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En un lejano y árido desierto, donde el sol abrasador parecía nunca descansar, vivía una pequeña tribu de nómadas. Estos nómadas, conocidos como los Hijos del Viento, eran famosos por su sabiduría y su habilidad para encontrar agua en los lugares más inesperados. Entre ellos, destacaba un joven llamado Arian, cuya curiosidad y espíritu aventurero lo hacían único.

Arian era conocido por su corazón noble y su deseo de aprender. Sin embargo, había algo que lo atormentaba: una vieja rencilla con su mejor amigo, Kael. Ambos habían sido inseparables desde la infancia, pero una disputa sobre un valioso amuleto había sembrado discordia entre ellos. El amuleto, una joya antigua que se decía tenía el poder de conceder deseos, había sido encontrado por Arian en una de sus exploraciones. Kael, creyendo que el amuleto le pertenecía por derecho, se lo había arrebatado en un momento de ira.

Desde entonces, Arian y Kael no se hablaban. La tribu, preocupada por la ruptura de su amistad, intentó mediar, pero los corazones de los jóvenes estaban llenos de resentimiento. Un día, el anciano sabio de la tribu, conocido como el Guardián de las Arenas, decidió intervenir. Convocó a Arian y Kael a su tienda, donde el aroma de hierbas y especias llenaba el aire.

—Arian, Kael —comenzó el Guardián con voz serena—, el desierto nos enseña muchas lecciones, y una de las más importantes es el valor del perdón. Sin él, nuestros corazones se vuelven tan áridos como estas tierras.

Arian y Kael se miraron, pero no dijeron nada. El Guardián continuó:

—He decidido enviaros en una misión. Debéis encontrar el Oasis de la Reconciliación, un lugar místico donde se dice que las aguas tienen el poder de sanar las heridas del alma. Solo aquellos que buscan el perdón con sinceridad pueden encontrarlo.

Los jóvenes, aunque reticentes, aceptaron la misión. Sabían que el Guardián nunca les daría una tarea sin propósito. Así, al amanecer del día siguiente, se adentraron en el desierto, llevando consigo solo lo esencial: agua, comida y una brújula antigua que, según el Guardián, los guiaría hacia el oasis.

El viaje fue arduo. El sol implacable y las dunas interminables pusieron a prueba su resistencia. Arian y Kael apenas hablaban, cada uno sumido en sus propios pensamientos. Sin embargo, a medida que avanzaban, comenzaron a recordar los buenos tiempos que habían compartido: las risas, las aventuras y los sueños que habían forjado juntos.

Una noche, mientras descansaban bajo un cielo estrellado, Arian rompió el silencio.

—Kael, lamento lo que pasó con el amuleto. No debí haberlo guardado para mí solo.

Kael, sorprendido por las palabras de su amigo, sintió una oleada de emociones. Durante tanto tiempo había guardado rencor, pero en ese momento, bajo la inmensidad del desierto, se dio cuenta de lo insignificante que era la disputa comparada con su amistad.

—Yo también lo siento, Arian. Fui egoísta y no pensé en nuestros lazos. Perdóname.

Ambos se miraron y, por primera vez en mucho tiempo, sonrieron. El primer paso hacia el perdón había sido dado, pero aún quedaba un largo camino por recorrer.

 

Con el primer paso hacia la reconciliación dado, Arian y Kael continuaron su travesía por el desierto. La brújula antigua que llevaban parecía tener vida propia, girando y señalando direcciones que a veces parecían imposibles. Sin embargo, confiaban en las palabras del Guardián de las Arenas y en la sabiduría de sus ancestros.

A medida que avanzaban, el paisaje del desierto comenzó a cambiar. Las dunas doradas se transformaron en colinas de arena blanca, y el calor sofocante dio paso a una brisa fresca y reconfortante. Arian y Kael, aunque cansados, sentían una renovada esperanza en sus corazones.

Una tarde, mientras descansaban a la sombra de una gran roca, escucharon un sonido inusual. Era un murmullo suave, como el susurro del viento, pero más constante. Intrigados, siguieron el sonido hasta encontrar una pequeña cueva oculta entre las rocas. Dentro, descubrieron un manantial de agua cristalina que brotaba del suelo, formando un pequeño estanque.

—Debe ser una señal —dijo Arian, arrodillándose para beber del agua fresca—. El Oasis de la Reconciliación no puede estar muy lejos.

Kael asintió y también bebió del manantial. El agua no solo sació su sed, sino que también pareció llenar sus corazones de una paz indescriptible. Decidieron pasar la noche allí, recuperando fuerzas para el tramo final de su viaje.

Esa noche, mientras el fuego crepitaba y las estrellas brillaban en el cielo, Arian y Kael compartieron historias de su infancia, recordando los momentos felices y las travesuras que habían hecho juntos. La risa resonó en la cueva, y por un momento, el desierto dejó de ser un lugar inhóspito y se convirtió en un refugio de amistad y redención.

Al amanecer, se pusieron en marcha nuevamente. La brújula, que había permanecido inmóvil durante la noche, comenzó a girar con más intensidad, señalando hacia el este. Arian y Kael siguieron su dirección, sintiendo que cada paso los acercaba más a su destino.

Después de varias horas de caminata, llegaron a una vasta extensión de arena blanca. En el centro, rodeado de palmeras y flores exóticas, se encontraba el Oasis de la Reconciliación. El agua del oasis brillaba con un resplandor dorado, y el aire estaba impregnado de un aroma dulce y refrescante.

Arian y Kael se acercaron al borde del agua y, sin decir una palabra, se sumergieron en el oasis. Al hacerlo, sintieron cómo todas sus preocupaciones y resentimientos se desvanecían. El agua del oasis no solo curaba las heridas del cuerpo, sino también las del alma.

Cuando emergieron, se miraron a los ojos y supieron que su amistad había sido restaurada. El desierto, con todas sus pruebas y desafíos, les había enseñado el verdadero valor del perdón.

Después de sumergirse en las aguas doradas del Oasis de la Reconciliación, Arian y Kael sintieron una renovada energía y un profundo sentido de paz. Sin embargo, su misión aún no había terminado. El Guardián de las Arenas les había advertido que el verdadero desafío estaba por venir.

Al salir del oasis, se encontraron con un sendero que los llevó a un antiguo templo semi-enterrado en la arena. Las paredes del templo estaban cubiertas de inscripciones y dibujos que narraban historias de antiguos héroes y sus hazañas. En el centro del templo, encontraron una puerta de piedra con un enigma inscrito:

“Solo aquellos que demuestren la verdadera creatividad podrán abrir esta puerta y continuar su camino.”

Arian y Kael se miraron, sabiendo que debían trabajar juntos para resolver el enigma. Recordaron las historias que el Guardián de las Arenas les había contado sobre la importancia de la creatividad y cómo esta podía manifestarse de muchas formas.

Primero, Arian sugirió que intentaran dibujar algo en la arena frente a la puerta. Con un palo, comenzó a trazar un dibujo de un sol naciente, simbolizando un nuevo comienzo. Kael, inspirado, añadió detalles de dunas y palmeras, creando una escena del desierto que representaba su viaje y reconciliación.

La puerta no se movió.

Entonces, Kael tuvo una idea. Recordó que la creatividad no solo se trataba de arte, sino también de pensamiento innovador. Propuso que intentaran cantar una canción que inventaran en ese momento. Arian, con su voz clara, comenzó a entonar una melodía sobre la amistad y el perdón, mientras Kael añadía armonías y ritmos con sus manos y pies.

La puerta permaneció cerrada.

Finalmente, Arian recordó una historia que su madre le había contado sobre cómo la creatividad también podía ser una solución práctica a un problema. Observó las inscripciones en las paredes y notó un patrón en los dibujos. Con la ayuda de Kael, comenzaron a mover las piedras del suelo siguiendo el patrón que habían descubierto. Cada piedra que movían parecía encajar perfectamente en su lugar, formando un mosaico que representaba una escena de la vida en la tribu.

Con el último movimiento, la puerta de piedra comenzó a abrirse lentamente, revelando un pasaje oscuro y misterioso. Arian y Kael se abrazaron, sabiendo que habían superado la primera prueba gracias a su creatividad y colaboración.

Arian y Kael avanzaron por el pasaje oscuro que se había revelado tras abrir la puerta de piedra. La atmósfera era densa y misteriosa, y el eco de sus pasos resonaba en las paredes del túnel. Después de caminar durante lo que parecieron horas, llegaron a una cámara iluminada por una luz suave y dorada que emanaba de un cristal en el centro de la sala.

En la cámara, encontraron una figura imponente: una estatua de un antiguo dios del desierto, con ojos que parecían seguir cada uno de sus movimientos. Frente a la estatua, había una mesa de piedra con varios objetos: una pluma, un pergamino, una pequeña caja de madera y un espejo.

Una voz profunda y resonante llenó la sala, proveniente de la estatua: “Para continuar su viaje, deben demostrar la profundidad de su imaginación. Cada uno de estos objetos tiene un propósito. Usen su creatividad para descubrirlo.”

Arian y Kael se miraron, sintiendo la presión del desafío. Sabían que debían pensar de manera innovadora y fuera de lo común para superar esta prueba.

Primero, Arian tomó la pluma y el pergamino. Recordó las historias que había escuchado sobre cómo las palabras podían dar vida a las ideas. Comenzó a escribir una historia sobre un héroe que, con su ingenio y valentía, había salvado a su pueblo de una gran amenaza. Mientras escribía, las palabras parecían cobrar vida, y las imágenes de la historia se proyectaban en el aire, como si estuvieran viendo una película.

Kael, inspirado por la creatividad de Arian, tomó la pequeña caja de madera. Al abrirla, encontró varios fragmentos de cristal de diferentes colores. Recordó las enseñanzas del Guardián de las Arenas sobre cómo la luz podía ser manipulada para crear ilusiones. Con cuidado, colocó los cristales frente al espejo, y la luz dorada del cristal central se refractó a través de ellos, creando un caleidoscopio de colores y formas en las paredes de la cámara.

La voz de la estatua resonó de nuevo: “Han demostrado su imaginación, pero aún queda un último desafío. Deben combinar sus talentos para crear algo verdaderamente único.”

Arian y Kael se sentaron juntos, reflexionando sobre cómo podían unir sus habilidades. Arian sugirió que escribieran una historia juntos, mientras Kael usaba los cristales para ilustrarla. Comenzaron a trabajar en equipo, Arian escribiendo sobre un mundo fantástico lleno de criaturas mágicas y aventuras épicas, mientras Kael manipulaba los cristales para proyectar las escenas en las paredes.

La historia cobraba vida ante sus ojos, y la cámara se llenó de imágenes vibrantes y sonidos envolventes. La estatua observaba en silencio, y cuando la historia llegó a su clímax, la luz en la cámara se intensificó, iluminando cada rincón con un brillo cálido y acogedor.

La voz de la estatua habló por última vez: “Han superado el Desafío de la Imaginación. Su creatividad y colaboración los han llevado a este punto. Ahora, continúen su viaje con la certeza de que la imaginación es una herramienta poderosa que los hará únicos.”

Con esas palabras, una nueva puerta se abrió en la cámara, revelando un camino que los llevaría a la siguiente etapa de su misión. Arian y Kael se abrazaron, sintiendo una profunda gratitud por la experiencia que habían compartido. Sabían que, sin importar los desafíos que enfrentaran en el futuro, siempre podrían confiar en su creatividad y en la fuerza de su amistad.

Arian y Kael avanzaron por el pasaje oscuro, sus pasos resonando en las paredes de piedra. La luz del cristal dorado se desvanecía lentamente, dejándolos en una penumbra que parecía absorber todo sonido. Sin embargo, sus corazones estaban llenos de esperanza y determinación.

Al final del pasaje, encontraron una puerta de madera tallada con intrincados diseños de criaturas míticas y símbolos antiguos. Al tocarla, la puerta se abrió suavemente, revelando un vasto jardín iluminado por la luz de las dos lunas, Lythia y Seraphel. El aire estaba lleno del aroma de flores exóticas y el sonido de un arroyo cercano.

En el centro del jardín, sobre un pedestal de mármol, había un cofre dorado. Arian y Kael se acercaron con cautela, sabiendo que este era el último desafío. Al abrir el cofre, encontraron un pergamino antiguo y una llave de plata. El pergamino contenía un mensaje del Guardián de las Arenas:

“El perdón es la llave que abre todas las puertas. Solo aquellos que pueden perdonar verdaderamente pueden encontrar la libertad.”

Arian y Kael se miraron, comprendiendo la profundidad de esas palabras. Recordaron los momentos de conflicto y desconfianza que habían superado juntos. Sabían que el verdadero desafío no era solo demostrar su creatividad e imaginación, sino también aprender a perdonar y dejar ir el pasado.

Con la llave en mano, buscaron una cerradura en el jardín. Finalmente, encontraron una pequeña puerta escondida entre las enredaderas. Al insertar la llave, la puerta se abrió, revelando un camino que conducía a un horizonte brillante y desconocido.

Antes de continuar, Arian tomó la mano de Kael y dijo: “Te perdono por cualquier error pasado, y espero que tú también me perdones. Juntos, somos más fuertes.”

Kael asintió, con lágrimas en los ojos. “Siempre, Arian. El perdón nos ha hecho libres.”

Con una nueva sensación de paz y libertad, Arian y Kael cruzaron la puerta, listos para enfrentar cualquier desafío que el futuro les deparara. Sabían que, mientras mantuvieran la creatividad, la imaginación y el perdón en sus corazones, no habría obstáculo que no pudieran superar.

 

Arian y Kael avanzaron por el camino iluminado por las dos lunas, Lythia y Seraphel, sintiendo una paz interior que nunca antes habían experimentado. El sendero los llevó a un valle escondido, donde el aire era fresco y el cielo estaba lleno de estrellas brillantes.

En el centro del valle, encontraron un círculo de piedras antiguas, cada una grabada con símbolos de sabiduría y poder. En el centro del círculo, había una fuente de agua cristalina que reflejaba la luz de las lunas. A su lado, un anciano de barba blanca y ojos sabios los esperaba.

“Bienvenidos, jóvenes viajeros,” dijo el anciano con una voz suave pero poderosa. “Han demostrado creatividad, imaginación y, lo más importante, han aprendido el valor del perdón. Ahora, deben completar su viaje liberando sus corazones de cualquier rencor restante.”

El anciano les entregó dos cálices de plata y les indicó que llenaran cada uno con agua de la fuente. “Esta agua tiene el poder de purificar el alma. Beban y dejen que el perdón los libere completamente.”

Arian y Kael tomaron los cálices y bebieron el agua pura. Al hacerlo, sintieron una calidez que se extendía desde sus corazones hasta cada rincón de sus seres. Todos los resentimientos y dolores del pasado se desvanecieron, reemplazados por una sensación de libertad y amor incondicional.

El anciano sonrió, viendo la transformación en sus rostros. “Ahora están verdaderamente libres. El perdón no solo los ha liberado a ustedes, sino que también ha abierto el camino hacia un futuro lleno de posibilidades.”

Con una reverencia, Arian y Kael agradecieron al anciano y se despidieron. Mientras caminaban de regreso al jardín, notaron que el paisaje había cambiado. Las flores eran más vibrantes, el aire más dulce, y el cielo más claro. Todo parecía reflejar la paz y la libertad que sentían en sus corazones.

Al llegar al jardín, encontraron una nueva puerta, esta vez hecha de luz pura. Sin dudarlo, la cruzaron, sabiendo que estaban listos para cualquier aventura que les esperara. Habían aprendido que el perdón no solo los hacía libres, sino que también les daba la fuerza para enfrentar cualquier desafío con amor y creatividad.

Y así, Arian y Kael continuaron su viaje, llevando consigo la lección más valiosa de todas: el perdón es la llave que abre todas las puertas y libera el alma, por lo que el perdón te hace libre.

La moraleja de esta historia es que el perdón te hace libre.

Y colorín colorín, este cuento llego a su fin. bueno mis amables oyentes. ¡hasta muy pronto! CON UN NUEVO CUENTO CON MORALEJA.

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