En la ciudad de Villa Nueva, todos hablaban de lo mismo: el Gran Torneo de Fútbol Escolar. Cada año, las mejores escuelas de la región se enfrentaban en una competencia llena de emoción y entusiasmo. Para los niños y niñas que participaban, este torneo no era solo un juego, sino una oportunidad para mostrar su talento y, con suerte, llevarse el trofeo a casa.
Este año, la estrella del equipo de la Escuela Central era David, un niño de 12 años conocido por su impresionante habilidad para jugar al fútbol. David era rápido, ágil y tenía una gran precisión al disparar a portería. Desde que había empezado a jugar, todos en la escuela sabían que él era el jugador más prometedor y, probablemente, el futuro campeón del torneo. Pero había algo que empezaba a preocupar a sus compañeros de equipo y a su entrenador: la actitud de David.
—David siempre piensa que lo sabe todo —dijo Mateo, uno de los defensas del equipo, mientras se cambiaba antes del entrenamiento—. No escucha a nadie y quiere hacer todo él solo.
—Sí —añadió Lucas, otro compañero—. Es el mejor, eso es verdad, pero el fútbol es un deporte de equipo. Si no trabajamos juntos, no vamos a ganar.
A David, sin embargo, no le preocupaban esas quejas. Estaba convencido de que él podía llevar al equipo a la victoria por sí solo, y cada vez que alguien intentaba darle algún consejo, lo ignoraba o lo interrumpía.
—Yo sé cómo ganar este torneo —decía David con confianza—. Solo necesito que me pasen el balón, y yo haré el resto.
El entrenador, el señor Joaquín, observaba la actitud de David con preocupación. Sabía que era un gran jugador, pero también sabía que la arrogancia podía ser el mayor enemigo de un equipo. Después de un entrenamiento particularmente difícil, donde David no había querido pasar el balón en varias jugadas clave, el entrenador decidió hablar con él.
—David, tienes mucho talento, eso no lo niego —dijo el señor Joaquín, sentándose junto a él en el banco—. Pero el fútbol no es solo cuestión de talento individual. Tienes un equipo, y debes aprender a confiar en ellos.
David sonrió con arrogancia.
—No se preocupe, entrenador. Yo sé lo que hago. Ganaremos este torneo, ya verá.
El señor Joaquín suspiró. Sabía que David no estaba entendiendo lo que intentaba decirle.
El día del primer partido del torneo finalmente llegó. Las gradas estaban llenas de estudiantes, profesores y familiares que habían ido a animar a sus equipos. David estaba más confiado que nunca, listo para mostrar a todos lo que podía hacer.
El partido comenzó, y rápidamente, David tomó el control del juego. Cada vez que sus compañeros intentaban pasar el balón, él lo mantenía para sí, haciendo jugadas impresionantes, pero a menudo perdiendo oportunidades porque no veía a sus compañeros desmarcados. Al principio, su talento logró impresionar a la audiencia, pero a medida que pasaba el tiempo, su falta de cooperación empezó a perjudicar al equipo.
—¡Pasa el balón, David! —gritaba Mateo desde el otro lado del campo.
Pero David seguía ignorando a sus compañeros, convencido de que podía ganar el partido por sí solo.
El equipo contrario, que había estado jugando en conjunto desde el inicio, comenzó a presionar. A pesar de los intentos de David de llevarse todo el crédito, el equipo contrario marcó un gol, y luego otro. El marcador rápidamente cambió, y la Escuela Central estaba perdiendo.
Cuando terminó el primer tiempo, el equipo de David estaba abajo por dos goles. Mientras los jugadores se reunían en el vestuario, algunos miraban a David con frustración. Sabían que tenían el talento necesario para ganar, pero no podían hacerlo si David seguía jugando solo.
—No podemos seguir así —dijo Lucas, rompiendo el silencio—. Si no jugamos como equipo, vamos a perder.
Mateo asintió.
—David, eres increíble con el balón, pero necesitamos trabajar juntos. No puedes hacerlo todo solo.
David, sin embargo, seguía sin prestar atención. Estaba convencido de que solo era cuestión de tiempo antes de que lograra marcar y llevar al equipo a la victoria.
—Solo esperen —dijo con una sonrisa confiada—. Ya verán cómo cambiamos las cosas en el segundo tiempo.
Pero el entrenador Joaquín sabía que algo tenía que cambiar, y no era solo la táctica del equipo.
—David —dijo el entrenador, mirándolo directamente a los ojos—, tienes que entender que ser el mejor jugador no significa hacerlo todo tú solo. La humildad es lo que te permitirá ser verdaderamente grande. Si no aprendes a confiar en tu equipo, nunca alcanzaremos la victoria. El fútbol no es solo de habilidad, sino de trabajar juntos.
Por primera vez, David se quedó en silencio, sin saber cómo responder. Nadie había cuestionado su forma de jugar de esa manera antes, y aunque en su interior sentía que podía hacerlo solo, las palabras del entrenador empezaban a resonar en su cabeza.
Mientras se preparaban para el segundo tiempo, David comenzó a pensar en lo que su entrenador y sus compañeros le habían dicho. Aunque todavía creía en su talento, algo dentro de él empezaba a dudar. ¿Y si tenían razón? ¿Y si estaba dejando que su orgullo se interpusiera en el camino de la victoria?
El segundo tiempo comenzó con la misma intensidad que el primero. El público seguía animando desde las gradas, pero algo había cambiado en el ambiente del equipo de la Escuela Central. David, aún con dudas en su interior, seguía jugando como siempre: tomando el balón cada vez que podía y tratando de llegar a la portería sin ayuda de sus compañeros.
Los primeros minutos fueron caóticos. El equipo contrario, que había jugado con gran cohesión desde el inicio, aprovechaba cada error que cometía la Escuela Central. A pesar de las increíbles jugadas individuales de David, la falta de coordinación con su equipo era evidente. Perdía el balón en momentos clave, y los contraataques rápidos del otro equipo se convertían en una amenaza constante.
A los 15 minutos del segundo tiempo, el marcador cambió nuevamente. El equipo contrario anotó otro gol, poniendo a la Escuela Central aún más atrás.
—¡David! ¡Pasa el balón! —gritaba Mateo, visiblemente frustrado.
Pero David seguía intentando resolver todo por su cuenta. Sentía la presión del público, de sus compañeros y de sí mismo. Su mente estaba dividida entre su deseo de ganar y la creciente sensación de que estaba cometiendo un error.
En un momento clave del partido, David recibió el balón cerca del centro del campo. Tenía espacio para avanzar, pero también vio a Mateo desmarcado en el extremo derecho, con una clara oportunidad de gol. Durante un segundo, dudó. Podía intentar avanzar él mismo o hacer lo que su equipo le había estado pidiendo todo el tiempo: pasar el balón.
El público contenía la respiración.
Con un profundo suspiro, David tomó una decisión que no había tomado en todo el partido. Giró hacia la derecha y, con precisión, pasó el balón a Mateo. La sorpresa en el rostro de Mateo fue evidente, pero no dudó en aprovechar la oportunidad. Corrió hacia la portería y, con un remate fuerte y preciso, ¡anotó un gol!
El estadio estalló en aplausos, y el equipo de la Escuela Central corrió a felicitar a Mateo. Pero, para sorpresa de David, muchos de sus compañeros también lo abrazaron y chocaron las manos con él. No por haber anotado, sino por haber pasado el balón.
—¡Sabía que podías hacerlo! —le dijo Lucas, dándole una palmada en la espalda—. ¡Eso fue trabajo en equipo!
David, sorprendido por la reacción de sus compañeros, comenzó a entender algo. En ese momento, el gol no le importaba tanto como la sensación de unidad que sintió al compartir la responsabilidad con su equipo. Por primera vez en el torneo, se dio cuenta de que, aunque tenía talento, sus compañeros también lo tenían. Y juntos podían lograr más de lo que él podría hacer solo.
El entrenador Joaquín, observando desde la línea de banda, sonrió para sí mismo. Sabía que algo había cambiado en David. Por fin, estaba empezando a entender la importancia de la humildad y el trabajo en equipo.
Con el partido de vuelta en marcha, David decidió seguir esa nueva estrategia. Ya no intentaba hacerlo todo solo. Cada vez que veía una oportunidad para pasar el balón, lo hacía. Lucas, Mateo y los demás jugadores del equipo comenzaban a jugar con una energía renovada. Sentían que, por primera vez, David confiaba en ellos, y eso los hacía jugar mejor.
El equipo contrario, sorprendido por el cambio en la dinámica de la Escuela Central, empezó a cometer errores. David, que siempre había estado bajo presión, ahora se sentía más libre. Al trabajar junto a sus compañeros, el juego fluía de manera más natural.
A falta de cinco minutos para que terminara el partido, la Escuela Central logró empatar con un gol de Lucas, quien había recibido un pase perfecto de David. El público estaba al borde de sus asientos, y los jugadores de ambos equipos sentían la tensión en el aire. Todo se decidiría en esos últimos minutos.
El equipo contrario, que hasta entonces había dominado el partido, se estaba poniendo nervioso. Comenzaron a cometer faltas innecesarias y a perder la concentración. El entrenador de la Escuela Central aprovechó el momento para dar las últimas instrucciones a su equipo.
—Quedan pocos minutos —dijo el entrenador Joaquín—. Mantengan la calma y sigan trabajando juntos. Confíen los unos en los otros, y pueden llevarse esta victoria.
David, por primera vez en mucho tiempo, escuchó atentamente las palabras de su entrenador. Ya no se trataba de ganar por sí mismo. Ahora, todo se trataba de cómo podían ganar juntos.
El reloj seguía corriendo, y la tensión en el campo aumentaba. Con solo dos minutos restantes, el equipo contrario cometió un error crucial: un pase mal dado que terminó en los pies de David. Esta era su oportunidad. Podía intentar correr hacia la portería y buscar el gol del triunfo. Pero cuando levantó la vista, vio a Mateo nuevamente en una posición perfecta para anotar.
David tenía la opción clara: podía intentar ser el héroe o hacer lo correcto por su equipo.
Sin pensarlo dos veces, decidió lo que antes le habría parecido imposible: pasó el balón a Mateo. Este recibió el pase, avanzó rápidamente y, con un tiro certero, ¡marcó el gol de la victoria!
El estadio se volvió loco. Los compañeros de equipo de David corrieron hacia Mateo para celebrar, pero esta vez, David no se sintió fuera del festejo. Al contrario, se unió a la celebración sabiendo que, aunque no había marcado, había sido parte fundamental del triunfo. Y más importante aún, lo había logrado siendo humilde y confiando en su equipo.
El silbato final sonó, marcando el fin del partido, y el equipo de la Escuela Central había ganado. Los jugadores corrían por el campo, celebrando su victoria, mientras el público aplaudía y vitoreaba. Pero en medio de toda la euforia, David se quedó en silencio, observando a sus compañeros mientras celebraban. Algo había cambiado dentro de él, y aunque la emoción del triunfo era evidente, lo que más le llenaba era la sensación de haber sido parte de un equipo.
Mateo, que había marcado el gol decisivo, se acercó a David con una sonrisa amplia en el rostro.
—¡Lo logramos! —dijo, dándole un abrazo fuerte—. Y fue gracias a ti. Ese pase fue perfecto.
David, que en otras circunstancias podría haber buscado el protagonismo, simplemente sonrió y asintió.
—No fue solo por mí. Lo logramos juntos —respondió con humildad.
El resto del equipo también se acercó para felicitar a David. Esta vez, las sonrisas y los agradecimientos no eran por sus jugadas individuales, sino porque había confiado en ellos. David sintió una profunda satisfacción al darse cuenta de que ser parte de un equipo era mucho más valioso que intentar ser el héroe solitario.
El entrenador Joaquín observaba desde el borde del campo, claramente orgulloso de su equipo y, en especial, de David. Se acercó a él mientras los demás seguían celebrando.
—¿Te das cuenta de lo que cambió hoy, David? —preguntó el entrenador con una sonrisa.
David, que ya no necesitaba demostrar nada más, lo miró con sinceridad.
—Sí, lo entiendo ahora, entrenador. El fútbol no es solo sobre quién tiene más talento. Es sobre confiar en los demás y trabajar juntos. No importa cuán bueno sea, si no aprendo a escuchar y a apoyarme en mi equipo, nunca seré un verdadero campeón.
El entrenador Joaquín asintió, satisfecho con la respuesta.
—Exactamente. Y hoy diste un gran paso, David. La humildad te ha hecho más grande de lo que eras antes. Nunca olvides eso.
Mientras el equipo de la Escuela Central levantaba el trofeo del torneo, David se sintió lleno de orgullo, pero no por haber sido el jugador estrella. Esta vez, se sentía orgulloso de haber aprendido una lección importante, una que lo acompañaría no solo en el fútbol, sino en todo lo que hiciera en la vida: la humildad era la verdadera clave del éxito.
Al día siguiente en la escuela, David fue recibido como un héroe. Todos lo felicitaban por el increíble partido que había jugado, pero para sorpresa de muchos, David no se jactaba de sus habilidades ni mencionaba sus propias jugadas. En lugar de eso, hablaba de cómo su equipo había sido la clave para la victoria.
—Mateo estuvo increíble en ese último gol —les decía a sus compañeros—. Sin él, no habríamos ganado. Y Lucas hizo unas jugadas defensivas impresionantes.
Los demás niños se sorprendían al ver cómo David, que antes siempre quería toda la atención, ahora destacaba el trabajo de sus compañeros. Esa actitud no pasó desapercibida, y pronto muchos de sus amigos comenzaron a verlo con más respeto.
Durante el recreo, mientras David y sus amigos jugaban un partido amistoso, Lucía, una compañera de su clase, lo observó desde la distancia.
—Es increíble cómo ha cambiado David —comentó, impresionada—. Antes, solo hablaba de sí mismo, pero ahora se nota que realmente aprecia a su equipo.
Mateo, que estaba cerca, sonrió.
—Sí, aprendió que ser humilde lo hace mejor no solo como jugador, sino como persona.
En ese momento, David hizo un pase perfecto a Lucas, quien anotó otro gol en el partido de recreo. Aunque el gol fue impresionante, lo que más destacaba era la sonrisa en el rostro de David, una sonrisa que reflejaba su satisfacción de haber encontrado un nuevo camino hacia la grandeza: el camino de la humildad.
Cuando terminó el partido, David se sentó en la banca, agotado pero feliz. Mientras bebía agua, pensó en todo lo que había cambiado desde el inicio del torneo. Sabía que había tenido que enfrentar su mayor desafío, no en el campo de juego, sino dentro de sí mismo. Había aprendido que la verdadera grandeza no se trataba solo de ganar o ser el mejor, sino de reconocer el valor de los demás y trabajar en equipo.
Esa noche, cuando llegó a casa, sus padres lo felicitaron por la victoria.
—Estamos muy orgullosos de ti, David —dijo su padre—. Pero no solo por el partido, sino por cómo has crecido.
David sonrió, sabiendo que su padre tenía razón. Había ganado algo más importante que un trofeo. Había ganado una nueva perspectiva, una que lo haría mejor no solo en el fútbol, sino en todo lo que hiciera en la vida.
Y mientras se preparaba para dormir, se prometió a sí mismo que nunca olvidaría la lección que había aprendido: la humildad te hace grande, no solo ante los demás, sino también ante ti mismo.
Con esa idea en mente, David cerró los ojos, sabiendo que había dado un paso importante hacia ser no solo un mejor jugador, sino una mejor persona.
moraleja La humildad te hace grande.
Y colorín colorín, este cuento llego a su fin. bueno mis amables oyentes. ¡NOS VEMOS MAÑANA! CON UN NUEVO CUENTO CON MORALEJA.
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