Era una soleada mañana de otoño en el pequeño pueblo de San Cristóbal, y en la Escuela Central se respiraba un ambiente de entusiasmo. Los estudiantes estaban a mitad de su año escolar, y se aproximaba uno de los eventos más importantes: la Feria de Ciencia y Creatividad. Los niños de cada grado estaban preparando sus proyectos, y algunos incluso soñaban con ganar uno de los premios que se otorgarían a los mejores trabajos.
Entre los más emocionados estaban Tomás y su mejor amiga, Julia. Ambos estaban en quinto grado y habían decidido trabajar juntos en un proyecto de ciencias sobre la energía renovable. Su idea era crear un modelo de un molino de viento hecho con materiales reciclados, que pudiera generar electricidad suficiente para encender una pequeña bombilla. Durante semanas, habían reunido todos los materiales necesarios, desde botellas plásticas hasta cables viejos, y habían dedicado horas después de la escuela a construir su molino.
—Estoy seguro de que ganaremos —dijo Tomás una tarde, mientras ajustaba las aspas del molino—. Nadie más está haciendo algo tan original como esto.
—Espero que tengas razón —respondió Julia, concentrada en conectar los cables—. Pero lo más importante es que el proyecto funcione bien.
A medida que la fecha de la feria se acercaba, Tomás y Julia se dieron cuenta de que su molino no generaba tanta electricidad como esperaban. La bombilla apenas parpadeaba, y ambos empezaron a preocuparse.
—Tal vez no hicimos bien las conexiones —dijo Tomás, rascándose la cabeza—. Pero no tenemos tiempo para empezar de nuevo.
Julia asintió, aunque no se sentía del todo bien con la situación.
—Podríamos explicar en nuestra presentación lo que intentamos hacer y por qué no funcionó como esperábamos —sugirió—. La profesora Silvia siempre dice que el proceso es tan importante como el resultado.
Sin embargo, Tomás tenía otra idea en mente. Esa noche, después de hablar con su hermano mayor, pensó en una solución rápida.
—Julia, ¿y si decimos que el molino funciona perfectamente? —propuso Tomás al día siguiente, con una expresión seria—. Podemos llevar una bombilla nueva y conectarla a una batería oculta. Así parecerá que el molino genera suficiente electricidad.
Julia lo miró sorprendida.
—¿Estás diciendo que mintamos? —preguntó, sin poder creer lo que oía—. Eso no está bien, Tomás.
Tomás se encogió de hombros.
—Solo sería una pequeña mentira. Nadie se daría cuenta, y así podríamos ganar el primer premio. Además, nos esforzamos mucho en este proyecto. No creo que sea tan malo.
Julia se quedó callada por un momento, sintiendo una mezcla de sorpresa y preocupación. Sabía que querían ganar, pero también sabía que mentir no era la solución. Siempre le habían enseñado que la honestidad era lo más importante, sin importar las circunstancias. Si decían la verdad, al menos podrían estar orgullosos de su esfuerzo, aunque el molino no funcionara como habían planeado.
—No me siento bien con eso, Tomás —dijo finalmente—. Prefiero que presentemos el proyecto tal como es. No quiero ganar haciendo trampa.
Tomás la miró, algo molesto.
—Es solo una vez, Julia. No estamos lastimando a nadie.
Pero Julia no estaba convencida. Sentía que, aunque no lastimaran a alguien directamente, mentir les haría perder algo más valioso: la confianza de sus profesores y amigos.
—Lo siento, Tomás —dijo con firmeza—. Si vamos a ganar, quiero que sea porque lo merecemos de verdad, no porque engañamos a los demás. La honestidad te hace digno de confianza. Y si mentimos, eso cambiaría la forma en que los demás nos ven, incluso si nunca lo descubren.
Tomás no respondió de inmediato, pero las palabras de Julia resonaron en su cabeza. Sabía que su amiga tenía razón, pero aún así, no podía evitar sentirse frustrado. ¿Realmente perderían la oportunidad de ganar el primer premio solo porque el molino no funcionaba a la perfección?
Los días pasaron rápidamente, y el día de la feria de ciencia llegó. El salón principal de la escuela estaba lleno de proyectos, desde volcanes en erupción hasta robots hechos con piezas de lego. Tomás y Julia colocaron su molino de viento sobre una mesa, junto con las notas y dibujos que explicaban cómo lo habían construido y lo que habían aprendido en el proceso. Aunque el molino no funcionaba tan bien como esperaban, Julia se sentía tranquila por haber sido honesta.
—Sea lo que sea —dijo Julia, mirando a Tomás—, al menos sabemos que hicimos lo correcto.
Tomás asintió, aunque todavía se sentía algo inquieto. Sabía que podría haber hecho que todo pareciera perfecto con solo una pequeña mentira, pero también entendía que, si lo hubiera hecho, esa victoria no habría sido real.
La Feria de Ciencia y Creatividad estaba en pleno apogeo. Los pasillos de la escuela estaban llenos de padres, maestros y estudiantes que iban de un proyecto a otro, admirando las ideas y los esfuerzos de los niños. Había proyectos impresionantes por todas partes: un robot que seguía líneas en el suelo, una maqueta de un sistema solar en movimiento y un experimento de química que mostraba cómo se producían diferentes reacciones de colores.
Marta, una compañera de clase de Tomás y Julia, se acercó a ver su proyecto. Marta siempre había sido competitiva y ya había mostrado su propio proyecto de cómo funcionaba una planta de tratamiento de agua. Cuando vio el molino de viento de Tomás y Julia, al principio sonrió, pero luego frunció el ceño al notar algo extraño.
—¿Este es su molino de viento? —preguntó, mirando las aspas que giraban lentamente con una pequeña brisa que venía del ventilador cercano—. ¿Funciona de verdad?
Julia se sintió un poco incómoda, pero sabía que debía ser sincera.
—Bueno, no funciona exactamente como esperábamos —admitió—. Las aspas giran, pero no generan suficiente electricidad para encender la bombilla por sí mismas.
Tomás observaba en silencio mientras Julia hablaba, notando cómo Marta levantaba una ceja.
—Entonces, ¿por qué lo presentaron si no funciona bien? —preguntó Marta, con un tono que a Tomás le pareció un poco desafiante.
Julia mantuvo la calma y respondió con seguridad.
—Porque, aunque no salió como queríamos, aprendimos mucho durante el proceso. Eso es lo más importante para nosotros. La ciencia no siempre es perfecta, y ser honestos sobre lo que salió mal también es parte del aprendizaje.
Marta se quedó callada por un momento, pensando en lo que había dicho Julia. Al final, simplemente se encogió de hombros y se alejó para ver otros proyectos, dejándolos solos nuevamente.
—Eso fue difícil —dijo Tomás, mirando a Julia—. Pudo haber sido más fácil solo mentir, ¿sabes? Podríamos haber dicho que todo estaba perfecto.
Julia asintió, entendiendo lo que Tomás sentía, pero se mantuvo firme en su convicción.
—Tal vez —respondió—, pero entonces nunca sabríamos si la gente realmente confiaba en nosotros o en lo que estábamos diciendo. Prefiero que sepan que pueden confiar en que siempre les diremos la verdad, incluso si las cosas no son perfectas.
Mientras se acercaba la hora de la evaluación por parte del jurado, que estaba compuesto por algunos maestros y científicos locales, Tomás empezó a sentirse más nervioso. Sabía que Julia tenía razón, pero no podía evitar pensar en lo que sucedería si su proyecto no recibía ningún reconocimiento. Quería que todo su esfuerzo y trabajo duro fueran valorados, pero también sentía la presión de competir con proyectos que parecían más impresionantes.
—Julia, ¿y si al final no ganamos nada? —preguntó, con la preocupación en su voz—. Me siento un poco frustrado. Trabajamos tanto en esto y siento que nuestro proyecto no es lo suficientemente bueno.
Julia lo miró y, con una sonrisa reconfortante, puso una mano en su hombro.
—Tomás, recuerda lo que hemos aprendido. No se trata solo de ganar. Hicimos lo mejor que pudimos y aprendimos algo importante. Al final, lo que más cuenta es que siempre podemos estar orgullosos de haber sido honestos.
Poco después, el jurado llegó a la mesa de Tomás y Julia. Estaban acompañados por la profesora Silvia, quien sonreía animadamente. Los jueces comenzaron a observar el molino de viento y a leer las notas que ambos habían preparado. Los amigos se prepararon para explicar su proyecto.
—Cuéntenos un poco sobre su proyecto —dijo uno de los jueces, un ingeniero que trabajaba en una empresa de energía renovable.
Julia tomó la iniciativa.
—Este es un molino de viento hecho con materiales reciclados. Nuestro objetivo era generar suficiente electricidad para encender esta bombilla, pero, aunque las aspas giran, no logramos generar la cantidad de energía que esperábamos. Sin embargo, durante el proceso, aprendimos mucho sobre cómo funcionan las turbinas eólicas y las conexiones eléctricas.
Tomás, aunque todavía nervioso, agregó:
—Sí, nos dimos cuenta de que necesitamos mejorar algunas cosas para que funcione correctamente. Aunque no logramos que el molino genere toda la electricidad necesaria, seguimos intentando y aprendiendo de cada error.
Los jueces asintieron mientras escuchaban la explicación. En lugar de parecer decepcionados por el resultado, parecían impresionados por la honestidad de los niños. Uno de los jueces incluso sonrió.
—Es muy importante reconocer cuándo algo no sale como se planea —dijo—. Lo más valioso de la ciencia es aprender de los errores y seguir intentándolo. Estoy impresionado de que hayan sido sinceros sobre lo que no funcionó. Eso demuestra un gran carácter.
Tomás y Julia intercambiaron una mirada, sintiendo una oleada de alivio. Tal vez su proyecto no había sido perfecto, pero su honestidad había sido reconocida.
Cuando el jurado terminó de evaluar su proyecto, Tomás se sintió mucho más tranquilo. Sabía que habían hecho lo correcto, y en ese momento, entendió lo que Julia había estado diciendo todo el tiempo. Ser honesto no solo los había hecho sentir mejor consigo mismos, sino que también había ganado la confianza y el respeto de los jueces.
A medida que el día avanzaba, los tres amigos recorrieron la feria, observando los otros proyectos y disfrutando de la creatividad de sus compañeros. Aunque no sabían si ganarían un premio, se sentían orgullosos de lo que habían logrado y, sobre todo, de haber sido fieles a sus valores.
El salón principal de la Escuela Central estaba lleno de vida. Las mesas estaban adornadas con proyectos de ciencia de todos los colores y formas, y los estudiantes esperaban ansiosos a que los jueces recorrieran las exhibiciones para evaluar sus trabajos. Tomás y Julia observaban nerviosos cómo los jueces se acercaban a su mesa. A pesar de los problemas con el molino de viento, ambos sabían que habían hecho su mejor esfuerzo.
—Lo importante es ser honestos —le susurró Julia a Tomás mientras ajustaba una última vez las aspas del molino.
Tomás asintió, aunque aún sentía un nudo en el estómago. No podía evitar pensar en lo fácil que hubiera sido hacer trampa, pero, al mismo tiempo, sabía que Julia tenía razón. Ganar con mentiras no valdría la pena.
Cuando los jueces llegaron a su mesa, uno de ellos, la profesora Silvia, les sonrió cálidamente.
—Bueno, chicos, cuéntenos sobre su proyecto —dijo, animándolos a empezar.
Julia tomó una bocanada de aire y comenzó a explicar cómo habían construido el molino con materiales reciclados y su objetivo de generar energía renovable. Describió el proceso, las dificultades que enfrentaron y lo que aprendieron a lo largo del camino. Aunque el molino no funcionaba como esperaban, ambos hablaron con pasión sobre su esfuerzo y creatividad.
—El molino no genera la electricidad que queríamos —admitió Tomás con honestidad—. Pero aprendimos mucho sobre cómo funciona la energía eólica y sobre la importancia de ser persistentes. Además, nos dimos cuenta de que, a veces, aunque las cosas no salgan como las planeas, siempre puedes aprender algo valioso.
Los jueces asintieron con interés. La profesora Silvia miró a ambos con una expresión de aprobación.
—Es importante reconocer los desafíos y, sobre todo, ser honestos con los resultados —les dijo—. Lo que más me impresiona no es solo el proyecto en sí, sino la forma en que han trabajado juntos y cómo han enfrentado las dificultades con integridad. No todo es ganar el primer lugar, chicos. Lo que han hecho es un verdadero ejemplo de aprendizaje.
Después de que los jueces se fueron, Tomás sintió una mezcla de alivio y satisfacción. Sabía que no iban a ganar el primer premio, pero también sabía que habían hecho lo correcto.
—Me siento mejor —admitió Tomás, mirando a Julia—. Me alegra que no hayamos hecho trampa. Tal vez no ganemos, pero al menos sabemos que fuimos sinceros.
Julia le sonrió y asintió.
—Exactamente. La honestidad es lo que realmente importa. Tal vez no ganemos un trofeo, pero siempre podemos estar orgullosos de nuestro esfuerzo.
Más tarde, cuando llegó el momento de anunciar a los ganadores, el auditorio estaba lleno de expectativa. Los profesores se pararon frente a la multitud para anunciar los nombres de los estudiantes y sus proyectos.
—El tercer lugar en la Feria de Ciencia y Creatividad de este año es para… ¡Tomás y Julia, por su proyecto sobre energía eólica con materiales reciclados! —anunció la directora con una sonrisa.
Tomás y Julia se miraron sorprendidos, sin poder creerlo. Aunque no habían ganado el primer lugar, habían recibido un reconocimiento por su esfuerzo y creatividad. Subieron al escenario con una mezcla de emoción y alivio, y la profesora Silvia les entregó una medalla.
—Me alegra ver que su esfuerzo y honestidad han sido recompensados —les dijo la profesora Silvia mientras les entregaba las medallas—. A veces, ser honestos es el mayor triunfo de todos.
Los aplausos resonaron en el auditorio mientras Tomás y Julia regresaban a sus asientos. Ambos llevaban medallas brillantes en el cuello, pero lo que más les importaba era que habían ganado la confianza de sus compañeros, maestros y, sobre todo, la confianza en sí mismos.
—No puedo creer que ganamos una medalla —dijo Tomás, con una sonrisa radiante—. Y lo mejor es que lo hicimos sin hacer trampa.
—Te lo dije —respondió Julia, sonriendo también—. La honestidad siempre vale la pena.
Mientras salían de la escuela ese día, Tomás reflexionó sobre lo que había aprendido. Había estado tentado a mentir para ganar, pero al final, ser honesto y trabajar duro había sido la mejor decisión. Se dio cuenta de que la confianza y el respeto que ganaban al ser honestos valían más que cualquier trofeo.
—¿Sabes? —dijo Tomás mientras caminaban hacia casa—. Creo que aprendimos algo mucho más importante que solo ciencia. Aprendimos que la honestidad te hace digno de confianza, y eso es algo que no tiene precio.
Julia asintió con una sonrisa, sabiendo que su amigo había entendido la verdadera lección de ese día.
Y así, mientras el sol se ponía sobre San Cristóbal, los dos amigos se dirigieron a casa sabiendo que, al decir la verdad, habían ganado algo mucho más valioso que una medalla: el respeto y la confianza de todos los que los rodeaban.
moraleja La honestidad te hace digno de confianza.
Y colorín colorín, este cuento llego a su fin. bueno mis amables oyentes. ¡NOS VEMOS MAÑANA! CON UN NUEVO CUENTO CON MORALEJA.
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