Tomás miraba por la ventana del auto mientras se alejaban de su antigua casa. Los árboles familiares y las calles por las que solía correr con sus amigos se desvanecían lentamente a medida que sus padres conducían hacia su nuevo hogar. Aunque el cambio era emocionante para sus padres —quienes estaban emocionados por la nueva casa más grande y cerca de sus trabajos—, para Tomás, el cambio de escuela era lo que más le preocupaba.
—¿Estás bien, hijo? —preguntó su madre desde el asiento delantero.
Tomás asintió, pero no dijo nada. Sabía que cambiar de escuela no sería fácil. Iba a extrañar a sus amigos de toda la vida, las bromas en el recreo y hasta a sus profesores, que ya conocían su manera de ser. Ahora tendría que empezar de nuevo, y la idea lo llenaba de incertidumbre.
Después de varias horas de viaje, llegaron a su nueva casa, un lugar bonito y con más espacio, justo como sus padres habían deseado. Pero para Tomás, lo único que importaba era cómo sería su vida en la nueva escuela, la Escuela Primaria Los Robles. Sabía que tendría que enfrentar su primer día al día siguiente, y no podía evitar sentirse nervioso.
—¿Crees que haré nuevos amigos? —preguntó Tomás esa noche mientras cenaban.
—Claro que sí —respondió su papá—. Eres un chico simpático, responsable y honesto. Eso te llevará muy lejos. Solo sé tú mismo.
Tomás intentó sonreír, pero aún estaba preocupado. Había oído muchas historias de niños que no eran bien recibidos en sus nuevas escuelas, y temía que algo así le sucediera a él. Aun así, decidió seguir el consejo de su padre: ser él mismo, un chico honesto y responsable.
La mañana siguiente llegó rápido, y Tomás se encontró frente a las puertas de la Escuela Los Robles, con su mochila y una mezcla de emociones. El lugar parecía enorme y lleno de niños que ya se conocían entre sí. Mientras caminaba por los pasillos, sentía las miradas curiosas de los demás estudiantes.
—Ese debe ser el nuevo chico —escuchó a alguien decir.
Tomás respiró hondo y se dirigió a la oficina del director, tal como le habían indicado. Allí lo recibió la señora Rodríguez, la secretaria, con una cálida sonrisa.
—Bienvenido, Tomás. Estamos encantados de tenerte en nuestra escuela. Hoy irás al salón de la señorita Laura, tu nueva profesora. Estoy segura de que te irá muy bien.
La señorita Laura lo recibió con la misma amabilidad, presentándolo ante sus nuevos compañeros de clase. Tomás pudo sentir las miradas de todos sobre él mientras lo llevaban a su asiento.
—Este es Tomás, su nuevo compañero. Espero que lo reciban con mucho cariño —dijo la maestra.
Tomás se sentó en su lugar, justo al lado de un chico llamado Diego, quien parecía amigable y le dio una sonrisa rápida.
—Hola, ¿de dónde vienes? —preguntó Diego en voz baja, mientras la maestra comenzaba la lección.
—De la ciudad, nos acabamos de mudar aquí —respondió Tomás.
A lo largo del día, Tomás intentó mantenerse al margen, observando cómo los demás interactuaban entre sí. En los primeros momentos del recreo, decidió ir a explorar un poco el patio de la escuela. Fue entonces cuando notó que Diego, el chico que se había sentado junto a él, estaba hablando con un grupo de amigos. Rápidamente, se dieron cuenta de que algo no estaba bien.
—¡Hey, mi pelota! —gritó Diego, corriendo hacia una esquina del patio donde algunos niños mayores habían tomado su balón.
Tomás observó desde lejos cómo los otros niños discutían sobre quién había tomado la pelota. Diego se acercó, pero los mayores, en lugar de devolvérsela, comenzaron a reírse y a jugar con ella, lanzándola de un lado a otro para que Diego no pudiera alcanzarla. Tomás sintió una punzada de incomodidad. No conocía bien a Diego, pero sabía que eso no estaba bien.
—¿Qué debería hacer? —pensó para sí mismo.
Una parte de él quería mantenerse al margen y no meterse en problemas el primer día. Sin embargo, otra parte sabía que quedarse callado no era la solución. Recordó lo que su padre le había dicho la noche anterior: ser honesto y responsable siempre es lo mejor.
Con valentía, Tomás se acercó al grupo de niños mayores.
—Oigan, eso no está bien —dijo con firmeza—. Esa es la pelota de Diego. Tienen que devolvérsela.
Los niños mayores lo miraron con sorpresa. Nadie parecía haber esperado que el nuevo se atreviera a intervenir. Uno de ellos, que parecía ser el líder, lo miró de arriba a abajo.
—¿Y quién eres tú para decirnos qué hacer? —preguntó el niño, cruzando los brazos.
—No importa quién soy —respondió Tomás, sintiendo cómo el nerviosismo se mezclaba con su deseo de hacer lo correcto—. Lo justo es que le devuelvan su pelota. No han hecho nada para merecerla.
Hubo un momento de silencio, y luego, uno de los niños mayores, visiblemente incómodo, decidió que ya no valía la pena seguir con el juego.
—Vamos, mejor nos vamos. Ya nos divertimos suficiente —dijo, y le devolvieron la pelota a Diego.
Diego, sorprendido por la intervención de Tomás, lo miró con gratitud.
—Gracias, Tomás. No tenías que hacer eso.
—Solo hice lo que me pareció correcto —respondió Tomás, sintiendo cómo la tensión desaparecía de su cuerpo—. Además, somos compañeros, ¿no?
Diego sonrió, agradecido por el apoyo de su nuevo amigo. A partir de ese momento, Tomás comenzó a sentirse más integrado en la nueva escuela. Aunque aún le quedaban desafíos por delante, entendió que la responsabilidad y la honestidad serían siempre su mejor carta de presentación.
Después de lo que ocurrió en el recreo, Tomás sintió que había tomado la decisión correcta al intervenir. A pesar de que enfrentarse a los niños mayores había sido difícil, Diego se mostró agradecido, y otros compañeros también lo miraban con una mezcla de admiración y sorpresa. En pocos minutos, había comenzado a ganarse el respeto de algunos de sus nuevos compañeros de clase.
Durante la tarde, la señorita Laura les asignó un proyecto en grupo para la clase de ciencias. Cada equipo debía elegir un tema y prepararse para hacer una presentación frente a la clase al final de la semana. A Tomás le tocó trabajar con Diego, Camila, y Javier, un chico que parecía algo tímido, pero que siempre prestaba mucha atención en clase.
—Nuestro tema será sobre el ciclo del agua —dijo la señorita Laura—. Deben preparar una maqueta y una breve explicación para presentar el viernes.
Tomás, aunque nuevo, se mostró entusiasmado con la idea. Le encantaba el tema de la ciencia y, aunque sabía que trabajar en equipo con nuevos compañeros podía ser un reto, estaba dispuesto a hacer su mejor esfuerzo.
—Podemos dividirnos las tareas —sugirió Camila cuando se sentaron a discutir cómo organizar el trabajo—. Yo puedo encargarme de la parte de la lluvia y las nubes. Diego, tú podrías hacer la parte de los ríos y los lagos.
—De acuerdo —respondió Diego, mirando a Tomás—. ¿Qué te parece si tú haces la parte de la evaporación?
Tomás asintió, sintiéndose bien por formar parte del grupo.
—Y yo puedo ayudar con la explicación final —agregó Javier, siempre con su tono tranquilo—. Me gusta hablar en público, aunque parezca que no.
Todo parecía estar bien organizado. El grupo se reunía durante los recreos para avanzar en su proyecto y, al final de cada día, compartían ideas sobre cómo mejorar la maqueta. Sin embargo, un día antes de la presentación, ocurrió algo inesperado.
Esa tarde, mientras Tomás revisaba los materiales que usaría para la parte de la evaporación, notó que Diego parecía nervioso. Después de clase, mientras caminaban juntos hacia la salida, Diego finalmente se atrevió a hablar.
—Tomás, necesito contarte algo —dijo Diego en voz baja, mirando al suelo.
—¿Qué pasa? —preguntó Tomás, extrañado por el tono de su amigo.
—Es sobre el proyecto… yo… no he hecho nada de mi parte.
Tomás lo miró sorprendido. Durante los últimos días, Diego siempre había afirmado que estaba avanzando con la parte de los ríos y lagos, pero ahora parecía que eso no era cierto.
—¿Por qué no lo has hecho? —preguntó Tomás, tratando de no sonar demasiado duro—. Dijiste que todo iba bien.
—Lo sé, y lo siento mucho —respondió Diego, visiblemente avergonzado—. La verdad es que me distraje con otras cosas. Mis padres han estado ocupados, y he pasado más tiempo jugando videojuegos que trabajando en el proyecto. Quise empezar, pero luego me di cuenta de que ya era demasiado tarde, y no sabía cómo decirles.
Tomás suspiró, comprendiendo que Diego estaba en una situación complicada. Sabía que el tiempo se les acababa, y aunque se sintió un poco frustrado, también entendió que su amigo estaba siendo honesto al confesar su error.
—Podrías habernos dicho antes, Diego —dijo Tomás, tratando de mantener la calma—. Aún podemos resolverlo, pero tenemos que trabajar juntos y ser responsables.
Diego bajó la cabeza, sintiéndose mal por haber fallado al grupo.
—Lo sé, me equivoqué, pero no sé cómo podemos arreglarlo en tan poco tiempo.
Tomás pensó en lo que su padre siempre le decía sobre la responsabilidad y la honestidad. Diego había cometido un error, pero había sido sincero al confesarlo. Ahora, lo más importante era buscar una solución.
—Mira, podemos pedirle ayuda a Camila y a Javier —sugirió Tomás—. Si todos trabajamos juntos esta tarde, podremos terminar la maqueta. Tendrás que ponerte al día y asumir tu parte, pero creo que lo lograremos.
Diego lo miró con gratitud.
—¿De verdad crees que podremos hacerlo? —preguntó, un poco esperanzado.
—Estoy seguro —respondió Tomás—, pero solo si trabajamos en equipo y no perdemos más tiempo.
Esa misma tarde, Tomás reunió al resto del grupo. Aunque Camila y Javier se sorprendieron al saber que Diego no había completado su parte, estuvieron de acuerdo en ayudar, sabiendo que lo más importante era cumplir con el proyecto.
—Lo más importante es que fuiste honesto, Diego —dijo Camila—. Ahora trabajemos rápido para terminar todo a tiempo.
Juntos, los cuatro amigos pasaron la tarde trabajando en la maqueta, dividiéndose las tareas y ayudando a Diego a ponerse al día. Aunque el tiempo era limitado, la cooperación y el esfuerzo conjunto hicieron que el proyecto avanzara mucho más rápido de lo que esperaban.
Cuando finalmente terminaron, ya era de noche, pero todos se sintieron orgullosos de lo que habían logrado. La maqueta del ciclo del agua estaba completa, y la presentación lista para el día siguiente.
Diego, aún sintiendo un poco de culpa por haber dejado todo para el último momento, agradeció sinceramente a sus compañeros.
—Gracias por ayudarme —dijo, mirando a Tomás en particular—. Prometo que la próxima vez seré más responsable desde el principio. Aprendí mi lección.
Tomás sonrió, aliviado de que todo hubiera salido bien.
—Lo importante es que fuiste honesto y que trabajamos juntos para resolverlo —respondió—. La responsabilidad no es solo cumplir con nuestras tareas, sino también admitir cuando nos equivocamos y buscar cómo solucionarlo.
Al día siguiente, durante la presentación, el grupo de Tomás recibió elogios por su trabajo en equipo y la calidad de su maqueta. Todos sabían que habían superado un obstáculo, pero lo habían hecho con honestidad y responsabilidad, y eso era lo que realmente contaba.
El día de la presentación finalmente llegó. Los estudiantes estaban emocionados y algo nerviosos, ya que sus proyectos serían evaluados por la señorita Laura y el resto de la clase. Tomás, Camila, Diego y Javier se sentaron juntos, mirando con orgullo la maqueta que tanto esfuerzo les había costado completar la tarde anterior.
La clase comenzó con las presentaciones de los diferentes grupos, y cada equipo mostró sus maquetas con explicaciones detalladas sobre el ciclo del agua. Algunos proyectos eran más simples, otros más elaborados, pero lo importante era que todos habían puesto esfuerzo en sus trabajos.
Cuando llegó el turno de Tomás y su grupo, los cuatro se levantaron y llevaron su maqueta al frente de la clase. Diego, que había estado más nervioso que el resto debido a lo sucedido, respiró hondo antes de comenzar su parte de la presentación.
—Nuestro proyecto trata sobre el ciclo del agua, que incluye la evaporación, la condensación, la precipitación y el regreso del agua a la tierra —comenzó Diego, mostrando la maqueta—. Cada una de estas etapas es importante para mantener el equilibrio en la naturaleza.
Camila tomó la palabra y explicó cómo habían representado las nubes y las gotas de lluvia en su maqueta, mientras Javier se encargaba de describir cómo los ríos y lagos recogían el agua de la lluvia para devolverla al ciclo.
Finalmente, fue el turno de Tomás. Con confianza, explicó la parte de la evaporación, detallando cómo el agua se transforma en vapor y sube a la atmósfera.
—Este ciclo es fundamental para la vida en la Tierra —concluyó Tomás—, y nuestra maqueta muestra cómo el agua nunca se detiene, sino que siempre está en movimiento.
La señorita Laura asintió con una sonrisa, claramente impresionada por el esfuerzo del grupo. Cuando terminaron, todo el salón aplaudió, y Tomás sintió un gran alivio. A pesar de los contratiempos, habían logrado completar el proyecto y hacerlo bien.
Después de que todos los grupos terminaron sus presentaciones, la señorita Laura pidió a los estudiantes que regresaran a sus asientos. Antes de dar su veredicto final, se dirigió a la clase con un mensaje importante.
—Hoy hemos visto muchos trabajos excelentes, y quiero felicitarlos a todos por su dedicación —dijo—. Pero hay algo más que quiero destacar, y no tiene que ver solo con la calidad de los proyectos, sino con el valor de ser responsables y honestos.
Tomás, Diego, Camila y Javier intercambiaron miradas, sabiendo que sus esfuerzos habían sido reconocidos.
—He oído que algunos de ustedes enfrentaron desafíos durante el proceso de creación de sus maquetas —continuó la maestra—, y eso es normal. A veces, las cosas no salen como esperábamos, pero lo importante es cómo respondemos a esas dificultades. Ser honesto y admitir cuando cometemos errores es una parte importante del aprendizaje. Y no solo eso, también demuestra el tipo de persona que somos.
Los estudiantes escuchaban con atención. La señorita Laura continuó:
—Un ejemplo de esto es el grupo de Tomás, Diego, Camila y Javier. Sé que enfrentaron algunos obstáculos durante el proyecto, pero lo que me impresiona más es que, en lugar de rendirse o culparse entre sí, trabajaron juntos, fueron honestos sobre los problemas que encontraron y lograron completar su tarea de manera excelente.
Diego bajó la cabeza ligeramente, recordando cómo había confesado su error a sus compañeros. Pero en lugar de sentir vergüenza, ahora se sentía aliviado y agradecido de haber sido honesto desde el principio.
—Por eso, además de felicitar a su grupo por su maqueta, quiero destacar su integridad —dijo la señorita Laura—. La honestidad y la responsabilidad son cualidades que los llevarán muy lejos en la vida. No solo en la escuela, sino en cualquier cosa que hagan.
Al escuchar esas palabras, Tomás se sintió orgulloso. Había sido un largo camino desde que comenzó el proyecto, pero ahora sabía que había hecho lo correcto al ayudar a Diego y al trabajar con su equipo para superar los obstáculos. También comprendió que la honestidad, tanto de él como de Diego, había sido clave para el éxito del grupo.
Cuando la clase terminó, los cuatro amigos se reunieron en el recreo. Diego se acercó a Tomás con una sonrisa sincera.
—Gracias, Tomás —dijo Diego—. No solo por ayudarme con el proyecto, sino por darme la oportunidad de ser honesto. Al principio pensé que todo estaba perdido, pero me di cuenta de que admitir mis errores y pedir ayuda fue lo mejor que pude hacer.
Tomás sonrió de vuelta.
—No hay problema, Diego. Todos cometemos errores. Lo importante es que fuimos honestos y trabajamos juntos. Eso es lo que realmente importa.
Camila y Javier asintieron, felices de haber formado parte de un equipo que no solo había aprendido sobre el ciclo del agua, sino también sobre la importancia de la responsabilidad y la honestidad.
—Este fue solo el primer proyecto —dijo Javier—. Estoy seguro de que el próximo será aún mejor, ahora que sabemos cómo trabajar juntos.
—Totalmente —dijo Camila, sonriendo—. Aprendimos mucho más que ciencia esta semana.
Tomás miró a sus nuevos amigos y se sintió afortunado de haber encontrado un lugar donde podía ser él mismo, un lugar donde la honestidad y la responsabilidad eran valoradas. Y mientras el grupo corría hacia el campo de fútbol para jugar un partido improvisado, Tomás supo que había comenzado su nueva vida escolar de la mejor manera posible.
moraleja la responsabilidad y la honestidad debe ser nuestra carta de presentación.
Y colorín colorín, este cuento llego a su fin. bueno mis amables oyentes. ¡NOS VEMOS MAÑANA! CON UN NUEVO CUENTO CON MORALEJA.
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