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En un misterioso lugar del océano, donde las aguas eran tan cristalinas que reflejaban el cielo como un espejo, vivía una pequeña tortuga llamada Tilly. Tilly no era una tortuga común; tenía un caparazón adornado con colores brillantes que cambiaban según su estado de ánimo. Su hogar era un arrecife de coral lleno de vida y color, donde convivía con una variedad de criaturas marinas, desde los juguetones delfines hasta los tímidos caballitos de mar y otros animalitos acuáticos.

Tilly era conocida por su amabilidad y su disposición a ayudar a los demás. Siempre tenía una sonrisa en su rostro y una palabra amable para todos. Un día, mientras nadaba cerca de la superficie, Tilly escuchó un suave llanto. Siguiendo el sonido, encontró a un pequeño pez payaso atrapado en una red de pesca abandonada. Sin pensarlo dos veces, Tilly se acercó y, con mucho cuidado, comenzó a desatar los nudos que mantenían al pez prisionero.

—No te preocupes, pequeño amigo. Te sacaré de aquí en un santiamén —dijo Tilly con una voz suave y tranquilizadora.

El pez payaso, que se llamaba Nemo, miró a Tilly con ojos llenos de gratitud. Nunca había conocido a alguien tan amable y desinteresado. En poco tiempo, Tilly logró liberar a Nemo, quien nadó libremente por primera vez en horas.

—¡Gracias, gracias! —exclamó Nemo, dando vueltas de alegría—. No sé cómo agradecerte.

—No necesitas agradecerme —respondió Tilly con una sonrisa—. La amabilidad siempre trae buenas energías. Ahora, ve y disfruta de tu libertad.

Nemo, lleno de felicidad, nadó hacia su hogar en el arrecife, prometiéndose a sí mismo que algún día devolvería el favor. Mientras tanto, Tilly continuó su camino, sintiéndose contenta por haber podido ayudar a alguien en necesidad.

El sol comenzaba a ponerse, tiñendo el cielo y el mar de tonos anaranjados y rosados. Tilly decidió regresar a su hogar en el arrecife, pero antes de llegar, se encontró con una vieja amiga, una estrella de mar llamada Stella. Stella estaba preocupada porque había oído rumores de que un gran tiburón blanco estaba merodeando cerca del arrecife.

—Tilly, ten cuidado —advirtió Stella—. He oído que el tiburón blanco, conocido como Sombra, ha estado buscando comida cerca de aquí. No quiero que te pase nada malo.

Tilly agradeció la advertencia de Stella y prometió estar atenta. Sin embargo, en su corazón, sabía que la amabilidad y el coraje siempre serían sus mejores aliados. Con una última sonrisa a Stella, Tilly se despidió y continuó su camino hacia casa, sin saber que su amabilidad pronto sería puesta a prueba de una manera que nunca hubiera imaginado.

Mientras Tilly nadaba hacia su hogar, el arrecife comenzaba a iluminarse con la bioluminiscencia de las criaturas marinas que lo habitaban. Las medusas brillaban como pequeñas linternas flotantes y los peces linterna emitían destellos de luz que creaban un espectáculo mágico bajo el agua. Tilly siempre se maravillaba con la belleza de su hogar, pero esa noche, algo más captó su atención.

A lo lejos, vio una sombra grande y oscura moviéndose lentamente. Su corazón dio un vuelco al recordar las palabras de Stella sobre el tiburón blanco, Sombra. Sin embargo, en lugar de sentir miedo, Tilly decidió acercarse con cautela para ver si podía ayudar de alguna manera. Después de todo, la amabilidad siempre había sido su guía.

Al acercarse, Tilly se dio cuenta de que la sombra no era Sombra, sino un viejo y sabio pulpo llamado Octavio. Octavio era conocido en todo el arrecife por su sabiduría y sus historias sobre los tiempos antiguos. Sin embargo, esa noche, Octavio parecía preocupado y agitado.

—¡Octavio! —llamó Tilly suavemente—. ¿Estás bien? ¿Necesitas ayuda?

Octavio levantó uno de sus tentáculos y saludó a Tilly con una sonrisa cansada.

—Ah, Tilly, mi querida amiga. Me alegra verte —dijo con voz profunda—. Estoy bien, pero he estado escuchando rumores inquietantes sobre Sombra. Parece que está buscando algo, algo muy valioso.

Tilly frunció el ceño, intrigada.

—¿Algo valioso? ¿Qué podría ser?

Octavio suspiró y sus ojos se llenaron de preocupación.

—Se dice que Sombra está buscando el Tesoro de la Amabilidad, un antiguo artefacto que, según la leyenda, tiene el poder de traer paz y prosperidad a quien lo posea. Pero en las manos equivocadas, podría causar mucho daño.

Tilly sintió un escalofrío recorrer su caparazón. Sabía que debía hacer algo para proteger el tesoro y evitar que cayera en las manos equivocadas.

—Octavio, ¿sabes dónde está el tesoro? —preguntó con determinación.

El pulpo asintió lentamente.

—Sí, pero está bien escondido en una cueva secreta, protegida por una serie de desafíos que solo los de corazón puro pueden superar. Tilly, creo que tú eres la indicada para encontrarlo y protegerlo.

Tilly se sintió honrada y un poco asustada, pero sabía que debía aceptar la misión. Con una última mirada a Octavio, prometió que haría todo lo posible para encontrar el Tesoro de la Amabilidad y mantenerlo a salvo.

—Confío en ti, Tilly —dijo Octavio con una sonrisa—. Recuerda, la amabilidad siempre trae buenas energías. Que la luz del arrecife te guíe.

Con esas palabras resonando en su mente, Tilly se despidió de Octavio y se dirigió hacia la cueva secreta, lista para enfrentar cualquier desafío que se le presentara. Sabía que su amabilidad y su coraje serían sus mejores aliados en esta nueva aventura.

Tilly nadaba con determinación hacia la cueva secreta, sus aletas moviéndose rítmicamente mientras el océano se oscurecía a su alrededor. La cueva, escondida entre corales y algas, parecía un lugar tranquilo, pero Tilly sabía que los desafíos que le esperaban no serían fáciles.

Al llegar a la entrada de la cueva, Tilly se encontró con un grupo de medusas luminosas que bloqueaban su camino. Sus tentáculos brillaban con una luz suave, pero Tilly sabía que podían ser peligrosas. Recordando las palabras de Octavio sobre la amabilidad, Tilly decidió hablar con las medusas en lugar de intentar pasar a la fuerza.

“Hola, amigas medusas,” dijo Tilly con una voz calmada y amable. “Estoy aquí en una misión importante para proteger el Tesoro de la Amabilidad. ¿Podrían permitirme pasar?”

Las medusas se miraron entre sí, sus luces parpadeando en un patrón curioso. Una de ellas, la más grande, se adelantó y habló con una voz suave y melodiosa. “Somos las guardianas de la entrada. Solo aquellos con un corazón puro pueden pasar. Debes demostrar tu amabilidad para que te dejemos entrar.”

Tilly asintió, comprendiendo el desafío. Observó a su alrededor y vio a un pequeño pez atrapado entre las rocas cercanas. Sin dudarlo, nadó hacia él y, con mucho cuidado, lo liberó. El pez, agradecido, nadó rápidamente hacia la seguridad del arrecife.

Las medusas, al ver el acto de amabilidad de Tilly, se apartaron lentamente, creando un camino hacia la cueva. “Has demostrado tu corazón puro,” dijo la medusa líder. “Puedes pasar.”

Tilly agradeció a las medusas y continuó su camino hacia el interior de la cueva. La oscuridad la envolvía, pero su determinación y su amabilidad iluminaban su camino. Pronto, llegó a una cámara amplia donde encontró el siguiente desafío.

En el centro de la cámara, había una gran roca bloqueando el camino. Tilly intentó moverla, pero era demasiado pesada. Mientras pensaba en qué hacer, escuchó un susurro suave. “La fuerza no siempre es la respuesta,” dijo la voz. “A veces, la amabilidad y la cooperación son más poderosas.”

Tilly miró a su alrededor y vio a varios peces pequeños observándola desde las sombras. “¿Podrían ayudarme a mover esta roca?” preguntó con amabilidad. Los peces, inspirados por su solicitud amable, nadaron hacia ella y juntos empujaron la roca hasta que se movió lo suficiente para que Tilly pudiera pasar.

“Gracias, amigos,” dijo Tilly con gratitud. “No podría haberlo hecho sin ustedes.”

Con el camino despejado, Tilly continuó su viaje, sabiendo que cada acto de amabilidad la acercaba más a su objetivo. La cueva aún tenía más desafíos, pero Tilly estaba lista para enfrentarlos con su corazón puro y su espíritu amable.

Tilly avanzaba con cautela por la cueva, sus ojos adaptándose a la penumbra. El aire se volvía más denso y el silencio era interrumpido solo por el suave murmullo del agua. Sabía que el Tesoro de la Amabilidad estaba cerca, pero también que Sombra, el tiburón blanco, no andaba lejos.

De repente, un rugido resonó en la cueva, haciendo eco en las paredes de piedra. Tilly se detuvo, su corazón latiendo con fuerza. Frente a ella, emergiendo de las sombras, apareció Sombra, sus ojos fríos y calculadores fijos en ella.

“Así que tú eres la famosa Tilly,” dijo Sombra con una voz profunda y amenazante. “He oído hablar de tu amabilidad, pero eso no te salvará ahora. El tesoro será mío.”

Tilly, aunque asustada, se mantuvo firme. “Sombra, el Tesoro de la Amabilidad no es para causar daño. Está destinado a traer paz y prosperidad. Por favor, déjame protegerlo.”

Sombra se rió, un sonido que resonó como un trueno en la cueva. “¿Paz y prosperidad? ¡Qué tontería! Con ese tesoro, podría gobernar el océano.”

Tilly sabía que no podía enfrentarse a Sombra con fuerza. Recordando las palabras de Octavio y los desafíos que ya había superado, decidió intentar algo diferente. “Sombra, sé que en el fondo no eres tan malo como pareces. Todos tenemos algo de bondad en nuestro corazón. Déjame mostrarte lo que la amabilidad puede hacer.”

Sombra se detuvo, sorprendido por las palabras de Tilly. Nadie le había hablado así antes. “¿Y cómo piensas hacer eso?” preguntó, su tono menos amenazante.

Tilly sonrió y nadó hacia Sombra con calma. “Déjame contarte una historia,” dijo. “Había una vez un tiburón que vivía solo, temido por todos. Un día, conoció a una tortuga que, en lugar de huir, le ofreció su amistad. Con el tiempo, el tiburón descubrió que la amabilidad y la amistad eran más poderosas que el miedo y la soledad.”

Sombra escuchó en silencio, sus ojos suavizándose. “¿Y qué pasó con el tiburón?” preguntó, su voz apenas un susurro.

“El tiburón encontró la paz y la felicidad que siempre había buscado,” respondió Tilly. “Y se convirtió en un protector del océano, usando su fuerza para ayudar a los demás.”

Sombra bajó la mirada, reflexionando sobre las palabras de Tilly. “Nunca había pensado en eso,” admitió. “Siempre he creído que la fuerza y el miedo eran lo único que importaba.”

Tilly se acercó más, su voz llena de compasión. “Todos podemos cambiar, Sombra. La amabilidad puede transformar incluso los corazones más oscuros. Déjame ayudarte a encontrar ese camino.”

Sombra suspiró profundamente, como si una gran carga se levantara de sus hombros. “Tal vez tienes razón, Tilly. Tal vez es hora de un cambio.”

Con esas palabras, Sombra se apartó, permitiendo a Tilly continuar su camino hacia el Tesoro de la Amabilidad. Tilly, agradecida y esperanzada, nadó hacia la cámara final, sabiendo que había hecho una diferencia no solo para ella, sino también para Sombra.

Tilly avanzó con cautela hacia la cámara final, su corazón latiendo con emoción y esperanza. La cueva se iluminaba con una luz suave y dorada que emanaba del Tesoro de la Amabilidad. Al llegar, Tilly se encontró con un cofre antiguo, adornado con joyas y símbolos de bondad.

Con manos temblorosas, abrió el cofre y, para su sorpresa, no encontró oro ni joyas, sino un espejo brillante. Al mirarse en el espejo, Tilly vio reflejada no solo su imagen, sino también las imágenes de todos aquellos a quienes había ayudado con su amabilidad: las medusas luminosas, los peces pequeños y, por supuesto, Sombra, el tiburón blanco.

De repente, el espejo comenzó a brillar intensamente, y una voz suave y melodiosa llenó la cueva. Era la voz del espíritu de la amabilidad, que le habló a Tilly:

“Tilly, tu corazón puro y tus actos de bondad han despertado el verdadero poder del Tesoro de la Amabilidad. Este espejo refleja la luz de la bondad que resides en todos nosotros. Al compartir tu amabilidad, has encendido una chispa en los corazones de muchos, y esa luz nunca se apagará.”

Tilly sintió una calidez en su corazón y comprendió que el verdadero tesoro no era algo material, sino la capacidad de inspirar bondad en los demás. Con el espejo en sus manos, salió de la cueva, sabiendo que su misión no había terminado. Ahora, tenía la responsabilidad de llevar el mensaje de la amabilidad a todos los rincones del océano.

Al regresar a su hogar, Tilly fue recibida con alegría y admiración por todos los habitantes del mar. Compartió su historia y mostró el espejo, que reflejaba la bondad de cada ser que lo miraba. Las criaturas del océano comenzaron a practicar la amabilidad en su vida diaria, ayudándose mutuamente y creando un ambiente de paz y armonía.

Sombra, el tiburón blanco, también se unió a ellos, convirtiéndose en un defensor de la amabilidad y la amistad. Su transformación inspiró a otros tiburones y criaturas marinas a seguir su ejemplo, demostrando que incluso los corazones más oscuros pueden cambiar con un poco de bondad.

Y así, el océano se convirtió en un lugar más brillante y feliz, gracias a Tilly y su valiente búsqueda del Tesoro de la Amabilidad. La historia de Tilly se contó de generación en generación, recordando a todos que la amabilidad trae buenas energías y puede transformar el mundo.

Después de su encuentro con el Tesoro de la Amabilidad, Tilly decidió que debía compartir su descubrimiento con el mundo. Con el espejo en sus manos, nadó hacia la superficie del océano, donde los rayos del sol tocaban suavemente el agua, creando destellos de luz que parecían bailar a su alrededor.

Al llegar a la orilla, Tilly se encontró con un grupo de niños jugando en la playa. Los niños, curiosos al ver a la tortuga con el espejo, se acercaron para escuchar su historia. Tilly les contó sobre su viaje y cómo la amabilidad había transformado su vida y la de otros en el océano. Los niños escuchaban con atención, sus ojos brillando con asombro y admiración.

Uno de los niños, llamado Lucas, quedó especialmente conmovido por la historia de Tilly. Inspirado por su valentía y bondad, decidió llevar el mensaje de la amabilidad a su comunidad. Con la ayuda de Tilly, Lucas organizó un día especial en el que todos los niños del pueblo se reunieron para realizar actos de bondad. La noticia del evento se extendió rápidamente, y pronto, no solo los niños, sino también los adultos, se unieron a la causa.

El día del evento, la playa se llenó de actividad y risas. Los niños y adultos trabajaron juntos para plantar árboles, ayudaron a los ancianos con sus compras y recogieron basura en la playa. Cada pequeño acto de amabilidad fue como una semilla que crecía y florecía, transformando el ambiente a su alrededor. El espejo de Tilly reflejaba la luz de la bondad en cada uno de ellos, recordándoles que todos tienen el poder de hacer una diferencia.

Lucas, con el espejo en sus manos, se convirtió en un líder natural. Su entusiasmo y dedicación inspiraron a todos a participar y a encontrar maneras de ser amables en su vida diaria. Los niños comenzaron a ayudar a sus compañeros en la escuela, a compartir sus juguetes y a cuidar de los animales. Los adultos, por su parte, se ofrecieron como voluntarios en refugios, ayudaron a los vecinos y promovieron la amabilidad en sus lugares de trabajo.

Con el tiempo, la historia de Tilly y Lucas se extendió más allá del pequeño pueblo. Personas de todas partes comenzaron a practicar la amabilidad en su vida diaria, inspiradas por el ejemplo de una tortuga valiente y un niño decidido. La semilla de la amabilidad creció y se convirtió en un árbol frondoso que daba sombra y frutos a todos los que se acercaban. La comunidad se transformó en un lugar de paz y armonía, donde la amabilidad era la norma y no la excepción.

Tilly, satisfecha con el impacto de su viaje, regresó al océano, sabiendo que había cumplido su misión. El espejo, ahora en manos de Lucas, continuó reflejando la luz de la bondad, recordando a todos que la amabilidad trae buenas energías y puede cambiar el mundo. Lucas, por su parte, se convirtió en un defensor incansable de la amabilidad, llevando el mensaje a otras comunidades y enseñando a las futuras generaciones la importancia de ser amables.

Y así, la historia de Tilly y Lucas se convirtió en una leyenda, enseñando a las futuras generaciones que, con un corazón amable, se pueden lograr grandes cosas. La amabilidad no solo transforma a quienes la reciben, sino también a quienes la practican, creando un ciclo infinito de buenas energías y felicidad. El océano y la tierra se unieron en un lazo de bondad, demostrando que, sin importar dónde vivamos, todos podemos hacer del mundo un lugar mejor con un simple acto de amabilidad y esto trae buenas energías.

La moraleja de esta historia es que la amabilidad trae buenas energías.

Y colorín colorín, este cuento llego a su fin. bueno mis amables oyentes. ¡hasta muy pronto! CON UN NUEVO CUENTO CON MORALEJA.

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