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Martín, de 12 años, siempre había soñado con ser un gran jugador de baloncesto. Desde que tenía memoria, pasaba las tardes después de la escuela lanzando tiros en el parque cercano a su casa. Veía videos de sus jugadores favoritos y practicaba incansablemente, imaginando el día en que podría jugar en un equipo profesional. Sin embargo, había algo que lo hacía dudar de su capacidad para lograr su sueño: Martín no era el niño más alto de su clase, y muchos de sus compañeros de equipo en la escuela superaban su estatura por varios centímetros.

—Nunca serás lo suficientemente alto para ser una estrella del baloncesto —le decían algunos de sus compañeros en tono de burla.

Martín, aunque trataba de ignorarlos, no podía evitar sentirse inseguro a veces. Pero, por otro lado, sabía que su pasión por el baloncesto era más fuerte que cualquier comentario negativo. Creía que, si trabajaba lo suficiente, podría llegar a ser un gran jugador, independientemente de su estatura.

Una tarde, mientras practicaba solo en el parque, el entrenador de la escuela, el señor Gómez, lo vio lanzando tiros con una concentración absoluta. Se acercó a él, observando cómo Martín repetía cada lanzamiento con precisión.

—Tienes un buen tiro, Martín —comentó el entrenador, sorprendiéndolo—. He visto cómo mejoras día tras día. Eso es dedicación.

Martín, sonrojado por el halago, se encogió de hombros.

—Gracias, pero no sé si sea suficiente. Quiero ser un gran jugador de baloncesto, pero no soy tan alto como los demás. A veces pienso que, por más que practique, nunca lo lograré.

El entrenador Gómez sonrió con comprensión.

—No siempre se trata de ser el más alto o el más fuerte —dijo—. El esfuerzo, la dedicación y la perseverancia son lo que realmente hacen a un gran jugador. La altura ayuda, pero no es lo único que importa. He visto jugadores bajos que han llegado lejos, porque no se rindieron y se esforzaron más que los demás.

Martín lo escuchó con atención. Sabía que el entrenador tenía razón, pero aún le costaba creer que su sueño de ser un gran jugador pudiera hacerse realidad.

—¿De verdad cree que puedo lograrlo? —preguntó, todavía con dudas.

—Por supuesto —respondió el entrenador Gómez—. Pero necesitas más que pasión. Necesitas disciplina, trabajo duro y la voluntad de superar los obstáculos. Si sigues practicando con esa dedicación que ya tienes, verás que los sueños se hacen realidad.

Esas palabras resonaron en la mente de Martín durante días. Sabía que no iba a ser fácil, pero también sabía que estaba dispuesto a trabajar duro para lograr su sueño. Así que, desde esa tarde, Martín decidió que entrenaría todos los días, sin importar cuán difícil se volviera o cuántos comentarios negativos escuchara.

El fin de semana siguiente, el entrenador Gómez organizó una prueba de selección para el equipo de baloncesto de la escuela. Muchos de los compañeros de Martín, que eran más altos y más rápidos, se inscribieron. Martín, nervioso pero decidido, también lo hizo. Sabía que esta prueba sería una oportunidad para demostrar que, con esfuerzo y dedicación, podía estar a la altura de los demás.

El día de la prueba, Martín llegó al gimnasio temprano. Mientras los demás chicos calentaban y se preparaban para la prueba, él practicaba sus tiros libres y sus movimientos. Sabía que si no podía impresionar con su altura, lo haría con su técnica y su habilidad para moverse en la cancha.

—Recuerda, Martín —le dijo el entrenador Gómez antes de que comenzara la prueba—, el baloncesto no es solo un juego físico. Es también un juego mental. Mantén la concentración y no dejes que nada te distraiga de tu objetivo.

Martín asintió, repitiéndose esas palabras en la mente mientras esperaba su turno para mostrar lo que sabía hacer.

El gimnasio estaba lleno de energía y emoción. Los chicos se alinearon, listos para mostrar sus habilidades, mientras los entrenadores observaban con atención. Las pruebas de selección para el equipo de baloncesto eran un momento crucial, y todos sabían que solo los mejores serían elegidos.

Martín, aunque nervioso, respiró hondo y se concentró. Sabía que no era el más alto, pero había estado practicando sin descanso, trabajando en su precisión y en su velocidad. Las palabras del entrenador Gómez resonaban en su mente: “El baloncesto no es solo un juego físico. También es mental.” Esa frase lo llenaba de confianza, pero no podía evitar notar las miradas de algunos de sus compañeros, que dudaban de que pudiera destacar.

—Vamos, chicos, no subestimen a Martín —bromeó un compañero, Jaime, que era de los más altos—. Tal vez sea el mejor en lanzar pelotas de tenis… porque con un balón de verdad no tiene oportunidad.

Las risas no tardaron en escucharse, pero Martín decidió ignorarlas. Sabía que no podía permitirse perder la concentración. A pesar de las burlas, no dejaría que esas palabras le robaran la confianza que tanto había trabajado para construir.

El entrenador Gómez comenzó a dar las indicaciones para las pruebas.

—Escuchen bien, chicos —dijo con autoridad—. No se trata solo de quién anota más puntos, sino de quién puede trabajar en equipo, quién tiene buena técnica y, sobre todo, quién tiene la actitud para mejorar. Hoy veremos no solo su habilidad, sino también su dedicación y concentración.

La prueba comenzó con ejercicios de agilidad. Todos los chicos debían correr entre conos, cambiar de dirección rápidamente y demostrar su velocidad. Martín sabía que aquí no destacaría, ya que algunos de sus compañeros, como Jaime, eran mucho más rápidos y tenían mayor envergadura. Pero hizo su mejor esfuerzo, moviéndose con precisión y sin cometer errores.

Después de los ejercicios de velocidad, llegó el momento de los tiros a la canasta. Este era el momento que Martín había estado esperando. Su estatura no le daba ventaja en velocidad o defensa, pero había practicado sus tiros sin cesar. Sabía que podía marcar la diferencia aquí.

Cuando llegó su turno, Martín respiró hondo y se concentró. Había practicado este momento cientos de veces en el parque. Cogió el balón, calculó la distancia y lanzó. El sonido del balón atravesando limpiamente la red llenó el gimnasio.

—¡Buen tiro! —gritó el entrenador Gómez.

Martín sonrió para sí mismo. Había logrado su primer tiro, pero sabía que no podía relajarse. Tenía que seguir concentrado y demostrar que no había sido suerte. Tomó otro balón, lo lanzó con la misma técnica y precisión, y una vez más el balón atravesó la red sin tocar el aro.

—¡Eso es, Martín! —dijo Luis, un compañero que siempre lo había apoyado, dándole ánimos.

Los siguientes ejercicios consistieron en pases y movimientos de equipo. Aquí, Martín sabía que la clave no estaba solo en mostrar sus habilidades, sino en demostrar que podía trabajar bien con los demás. Aunque a veces sentía que sus compañeros no confiaban tanto en él por su estatura, decidió enfocarse en lo que sí podía controlar: ser el mejor en los pases, mantener la calma bajo presión y estar siempre en el lugar correcto.

Durante uno de los ejercicios de equipo, Jaime, que estaba jugando de pívot, recibió un pase perfecto de Martín, pero en lugar de devolvérselo, decidió avanzar solo hacia la canasta, perdiendo el balón en el proceso. Martín se frustró por un momento, pero en lugar de dejar que la frustración lo consumiera, corrió rápidamente hacia atrás para defender, robando el balón de las manos del equipo contrario y asegurándose de que su equipo no perdiera la posesión.

El entrenador Gómez observaba con atención.

—Buena recuperación, Martín —dijo con aprobación—. Esa es la actitud que busco. Nunca rindas un balón, siempre lucha por él.

A medida que la prueba continuaba, Martín comenzó a ganar más confianza. Sabía que no era perfecto en todos los aspectos del juego, pero su trabajo duro y dedicación empezaban a mostrar resultados. Mientras algunos de sus compañeros empezaban a cansarse o perder la concentración, él seguía enfocado en cada pase, cada tiro y cada jugada.

Finalmente, llegó el momento de la prueba final: un partido entre todos los chicos para ver cómo se desempeñaban en una situación de juego real. Martín fue colocado en el equipo contrario a Jaime, y sabía que este partido sería una verdadera prueba para ambos. Mientras se preparaban para el salto inicial, sintió una mezcla de emoción y nervios. Este era su momento para demostrar lo que valía.

El partido comenzó con un ritmo rápido. Jaime, con su ventaja de altura, dominaba en los rebotes y jugadas cercanas al aro, mientras que Martín se encargaba de los pases rápidos y tiros exteriores. Aunque Jaime intentaba tomar el control del juego por su cuenta, Martín recordaba lo que había aprendido: el baloncesto no se ganaba solo con fuerza física, sino también con estrategia y trabajo en equipo.

En una jugada clave, Martín vio una oportunidad. Mientras Jaime avanzaba hacia la canasta, dos defensores lo rodearon, y Martín, que había estado observando atentamente, interceptó un pase. Corrió hacia el otro lado de la cancha, esquivando a los defensores con agilidad, y justo cuando parecía que lo bloquearían, lanzó un pase perfecto a Luis, quien anotó el punto decisivo para su equipo.

El gimnasio estalló en aplausos, y el entrenador Gómez hizo sonar el silbato, dando por finalizado el partido. Martín, aunque agotado, se sentía más vivo que nunca. No solo había jugado bien, sino que había demostrado que, con dedicación y esfuerzo, podía competir al mismo nivel que cualquiera de sus compañeros.

Mientras los chicos se reunían alrededor del entrenador, Martín no pudo evitar sonreír. Sabía que había dado lo mejor de sí, y aunque no sabía si lo elegirían para el equipo, estaba orgulloso de todo lo que había logrado.

El entrenador Gómez se dirigió al grupo.

—Hoy he visto mucho talento en esta cancha —dijo, mirando a cada uno de los chicos—, pero lo más importante es que también he visto esfuerzo, dedicación y actitud. Todos ustedes han trabajado duro, y eso es lo que realmente hace que los sueños se hagan realidad.

Martín sintió que esas palabras eran para él. Sabía que, independientemente del resultado, había dado todo su esfuerzo, y eso lo llenaba de satisfacción.

Después de que el entrenador Gómez dio por terminada la prueba, Martín se sintió exhausto, pero lleno de una sensación de logro. Había dado todo lo que tenía, y aunque no sabía si sería seleccionado para el equipo, estaba seguro de que había hecho su mejor esfuerzo. Mientras caminaba hacia los vestuarios con sus compañeros, no podía evitar recordar todas las horas que había pasado entrenando solo en el parque. Ahora, cada uno de esos momentos parecía valer la pena.

—¡Buen partido, Martín! —le dijo Luis, dándole una palmada en la espalda—. Jugaste increíble hoy. Seguro que te eligen para el equipo.

Martín sonrió, agradecido por las palabras de su amigo, pero trató de no emocionarse demasiado. Sabía que la competencia era dura y que había otros jugadores con más ventaja en términos de altura y velocidad. Aun así, se sentía orgulloso de haber demostrado que, con dedicación, podía competir al mismo nivel que los demás.

Jaime, quien había dominado en los rebotes durante el partido, también se le acercó, aunque con una expresión menos entusiasta.

—No lo hiciste mal hoy —dijo Jaime, tratando de sonar despreocupado—. Pero no sé si será suficiente para estar en el equipo principal.

Martín solo sonrió, evitando caer en la provocación. En lugar de responder, pensó en lo lejos que había llegado desde el comienzo del año. Sabía que su mayor competencia no era Jaime ni nadie más, sino él mismo. Había trabajado incansablemente, enfrentando sus inseguridades y superando las barreras que él mismo había puesto en su camino. Con o sin la aprobación de los demás, sabía que su esfuerzo había dado frutos.

Al día siguiente, el entrenador Gómez convocó a todos los jugadores al gimnasio para anunciar la lista final del equipo. Los nervios estaban a flor de piel, y los chicos hablaban entre ellos, tratando de adivinar quiénes serían los seleccionados. Martín, con el corazón latiendo aceleradamente, respiraba hondo para mantenerse calmado. Sentía que, pasara lo que pasara, estaba listo para aceptar el resultado.

El entrenador Gómez tomó una hoja de papel y se dirigió a los jugadores, mirándolos uno por uno.

—Antes de anunciar la lista, quiero decirles algo importante —comenzó el entrenador—. No se trata solo de quién es el más alto o el más rápido. He visto a muchos jugadores talentosos a lo largo de mi carrera, pero los que realmente llegan lejos son aquellos que tienen dedicación, que no se rinden y que siempre están dispuestos a mejorar. Eso es lo que busco en este equipo.

Martín sintió un nudo en el estómago mientras el entrenador seguía hablando.

—Hoy voy a anunciar a los jugadores que formarán parte del equipo este año —continuó—. Pero quiero que todos recuerden que estar en este equipo no es un destino, es un punto de partida. Los sueños no se logran en un solo día; requieren esfuerzo continuo. Quiero ver a todos ustedes seguir trabajando duro, sin importar si están en la lista o no.

El entrenador comenzó a leer los nombres.

—Luis Pérez… Jaime Torres…

Martín sintió un vacío en el estómago. Sabía que Jaime sería seleccionado, pero seguía esperando con ansiedad que su nombre fuera llamado.

—Martín Rodríguez…

Martín sintió como si el mundo se detuviera por un segundo. ¡Había sido seleccionado! La sorpresa y la emoción se apoderaron de él, pero rápidamente intentó contenerse. No quería mostrar demasiado entusiasmo delante de los demás, aunque su corazón latía con fuerza. Luis lo miró con una sonrisa amplia y le dio un fuerte abrazo.

—¡Lo lograste, Martín! ¡Sabía que te elegirían!

Martín apenas podía creerlo. Todo su esfuerzo, todas esas horas en el parque, todas las dudas que había tenido sobre su estatura, todo había valido la pena. Había logrado formar parte del equipo. Mientras el entrenador terminaba de leer la lista, Martín sintió una mezcla de orgullo y gratitud. Sabía que había sido su dedicación lo que lo había llevado hasta allí, no solo su habilidad natural.

Después del anuncio, el entrenador Gómez se acercó a él.

—Martín, estoy orgulloso de ti —dijo, poniendo una mano en su hombro—. Has demostrado que la altura no lo es todo. Lo que importa es el corazón, la dedicación y la voluntad de mejorar. Sigue trabajando duro, y verás que llegarás lejos.

Martín asintió, agradecido por las palabras del entrenador.

—Gracias, entrenador —respondió, sintiendo que cada palabra le daba más confianza—. Prometo seguir esforzándome al máximo.

Esa tarde, cuando Martín llegó a casa, no pudo esperar para contarle la noticia a su familia. Sus padres lo recibieron con abrazos y felicitaciones, orgullosos de todo el trabajo que había puesto para lograr su sueño.

—Sabíamos que lo lograrías —dijo su madre con una sonrisa—. Has trabajado muy duro para esto, y ahora puedes ver que todo ese esfuerzo valió la pena.

Esa noche, Martín se quedó despierto en su cama, pensando en el futuro. Sabía que estar en el equipo no era el final de su viaje, sino solo el comienzo. Tendría que seguir entrenando, seguir enfrentando desafíos, y seguir dedicándose a su sueño si quería llegar a ser el gran jugador de baloncesto que siempre había imaginado. Pero ahora, tenía algo más que confianza: tenía la certeza de que los sueños realmente se hacen realidad con esfuerzo y dedicación.

Y con esa idea en mente, Martín cerró los ojos, listo para enfrentar lo que viniera, sabiendo que, mientras mantuviera su pasión y su determinación, no había nada que no pudiera lograr.

moraleja Los sueños se hacen realidad con esfuerzo y dedicación.

Y colorín colorín, este cuento llego a su fin. bueno mis amables oyentes. ¡NOS VEMOS MAÑANA! CON UN NUEVO CUENTO CON MORALEJA.

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