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Sandra se sentía emocionada y nerviosa al mismo tiempo. El director de su escuela, el profesor Gómez, le había asignado una tarea muy importante: organizar el recibimiento de un grupo de estudiantes que llegaría desde otra ciudad para participar en el concurso de ortografía. No era cualquier concurso, sino uno de los más destacados del país. Su escuela, que llevaba años destacando en competencias académicas, había sido seleccionada para ser la anfitriona este año.

—Confío en ti, Sandra. Has demostrado ser una líder excelente —le había dicho el profesor Gómez durante la última reunión del consejo estudiantil—. Sé que, con tu organización, todo saldrá perfecto.

Al principio, Sandra se había sentido honrada. No todos los días se recibe una responsabilidad tan importante. Sin embargo, a medida que se acercaba la fecha del evento, los nervios comenzaron a aparecer. Organizar la bienvenida de los estudiantes, gestionar la logística del evento y asegurarse de que todo saliera sin problemas no era tarea fácil. Además, no podía hacerlo sola.

El grupo de estudiantes vendría desde un estado vecino y serían alrededor de treinta, todos ellos ansiosos por la competencia. El plan de Sandra incluía organizar una serie de actividades de bienvenida para hacer que los visitantes se sintieran cómodos antes de la competencia. Tenía que coordinar el alojamiento, las comidas, las actividades de integración y, lo más importante, asegurarse de que todo estuviera listo para el gran día del concurso de ortografía.

En su habitación, Sandra revisaba una lista interminable de tareas. Desde hacer las reservas de los hoteles, coordinar el transporte desde la estación de tren, hasta la organización de una pequeña ceremonia de bienvenida en el auditorio de la escuela.

—No puedo hacer todo esto sola —murmuró mientras miraba la larga lista en su cuaderno. La ansiedad comenzó a apoderarse de ella.

En ese momento, su hermana mayor, Isabel, entró en la habitación. Era una universitaria muy organizada y siempre sabía cómo mantener la calma en situaciones de estrés.

—¿Qué pasa, Sandra? ¿Por qué estás tan preocupada? —preguntó Isabel, notando la expresión tensa en el rostro de su hermana.

—Es todo esto —dijo Sandra, señalando la lista—. No sé cómo voy a lograrlo. Tengo tantas cosas que organizar para el recibimiento de los estudiantes del concurso de ortografía, y siento que no voy a poder hacerlo sola.

Isabel se sentó en la cama, mirando la lista con una sonrisa comprensiva.

—Sandra, esto es mucho trabajo para una sola persona. La clave para organizar algo grande como esto es la cooperación. ¿Has pensado en pedir ayuda?

Sandra frunció el ceño. Pedir ayuda no era algo que le gustara hacer. Siempre había sido independiente y prefería hacer las cosas a su manera. Pero, en el fondo, sabía que Isabel tenía razón.

—¿A quién podría pedir ayuda? —preguntó Sandra, aunque sabía la respuesta.

Isabel se inclinó hacia adelante y dijo:

—Tienes muchos amigos en el consejo estudiantil, y estoy segura de que otros estudiantes también estarían dispuestos a colaborar. No tienes que hacerlo todo sola, Sandra. El trabajo en equipo siempre es la mejor opción cuando hay muchas cosas que organizar.

Sandra suspiró. La idea de delegar tareas no le gustaba del todo, pero sabía que era necesario. Esa noche, se quedó pensando en cómo organizar a sus compañeros para que todo saliera bien. Sabía que había estudiantes con habilidades específicas que podrían hacer que todo fluyera de manera más eficiente.

Al día siguiente, durante la reunión del consejo estudiantil, Sandra reunió el valor para hablar.

—Chicos —dijo, dirigiéndose a sus compañeros de clase—, necesito su ayuda para organizar el recibimiento de los estudiantes del concurso de ortografía. Hay muchas cosas por hacer, y no creo que pueda hacerlo sola.

Al principio, el silencio llenó la sala. Sandra sintió un nudo en el estómago, pensando que tal vez nadie querría ayudar. Pero entonces, uno por uno, sus compañeros comenzaron a levantar la mano.

—Yo puedo encargarme de las reservaciones de los hoteles —dijo Diego, uno de los chicos más organizados de la clase—. Mi tía trabaja en una agencia de viajes, así que puedo conseguir buenos precios.

—Yo me ocupo de la decoración del auditorio para la ceremonia de bienvenida —añadió Clara, siempre creativa y con buen gusto para los detalles.

—Y yo puedo hablar con los chicos de la banda para que preparen algo especial para la ceremonia —intervino Luis, que era parte del grupo musical de la escuela.

De repente, Sandra sintió un gran alivio. No estaba sola en esto. La cooperación de sus compañeros era justo lo que necesitaba para que todo saliera bien. Con la ayuda de todos, el recibimiento de los estudiantes del concurso comenzaba a tomar forma.

Durante los siguientes días, Sandra lideró las reuniones de organización, pero ahora con la tranquilidad de saber que cada tarea estaba en manos de alguien capaz. El grupo trabajó unido, asignando responsabilidades, y cada quien hacía su parte. Al final, el proyecto se convirtió en algo de lo que todos estaban orgullosos.

La llegada de los estudiantes del otro estado fue un éxito. Los autobuses llenos de jóvenes nerviosos pero emocionados llegaron a la entrada de la escuela, y fueron recibidos con una cálida bienvenida. El auditorio estaba bellamente decorado, la banda tocaba una melodía alegre y todos los detalles estaban perfectamente coordinados.

Sandra observaba todo desde un rincón, con una sonrisa en el rostro. Había aprendido una lección importante: no todo tenía que recaer sobre sus hombros. Con la ayuda de los demás, todo era más fácil y agradable.

A medida que los días avanzaban y el gran evento se acercaba, Sandra y su equipo de voluntarios trabajaban sin descanso. Cada uno estaba concentrado en sus responsabilidades: Diego ya había asegurado las reservas de los hoteles, Clara estaba finalizando los detalles de la decoración del auditorio, y Luis había logrado que la banda ensayara una pieza especial para la ceremonia de bienvenida. Todos parecían estar cumpliendo con su parte, y Sandra estaba aliviada de ver que todo se desarrollaba según el plan.

Sin embargo, justo cuando pensaba que todo estaba bajo control, comenzaron a surgir algunos problemas inesperados. Un viernes por la tarde, mientras revisaba el cronograma del evento en la oficina del consejo estudiantil, Clara entró rápidamente, con una expresión preocupada.

—¡Sandra, tenemos un problema con las decoraciones! —dijo Clara, sin aliento—. El proveedor de flores canceló a último minuto. Dice que hubo un error en la entrega y no podrán enviarnos las flores a tiempo para la ceremonia.

Sandra sintió una ola de estrés recorrer su cuerpo. Las flores eran una parte crucial de la decoración; sin ellas, el auditorio no luciría como lo habían planeado.

—¿Hay alguna alternativa? —preguntó, tratando de mantener la calma.

Clara se mordió el labio, claramente frustrada.

—He llamado a otros lugares, pero como es fin de semana, todo está agotado o es demasiado caro.

Sandra se quedó pensando por un momento. Sabía que necesitaba una solución rápida. No podía dejar que este pequeño contratiempo arruinara todo el esfuerzo del equipo. Miró a Clara y, en lugar de desesperarse, tomó una decisión.

—Vamos a ver si podemos encontrar una solución creativa. Tal vez no necesitemos flores reales. ¿Qué tal si hacemos decoraciones con papel reciclado o materiales que ya tengamos? —sugirió Sandra—. He visto que en algunos eventos usan decoraciones hechas a mano, y suelen ser muy originales.

Clara, al principio, pareció dudar, pero luego su rostro se iluminó con la idea.

—¡Eso podría funcionar! Puedo pedirle a los chicos de arte que nos ayuden a hacer flores de papel y otras decoraciones. Será un reto, pero creo que podemos lograrlo.

Sandra asintió, agradecida de que Clara estuviera dispuesta a adaptarse a los cambios. Sabía que en situaciones como estas, lo más importante era mantenerse flexible y encontrar soluciones creativas.

Mientras Clara salía para organizar el nuevo plan de las decoraciones, Sandra se dirigió hacia la sala de ensayos de la banda para ver cómo iban los preparativos musicales. Luis y su equipo estaban tocando una melodía alegre, pero había algo que no sonaba bien. Al acercarse, Luis la miró con preocupación.

—Sandra, tenemos un problema —dijo, deteniendo el ensayo—. Uno de nuestros guitarristas está enfermo y no podrá tocar en la ceremonia de bienvenida. Eso nos deja con solo tres músicos y la pieza que habíamos preparado suena incompleta sin la guitarra principal.

Sandra respiró hondo. Otro contratiempo. Pero sabía que quedarse en la queja no resolvería nada.

—¿Hay alguien más que pueda reemplazarlo? —preguntó.

Luis negó con la cabeza.

—Nadie del grupo sabe tocar la guitarra tan bien como él. Tendríamos que simplificar la pieza para que funcione con los instrumentos que tenemos.

Sandra lo pensó por un momento. Sabía que la banda había estado practicando esa pieza durante semanas y que cambiarla a última hora no era lo ideal. Pero, como con las decoraciones, había que adaptarse.

—Está bien —dijo finalmente—. Hagamos lo que podamos con lo que tenemos. Lo importante es que suene bien, aunque sea algo más sencillo. Y si necesitas más tiempo para practicar la nueva versión, puedo ajustar el cronograma de la ceremonia para que tengan unos minutos adicionales antes de que empiece.

Luis pareció relajarse un poco con la idea. Sabía que no todo saldría perfecto, pero al menos estaban encontrando soluciones en lugar de enfocarse en los problemas.

Con eso resuelto, Sandra fue a su último punto del día: el transporte. Diego, quien se había encargado de las reservaciones de los hoteles, también estaba coordinando el transporte desde la estación de tren hasta la escuela. Cuando llegó al aula donde Diego estaba trabajando, lo encontró con el teléfono en la mano, hablando con alguien. Su rostro reflejaba preocupación.

—¿Qué sucede? —preguntó Sandra, una vez que Diego colgó el teléfono.

Diego suspiró.

—Acabo de hablar con la empresa de transporte, y parece que uno de los autobuses que habíamos contratado se averió. Sólo tenemos uno disponible ahora mismo, y no será suficiente para todos los estudiantes.

Sandra cerró los ojos por un momento, sintiendo cómo el estrés volvía a apoderarse de ella. Pero no podía dejar que la situación la superara.

—Bueno, tal vez podamos organizar varios viajes. Si el autobús hace más de un recorrido, podríamos llevar a todos los estudiantes, aunque tome más tiempo. Además, algunos profesores tienen autos, tal vez podrían ayudarnos con el transporte —sugirió.

Diego asintió lentamente, considerando la idea.

—Podría funcionar. Voy a hablar con los profesores y coordinar con la empresa de autobuses para ver si podemos hacer esos recorridos adicionales.

Sandra, una vez más, sintió alivio al ver que la cooperación era la clave para resolver cada nuevo desafío que surgía. Aunque los problemas seguían apareciendo, sabía que, con la ayuda de su equipo y un enfoque colaborativo, todo se solucionaría a tiempo.

El día del concurso de ortografía finalmente llegó. A pesar de los obstáculos que habían enfrentado, Sandra se sintió más tranquila. Había pasado la noche anterior repasando los últimos detalles con su equipo, asegurándose de que todos estuvieran preparados para el gran evento. Las decoraciones de flores de papel lucían increíbles; de hecho, algunos profesores y estudiantes comentaron lo originales y bonitas que eran. Sandra sonrió al ver a Clara dirigiendo el montaje con un equipo de voluntarios que trabajaba con energía y entusiasmo.

—¡Todo está quedando perfecto! —le dijo Clara a Sandra, mientras ajustaba uno de los arreglos de papel cerca de la entrada del auditorio—. No pensé que pudiéramos lograrlo, pero mira lo que conseguimos trabajando juntos.

Sandra asintió, con una sensación de orgullo. Sabía que nada de esto habría sido posible sin el apoyo de todo el equipo.

Minutos antes de que los estudiantes llegaran, Luis y los otros músicos realizaron su último ensayo. Aunque habían tenido que simplificar la pieza musical debido a la ausencia del guitarrista, la nueva versión sonaba maravillosa. El ritmo era más suave, pero encajaba perfectamente con la atmósfera relajada que querían crear para la bienvenida. Luis levantó el pulgar hacia Sandra desde el escenario, indicándole que todo estaba bajo control.

El auditorio estaba listo, la música preparada y las decoraciones en su lugar. Lo único que faltaba era la llegada de los estudiantes de la escuela visitante.

Sandra estaba esperando en la entrada principal de la escuela cuando vio aparecer el autobús. En lugar de un solo vehículo, llegaron dos minibuses, gracias a la cooperación de los profesores que habían ofrecido sus autos para ayudar con el transporte. Los estudiantes del otro estado comenzaron a bajar, luciendo emocionados y un poco nerviosos. Era su primera vez participando en un concurso fuera de su escuela, y se notaba en sus rostros la mezcla de expectativas y nervios.

Sandra se acercó para recibirlos, acompañada por algunos miembros del consejo estudiantil. Diego estaba allí también, asegurándose de que todo el mundo tuviera sus maletas y que no hubiera ningún retraso.

—¡Bienvenidos! —exclamó Sandra con una sonrisa—. Nos alegra muchísimo que estén aquí. Estamos seguros de que este será un concurso inolvidable para todos.

Los estudiantes visitantes respondieron con tímidos saludos, pero poco a poco, al ver la cálida recepción y las coloridas decoraciones en la entrada, sus expresiones se relajaron. Un grupo de chicas empezó a hablar entre ellas, comentando lo bonito que se veía todo.

Sandra lideró al grupo hacia el auditorio, donde Luis y la banda comenzaron a tocar la música de bienvenida. La suave melodía llenó el espacio, creando una atmósfera tranquila y acogedora. Todos los presentes aplaudieron al final de la interpretación, y Sandra sintió un profundo alivio al ver que todo estaba saliendo bien.

Después de la bienvenida oficial y las palabras del director, comenzó el concurso de ortografía. Los estudiantes se turnaron para subir al escenario y deletrear las palabras que les correspondían. Fue un evento tenso, pero emocionante. Sandra, que había estado nerviosa en la planificación de todo, ahora disfrutaba cada momento desde la primera fila.

A medida que el concurso avanzaba, algo maravilloso empezó a ocurrir: los estudiantes de ambas escuelas, que al principio parecían tan distantes, comenzaron a conectarse entre sí. Se animaban mutuamente y aplaudían con entusiasmo cada vez que alguien superaba una palabra difícil. Incluso aquellos que cometían errores eran apoyados con palabras amables y gestos de aliento.

Durante los descansos, los estudiantes charlaban, reían y hacían nuevos amigos. Sandra notó cómo Clara y Diego ayudaban a los estudiantes visitantes a orientarse, mostrándoles dónde estaban los baños o dónde podían encontrar agua. Luis, que siempre había sido un poco más reservado, también se había unido a un grupo que comentaba sobre la música y las decoraciones.

El concurso terminó con una emocionante ronda final, donde un estudiante visitante ganó el primer lugar, seguido de uno de la escuela de Sandra. Todos aplaudieron con energía, y la ceremonia de premiación fue un momento de orgullo para ambos equipos. No había rivalidad, solo gratitud por la oportunidad de compartir el escenario y aprender unos de otros.

Cuando llegó el momento de despedirse, Sandra se dio cuenta de lo mucho que había cambiado en tan poco tiempo. Lo que al principio había parecido una tarea imposible —con tantos problemas por resolver y tantas responsabilidades sobre sus hombros— había terminado siendo una experiencia enriquecedora. No solo para ella, sino para todos los que participaron. Gracias a la cooperación de cada miembro del equipo, los problemas se habían superado y el evento fue un éxito rotundo.

Antes de que los minibuses partieran, uno de los estudiantes visitantes se acercó a Sandra.

—Gracias por todo, Sandra. Nunca habíamos estado en una bienvenida tan organizada y bonita como esta —le dijo con una sonrisa sincera.

Sandra se ruborizó un poco y, con humildad, respondió:

—No fue solo cosa mía. Todos ayudaron, y sin ellos, nada de esto hubiera sido posible.

Cuando los minibuses se alejaron, llevando consigo a los estudiantes visitantes, Sandra se quedó en la entrada de la escuela, observando cómo el sol empezaba a ponerse. Aunque estaba exhausta, también se sentía más satisfecha de lo que había estado en mucho tiempo. Esa experiencia le había enseñado el verdadero valor de la cooperación: cuando todos trabajan juntos, no hay desafío demasiado grande para superar.

moraleja La cooperación facilita la vida.

Y colorín colorín, este cuento llegó a su fin. bueno mis amables oyentes. ¡NOS VEMOS MAÑANA! CON UN NUEVO CUENTO CON MORALEJA.

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