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En un lugar pintoresco del campo, rodeada de colinas verdes y cielos despejados, se encontraba la granja de don Francisco. Era un lugar mágico, donde los animales vivían en armonía y las plantas crecían con una vitalidad inigualable. La granja era conocida en la región no solo por su belleza, sino también por la diversidad de sus habitantes, cada uno con su propia historia y habilidades únicas.

Entre los habitantes más queridos de la granja estaban Miye, una gallina curiosa y aventurera; Laura, una cabra juguetona y siempre optimista; y Migue, un caballo noble y fuerte. Cada uno de ellos tenía un lugar especial en el corazón de don Francisco, quien los consideraba no solo animales de granja, sino también sus amigos y compañeros.

Una mañana, mientras el sol apenas comenzaba a iluminar los campos con sus cálidos rayos dorados, don Francisco reunió a todos los animales en el granero. Había una atmósfera de anticipación y curiosidad en el aire.

—Queridos amigos —dijo don Francisco con una sonrisa—, hoy tengo una noticia especial. He decidido organizar una feria en la granja para mostrar los dones y habilidades únicas de cada uno de ustedes. Será una celebración de todo lo que hace a nuestra granja tan especial.

Los animales comenzaron a murmurar entre ellos, emocionados y nerviosos al mismo tiempo. Cada uno de ellos tenía algo único que ofrecer, pero no todos estaban seguros de cuál era su don especial.

Miye, la gallina, miró a sus amigos con una mezcla de emoción y duda. —Siempre he sido buena explorando y encontrando cosas interesantes, pero ¿será eso un don especial? —se preguntó en voz alta.

Laura, la cabra, saltó alegremente y respondió: —¡Claro que sí, Miye! Todos tenemos algo especial que ofrecer. Yo siempre he sido buena en trepar y saltar. Tal vez ese sea mi don.

Migue, el caballo, se acercó con su andar majestuoso y añadió: —Y yo siempre he tenido una fuerza increíble. Tal vez pueda mostrar eso en la feria.

Don Francisco observaba a sus animales con orgullo y ternura. —Cada uno de ustedes tiene un don especial, algo que los hace únicos y valiosos. La feria será una oportunidad para descubrir y celebrar esos dones.

Con el entusiasmo creciendo, los animales comenzaron a prepararse para la feria. Miye decidió explorar cada rincón de la granja en busca de algo especial que pudiera compartir. Laura practicaba sus saltos y acrobacias, mientras Migue se dedicaba a ejercicios de fuerza y resistencia.

Mientras tanto, don Francisco trabajaba arduamente para preparar la granja para la feria. Colocó coloridas banderitas y guirnaldas, y montó escenarios donde los animales pudieran mostrar sus habilidades. La noticia de la feria se extendió rápidamente por la región, y pronto, los vecinos y amigos de don Francisco comenzaron a llegar, emocionados por ver qué maravillas descubrirían en la granja.

El día de la feria finalmente llegó, y la granja de don Francisco estaba llena de vida y alegría. Había puestos de comida con delicias caseras, juegos para los niños y música que llenaba el aire con un espíritu festivo. Los animales estaban listos para mostrar sus dones, y los visitantes estaban ansiosos por ver lo que cada uno de ellos tenía para ofrecer.

Miye fue la primera en presentarse. Con su pico afilado y sus ojos curiosos, había encontrado una serie de objetos brillantes y coloridos esparcidos por la granja. Decidió crear un pequeño museo con sus hallazgos, exhibiendo con orgullo cada uno de ellos.

—¡Miren lo que encontré! —dijo Miye, mostrando un trozo de vidrio brillante que reflejaba la luz del sol en un arco iris de colores.

Los visitantes se acercaron, fascinados por los descubrimientos de Miye. —¡Qué increíble! —exclamó uno de los niños—. ¡Nunca había visto algo así!

Laura, la cabra, fue la siguiente. Subió al escenario y comenzó a mostrar sus habilidades acrobáticas. Saltaba de un lado a otro, trepaba sobre obstáculos y hacía piruetas en el aire. Los espectadores aplaudían y vitoreaban, impresionados por la agilidad y la gracia de Laura.

—¡Es una cabra increíble! —dijo una mujer, maravillada por las habilidades de Laura.

Finalmente, llegó el turno de Migue. Con su porte elegante y su fuerza impresionante, Migue decidió mostrar su habilidad para arrastrar grandes cargas. Don Francisco había preparado un trineo cargado de heno, y Migue, con una fuerza que parecía casi sobrenatural, lo arrastró con facilidad.

Los espectadores quedaron asombrados. —¡Qué fuerza! —exclamó un hombre—. Nunca había visto un caballo tan fuerte.

Mientras la feria continuaba, otros animales también mostraron sus dones. Había una oveja que tejía lana con una destreza increíble, un pato que era un excelente nadador y un perro que podía realizar trucos asombrosos. Cada uno de ellos recibió aplausos y elogios, y la granja de don Francisco se llenó de un sentimiento de orgullo y comunidad.

Al final del día, don Francisco se reunió con todos los animales y los felicitó por su maravillosa presentación. —Estoy muy orgulloso de cada uno de ustedes —dijo con una sonrisa—. Hoy hemos demostrado que todos tenemos un don especial, algo que nos hace únicos y valiosos. No importa cuán grande o pequeño sea, cada don es importante y merece ser celebrado.

Miye, Laura y Migue se miraron entre sí, sintiéndose más unidos y valorados que nunca. Habían descubierto que sus dones especiales no solo eran una fuente de orgullo personal, sino también una manera de enriquecer la vida en la granja y fortalecer los lazos de amistad y cooperación.

Mientras el sol se ponía, llenando el cielo con colores cálidos y dorados, los animales de la granja de don Francisco se reunieron alrededor de una fogata. Compartieron historias, risas y sueños, sabiendo que juntos podían enfrentar cualquier desafío y celebrar cada logro.

Y así, en la mágica granja de don Francisco, los animales aprendieron una lección invaluable: todos tienen un don especial, y cuando esos dones se unen, crean un mundo lleno de maravillas y posibilidades infinitas.

La feria en la granja de don Francisco continuaba siendo un éxito rotundo. Los vecinos y amigos que habían llegado estaban encantados con los talentos únicos de cada animal. Sin embargo, mientras la emoción y las celebraciones llenaban el aire, algunos de los animales comenzaron a cuestionarse si realmente habían mostrado su verdadero don especial.

Miye, Laura y Migue, a pesar de recibir muchos elogios y aplausos, sentían que había algo más que podían ofrecer. Una tarde, mientras se relajaban cerca del lago en el corazón de la granja, compartieron sus inquietudes.

—A veces me pregunto si encontrar objetos brillantes es realmente mi don especial —dijo Miye, rascando el suelo con su pata—. Tal vez hay algo más que aún no he descubierto.

Laura, masticando una hoja, asintió. —Yo siento lo mismo. Me encanta saltar y hacer acrobacias, pero a veces me pregunto si hay algo más profundo, algo que realmente pueda marcar la diferencia en la granja.

Migue, con su imponente figura reflejada en el agua, añadió: —Tal vez no se trata solo de nuestras habilidades físicas. Quizás nuestros verdaderos dones están relacionados con cómo ayudamos a los demás y cómo mejoramos la vida aquí en la granja.

Sus palabras resonaron en el aire tranquilo del atardecer, y los tres amigos decidieron emprender una búsqueda para descubrir sus verdaderos dones especiales.

La primera en tomar acción fue Miye. Decidió observar a los demás animales para entender mejor cómo podía ayudarlos. Pasaba horas recorriendo la granja, observando y escuchando con atención. Un día, mientras caminaba cerca del gallinero, notó que algunas de las gallinas más jóvenes estaban teniendo dificultades para encontrar alimento.

Miye se acercó a ellas y, usando su habilidad para encontrar cosas, comenzó a escarbar el suelo, revelando pequeños insectos y semillas escondidas. Las gallinas jóvenes, emocionadas, la siguieron y pronto encontraron más comida gracias a Miye.

—Gracias, Miye —dijo una de las gallinas jóvenes—. Eres increíble encontrando cosas. Nos has ayudado mucho.

Miye sonrió, sintiendo una calidez en su corazón. —Tal vez mi don especial no sea solo encontrar cosas, sino usar esa habilidad para ayudar a otros.

Mientras tanto, Laura decidió usar su habilidad para saltar y trepar de una manera diferente. Se ofreció a ayudar a don Francisco en la huerta, donde los árboles frutales necesitaban ser podados y recolectados. Con su agilidad, Laura podía alcanzar las ramas más altas con facilidad, recogiendo frutas maduras y cortando ramas innecesarias.

Un día, mientras trabajaba en la huerta, Laura escuchó un sonido débil que venía de un árbol cercano. Siguiendo el sonido, descubrió un pequeño pajarito atrapado en una rama alta. Sin dudarlo, Laura trepó rápidamente y liberó al pajarito, que voló libremente, piando agradecido.

—Gracias, Laura —dijo don Francisco, quien había observado la escena—. Eres una gran ayuda aquí en la huerta y también una verdadera heroína.

Laura sintió una profunda satisfacción. —Tal vez mi don especial no sea solo saltar y trepar, sino usar esas habilidades para proteger y cuidar a los demás.

Migue, por su parte, decidió que su fuerza podía ser usada de manera más significativa. Se ofreció a ayudar con las tareas más pesadas en la granja, como arar los campos y transportar cargas de heno. Pero más allá de eso, Migue también comenzó a prestar atención a los demás animales, ofreciendo su apoyo siempre que era necesario.

Un día, durante una fuerte tormenta, un árbol cayó cerca del establo, bloqueando la entrada. Los animales dentro del establo estaban atrapados y asustados. Sin perder tiempo, Migue usó toda su fuerza para mover el árbol y liberar a sus amigos.

—¡Migue, nos has salvado! —exclamaron los animales, llenos de gratitud.

Migue, con una sonrisa, respondió: —Tal vez mi don especial no sea solo mi fuerza física, sino también mi capacidad para proteger y cuidar a los demás.

A medida que Miye, Laura y Migue descubrieron nuevas formas de usar sus habilidades, comenzaron a notar cambios positivos en la granja. Los animales se sentían más unidos y apoyados, y la granja de don Francisco se convertía en un lugar aún más armonioso y feliz.

Una mañana, don Francisco los reunió nuevamente en el granero. —He notado el increíble trabajo que han hecho últimamente —dijo con una sonrisa—. Han demostrado que sus dones especiales van más allá de las habilidades que mostraron en la feria. Han encontrado maneras de usar esos dones para ayudar y mejorar la vida en nuestra granja.

Miye, Laura y Migue se miraron, sintiendo una profunda satisfacción y orgullo.

—Todos tenemos un don especial —continuó don Francisco—, pero lo más importante es cómo usamos esos dones para hacer del mundo un lugar mejor. Estoy muy orgulloso de cada uno de ustedes.

Los tres amigos, llenos de gratitud y felicidad, comprendieron que habían encontrado sus verdaderos dones especiales. No se trataba solo de lo que podían hacer, sino de cómo podían ayudar a los demás y contribuir al bienestar de su hogar.

Con esta nueva comprensión, Miye, Laura y Migue continuaron usando sus habilidades de maneras significativas, fortaleciendo los lazos entre los animales y haciendo de la granja de don Francisco un lugar de amor, cooperación y apoyo mutuo. Y así, en cada rincón de la granja, se podía sentir la magia de los dones especiales de cada uno, brillando como estrellas en la noche más oscura.

El tiempo pasaba en la granja de don Francisco y cada día era una nueva oportunidad para Miye, Laura y Migue de seguir descubriendo y utilizando sus dones especiales. La vida en la granja se había transformado completamente gracias a la dedicación y el esfuerzo de todos los animales, que ahora comprendían la importancia de trabajar juntos y apoyarse mutuamente.

Una mañana, don Francisco anunció que un grupo de niños de una escuela cercana vendría a visitar la granja. Los animales se emocionaron al saber que tendrían la oportunidad de mostrar a los niños todo lo que habían aprendido y lo especiales que eran sus dones. Se prepararon con entusiasmo, queriendo que los pequeños visitantes se sintieran bienvenidos y aprendieran de su experiencia.

El día de la visita, el cielo estaba despejado y el sol brillaba con fuerza, iluminando cada rincón de la granja. Los niños llegaron en un autobús escolar, llenos de curiosidad y emoción. Don Francisco los recibió con una cálida sonrisa y los llevó a recorrer la granja, presentándoles a cada uno de los animales y explicando sus dones especiales.

Miye fue la primera en compartir su don. Con su curiosidad innata, organizó una búsqueda del tesoro para los niños, escondiendo pequeños objetos brillantes y coloridos alrededor de la granja. Los niños, entusiasmados, siguieron las pistas que Miye había dejado y pronto comenzaron a encontrar los tesoros escondidos.

—¡Miren lo que encontré! —exclamó una niña, sosteniendo una piedra brillante que reflejaba la luz del sol.

—¡Es increíble, Miye! —dijo otro niño, sonriendo—. Eres una gran exploradora.

Miye, viendo las caras felices de los niños, sintió una profunda satisfacción. Sabía que su don especial no solo era encontrar cosas, sino también despertar la curiosidad y la alegría en los demás.

Laura, la cabra acrobática, fue la siguiente en mostrar su don. Organizó una serie de juegos y actividades físicas para los niños, donde podían saltar, trepar y divertirse. Laura demostraba sus habilidades, saltando y trepando con gracia, y luego animaba a los niños a intentarlo también.

—¡Puedes hacerlo! —animaba Laura, mientras un niño trataba de trepar un pequeño obstáculo.

Con cada éxito, los niños ganaban confianza y se sentían más fuertes y capaces. Laura, viendo sus sonrisas y escuchando sus risas, comprendió que su don especial no solo era su agilidad, sino también su capacidad para inspirar y motivar a los demás.

Finalmente, fue el turno de Migue, el noble caballo. Decidió llevar a los niños a dar un paseo por la granja, mostrando su fuerza y gentileza al mismo tiempo. Migue cargaba con facilidad a varios niños en su lomo, mientras don Francisco explicaba la importancia de la fuerza y el cuidado en la vida diaria de la granja.

—Migue no solo es fuerte, sino también muy cuidadoso y protector —explicaba don Francisco—. Siempre está dispuesto a ayudar y a cuidar de los demás.

Los niños, montados sobre Migue, se sentían seguros y felices. Migue, sintiendo su alegría y confianza, comprendió que su don especial no solo era su fuerza física, sino también su capacidad para brindar seguridad y protección.

Al final del día, los niños se reunieron con don Francisco y los animales para agradecerles por la maravillosa experiencia. Cada uno de ellos había aprendido algo valioso sobre la importancia de los dones especiales y cómo podían usarlos para hacer del mundo un lugar mejor.

—Gracias, don Francisco —dijo uno de los niños—. Hoy hemos aprendido mucho sobre la cooperación y cómo todos tenemos algo especial que ofrecer.

Don Francisco, con una sonrisa de orgullo, respondió: —Me alegra mucho escuchar eso. Recuerden siempre que cada uno de ustedes tiene un don especial, y cuando trabajan juntos, pueden lograr cosas increíbles.

Los niños se despidieron de la granja con promesas de volver pronto, y el autobús escolar se alejó por el camino polvoriento, dejando atrás un sentimiento de gratitud y felicidad en el aire.

Esa noche, mientras el sol se ponía y los colores cálidos del atardecer llenaban el cielo, Miye, Laura y Migue se reunieron con don Francisco cerca de la fogata. Había sido un día largo y lleno de emociones, y ahora, sentados juntos, reflexionaban sobre todo lo que habían vivido.

—Hoy fue un día increíble —dijo Miye, mirando las llamas danzantes de la fogata—. Los niños nos enseñaron tanto como nosotros a ellos.

—Sí —asintió Laura—. Me di cuenta de que nuestros dones son aún más valiosos cuando los usamos para inspirar y ayudar a los demás.

Migue, con una mirada reflexiva, añadió: —Y cuando trabajamos juntos, nuestros dones se multiplican. Somos más fuertes y capaces de enfrentar cualquier desafío.

Don Francisco los miró con cariño y orgullo. —Ustedes han aprendido una lección invaluable —dijo—. Los dones especiales no son solo habilidades individuales, sino también herramientas para construir una comunidad fuerte y unida.

Mientras las estrellas comenzaban a brillar en el cielo nocturno, los animales de la granja de don Francisco se sintieron más conectados que nunca. Habían descubierto que sus dones especiales no solo los definían como individuos, sino que también los unían como una familia.

A partir de ese día, la granja de don Francisco se convirtió en un ejemplo para todos en la región. Los vecinos y amigos que visitaban la granja se llevaban consigo la inspiración y el ejemplo de cooperación y apoyo mutuo que habían visto. Los niños regresaban a sus hogares con nuevas perspectivas y un renovado sentido de comunidad, sabiendo que todos tenían algo especial que ofrecer.

Miye, Laura y Migue continuaron usando sus dones especiales, no solo en la granja, sino también en la comunidad, ayudando a otros y compartiendo sus habilidades y conocimientos. La granja prosperaba y florecía, llena de vida y alegría, gracias a la dedicación y el amor de sus habitantes.

Y así, en la mágica granja de don Francisco, los animales y las personas aprendieron que todos tenemos un don especial, y que cuando esos dones se unen, crean un mundo lleno de posibilidades infinitas y maravillas sin fin. Cada día era una nueva oportunidad para descubrir y celebrar los dones especiales que cada uno llevaba en su corazón, sabiendo que juntos podían hacer del mundo un lugar mejor para todos.

La moraleja de esta historia es que todos tenemos un don especial.

Y colorín colorín, este cuento llego a su fin. bueno mis amables oyentes. ¡hasta muy pronto! CON UN NUEVO CUENTO CON MORALEJA.

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