—El Dragón de Chocolate ha regresado, y esta vez tiene un aliado —dijo Zafiro, su mente trabajando a toda velocidad—. Necesitamos pensar en algo más astuto que la última vez. El Gigante de Galleta de Jengibre parece fuerte, pero debe tener alguna debilidad.

—¿Qué tal si intentamos hablar con ellos? —sugirió Dulcinea—. Tal vez podamos llegar a un acuerdo sin luchar.

Leo asintió, siempre dispuesto a escuchar a sus amigos. —Es una buena idea, Dulcinea. Pero también debemos estar preparados para cualquier cosa. Zafiro, ¿tienes alguna idea?

Zafiro sonrió, sus ojos brillando con una chispa de ingenio. —Tal vez podamos usar la dulzura de la Tierra de los Dulces en nuestro favor. El Dragón de Chocolate y el Gigante de Galleta de Jengibre son criaturas de dulces. Quizás podamos encontrar una manera de convertir su propia naturaleza en su contra.

Con el plan en marcha, Leo, Zafiro, y Dulcinea se acercaron al Dragón de Chocolate y al Gigante de Galleta de Jengibre, quienes estaban esperando en el borde de la Plaza del Caramelo. Leo, con su porte majestuoso, se adelantó para hablar.

—Dragón de Chocolate, Gigante de Galleta de Jengibre —comenzó Leo, su voz fuerte y segura—. Esta es nuestra tierra, y no permitiremos que la destruyan. Pero antes de que haya una confrontación, queremos intentar llegar a un acuerdo pacífico.

El Dragón de Chocolate bufó, lanzando un chorro de chocolate caliente al suelo. —No estamos aquí para negociar, león. Estamos aquí para tomar lo que es nuestro por derecho.

El Gigante de Galleta de Jengibre, sin embargo, parecía menos seguro. Se rascó la cabeza gigante y miró a su compañero. —Dragón, tal vez deberíamos escuchar lo que tienen que decir. Después de todo, no queremos destruir todo este delicioso lugar. Solo queremos una parte de los dulces.

Zafiro aprovechó la duda del gigante y dio un paso adelante. —Gigante de Galleta de Jengibre, entiendo que quieras disfrutar de los dulces. Todos aquí amamos los dulces. ¿Qué tal si llegamos a un acuerdo que beneficie a todos?

El dragón gruñó, pero el gigante parecía interesado. —¿Qué tipo de acuerdo? —preguntó el Gigante de Galleta de Jengibre.

Zafiro sonrió, sabiendo que había una oportunidad. —Podríamos compartir algunos de nuestros dulces contigo y con el dragón, pero necesitamos que prometan no causar daño a nuestro hogar. Además, estoy seguro de que podemos encontrar una manera de que disfruten de los dulces sin necesidad de pelear.

El Gigante de Galleta de Jengibre se mostró pensativo, pero el Dragón de Chocolate no estaba convencido. —¡Esto es una trampa! —rugió—. No confío en ustedes. Prefiero tomar lo que quiero por la fuerza.

En ese momento, Zafiro tuvo una idea brillante. —¿Y si les hacemos una demostración de nuestra hospitalidad? —propuso—. Vengan con nosotros a la Plaza del Caramelo. Les mostraremos la generosidad de la Tierra de los Dulces y luego decidirán.

El Gigante de Galleta de Jengibre, tentado por la idea de más dulces, asintió. —Está bien, dragón. Vamos a ver lo que nos ofrecen. Si no nos gusta, siempre podemos pelear después.

Con cierta reticencia, el Dragón de Chocolate aceptó seguirlos. Leo, Zafiro y Dulcinea los condujeron de vuelta a la Plaza del Caramelo, donde los habitantes del reino ya habían comenzado a preparar una gran fiesta de bienvenida. Mesas llenas de pasteles, galletas, caramelos y otras delicias se alineaban en la plaza, y el aroma dulce llenaba el aire.

El Gigante de Galleta de Jengibre, sorprendido por la abundancia, se sentó y comenzó a probar los dulces. —Esto es increíble —dijo entre bocados—. Nunca había probado algo tan delicioso.

El Dragón de Chocolate, aunque aún receloso, también comenzó a comer, y poco a poco su actitud agresiva comenzó a suavizarse. —Supongo que… esto no está tan mal —admitió a regañadientes.

Mientras tanto, Zafiro aprovechó la oportunidad para hablar con los habitantes del reino. —Tenemos que mantenerlos ocupados y felices mientras pensamos en una solución a largo plazo —les dijo—. Si logramos que vean el valor de la paz y la cooperación, tal vez podamos evitar más conflictos.

Durante la fiesta, los animales y criaturas de la Tierra de los Dulces se mezclaron con el Dragón de Chocolate y el Gigante de Galleta de Jengibre, compartiendo historias y risas. Leo se acercó al dragón, intentando entablar una conversación.

—Dragón de Chocolate, sé que tienes tus razones para estar enfadado —dijo Leo—. Pero esta tierra puede ser tu hogar también, si eliges vivir en armonía con nosotros.

El dragón suspiró, su aliento formando una nube de chocolate caliente. —Tal vez tienes razón, león. Pero siempre he vivido de esta manera, tomando lo que quiero. No sé si puedo cambiar.

Leo sonrió con amabilidad. —El cambio no es fácil, pero juntos podemos encontrar una manera. Mira a tu alrededor. La Tierra de los Dulces es un lugar donde todos pueden vivir felices y en paz. Solo necesitas dar el primer paso.

El Gigante de Galleta de Jengibre, escuchando la conversación, se acercó. —Dragón, hemos visto que estos habitantes son generosos. No necesitamos destruir para tener lo que queremos. Podemos aprender a compartir.

El Dragón de Chocolate, influenciado por las palabras de Leo y la actitud del gigante, comenzó a considerar la posibilidad. —Quizás… quizás valga la pena intentarlo —dijo finalmente.

La fiesta continuó hasta la noche, y para sorpresa de todos, el Dragón de Chocolate y el Gigante de Galleta de Jengibre comenzaron a integrarse con los demás, disfrutando de la compañía y la generosidad de la Tierra de los Dulces. La tensión comenzó a disminuir, y una nueva esperanza surgió en los corazones de los habitantes del reino.

Leo, Zafiro y Dulcinea se reunieron al final de la fiesta, satisfechos con el progreso que habían hecho. Sabían que aún quedaba un largo camino por recorrer, pero el primer paso hacia la paz había sido dado. Con astucia y determinación, habían demostrado que incluso los enemigos más temibles podían ser transformados por la bondad y la generosidad.

Y así, en la Tierra de los Dulces, el nudo de la historia se desató, mostrando que la astucia y la fuerza, combinadas con la compasión, podían crear un futuro mejor para todos.

La noche había caído sobre la Tierra de los Dulces, y las estrellas brillaban en el cielo como pequeños diamantes. La fiesta en la Plaza del Caramelo continuaba, y los habitantes del reino, junto con el Dragón de Chocolate y el Gigante de Galleta de Jengibre, disfrutaban de un banquete sin igual. Sin embargo, Leo y Zafiro sabían que la paz alcanzada era frágil y que necesitaban consolidarla con un plan a largo plazo.

A la mañana siguiente, Leo y Zafiro se reunieron con Dulcinea y otros líderes de la comunidad en la Plaza del Caramelo. El Dragón de Chocolate y el Gigante de Galleta de Jengibre también fueron invitados, aunque todavía mostraban cierta desconfianza.

—Gracias a todos por estar aquí —comenzó Leo, su voz resonando con autoridad y calidez—. Hemos demostrado que podemos vivir juntos en paz, pero necesitamos encontrar una solución duradera que beneficie a todos.

Zafiro, siempre astuto, ya tenía una idea en mente. —He estado pensando en cómo podemos utilizar la riqueza de la Tierra de los Dulces para garantizar que todos tengan lo que necesitan sin recurrir a la violencia o el miedo.

El Gigante de Galleta de Jengibre se rascó la barbilla de masa. —¿Y qué tienes en mente, pequeño zorro?

Zafiro sonrió. —Proponemos crear un Consejo de los Dulces, donde representantes de todas las criaturas del reino, incluyendo al Dragón de Chocolate y al Gigante de Galleta de Jengibre, puedan discutir y decidir cómo compartir y proteger nuestros recursos.

El Dragón de Chocolate levantó una ceja, escéptico. —¿Un consejo? ¿Y cómo garantizarás que seamos tratados con justicia?

Leo dio un paso adelante. —Todos tendrán una voz en el consejo, y las decisiones se tomarán por consenso. Además, estableceremos normas claras para el uso y la distribución de los dulces, asegurando que todos reciban una parte equitativa.

Dulcinea añadió: —También podemos organizar festivales regulares, donde todos podamos compartir nuestras tradiciones y fortalecer nuestros lazos. Así, no solo nos beneficiamos de los dulces, sino también de la amistad y la cooperación.

El Gigante de Galleta de Jengibre parecía intrigado. —Me gusta la idea de los festivales. Podríamos aprender mucho unos de otros.

El Dragón de Chocolate, aunque aún reticente, finalmente asintió. —Está bien, acepto intentarlo. Pero si veo que no se respeta nuestra voz, no dudaré en actuar.

Con el acuerdo inicial alcanzado, el trabajo para establecer el Consejo de los Dulces comenzó de inmediato. Leo, Zafiro, y Dulcinea lideraron los esfuerzos para convocar a representantes de todas las especies del reino. Conejos, ardillas, pájaros, y otros animales se unieron al Dragón de Chocolate y al Gigante de Galleta de Jengibre en la primera reunión del consejo.

Durante la reunión, se discutieron y aprobaron varias propuestas importantes. Se estableció un calendario para la recolección y distribución de dulces, asegurando que cada grupo recibiera una parte justa. También se acordó que se plantarían nuevos árboles de dulces y se cuidarían mejor los recursos naturales para garantizar la sostenibilidad del reino.

El Consejo de los Dulces no solo se enfocó en los recursos materiales. También promovió la educación y la cooperación entre los habitantes del reino. Se organizaron talleres de cocina, donde se compartieron recetas y técnicas para preparar los dulces más deliciosos. Las criaturas aprendieron a trabajar juntas, combinando sus habilidades y conocimientos para crear nuevas delicias que todos pudieran disfrutar.

Con el paso del tiempo, el Consejo de los Dulces se convirtió en una institución fundamental para la paz y la prosperidad del reino. El Dragón de Chocolate y el Gigante de Galleta de Jengibre encontraron su lugar en la comunidad, respetados y valorados por su fuerza y contribuciones. El dragón, que antes se veía a sí mismo como un invasor, comenzó a entender el verdadero significado de la cooperación y el respeto mutuo.

Un día, mientras paseaban por la Plaza del Caramelo, Leo y Zafiro se detuvieron para observar cómo las criaturas del reino trabajaban juntas. Vieron a un grupo de conejos y ardillas decorando una enorme tarta de cumpleaños para un pequeño mapache, mientras el Dragón de Chocolate ayudaba a mantener el fuego justo a la temperatura correcta para hornear galletas perfectas.

—Mira, Zafiro —dijo Leo, sonriendo—. Lo hemos logrado. La Tierra de los Dulces es más fuerte y unida que nunca.

Zafiro asintió, satisfecho. —Sí, Leo. Y todo gracias a la astucia y la fuerza combinadas con la generosidad y la cooperación. Hemos demostrado que, cuando trabajamos juntos, no hay obstáculo que no podamos superar.

El tiempo pasó, y la Tierra de los Dulces floreció. Los festivales se convirtieron en eventos esperados con ansias, llenos de música, baile y, por supuesto, montañas de dulces. Los habitantes del reino no solo compartían sus manjares, sino también sus historias y sueños, creando una comunidad más rica y diversa.

Un día, durante uno de estos festivales, el Gigante de Galleta de Jengibre se acercó a Leo y Zafiro. —Quiero agradecerles por darnos la oportunidad de ser parte de esto —dijo el gigante—. Nunca imaginé que podría encontrar un hogar tan cálido y acogedor.

Leo, con su imponente figura, puso una mano en el hombro del gigante. —Todos merecemos un lugar donde sentirnos aceptados y valorados. Me alegra que hayas encontrado el tuyo aquí.

El Dragón de Chocolate también se unió a la conversación, su semblante mucho más suave que cuando llegó por primera vez al reino. —Al principio, no creí que esto fuera posible. Pero ahora veo que la verdadera fuerza reside en la unión y el respeto.

Zafiro, siempre ingenioso, sonrió. —Y no olvidemos la astucia. Sin ella, no habríamos llegado tan lejos. Juntos hemos creado algo realmente especial.

El festival continuó con risas y alegría, y al caer la noche, los habitantes del reino se reunieron alrededor de una enorme hoguera de chocolate caliente. Leo y Zafiro, sentados uno al lado del otro, miraban con orgullo a sus amigos y vecinos, sabiendo que habían construido un futuro brillante para la Tierra de los Dulces.

Y así, en un rincón mágico del mundo, donde las montañas eran de algodón de azúcar y los ríos fluían con jarabe de arce, la astucia y la fuerza demostraron ser las claves para una convivencia armoniosa. El León y el Zorro, junto con sus nuevos amigos, vivieron muchas más aventuras, siempre recordando la valiosa lección de que la verdadera virtud reside en la combinación de talentos y en la capacidad de trabajar juntos por un bien común, recordando siempre que la astucia es una virtud muy importante.

La moraleja de esta historia es que la astucia puede ser una virtud.

Y colorín colorín, este cuento llego a su fin. bueno mis amables oyentes. ¡hasta MAÑANA! CON UN NUEVO CUENTO CON MORALEJA.

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