Era un día soleado cuando los primeros camiones de mudanza llegaron a la casa al final de la calle Los Pinos. Para todos los vecinos, esa casa siempre había estado vacía desde hacía varios meses, pero ahora una nueva familia estaba a punto de mudarse. Los niños del barrio, curiosos, observaban desde sus ventanas cómo los trabajadores descargaban muebles, cajas y todo tipo de pertenencias. Pero lo que más les llamó la atención fue ver a dos niños, un poco más pequeños que ellos, bajarse de uno de los autos con sus padres.
—¡Parece que tenemos nuevos vecinos! —exclamó Dani, un niño de diez años, que observaba desde la ventana de su casa con su hermana menor, Sofía—. Tal vez podamos hacer nuevos amigos.
Sofía, que tenía ocho años, también estaba emocionada. Siempre le gustaba cuando llegaban nuevos niños al vecindario porque eso significaba más personas con quienes jugar.
—¿Crees que querrán venir a jugar con nosotros? —preguntó Sofía, con los ojos brillando de emoción.
—No lo sé, pero podemos intentarlo —respondió Dani, que ya estaba pensando en qué juegos podrían hacer con los nuevos niños—. Tal vez les gusten los juegos que tenemos en el patio.
Sofía sonrió y asintió con entusiasmo. Dani y ella comenzaron a hacer planes para dar la bienvenida a los nuevos vecinos. Su mamá, que los había estado escuchando desde la cocina, les sugirió una idea.
—¿Por qué no llevamos algunos postres para darles la bienvenida? —propuso la mamá—. Siempre es un buen gesto cuando llegan nuevos vecinos. Además, a todo el mundo le gusta un poco de dulce.
A Dani y Sofía les pareció una idea fantástica. Su mamá era excelente haciendo galletas, y siempre que las preparaba, la casa olía delicioso. Los tres se pusieron manos a la obra, preparando una bandeja de galletas recién horneadas. Mientras esperaban a que las galletas se enfriaran, Dani pensó en algo más.
—Podemos llevarles algunos de nuestros juguetes —dijo—. Tal vez no traigan muchos con ellos y les gusten los nuestros.
Sofía asintió con entusiasmo y corrió a su cuarto a buscar algunos de sus juguetes favoritos, mientras Dani hacía lo mismo. Ambos sabían que, aunque compartir sus cosas más preciadas no siempre era fácil, hacerlo les había traído muchas sonrisas y nuevos amigos en el pasado.
Una vez que las galletas estuvieron listas y los juguetes seleccionados, Dani, Sofía y su mamá caminaron hasta la nueva casa al final de la calle. Al llegar, vieron que la familia aún estaba desempacando algunas cajas en el jardín delantero. Los padres de los nuevos vecinos los saludaron con una sonrisa, y Dani se animó a presentarse primero.
—Hola, soy Dani y ella es mi hermana Sofía. Queríamos darles la bienvenida al barrio —dijo con una gran sonrisa—. Mi mamá hizo galletas para ustedes.
La mamá de los nuevos vecinos, sorprendida y agradecida, les sonrió ampliamente.
—¡Qué gesto tan bonito! —dijo la mamá—. Somos los Gómez, y estos son nuestros hijos, Lucas y Camila.
Lucas, que tenía unos nueve años, y Camila, de siete, miraron tímidamente a Dani y Sofía. Estaban un poco nerviosos por ser los nuevos del barrio, pero la calidez de Dani y Sofía les hizo sentirse más cómodos de inmediato.
—También trajimos algunos juguetes —dijo Sofía, extendiendo los brazos con varios peluches y coches—. Si quieren, podemos jugar juntos cuando terminen de desempacar.
Lucas y Camila se miraron entre sí y luego sonrieron. No esperaban recibir una bienvenida tan amigable y generosa. La idea de jugar con otros niños del barrio ya les hacía sentir que este nuevo lugar podría convertirse en un hogar más rápido de lo que pensaban.
—¡Nos encantaría jugar! —respondió Lucas, tomando uno de los peluches que Sofía le ofrecía—. Solo tenemos que terminar de ayudar a nuestros papás a desempacar, pero después podemos ir a su casa.
—¡Genial! —dijo Dani—. Cuando terminen, estaremos en el patio de nuestra casa. Podemos jugar al fútbol o lo que quieran.
Dani y Sofía regresaron a su casa con una sensación de alegría. Sabían que habían dado el primer paso para hacer nuevos amigos, y lo habían hecho compartiendo lo que tenían: galletas, juguetes y una gran sonrisa.
Unos minutos después de llegar al patio, Lucas y Camila empezaron a sentirse cada vez más cómodos. Dani y Sofía no solo habían compartido sus juguetes, sino que también les habían dado una cálida bienvenida, y eso había hecho que los nuevos niños se sintieran como en casa. Mientras jugaban con los coches y peluches, Sofía notó que Camila se había encariñado mucho con su muñeca favorita, Lina.
—¿Te gusta Lina? —preguntó Sofía con una sonrisa.
—Sí, es muy bonita. Me recuerda a mi muñeca, pero la mía está en alguna caja —respondió Camila, un poco triste al recordar que muchos de sus juguetes seguían empacados por la mudanza.
Sofía, al ver la tristeza en los ojos de Camila, tuvo una idea.
—Si quieres, puedes jugar con Lina hasta que encuentres tus juguetes —ofreció Sofía generosamente.
Camila la miró sorprendida. Sabía lo especial que era esa muñeca para Sofía, y que se la ofreciera sin problemas la hacía sentir más agradecida. Sonrió tímidamente y aceptó la oferta, abrazando a Lina con cuidado.
Por otro lado, Dani y Lucas habían empezado a idear una aventura épica con los coches de juguete y algunos bloques que Dani había usado para construir una ciudad imaginaria en el patio. A medida que avanzaba el juego, Dani compartió más detalles sobre cómo habían hecho del patio un lugar especial para jugar. Le mostró a Lucas las diferentes áreas que había creado, incluyendo una pequeña pista de carreras improvisada.
—Podemos hacer una competencia con los coches —dijo Dani, entusiasmado—. Tengo algunos más en casa. ¿Qué te parece?
Lucas, que al principio se había mostrado un poco tímido, ya se sentía completamente en confianza. La manera en que Dani y Sofía habían compartido todo sin dudarlo lo hacía sentir aceptado y bienvenido.
—¡Me parece genial! —respondió Lucas—. También tengo algunos coches en mis cajas, pero como están guardados, podemos usar los tuyos.
—No hay problema. Aquí tenemos de sobra —dijo Dani, mientras corría a buscar más juguetes.
A lo largo de la tarde, los cuatro niños siguieron compartiendo sus juguetes y sus ideas, creando todo tipo de juegos juntos. Cada vez que uno de ellos proponía algo nuevo, los demás lo apoyaban, y poco a poco fueron descubriendo lo divertido que era compartir no solo juguetes, sino también historias y experiencias.
En un momento dado, Lucas se detuvo y miró a Dani con curiosidad.
—¿Siempre juegas con todos estos juguetes? Tienes un montón.
Dani se encogió de hombros y sonrió.
—A veces juego solo, pero es mucho más divertido cuando lo hago con amigos. Y ahora que ustedes están aquí, hay más personas para compartir.
Lucas asintió, comprendiendo que el verdadero valor de los juguetes no estaba en tenerlos, sino en usarlos para crear momentos con otras personas. Mientras seguían jugando, la mamá de Dani y Sofía salió al patio con algunas limonadas para los niños.
—¿Cómo van esos nuevos amigos? —preguntó la mamá, entregando las bebidas.
—¡Genial! —respondió Sofía—. Camila está jugando con Lina, y Lucas y Dani están armando una pista de carreras.
—Me alegra escuchar eso —dijo la mamá—. Compartir es la mejor manera de empezar una nueva amistad.
Los niños asintieron, reconociendo lo cierto de esas palabras. Había algo mágico en compartir: no solo compartían juguetes, sino también momentos de diversión, risas y nuevas experiencias.
La tarde continuó, y el sol comenzó a descender lentamente, tiñendo el cielo de tonos anaranjados y rosados. Los cuatro niños seguían inmersos en sus juegos, sin notar el paso del tiempo. A pesar de que hacía solo unas pocas horas que Lucas y Camila habían llegado al barrio, ya se sentían parte de un equipo.
Después de varias carreras de coches y una improvisada competencia de quién podía saltar más lejos en el césped, los niños decidieron sentarse a descansar bajo el árbol del patio. Mientras tomaban un sorbo de limonada, comenzaron a hablar sobre las cosas que más les gustaban.
—En nuestra antigua casa —contó Lucas—, teníamos un grupo de amigos con los que jugábamos todos los días. Los vamos a extrañar, pero estoy contento de que ahora tengamos nuevos amigos aquí.
—Sí —añadió Camila, mirando a Sofía—. Al principio tenía miedo de mudarme, pero gracias a ustedes, ya no me siento tan nerviosa.
Dani y Sofía sonrieron, contentos de saber que su esfuerzo por hacer que Lucas y Camila se sintieran bienvenidos había funcionado.
—Bueno, ahora somos nosotros los que jugamos todos los días juntos —dijo Dani—. Podemos inventar más juegos y explorar todo el barrio. ¡Seguro que encontraremos muchas aventuras!
En ese momento, los padres de Lucas y Camila llegaron para ver cómo estaban los niños. Al ver a sus hijos tan felices y rodeados de nuevos amigos, sonrieron con alivio. Sabían lo difícil que podía ser adaptarse a un nuevo lugar, pero ver a Lucas y Camila tan cómodos les hizo sentir que la mudanza había sido una buena decisión.
—¿Cómo les ha ido con los nuevos amigos? —preguntó el papá de Lucas.
—¡Ha sido genial! —respondió Lucas con entusiasmo—. Dani y Sofía nos han dejado jugar con sus juguetes y nos han mostrado todo el patio. ¡Ya tenemos muchas ideas para nuevos juegos!
—Nos alegra escuchar eso —dijo la mamá de Camila, mientras se acercaba a los padres de Dani y Sofía para agradecerles por el cálido recibimiento—. Realmente apreciamos que hayan sido tan amables con nuestros hijos.
—No es nada —respondió la mamá de Dani y Sofía—. Compartir es lo mejor que se puede hacer cuando llegan nuevos vecinos. Nos gusta ver cómo los niños disfrutan juntos.
Al escuchar eso, los niños sonrieron aún más. Sabían que compartir había hecho que ese día fuera especial. No solo habían compartido sus juguetes, sino también su tiempo, sus risas y, lo más importante, una nueva amistad.
Cuando llegó la hora de despedirse, Lucas y Camila prometieron volver al día siguiente para continuar con las aventuras. Se sentían agradecidos por la bienvenida que habían recibido, y sabían que en este nuevo barrio ya no se sentirían solos.
Antes de irse, Camila le devolvió a Sofía la muñeca Lina, aunque lo hizo con un poco de tristeza.
—Gracias por dejarme jugar con Lina —dijo Camila—. Es la muñeca más bonita que he visto.
Sofía sonrió y, sin dudarlo, le ofreció algo inesperado.
—¿Sabes qué? Puedes quedártela por un tiempo, hasta que encuentres tu muñeca en las cajas. Cuando termines de jugar con ella, me la devuelves.
Camila la miró sorprendida y emocionada.
—¿De verdad? ¡Gracias, Sofía! Prometo cuidarla mucho.
Sofía asintió con una gran sonrisa, sintiéndose bien por haber compartido algo tan especial con su nueva amiga. Sabía que la verdadera magia de Lina no estaba solo en tenerla, sino en ver lo feliz que hacía a alguien más.
Al despedirse, Dani, Sofía, Lucas y Camila sintieron que ese día había sido el comienzo de una gran amistad. Aprendieron que compartir no solo significaba dar cosas materiales, sino también compartir momentos, risas y experiencias que los unirían para siempre.
A medida que el sol desaparecía en el horizonte, Dani y Sofía entraron a su casa con una sonrisa en el rostro. Habían compartido sus juguetes, pero lo que más les alegraba era haber ganado nuevos amigos con quienes compartir muchas más aventuras en el futuro.
moraleja Siempre es bueno compartir.
Y colorín colorín, este cuento llego a su fin. bueno mis amables oyentes. ¡NOS VEMOS MAÑANA! CON UN NUEVO CUENTO CON MORALEJA.
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