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En la pequeña ciudad de Santa Clara, todos los años se celebraba el esperado Festival de la Amistad. Era un evento lleno de color, música y alegría, donde los habitantes se reunían para celebrar los valores más importantes de su comunidad: la generosidad, la solidaridad y la amistad. Entre los muchos eventos del festival, había un concurso que destacaba entre todos: el Concurso de Belleza Interior, donde los participantes no eran evaluados por su apariencia, sino por sus actos de bondad y su capacidad para ayudar a los demás.

Sofía, una niña de doce años con un gran corazón, había escuchado hablar de este concurso durante semanas. Su maestra, la señora Marta, les había contado en clase sobre la importancia de reconocer la verdadera belleza en las personas, no en cómo se ven por fuera, sino en cómo actúan, cómo tratan a los demás y cómo enfrentan los desafíos de la vida.

—Recuerden, chicos —había dicho la señora Marta—, la verdadera belleza no está en la ropa que usamos o en cómo nos peinamos. Está en nuestras acciones, en cómo cuidamos a los demás y en la amabilidad que mostramos cada día.

Sofía había estado pensando mucho en esas palabras. En la escuela, a menudo veía cómo algunos de sus compañeros se enfocaban más en su apariencia física que en ser amables o ayudar a los demás. A veces se sentía presionada por eso, pero sabía en su corazón que lo más importante era ser una buena persona, no cómo se veía.

—¿Vas a participar en el Concurso de Belleza Interior? —le preguntó su mejor amiga, Clara, mientras caminaban juntas por el parque de camino a casa.

Sofía dudó un momento antes de responder. Aunque le gustaba la idea del concurso, no estaba segura de si era lo suficientemente “especial” para participar. Sabía que había muchas personas en su comunidad que hacían grandes cosas, ayudando a otros y demostrando una bondad que a veces le parecía difícil de igualar.

—No lo sé —respondió finalmente—. Me gustaría, pero… no sé si realmente hago lo suficiente como para ganar un concurso como ese.

Clara la miró sorprendida.

—¡¿Qué?! ¡Sofía, eres una de las personas más amables que conozco! —exclamó—. Siempre estás ayudando a los demás, escuchas cuando alguien necesita hablar y eres una gran amiga. Si eso no es belleza interior, entonces no sé qué lo es.

Sofía sonrió, agradecida por las palabras de su amiga, pero aún así seguía sintiendo dudas.

—Gracias, Clara, pero no estoy segura de que eso sea suficiente. Hay tantas personas que hacen cosas increíbles en nuestra comunidad, y yo solo hago cosas pequeñas.

—A veces, las cosas pequeñas son las que más importan —dijo Clara con una sonrisa—. No tienes que hacer algo grande para ser una buena persona. Lo importante es el corazón con el que lo haces.

Mientras seguían caminando, Sofía pensó en lo que su amiga le había dicho. Clara siempre tenía una forma de ver lo mejor en los demás, y quizás tenía razón. Tal vez no se trataba de hacer grandes gestos, sino de ser constante en las pequeñas acciones que marcan la diferencia en la vida de las personas.

Al día siguiente, en la escuela, la maestra Marta anunció que el Concurso de Belleza Interior ya estaba abierto para inscripciones. Cualquiera podía participar, sin importar su edad o apariencia. El jurado evaluaría los testimonios de los amigos y vecinos de los participantes, quienes contarían cómo esas personas habían impactado sus vidas de manera positiva.

Sofía se quedó en su asiento, pensativa. Varios de sus compañeros parecían emocionados por la idea de participar, y algunos ya se habían inscrito. Clara la animó una vez más.

—¡Vamos, Sofía! Sabes que puedes hacerlo. Además, es una oportunidad para mostrarle a todos que la verdadera belleza está en el interior, no en lo que llevamos puesto.

Con el apoyo de Clara, Sofía finalmente decidió inscribirse en el concurso. Aunque no esperaba ganar, quería demostrar que ser amable y ayudar a los demás era tan valioso como cualquier otra cosa. Después de todo, había aprendido de su maestra y de sus padres que la verdadera belleza no se veía, sino que se sentía.

Una semana después, llegó el gran día del Festival de la Amistad. Las calles de Santa Clara estaban llenas de luces y decoraciones coloridas. Había puestos de comida, música en vivo y actividades para todos los gustos. Sofía y Clara caminaron juntas por el festival, disfrutando del ambiente festivo, aunque Sofía no podía evitar sentir mariposas en el estómago por el concurso.

—Estoy nerviosa —confesó Sofía mientras observaba a los otros participantes que ya estaban llegando al lugar del concurso—. ¿Y si lo que hago no es suficiente?

Clara la miró con una sonrisa tranquila.

—No te preocupes. Lo más importante es que estás aquí por las razones correctas. No se trata de ganar, sino de mostrar tu corazón. Y eso, Sofía, tú lo tienes de sobra.

El concurso se celebraría en la plaza principal del pueblo. El jurado estaba compuesto por tres personas importantes de la comunidad: el alcalde, la directora de la escuela y una voluntaria que trabajaba en el refugio de animales local. Los participantes subirían al escenario, y los vecinos darían testimonio de cómo esos niños y niñas habían mostrado su bondad y generosidad a lo largo del año.

A medida que los otros concursantes subían al escenario, Sofía pudo escuchar historias conmovedoras de cómo habían ayudado a ancianos, organizado campañas para recolectar alimentos o cuidado a sus hermanos pequeños. Aunque admiraba profundamente a sus compañeros, Sofía se sintió un poco pequeña en comparación.

—No sé si pertenezco aquí —susurró a Clara mientras esperaban su turno—. Todos han hecho cosas tan grandes y yo… yo solo ayudo en cosas pequeñas.

Clara negó con la cabeza.

—No subestimes el poder de las pequeñas acciones, Sofía. Recuerda que la belleza interior no se mide por el tamaño de los gestos, sino por la sinceridad con la que se hacen.

Cuando llegó el turno de Sofía, su corazón latía con fuerza. Subió al escenario con las manos temblorosas, pero al ver a Clara sonriéndole desde el público, sintió una ola de calma. Aunque no se veía a sí misma como una ganadora, sabía que estaba ahí porque siempre había tratado de ser la mejor versión de sí misma.

Sofía se encontraba en el escenario, sus manos temblaban un poco, pero trataba de mantener la calma. Frente a ella estaba el jurado, y más allá, el público lleno de vecinos y amigos, todos esperando escuchar las historias de bondad que habían marcado el año. Sofía sabía que las acciones que había hecho no eran grandes, pero eran sinceras. Y, con eso en mente, respiró hondo, lista para escuchar lo que los demás tenían que decir sobre ella.

El primero en subir al escenario fue el señor Julián, un vecino mayor que vivía solo a unas calles de la casa de Sofía. Sofía lo ayudaba de vez en cuando, pero no esperaba que él hubiera venido a hablar en el concurso.

—Sofía es una niña que siempre ha mostrado una gran amabilidad hacia mí —dijo el señor Julián con una sonrisa, dirigiéndose al jurado—. En varias ocasiones, me ha ayudado con las compras cuando mis piernas no me permitían caminar hasta el mercado. Puede parecer un pequeño gesto, pero para alguien de mi edad, su ayuda ha sido invaluable. Además, siempre tiene una sonrisa y una palabra amable. Creo que la verdadera belleza de Sofía está en su corazón y en cómo siempre se preocupa por los demás.

Sofía escuchó las palabras del señor Julián con el corazón palpitando. No esperaba que algo tan pequeño como ir de compras para él pudiera ser visto como algo tan importante. Mientras el señor Julián se retiraba del escenario, otro vecino, la señora Clara, se acercó para hablar.

—Conozco a Sofía desde que era pequeña —dijo la señora Clara—. Hace poco, mi hijo, quien tiene problemas de movilidad, necesitaba ayuda con sus tareas escolares. Cuando le pedí a Sofía si podía dedicar un rato de su tiempo para ayudarlo, no dudó ni un segundo. Pasó varias tardes ayudándole, explicándole los temas de clase con paciencia y cariño. Para mí, eso fue un acto de generosidad que no olvidaré. Sofía siempre está dispuesta a ayudar, incluso cuando no lo pedimos.

Sofía comenzó a darse cuenta de que esos pequeños gestos, que para ella eran parte de su vida diaria, habían dejado una huella en las personas que la rodeaban. Las historias seguían, cada una más emotiva que la anterior. Los testimonios no hablaban de grandes actos heroicos, sino de pequeñas acciones llenas de amor y consideración.

Una de las últimas en subir fue Clara, su mejor amiga. Al verla, Sofía sintió una ola de gratitud, sabiendo que Clara había sido su apoyo durante todo el proceso.

—Sofía es mi mejor amiga —comenzó Clara, con una sonrisa cálida—. Y más allá de todo lo que ya han mencionado, lo que quiero destacar es su capacidad para escuchar. Siempre está ahí cuando alguien necesita desahogarse o simplemente compartir un momento difícil. Ella no juzga, no interrumpe, solo escucha con el corazón abierto. Creo que eso es algo que muchas veces damos por sentado, pero es una cualidad rara y hermosa. Para mí, Sofía es un ejemplo de cómo la verdadera belleza está en el interior, en esos momentos en los que simplemente está presente para los demás.

Las palabras de Clara tocaron profundamente a Sofía. No había esperado que su amiga hablara de algo tan cotidiano como escuchar, pero ahora se daba cuenta de que incluso los gestos más simples podían ser valiosos. Cuando Clara terminó su testimonio, el público aplaudió cálidamente, y Sofía sintió una nueva sensación de confianza y paz.

El jurado, que había estado escuchando atentamente, también se mostró conmovido por las historias. Uno de los miembros, la voluntaria del refugio de animales, se levantó para compartir sus impresiones antes de que se anunciara al ganador.

—Hoy hemos escuchado muchas historias conmovedoras —dijo la voluntaria—. Lo que me ha impresionado es que, a menudo, pensamos que la belleza tiene que ver con cosas visibles, grandes o impresionantes. Pero las historias de Sofía y de los otros participantes nos muestran que la verdadera belleza está en los gestos pequeños, en cómo tratamos a los demás y en cómo hacemos que nuestro entorno sea mejor con nuestras acciones cotidianas.

Sofía, aún en el escenario, se sentía emocionada pero también humilde. No sabía si ganaría el concurso, pero se dio cuenta de que eso ya no era lo más importante. Lo que realmente importaba era que había sido capaz de tocar las vidas de las personas que la rodeaban, incluso sin darse cuenta.

Después de que todos los testimonios terminaron, los participantes volvieron a sus asientos para esperar el veredicto del jurado. Sofía se sentó junto a Clara, quien le dio un suave apretón de manos.

—¿Ves? —le susurró Clara—. Te dije que lo que haces es importante. Has tocado más vidas de las que crees.

Sofía sonrió, sintiéndose más tranquila. Por primera vez, dejó de preocuparse por si ganaría o no, y comenzó a apreciar lo que ya había logrado. Había demostrado que la verdadera belleza no era algo que pudiera verse en un espejo, sino algo que se reflejaba en los corazones de quienes habían recibido su bondad.

El jurado se tomó su tiempo para deliberar, mientras el público murmuraba en voz baja. La espera era tensa, pero Sofía sentía una calma que no había experimentado antes. Sabía que, sin importar el resultado, había aprendido algo valioso sobre sí misma y sobre la verdadera naturaleza de la belleza.

El murmullo en la plaza central comenzó a desvanecerse cuando el jurado regresó al escenario. La tensión en el aire era palpable mientras todos los participantes esperaban con ansias el anuncio del ganador. Sofía, sentada junto a Clara, sentía su corazón latir con fuerza. Pero, a diferencia de cómo se había sentido al principio del concurso, ahora estaba en paz. Sabía que, independientemente del resultado, ya había aprendido algo importante: la verdadera belleza no se encontraba en lo que podía verse, sino en lo que se hacía por los demás.

El alcalde, quien presidía el jurado, se acercó al micrófono con una sonrisa cálida en el rostro.

—Queremos agradecer a todos los participantes por sus hermosas historias y, más importante, por los actos de bondad que han realizado en nuestra comunidad —comenzó diciendo—. Hemos escuchado muchos ejemplos de generosidad, amabilidad y verdadero espíritu comunitario. Este concurso nos recuerda que la belleza más grande no está en cómo nos vemos, sino en cómo actuamos.

Sofía miró a su alrededor y vio a sus compañeros participantes, muchos de ellos con nervios en los rostros, pero también con una calma similar a la que ella sentía. Todos sabían que habían hecho algo bueno, sin importar el resultado.

—Después de una larga deliberación —continuó el alcalde—, hemos decidido que este año, el reconocimiento especial del Concurso de Belleza Interior será para alguien que ha demostrado que los gestos más pequeños pueden tener un gran impacto. Alguien que, a través de su bondad cotidiana, ha tocado la vida de muchas personas de nuestra comunidad.

El jurado hizo una pausa, y por un momento, el silencio en la plaza fue absoluto.

—El reconocimiento este año es para… ¡Sofía!

Un aplauso ensordecedor estalló en la plaza. Sofía, sorprendida, se quedó en su asiento por un instante, incapaz de procesar lo que acababa de escuchar. Clara, emocionada, la empujó suavemente.

—¡Lo hiciste, Sofía! —exclamó, mientras Sofía se levantaba lentamente y caminaba hacia el escenario, todavía con incredulidad.

Al llegar al escenario, el alcalde le entregó una pequeña medalla y un diploma, símbolos del reconocimiento de la comunidad. Mientras el público aplaudía, Sofía tomó el micrófono que le ofrecieron, sin saber exactamente qué decir.

—No sé cómo agradecer esto —comenzó, aún un poco abrumada—. La verdad es que no esperaba ganar. Solo traté de hacer lo que me parecía correcto. Pero hoy he aprendido algo muy importante: la verdadera belleza está en las pequeñas cosas que hacemos cada día. En cómo ayudamos a los demás, en cómo escuchamos y en cómo mostramos bondad, incluso cuando nadie más está mirando.

Sofía hizo una pausa, mirando a la multitud.

—Quiero agradecer a todos los que han estado a mi lado, y en especial a mi amiga Clara, que siempre me ha recordado que lo importante no es cómo nos vemos, sino quiénes somos por dentro. Este reconocimiento no es solo para mí, es para todas las personas que, de una forma u otra, hacen algo para hacer del mundo un lugar mejor, sin esperar nada a cambio.

El público aplaudió con fuerza, y Sofía sintió una calidez en su corazón que no podía describir. Mientras bajaba del escenario, se dio cuenta de que ese premio, aunque importante, no era lo que más le llenaba de orgullo. Lo que realmente la hacía feliz era saber que había tocado las vidas de las personas a su alrededor con sus pequeñas acciones diarias.

De regreso junto a Clara, Sofía recibió abrazos y felicitaciones de amigos, vecinos y personas que ni siquiera conocía. Todos la felicitaban no solo por el reconocimiento, sino por la bondad y la humildad que siempre había mostrado.

—Sabía que ganarías —le dijo Clara con una sonrisa amplia—. Eres una persona increíble, Sofía, y me alegra que todos lo reconozcan.

Sofía la abrazó, sintiendo una profunda gratitud.

—No lo habría hecho sin ti, Clara —respondió—. Siempre me has recordado lo que es realmente importante.

A medida que la tarde se convertía en noche y las luces del festival brillaban con más intensidad, Sofía, Clara y sus amigos disfrutaron del resto de las festividades con una sensación de alegría y satisfacción. Sabían que, al final, el verdadero premio no era la medalla o el diploma, sino la lección que todos habían aprendido: la verdadera belleza estaba en el interior, en cómo trataban a los demás, y en cómo, a través de pequeñas acciones, podían cambiar el mundo.

moraleja La verdadera belleza está en el interior.

Y colorín colorín, este cuento llego a su fin. bueno mis amables oyentes. ¡NOS VEMOS MAÑANA! CON UN NUEVO CUENTO CON MORALEJA.

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