Era una mañana fresca de otoño, y la escuela El Roble Sabio estaba llena de entusiasmo. Ese día no sería como cualquier otro; era el día del esperado concurso anual de lectura. Los alumnos habían pasado semanas preparándose, memorizando sus pasajes favoritos y practicando su dicción frente a espejos y a sus amigos. Todos querían impresionar a los maestros y llevarse el codiciado trofeo dorado en forma de libro abierto.
Entre los estudiantes más emocionados estaba Carolina, una niña de once años, conocida por ser muy inteligente y una excelente lectora. A menudo recibía elogios de sus maestros por su capacidad para recordar largos pasajes de libros, y sus compañeros la admiraban por su facilidad para contar historias. Carolina estaba decidida a ganar el concurso ese año, pues había quedado en segundo lugar el año anterior, lo que le había dejado un sabor amargo en la boca.
—Este año el trofeo será mío —decía Carolina con confianza mientras caminaba por los pasillos, ajustándose la diadema que siempre llevaba puesta cuando quería concentrarse.
A su lado caminaba su mejor amiga, Sofía, una niña tímida pero honesta, que también había decidido participar en el concurso, aunque solo para disfrutar del proceso, no para ganar. A Sofía le encantaba leer, pero le importaba más disfrutar de las historias que memorizar páginas y páginas.
—Estoy un poco nerviosa —admitió Sofía, mirando a Carolina—. ¿Y si olvido una parte del texto?
—No te preocupes por eso —dijo Carolina, intentando tranquilizarla—. Solo tienes que concentrarte y todo saldrá bien. Pero recuerda, este año voy a ganar. He estado practicando todos los días.
Los pasillos estaban llenos de otros estudiantes que también se preparaban para el gran evento. En un rincón, Luis, un chico conocido por ser muy competitivo, repasaba frenéticamente sus notas. Cerca de él, Martín, un niño nuevo en la escuela, hojeaba un libro con una sonrisa tranquila. No parecía tan preocupado como los demás.
El concurso se celebraría en el auditorio, y cuando llegó la hora, los estudiantes se alinearon nerviosos frente al escenario. La directora, la señora Martínez, una mujer estricta pero justa, subió al podio y tomó el micrófono.
—Bienvenidos al concurso anual de lectura de la escuela El Roble Sabio —anunció con voz firme—. Este evento no solo es una oportunidad para demostrar sus habilidades lectoras, sino también para recordar la importancia de la honestidad y el esfuerzo en todo lo que hacemos. Ganar no es lo más importante; lo que importa es que den lo mejor de sí mismos y que jueguen limpio.
Carolina apenas escuchaba. Estaba demasiado concentrada en lo que iba a hacer. Había estado practicando un pasaje muy difícil de un libro clásico, y se había propuesto no equivocarse en ninguna palabra. “Este es mi año”, se repetía mentalmente.
El concurso comenzó, y los primeros estudiantes subieron al escenario, uno a uno, leyendo sus pasajes. Algunos se equivocaban al principio, pero luego retomaban el ritmo. Otros, como Luis, lo hacían muy bien, aunque su tono era algo mecánico, como si solo estuviera repitiendo las palabras sin entenderlas realmente.
Cuando llegó el turno de Sofía, se paró nerviosa frente al micrófono. Su voz temblaba un poco al principio, pero pronto fue ganando confianza. Aunque no era perfecta, su lectura era clara y con emoción. El público aplaudió con fuerza cuando terminó, y Sofía se retiró del escenario con una sonrisa de alivio.
Finalmente, llegó el turno de Carolina. Respiró hondo antes de subir al escenario, sintiendo una mezcla de nervios y emoción. El auditorio estaba en silencio, y todas las miradas estaban sobre ella. Abrió su libro y comenzó a leer.
Las primeras líneas salieron perfectas. Su voz era firme, clara y llena de confianza. Sin embargo, a medida que avanzaba, algo extraño comenzó a suceder. Carolina, que había memorizado todo el pasaje, de repente perdió el hilo. Su mente se quedó en blanco por un instante, y sin darse cuenta, inventó una palabra para seguir con la lectura. Era una pequeña alteración, algo que pensó que nadie notaría. “Nadie se dará cuenta”, se dijo a sí misma, mientras seguía leyendo como si nada hubiera pasado.
El problema fue que, una vez que hizo esa primera alteración, se sintió tentada a hacerlo de nuevo. Cada vez que dudaba de una palabra o una frase, improvisaba. Al terminar su lectura, estaba convencida de que había hecho un buen trabajo. El público la aplaudió, y Carolina regresó a su asiento sintiéndose aliviada.
Después de que todos los participantes terminaron, la señora Martínez volvió al escenario para anunciar a los ganadores. Había un silencio expectante en el auditorio. Los estudiantes susurraban entre ellos, tratando de adivinar quién se llevaría el trofeo dorado.
—Antes de anunciar a los ganadores —dijo la directora—, quiero felicitar a todos los participantes por su esfuerzo y dedicación. Como mencioné antes, lo más importante es la honestidad en lo que hacemos. La lectura es una ventana al mundo, pero solo podemos ver claramente si somos sinceros con nosotros mismos y con los demás.
Carolina se movió nerviosa en su asiento. Las palabras de la directora comenzaron a resonar en su mente. ¿Había hecho trampa al inventar palabras? Tal vez nadie lo había notado, pero ella sabía la verdad. Algo dentro de ella empezó a sentirse mal. La culpa comenzó a crecer en su interior.
Finalmente, la señora Martínez comenzó a anunciar a los ganadores. El tercer lugar fue para Luis, el segundo lugar fue para Sofía, lo que significaba que solo quedaba un nombre.
—Y el primer lugar en nuestro concurso de lectura de este año es para… —la directora hizo una pausa dramática, mirando a los estudiantes—, Carolina.
El auditorio estalló en aplausos, pero Carolina no podía celebrarlo. Sentía un nudo en el estómago. Sabía que no había sido completamente honesta. Mientras caminaba hacia el escenario para recoger el trofeo, su corazón latía con fuerza. Algo dentro de ella le decía que no podía aceptar el premio. Pero, ¿cómo podía confesar lo que había hecho frente a todos?
Carolina subió al escenario con una mezcla de orgullo y preocupación. La señora Martínez le entregó el trofeo dorado, y los aplausos resonaron en sus oídos, pero la sensación de triunfo se desvaneció rápidamente. Mientras sonreía a la multitud, una voz interior le gritaba que no había sido justa.
—¡Felicidades, Carolina! —exclamó Sofía, emocionada, cuando ella regresó a su asiento—. ¡Lo hiciste increíble!
Carolina sonrió forzadamente. La mirada de Sofía, llena de admiración, la hacía sentir aún peor. ¿Cómo podría decirle a su amiga que no había sido honesta? La culpa la consumía, y cada vez que miraba el trofeo en su mano, recordaba las palabras que había inventado, las frases que no eran realmente suyas.
Mientras todos celebraban, Carolina decidió que debía hacer algo al respecto. No podía vivir con ese secreto. Se sentía atrapada en una red de mentiras y, aunque había ganado el concurso, la victoria no sabía igual. Miró a su alrededor; todos estaban felices, riendo y compartiendo historias sobre su lectura. Pero ella no podía disfrutarlo.
—Voy a decirle a la directora —murmuró para sí misma, y se levantó de su asiento.
Caminó hacia el escenario, con el corazón acelerado. Cada paso le parecía más pesado, como si el trofeo que llevaba en la mano pesara toneladas. La señora Martínez estaba conversando con los otros maestros, y cuando Carolina se acercó, la directora la miró con una sonrisa.
—¿Qué sucede, Carolina? Estás radiante, ¿verdad?
Carolina sintió que las palabras se atascaban en su garganta.
—Señora Martínez, tengo que hablar con usted… sobre el concurso —comenzó, temblando un poco.
La directora la miró, con una expresión de curiosidad.
—Por supuesto, cariño. ¿Qué pasa?
Carolina respiró hondo y, con voz temblorosa, comenzó a explicar lo que había hecho. Le contó sobre cómo había inventado palabras cuando se había puesto nerviosa y cómo, a pesar de haber ganado, no podía disfrutar del triunfo porque sabía que no había sido honesta.
El rostro de la señora Martínez se tornó serio, pero no había desaprobación en sus ojos, solo comprensión.
—Carolina —dijo la directora con calma—, agradezco tu valentía al ser honesta. La honestidad es un valor fundamental, y es valiente de tu parte reconocerlo. Pero, ¿qué piensas hacer al respecto?
Carolina se sintió un poco aliviada por la comprensión de la directora, pero aún tenía miedo de lo que podía suceder a continuación.
—No quiero quedarme con el trofeo. No lo merezco —dijo, dejando caer su mirada sobre el premio dorado que aún sostenía.
—El trofeo representa tu esfuerzo, pero también simboliza el aprendizaje. Tal vez, en lugar de devolverlo, podrías compartir tu experiencia con tus compañeros. Podrías contarles lo que aprendiste sobre la honestidad y cómo enfrentar los errores que cometemos —sugirió la señora Martínez.
Carolina sintió que la propuesta era un buen camino a seguir. Había estado tan enfocada en ganar que había olvidado lo que realmente importaba. Se dio cuenta de que el concurso no era solo una competencia; era una oportunidad para crecer y aprender.
—Sí, eso haré —respondió, sintiéndose un poco más aliviada.
Con una nueva determinación, Carolina se volvió hacia sus compañeros. Miró a Sofía, a Luis y a todos los demás que estaban en el auditorio. Se aclaró la garganta y, aunque su corazón seguía latiendo con fuerza, habló.
—¡Atención, todos! —llamó, y el ruido en el auditorio se detuvo—. Quiero compartir algo importante sobre el concurso.
Los alumnos se miraron entre sí, intrigados. Carolina sintió que la ansiedad crecía, pero no podía dar marcha atrás. Continuó:
—He aprendido que la honestidad es siempre la mejor política. Hoy, cuando estaba leyendo, perdí el hilo de mi texto y, en vez de ser honesta, improvisé algunas palabras. Aunque gané el trofeo, no me siento bien porque sé que no lo merezco de verdad.
Un murmullo recorrió el auditorio. Los compañeros de Carolina parecían sorprendidos, pero también comenzaron a asentir en señal de comprensión.
—La señora Martínez me dijo que, en lugar de quedarme con el trofeo, podría aprender de esto y compartir mi experiencia con todos ustedes. La verdad es que el concurso no se trata solo de ganar, sino de disfrutar de la lectura y ser sinceros en lo que hacemos.
La audiencia la aplaudió. Sofía sonrió con orgullo, y Luis, aunque había competido con Carolina, no podía más que admirar su valentía.
—Es un buen recordatorio para todos nosotros —dijo Luis—. A veces, la presión de ganar nos hace olvidar lo que realmente importa.
—Sí, así es —respondió Carolina, sintiendo que el peso en su corazón se aligeraba—. Espero que todos aprendamos a ser honestos, incluso cuando es difícil.
La señora Martínez sonrió, y los aplausos resonaron nuevamente en el auditorio. La sinceridad de Carolina había dejado una huella en todos los presentes. No solo había sido valiente al confesar su error, sino que también había inspirado a otros a valorar la honestidad.
Esa tarde, mientras se despedían y se dirigían a casa, Carolina sintió que, aunque no había ganado el concurso en el sentido tradicional, había obtenido algo mucho más valioso: la satisfacción de ser honesta y la certeza de que la verdad siempre brillará, incluso en los momentos más oscuros.
A medida que los estudiantes abandonaban el auditorio, la atmósfera estaba llena de conversaciones animadas sobre las lecturas que habían compartido. Carolina sentía una calidez en su corazón, una sensación de pertenencia y satisfacción que nunca había experimentado antes. Su confesión no solo había aliviado su carga, sino que también había unido a sus compañeros en torno a un valor común: la honestidad.
Mientras caminaba hacia la salida, Sofía se acercó a Carolina con una sonrisa radiante.
—Estoy tan orgullosa de ti —dijo Sofía, abrazando a su amiga—. Fue muy valiente de tu parte hablar ante todos. No es fácil admitir cuando cometemos un error.
—Gracias, Sofía —respondió Carolina, sonrojándose un poco—. Me sentí tan aliviada después de hacerlo. Me di cuenta de que ganar no vale la pena si no soy honesta.
—Tienes razón. Y creo que has inspirado a todos a ser más sinceros en el futuro —dijo Sofía.
Justo en ese momento, Luis se acercó, con el trofeo dorado en la mano. Carolina se sintió nerviosa al ver el premio que había ganado, pero Luis le sonrió.
—Hey, Carolina. Quiero que tengas esto —dijo, extendiendo el trofeo hacia ella—. Ganaste, y aunque dijiste que no lo merecías, yo creo que sí. Te lo quedas.
Carolina se quedó sorprendida.
—¿Pero por qué? Si ya lo devolví… —comenzó a decir, pero Luis la interrumpió.
—Porque, al final del día, la verdadera victoria no es solo ser el mejor lector, sino ser una buena persona. Y tú lo hiciste hoy al ser honesta con todos nosotros.
Carolina sintió una mezcla de alegría y humildad. Agradeció a Luis y aceptó el trofeo, sintiendo que ahora lo llevaba con un sentido renovado. No era solo un símbolo de su habilidad para leer, sino también de su valor para ser sincera y de su deseo de aprender de sus errores.
—¿Qué te parece si organizamos un club de lectura? —sugirió Sofía de repente—. Podríamos leer juntos, compartir nuestras historias y aprender los unos de los otros. Así podríamos recordar siempre lo importante que es ser honestos y disfrutar de la lectura.
—¡Esa es una idea increíble! —exclamó Carolina—. Podemos compartir no solo libros, sino también nuestras experiencias y aprendizajes. Así nadie tendrá que sentirse solo o presionado.
Luis asintió con entusiasmo.
—Me gustaría unirme. La lectura es más divertida cuando se comparte.
Con las ideas fluyendo y la emoción palpable, los tres amigos comenzaron a hablar sobre los libros que les gustaban y los que querían leer. Mientras discutían sobre sus personajes favoritos y las historias que más los habían impactado, se dieron cuenta de que no solo estaban creando un club de lectura, sino también un espacio donde podrían ser ellos mismos, sin presiones ni comparaciones.
La noticia del nuevo club de lectura se extendió rápidamente entre sus compañeros, y pronto, muchos otros estudiantes se unieron. Así, el grupo comenzó a reunirse cada semana, compartiendo no solo libros, sino también historias sobre sus propias vidas y las lecciones que habían aprendido en el camino.
Con el tiempo, Carolina se dio cuenta de que su experiencia en el concurso había cambiado su vida de maneras que nunca imaginó. Había aprendido que ser honesta no solo era una cuestión de ética, sino una forma de construir conexiones más profundas y significativas con los demás. La lectura se convirtió en un vehículo para explorar no solo mundos imaginarios, sino también para conocer mejor a sus amigos y a sí misma.
Un día, mientras leían juntos, Sofía levantó la vista del libro y dijo:
—Creo que lo que más me gusta de este club es que todos nos apoyamos y aprendemos unos de otros. Así no solo crecemos como lectores, sino también como personas.
Carolina sonrió y miró a su alrededor. Había creado un ambiente en el que todos se sentían cómodos para compartir y aprender, y eso la llenaba de felicidad.
Con el paso de los años, Carolina siguió cultivando su amor por la lectura y la honestidad. No importaba cuántas competencias hubiera en el futuro, sabía que lo más importante era ser sincera consigo misma y con los demás. Al final del día, era eso lo que realmente contaba.
Y así, en el pequeño rincón de El Roble Sabio, un grupo de amigos se unió no solo por su amor a los libros, sino por su compromiso con la honestidad y el aprendizaje mutuo. Juntos, demostraron que la verdadera riqueza de la vida no se mide en trofeos, sino en las conexiones que hacemos y las lecciones que aprendemos en el camino.
moraleja La honestidad es siempre la mejor política.
Y colorín colorín, este cuento llego a su fin. bueno mis amables oyentes. ¡NOS VEMOS MAÑANA! CON UN NUEVO CUENTO CON MORALEJA.
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