El sol brillaba intensamente aquella mañana, y los estudiantes de la clase de sexto grado estaban llenos de emoción. Era el último día de clases, y eso significaba una cosa: el tan esperado paseo de despedida de fin de año. Habían trabajado duro todo el ciclo escolar, y ahora, como una recompensa, pasarían un día en la playa para celebrar el final de una etapa y el comienzo de algo nuevo.
Entre los estudiantes, dos amigos inseparables, Diego y Marcos, estaban especialmente emocionados. Habían sido amigos desde el primer día de clases y, a lo largo de los años, habían compartido muchas aventuras. Siempre estaban juntos, ya fuera en los recreos, jugando fútbol o estudiando para los exámenes. Para ellos, el paseo de fin de año no era solo una despedida de la escuela, sino también una celebración de su amistad.
—¡Va a ser el mejor día! —dijo Diego mientras subían al autobús—. No puedo creer que sea nuestro último paseo juntos antes de cambiar de escuela.
Marcos asintió, aunque había algo en su mirada que no parecía tan entusiasta como de costumbre.
—Sí, será genial —respondió con una sonrisa un poco forzada.
Diego notó la falta de entusiasmo en su amigo, pero decidió no darle demasiada importancia. Estaba convencido de que, una vez que llegaran a la playa, todo sería pura diversión.
El autobús escolar los llevó por una carretera rodeada de árboles hasta que, finalmente, llegaron a la playa. Los niños no perdieron tiempo en correr hacia la arena, emocionados por disfrutar del agua, los juegos y el tiempo juntos. La profesora Sánchez, quien los había acompañado durante todo el año, les recordó que se mantuvieran en grupos y que cuidaran siempre de sus pertenencias.
—Recuerden que este es su último paseo juntos, así que aprovechen el día para divertirse y estar con sus amigos —dijo la profesora, sonriendo mientras los estudiantes se dispersaban por la playa.
Diego y Marcos encontraron un lugar perfecto para dejar sus toallas y mochilas, y pronto se unieron a otros compañeros para jugar a la pelota en la arena. Pero a medida que pasaba el tiempo, Diego empezó a notar que Marcos estaba más distante de lo habitual. Aunque jugaba con ellos, parecía distraído y, en más de una ocasión, se quedaba mirando el mar en silencio.
Finalmente, Diego decidió preguntar.
—¿Te pasa algo, Marcos? —le preguntó mientras caminaban hacia la orilla del mar—. No pareces estar disfrutando del paseo como siempre.
Marcos suspiró y miró a su amigo, sabiendo que no podía seguir escondiendo lo que sentía.
—Es que… no sé cómo decirte esto, Diego, pero creo que no iremos a la misma escuela el próximo año —dijo Marcos, bajando la mirada.
Diego se detuvo en seco, sorprendido por lo que acababa de escuchar.
—¿Cómo que no iremos a la misma escuela? —preguntó, incrédulo—. ¡Pensé que iríamos juntos, como siempre!
Marcos asintió lentamente.
—Mis padres decidieron que me inscriba en otra escuela, una más lejos de aquí… y no sé cómo será todo a partir de ahora. Me preocupa que, cuando nos separemos, las cosas cambien entre nosotros.
Diego sintió un nudo en el estómago. Nunca había pensado en la posibilidad de que él y Marcos pudieran separarse. Para él, la idea de ir a la escuela sin su mejor amigo era inimaginable. Sin embargo, trató de mantener la calma.
—Pero somos mejores amigos, ¿no? —dijo Diego, tratando de sonar optimista—. Eso no va a cambiar, aunque estemos en escuelas diferentes. Siempre podemos vernos los fines de semana, o después de clases.
Marcos lo miró con gratitud, pero no podía ocultar sus preocupaciones.
—Eso es lo que me gustaría, pero… ¿y si empezamos a tener nuevos amigos y nos distanciamos? ¿Qué pasa si dejamos de hablarnos tanto como antes?
La pregunta de Marcos resonó en la mente de Diego. Era cierto que las cosas cambiarían, y quizás no vería a Marcos tan seguido como hasta ahora. Pero en ese momento, Diego comprendió algo importante: las amistades, como todo lo valioso en la vida, necesitaban cuidado. No bastaba con ser amigos solo cuando las cosas eran fáciles; también tenían que hacer un esfuerzo por mantener su amistad, incluso cuando las circunstancias cambiaban.
—No importa qué pase, Marcos —dijo Diego con determinación—. Nuestra amistad es importante, y la cuidaremos. Si eso significa que tendremos que hacer más esfuerzos para vernos, lo haremos. No vamos a dejar que la distancia arruine lo que tenemos.
Marcos sonrió por primera vez en todo el día, aliviado por las palabras de su amigo.
—Tienes razón —dijo—. Siempre hemos sido un buen equipo, y eso no tiene por qué cambiar, aunque vayamos a diferentes escuelas.
Después de la conversación, Diego y Marcos volvieron al grupo con una sensación de alivio, pero también con el entendimiento de que las cosas podrían cambiar en el futuro. Sin embargo, ambos decidieron no dejar que esas preocupaciones arruinaran su día en la playa. Después de todo, este era su último paseo juntos antes de que cada uno siguiera caminos diferentes, y querían aprovecharlo al máximo.
Mientras jugaban a la pelota y nadaban en el mar con sus compañeros, Diego no podía dejar de pensar en lo que Marcos había dicho: “¿Qué pasa si dejamos de hablarnos tanto como antes?” La posibilidad de que su amistad pudiera desvanecerse le parecía aterradora. Aunque se sentía confiado en que podrían mantenerse unidos, sabía que eso requeriría un esfuerzo consciente por parte de ambos.
—Oye, Diego —le dijo Marcos mientras descansaban bajo la sombrilla—, ¿te acuerdas de aquel verano cuando hicimos nuestra primera fogata en el campamento?
Diego sonrió, recordando esa noche en la que, junto a otros amigos, habían pasado horas contando historias y asando malvaviscos.
—¡Claro! Fue una de las mejores noches de nuestra vida —respondió Diego—. ¡Nunca olvidaré cómo casi quemamos los malvaviscos porque no parábamos de reír!
Marcos se rió al recordar el momento.
—Esos días siempre me hacen pensar en lo bien que la pasamos juntos. Y eso es lo que me preocupa. No quiero perder todo eso.
Diego lo miró seriamente.
—No lo perderemos, Marcos. Solo porque vayamos a escuelas diferentes no significa que todo tenga que cambiar. Podemos seguir haciendo esas cosas. Podemos planear más fogatas, más días como este. Solo tenemos que comprometernos a hacerlo.
Marcos asintió, aunque aún había un pequeño nudo de preocupación en su interior. Mientras el día avanzaba, los dos amigos se unieron al resto del grupo para una actividad especial organizada por la profesora Sánchez: una búsqueda del tesoro en la playa. Los estudiantes estaban divididos en equipos, y cada grupo tenía que encontrar diferentes objetos escondidos en la arena y en los alrededores.
—Vamos, Marcos —dijo Diego con entusiasmo—. ¡Vamos a ganar esta búsqueda del tesoro como el equipo que siempre hemos sido!
Marcos sonrió y, por un momento, dejó de lado sus preocupaciones para centrarse en la actividad. Mientras buscaban las pistas, recordaron cómo siempre habían sido un buen equipo: uno encontraba la primera pista, y el otro resolvía el acertijo que los llevaría al siguiente lugar. Trabajaban en conjunto de manera natural, como si supieran exactamente lo que el otro necesitaba.
En el camino, Marcos encontró una concha que parecía parte del tesoro, pero justo antes de tomarla, otro grupo llegó corriendo y logró agarrarla primero.
—¡No puede ser! —dijo Marcos, un poco frustrado.
Diego, en lugar de desanimarse, puso una mano en el hombro de su amigo.
—No te preocupes. No necesitamos ganar este juego para demostrar que somos un gran equipo. Lo importante es que lo estamos pasando bien, como siempre.
Marcos sonrió, dándose cuenta de que Diego tenía razón. No importaba si ganaban o no; lo importante era disfrutar de los momentos juntos. Después de todo, no se trataba del tesoro escondido en la playa, sino del tesoro de la amistad que compartían.
Al final de la búsqueda, su equipo no había ganado, pero ambos estaban contentos por haber trabajado juntos y haberse divertido. Mientras regresaban a su lugar en la playa, se dieron cuenta de que la verdadera recompensa del día no era el trofeo de la búsqueda, sino la oportunidad de reforzar su amistad.
Cuando la tarde empezó a caer y el sol comenzaba a ocultarse en el horizonte, la profesora Sánchez reunió a todos los estudiantes para una última actividad. Había preparado una caja de recuerdos, donde cada estudiante podría escribir algo que quisieran recordar de su tiempo en la escuela y sus amistades, y luego guardar esos mensajes en la caja para abrirlos muchos años después.
—Quiero que piensen en lo que ha significado para ustedes esta etapa de su vida y lo que han aprendido de sus amigos —dijo la profesora—. La amistad es algo valioso, y hoy estamos aquí no solo para despedirnos, sino para recordar que las amistades deben cuidarse. Les doy estos papeles para que escriban algo especial y lo guarden en la caja.
Diego y Marcos se miraron, sabiendo exactamente lo que querían escribir. Tomaron sus papeles y comenzaron a escribir en silencio, recordando todos los momentos que habían compartido a lo largo de los años. Aunque sabían que sus caminos se separarían pronto, también sabían que lo que realmente importaba era el compromiso de cuidar su amistad.
Cuando terminaron de escribir, se acercaron a la caja y dejaron sus notas con una sonrisa en los labios. No importaba lo que deparara el futuro, ambos sabían que la amistad era un tesoro que debían cuidar, y harían lo necesario para mantenerlo vivo, sin importar la distancia.
Cuando la última nota fue depositada en la caja de recuerdos, la profesora Sánchez la cerró con una sonrisa y agradeció a los estudiantes por haber compartido esos momentos tan especiales. Todos aplaudieron y se abrazaron, conscientes de que ese paseo de despedida marcaba el final de una etapa, pero también el comienzo de algo nuevo.
Después de la ceremonia de la caja de recuerdos, Diego y Marcos se quedaron sentados en la playa, observando el sol desaparecer en el horizonte. Había un silencio cómodo entre ellos, pero esta vez no había temor ni tristeza. Ambos sabían que la amistad que compartían era más fuerte que la distancia o cualquier cambio que viniera en el futuro.
—¿Crees que algún día abriremos esa caja y leeremos lo que escribimos? —preguntó Marcos, mirando las olas romper suavemente en la orilla.
—Seguro que sí —respondió Diego—. Y cuando lo hagamos, nos reiremos de todo lo que vivimos y recordaremos cómo este día fue el principio de una nueva etapa.
Marcos asintió, satisfecho con esa idea.
—Es raro pensar que no estaremos en la misma escuela el próximo año —continuó Marcos—, pero creo que he entendido algo hoy. La amistad no se trata solo de estar juntos todo el tiempo, sino de hacer el esfuerzo de cuidar lo que hemos construido. Siempre podemos vernos, aunque estemos en lugares diferentes, y siempre seremos amigos si seguimos valorando lo que tenemos.
Diego sonrió, feliz de que su amigo hubiera llegado a esa conclusión.
—Exacto —dijo—. La amistad es como ese tesoro del que hablamos hoy. No importa dónde estemos, siempre será valioso si lo cuidamos bien. Y sé que lo haremos.
Mientras el día llegaba a su fin, la profesora Sánchez les pidió a los estudiantes que se prepararan para regresar al autobús. Todos recogieron sus pertenencias y se despidieron de la playa con una mezcla de emoción y nostalgia. Sabían que estaban dejando atrás algo importante, pero también que llevaban consigo los recuerdos y las amistades que habían forjado durante esos años.
De regreso en el autobús, Diego y Marcos hicieron una lista mental de todas las cosas que querían hacer durante el verano. Acordaron que se verían los fines de semana, jugarían al fútbol en el parque, e incluso planearían una nueva fogata con el resto de sus amigos. No iban a permitir que la distancia los separara.
Cuando el autobús llegó a la escuela y los estudiantes comenzaron a despedirse unos de otros, Marcos miró a Diego con una sonrisa de complicidad.
—Este no es el final, ¿verdad? —preguntó Marcos.
—Para nada —respondió Diego con confianza—. Esto es solo el comienzo de la siguiente aventura. Y tú y yo seguiremos siendo un gran equipo, pase lo que pase.
Se despidieron con un fuerte abrazo, sabiendo que, aunque la vida los llevaría por caminos diferentes, siempre tendrían ese lazo especial que habían construido con los años. Porque habían aprendido que la amistad era un tesoro que no se podía dar por sentado; era algo que necesitaba ser cuidado y valorado todos los días.
Al llegar a casa esa noche, Diego se sentó en su habitación y pensó en lo que el futuro les deparaba. Estaba seguro de que todo cambiaría, pero también sabía que, mientras él y Marcos mantuvieran el esfuerzo y el compromiso de cuidar su amistad, siempre estarían cerca, sin importar la distancia.
Y así, con la mente tranquila y el corazón lleno de gratitud, Diego se durmió, sabiendo que el tesoro de la amistad era algo que siempre llevaría consigo, y que el verdadero valor de ese tesoro no estaba en no perderlo, sino en cuidarlo, incluso cuando las cosas parecieran difíciles.
moraleja La amistad es un tesoro que debemos cuidar.
Y colorín colorín, este cuento llego a su fin. bueno mis amables oyentes. ¡NOS VEMOS MAÑANA! CON UN NUEVO CUENTO CON MORALEJA.
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