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El pueblo de San Isidro siempre había sido conocido por su hermoso río, cuyas aguas cristalinas atraían a personas de todas partes. Sin embargo, con el paso de los años, la situación había cambiado. Lo que antes era un río limpio y vibrante, ahora estaba lleno de basura y desechos que la gente había arrojado sin pensar en las consecuencias. El río, que una vez había sido el orgullo del pueblo, ahora parecía estar ahogándose en desechos.

Marta, una niña de diez años con un gran sentido de la responsabilidad hacia el medio ambiente, no podía soportar ver cómo el río empeoraba cada día. Siempre que pasaba por el puente camino a la escuela, miraba el agua marrón y las botellas de plástico flotando, y sentía una profunda tristeza. Recordaba cómo su abuelo solía llevarla a pescar allí cuando era más pequeña, y cómo se maravillaba con los peces de colores que nadaban en las aguas claras.

Pero ahora, el río estaba lejos de ser ese lugar maravilloso.

Una tarde, mientras Marta estaba en la plaza del pueblo con sus amigos, vio un cartel que llamó su atención. En él, se anunciaba una jornada comunitaria de descontaminación del río. Sería una actividad en la que todos los vecinos podían participar para recoger la basura y ayudar a devolverle al río su belleza perdida. Marta no lo pensó dos veces.

—¡Tenemos que ir! —les dijo emocionada a sus amigos—. Es nuestra oportunidad de hacer algo por el río.

Sus amigos, Luis y Carla, la miraron con un poco de escepticismo.

—No sé, Marta —dijo Luis, rascándose la cabeza—. Hay mucha basura. No creo que podamos hacer mucho en un solo día.

—Sí, y además… ¿no es un trabajo de los adultos? —añadió Carla—. A veces es difícil que escuchen nuestras ideas.

Marta frunció el ceño, pero no dejó que el desánimo la venciera. Sabía que no sería fácil limpiar todo el río en un solo día, pero también sabía que no podían quedarse de brazos cruzados.

—Tal vez no podamos limpiarlo todo de una vez —respondió con determinación—, pero cada pedazo de basura que recojamos será un paso hacia adelante. ¡Si todos hacemos algo, podemos marcar la diferencia!

Luis y Carla intercambiaron miradas. Sabían que cuando Marta tenía una idea, era difícil hacerla cambiar de opinión. Y, de alguna manera, las palabras de su amiga les hicieron sentir que tal vez podrían hacer algo útil.

—Está bien —dijo Luis, con una leve sonrisa—. Vamos a ayudar. Al menos, haremos nuestra parte.

—¡Sí! —añadió Carla, más animada—. Tal vez podamos reunir a más niños del pueblo para que vayan con nosotros.

Con la decisión tomada, los tres amigos se dedicaron a invitar a más personas a unirse a la jornada. Fueron de casa en casa, hablando con sus compañeros de clase y con los vecinos del pueblo, explicándoles lo importante que era limpiar el río.

—Es nuestro río, y si no lo cuidamos nosotros, ¿quién lo hará? —decía Marta a cada persona que encontraba.

El entusiasmo de Marta comenzó a contagiarse, y pronto muchos niños y adultos decidieron unirse a la jornada de limpieza. El día marcado en el cartel llegó, y desde temprano, una gran cantidad de personas se congregó a la orilla del río, armados con bolsas de basura, guantes y una gran determinación.

Marta estaba emocionada. Miró a su alrededor y vio a tantos vecinos, niños y adultos, listos para comenzar la tarea. Era inspirador ver cómo todos estaban unidos por la misma causa: salvar al río.

Sin embargo, cuando empezaron a recoger la basura, la magnitud del problema se hizo evidente. El río estaba cubierto de desechos por todas partes: botellas de plástico, bolsas, latas, e incluso objetos más grandes como neumáticos viejos y trozos de metal. Marta no podía creer cuánta basura se había acumulado.

—¡Esto es peor de lo que pensaba! —dijo Luis, jadeando mientras recogía una pila de botellas.

—Es como si nunca terminara —añadió Carla, sacudiendo la cabeza al ver otro montón de basura flotando en el agua.

Marta, aunque estaba cansada, no estaba dispuesta a rendirse. Sabía que sería difícil, pero no estaba dispuesta a dejar que el río siguiera sufriendo. Recordó lo que siempre le decía su abuelo: “Las grandes cosas no se logran de un día para otro, pero cada pequeño esfuerzo cuenta”.

—No podemos rendirnos ahora —dijo Marta, con el rostro lleno de determinación—. Estamos haciendo algo bueno. Cada pedazo de basura que sacamos es una victoria para el río. No importa cuán difícil sea, no podemos parar.

Sus palabras dieron fuerzas a sus amigos, y juntos continuaron trabajando. Uno a uno, los demás niños y adultos comenzaron a seguir su ejemplo. Aunque el trabajo era agotador, cada vez que alguien sacaba un pedazo de basura, sentían que estaban avanzando.

A medida que la mañana avanzaba, el calor del sol se hacía más intenso y el cansancio empezaba a notarse en los rostros de todos. Aunque ya habían recogido una gran cantidad de basura, parecía que el trabajo apenas comenzaba. Por cada bolsa llena de desechos que retiraban del río, parecían descubrir más y más desperdicios atrapados en las ramas, flotando en el agua o enterrados en la orilla.

Luis se acercó a Marta, jadeando después de haber sacado una pesada llanta del agua con la ayuda de algunos adultos.

—Esto es demasiado —dijo, limpiándose el sudor de la frente—. Hemos trabajado toda la mañana, pero parece que no hemos hecho ni un rasguño.

Carla, que estaba recogiendo botellas cerca de una roca grande, también comenzó a sentirse desanimada.

—Luis tiene razón —dijo mientras lanzaba otra botella en la bolsa que tenía—. Es como si nunca fuera a terminar. Tal vez todo esto es demasiado grande para nosotros.

Marta, que había estado tirando de una rama enredada con plásticos, se detuvo un momento y los miró. También estaba cansada, y por un segundo, la idea de rendirse pasó por su mente. Pero luego, recordó por qué habían empezado: el río no solo era una parte del pueblo, era una parte de sus vidas. Y si no hacían algo ahora, ¿quién lo haría?

—Sé que es difícil —dijo Marta, respirando profundamente—. Pero si no lo hacemos nosotros, este río seguirá así o peor. No podemos dejarlo. Ya hemos hecho mucho, y aunque parezca poco, cada cosa que hemos sacado del río es importante.

Luis y Carla se miraron entre sí, aún cansados, pero las palabras de Marta les recordaron por qué estaban ahí. Sabían que no podían rendirse. La tarea era enorme, pero cada pequeño esfuerzo contaba.

De repente, el alcalde del pueblo, que había estado supervisando la jornada de limpieza, se acercó a los niños.

—He estado observándolos —dijo el alcalde, con una sonrisa en el rostro—. Sé que parece una tarea imposible, pero lo que están haciendo es increíble. No solo están ayudando al río, sino que también están inspirando a todo el pueblo.

Los niños lo miraron sorprendidos.

—¿Nosotros? —preguntó Luis, incrédulo—. Solo somos niños. Apenas hemos limpiado una parte pequeña del río.

—Eso puede ser cierto —respondió el alcalde—, pero su esfuerzo ha motivado a más personas a unirse. Gracias a ustedes, más vecinos están viniendo a ayudar. No están solos en esto.

Marta sonrió al ver que más personas llegaban con bolsas de basura y herramientas. La jornada no había terminado, pero ahora tenían más manos para colaborar. Sabía que aún quedaba mucho trabajo por hacer, pero ya no sentía que el peso del río descansara solo sobre sus hombros.

—¿Ven? —dijo Marta, mirando a sus amigos—. Si seguimos, más personas nos apoyarán. Y al final, haremos una gran diferencia.

Animados por las palabras del alcalde y el ejemplo de Marta, los niños redoblaron sus esfuerzos. Mientras trabajaban, comenzaron a pensar en nuevas formas de hacer la limpieza más efectiva. Luis sugirió que utilizaran palos largos para alcanzar las zonas más difíciles, y Carla ideó una manera de usar redes para recoger la basura flotante sin mojarse tanto.

El trabajo en equipo comenzó a dar frutos. Con la ayuda de los adultos y otros niños que se unieron a la causa, poco a poco, las aguas del río empezaron a verse más limpias. Cada bolsa de basura que se llenaba representaba una pequeña victoria, y aunque el trabajo seguía siendo difícil, el ambiente se llenó de un nuevo sentido de esperanza.

A medida que el sol se acercaba al horizonte, Marta, Luis, Carla y los demás se detuvieron un momento para observar el río. Aunque aún quedaba basura por limpiar, el cambio era evidente. Las aguas que una vez habían estado cubiertas de desechos ahora fluían más libres, y las orillas, aunque aún necesitaban más trabajo, comenzaban a parecerse a lo que habían sido en el pasado.

—Mira eso —dijo Luis, señalando un pequeño pez que nadaba cerca de la orilla—. ¡No lo había visto antes! El agua ya no está tan sucia.

—Es solo el comienzo —dijo Marta, con una gran sonrisa—. El río está empezando a recuperar su vida, y nosotros lo estamos ayudando.

Aunque estaban exhaustos, los niños sintieron una inmensa satisfacción. No había sido fácil, pero sabían que habían hecho una diferencia. Y aunque la tarea parecía abrumadora al principio, nunca se rindieron.

Carla, que observaba el reflejo del sol en el agua, sonrió y agregó:

—Tal vez no hemos terminado hoy, pero lo importante es que no nos dimos por vencidos.

Marta asintió, con la determinación aún en su mirada.

—Exactamente. Si seguimos así, el río volverá a ser tan hermoso como antes. Y no importa cuán difícil sea, siempre hay una forma de seguir adelante.

El sol ya estaba a punto de esconderse cuando Marta, Luis, Carla y el resto de los voluntarios comenzaron a recoger las herramientas y las bolsas de basura que habían llenado durante el día. Aunque el cansancio pesaba en sus cuerpos, había una sensación de satisfacción en el aire. El río, aunque no completamente limpio, lucía mucho mejor que al inicio de la jornada.

Marta se sentó junto a sus amigos en una de las rocas cerca de la orilla, mirando las aguas del río que ahora fluían más limpias. El esfuerzo había valido la pena, y aunque sabían que todavía quedaba mucho trabajo por hacer en los próximos días, lo que habían logrado en tan poco tiempo era impresionante.

—Mira todo lo que hicimos —dijo Luis, con una sonrisa en el rostro—. Nunca pensé que podríamos limpiar tanto en un solo día.

—Es increíble, ¿verdad? —añadió Carla—. Pensar que casi nos rendimos en algún momento.

Marta los observaba con orgullo. Sabía que su determinación había jugado un papel importante, pero también que no hubiera sido posible sin el trabajo de todos. El río estaba volviendo a ser el lugar que recordaba de cuando era pequeña, el lugar donde solía pescar con su abuelo y admirar a los peces nadando en aguas cristalinas.

—Todavía no hemos terminado —dijo Marta, mirando hacia el horizonte—. Pero ahora sabemos que podemos lograrlo si seguimos trabajando juntos. Cada día que volvamos a limpiar será un día en el que el río estará un poco mejor.

Los otros niños asintieron, animados por la idea de que su esfuerzo tendría un impacto duradero. El alcalde del pueblo, que había estado supervisando todo el proceso, se acercó a los niños con una gran sonrisa.

—Han hecho un trabajo increíble —les dijo—. Estoy muy orgulloso de ustedes, y el pueblo también lo está. Su determinación ha inspirado a muchos, y gracias a su ejemplo, más personas vendrán a ayudar en las próximas jornadas.

Marta, aunque cansada, sonrió al escuchar esas palabras. No había sido fácil, pero la satisfacción de saber que habían hecho una diferencia llenaba su corazón de orgullo.

—No lo hubiéramos logrado sin todos los que vinieron a ayudar —dijo modestamente.

—Eso es cierto —respondió el alcalde—. Pero alguien tuvo que dar el primer paso. Alguien tuvo que tener la determinación para no rendirse ante las dificultades. Y ese alguien fueron ustedes, los jóvenes del pueblo.

Al escuchar esto, Marta y sus amigos se sintieron aún más agradecidos por la experiencia. Habían aprendido que, aunque las dificultades parecieran enormes, siempre había una manera de enfrentarlas si se trabajaba en equipo y con perseverancia.

Mientras el grupo recogía las últimas bolsas de basura y se preparaba para irse a casa, Marta miró una vez más el río. El agua aún no estaba tan clara como en sus recuerdos, pero sabía que, con el tiempo y el esfuerzo continuo, volvería a brillar como antes.

—El río está sonriendo otra vez —dijo suavemente, mirando el reflejo del atardecer en el agua.

Luis y Carla la miraron, sonriendo también.

—Y nosotros también —respondió Luis, lanzando una última piedra al río que hizo rebotar sobre el agua.

El grupo se dirigió a sus casas, exhausto pero lleno de esperanza. Sabían que la tarea de limpiar el río no había terminado, pero habían aprendido una valiosa lección: no importa cuán difícil parezca algo, nunca hay que rendirse. Porque, al final, la perseverancia y el trabajo en equipo pueden lograr grandes cosas.

moraleja No te rindas ante las dificultades.

Y colorín colorín, este cuento llego a su fin. bueno mis amables oyentes. ¡NOS VEMOS MAÑANA! CON UN NUEVO CUENTO CON MORALEJA.

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