El cazador de almas perdidas – Creepypasta 303.
Entre Secretos y Baile Inaugural.
La mañana había comenzado con una inquietud pesada en el aire. Fabián sabía que las
decisiones de este día podrían marcar el curso de los próximos eventos, pero no había más
tiempo para dudar. Las mentiras, los secretos, y la presión de mantener el plan con
Vambertoken lo estaban sofocando.
Primero, debía asegurarse de que el Cardenal estuviera listo para su reunión en privado
durante el evento de Valeria Dupont. Era vital que Julián y Andrés no estuvieran
presentes, y Fabián necesitaba transmitirlo con sutileza.
Tomó el teléfono, sintiendo cómo su pulso se aceleraba al marcar el número del Cardenal.
En cuanto contestó, la autoridad en la voz del Cardenal no hizo más que acentuar la
urgencia de Fabián.
—Fabián, buenos días. ¿Hay algo que deba saber? —La voz del Cardenal sonaba
paciente, pero con esa impaciencia sutil de quien está acostumbrado a lidiar con intrigas.
Fabián tomó aire, manteniendo un tono cuidadosamente medido.
—Cardenal, hay algo delicado de lo que necesito hablar con usted en el evento de Valeria
Dupont… Preferiría que no estén ni Julián ni Andrés cuando lo haga —dijo, con una
insinuación que sabía que no pasaría desapercibida.
Hubo un silencio breve, el tipo de pausa cargada de significado que indicaba que el
Cardenal entendía perfectamente.
—Entiendo, Fabián. Hablaremos en privado. Me aseguraré de que estemos solos
—respondió con la gravedad que Fabián había anticipado.
Cuando Fabián colgó, soltó un suspiro que no alivió del todo la tensión que le apretaba el
pecho. Sabía que aún le quedaba la parte más complicada: María. No, no podía hablar con
María directamente sobre el baile inaugural con Valeria. Si lo hacía, María tomaría el primer
vuelo a Roma, y todo se vendría abajo. Para eso necesitaba a Tatiana, pero también sabía
que interrumpiría una mañana… intensa.
Marcó el número de Drex, sabiendo lo que probablemente se encontraría al otro lado de la
línea. Después de unos timbrazos, la voz ronca de Drex contestó, acompañada de sonidos
que no dejaban lugar a dudas sobre la situación.
—¿Qué pasa, Fabián? —preguntó Drex, con una risa ligera que no podía ocultar el
trasfondo de lo que estaba ocurriendo en esa habitación. Tatiana soltaba risas y gemidos
suaves en el fondo, pero Fabián no tenía tiempo para titubeos.
—Drex, necesito hablar con Tatiana. Es importante —dijo Fabián, manteniendo su tono
firme, aunque sabía que no sería fácil interrumpir lo que fuera que estuvieran haciendo.
Drex rió de nuevo.
—Creo que quiere hablar contigo, pero… no sé si podrá concentrarse —bromeó, mientras el
teléfono pasaba a Tatiana. La risa juguetona de Tatiana llegó primero, seguida de su
respiración entrecortada.
—Fabián, si esto no es urgente, juro que te mato… —dijo con una mezcla de humor y
frustración, aunque su voz temblaba ligeramente, no solo por la sorpresa de la llamada, sino
porque Drex no le estaba facilitando las cosas.
—Lo es. Escucha, Valeria Dupont sabe lo de María —dijo Fabián, sin rodeos, esperando
que eso la pusiera en alerta.
Tatiana se quedó en silencio un segundo, claramente intentando procesar la información,
aunque Drex seguía provocándola.
—¿Cómo que lo sabe? —logró preguntar, aunque su respiración se hacía más pesada. Los
gemidos que Drex le sacaba la hacían difícil concentrarse, y Fabián podía oírlo.
—Me lo dijo anoche. Valeria me dijo que no es una mujer celosa, pero va a pasar toda la
noche conmigo en el evento, y… —Fabián dudó un segundo, sabiendo lo que venía—.
Laura y Andrés van a abrir el baile inaugural con nosotros. Después, estaré solo con
Valeria hasta el final del evento. María no puede saber esto aún, Tatiana. Si se lo digo
ahora, vendrá y lo arruinará todo.
Tatiana dejó escapar un gemido fuerte, pero esta vez no era solo por lo que Fabián había
dicho. Drex estaba intensificando sus caricias, y Tatiana apenas podía articular palabra. Se
reía, aunque frustrada.
—Entonces… ¿vas a estar solo con esa bruja toda la noche? Y… ¿crees que María va a
aceptar eso sin volverse loca? —Tatiana trataba de sonar seria, pero estaba claro que Drex
no la dejaba hablar en paz.
Fabián casi podía imaginarla luchando por concentrarse, lo cual solo añadía a la tensión
que ya sentía.
—Exactamente. Por eso necesito que seas tú quien le cuente, pero solo cuando sea el
momento. Si se lo digo ahora, volará hasta Roma y esto se irá al infierno —Fabián no podía
ocultar su desesperación.
Tatiana rió, aunque su voz se entrecortaba por el placer y el esfuerzo de hablar al mismo
tiempo.
—Está bien, Fabián… lo haré. Pero juro que me debes una, y esta es grande —respondió,
con un tono entre pícaro y serio, mientras su respiración seguía acelerada.
—Gracias, Tatiana. Lo sabía. Confío en ti —dijo Fabián, más aliviado, aunque sabía que
esa “deuda” sería enorme.
Cuando colgó, se dejó caer en la cama, el alivio momentáneo no bastaba. Tenía que llamar
a María. Marcó su número, sabiendo que la conversación sería tensa.
María contestó de inmediato, su voz ya cargada de emoción reprimida.
—Fabián, te extraño tanto… no soporto estar lejos de ti —su voz temblaba, y Fabián sintió
una punzada en el pecho. Él también la extrañaba, pero no podía permitirse romper ahora.
—Yo también te extraño, María. Falta poco, pronto estaré de vuelta. Todo va a salir bien
—dijo, manteniendo su tono lo más calmado posible.
Hubo una pausa, y cuando María habló de nuevo, su voz estaba teñida de ansiedad.
—¿Y qué hay de Valeria Dupont? ¿De esa cena? —preguntó, y Fabián supo que estaba al
borde.
Respiró hondo antes de responder.
—Es solo parte del plan, María. Valeria no es importante. Confía en mí, esto es temporal.
En cuanto termine, estaré contigo —dijo, con la voz suave, aunque sabía que estaba
escondiendo más de lo que quería.
María suspiró al otro lado, pero no dijo más. Sabía que no podía pedir más detalles sin
levantar sospechas. Ambos sabían que la distancia y las mentiras estaban erosionando lo
que tenían.
Mientras tanto, Andrés, que había escuchado las llamadas desde la habitación contigua,
sabía que le tocaba enfrentarse a Laura. Tomó el teléfono y, con la misma ansiedad que
había sentido toda la mañana, marcó su número.
Laura contestó, su voz tranquila, pero con una tensión palpable.
—Andrés, ¿qué sucede? —preguntó, aunque en su tono había un nerviosismo que Andrés
reconoció de inmediato.
—Tenemos que hablar sobre el evento de Valeria Dupont. —Andrés fue directo, sin
rodeos.
—¿Qué hay sobre el evento? —preguntó Laura, pero en su voz había una sombra de
preocupación.
Andrés tragó saliva, sabiendo que esto no sería fácil.
—Tú y yo… vamos a abrir el baile inaugural. Con Fabián y Valeria —soltó la bomba sin
adornos, esperando su reacción.
El silencio que siguió fue denso. Laura tardó en responder.
—¿El baile inaugural? —repitió, su voz temblorosa—.
Andrés sintió cómo su corazón latía con fuerza mientras esperaba la respuesta de Laura.
El silencio del otro lado del teléfono era casi insoportable, hasta que finalmente Laura habló
de nuevo, su voz apenas un susurro.
—No sé bailar, Andrés. No sé si puedo hacer esto. —Su voz temblaba ligeramente, y
Andrés supo que no era solo por el baile en sí, sino por todo lo que ese evento implicaba.
Andrés dejó escapar un suspiro pesado. Él tampoco sabía bailar, pero ese no era el
verdadero problema. Lo sabía. La verdadera dificultad estaba en todo lo no dicho entre
ellos, en todo lo que habían evitado durante sus conversaciones superficiales. Y ahora, todo
aquello que habían mantenido bajo la superficie iba a estallar en el peor de los escenarios
posibles: una fiesta llena de políticos, miembros del Vaticano y vampiros.
—Yo tampoco sé bailar, Laura, pero eso no es lo importante —respondió finalmente,
intentando que su voz sonara tranquila, aunque sabía que eso era una mentira piadosa—.
Lo que importa es que mantengamos las apariencias, que todo salga bien.
Hubo otro silencio, y Andrés sintió cómo se le formaba un nudo en el estómago. Sabía que
en algún momento tendrían que enfrentarse a la conversación que ambos habían estado
esquivando. Laura tenía miedo, no solo del baile, sino de la situación entera. Y él tampoco
podía evitar sentir ese miedo.
—¿Sabes? Tampoco me siento seguro sobre esto —dijo Andrés, tratando de ser sincero—.
No se trata solo del baile, ¿verdad? Hay muchas cosas que no hemos hablado.
Laura no respondió de inmediato, pero cuando lo hizo, su voz sonaba más frágil.
—Tienes razón. Hay muchas cosas que no hemos hablado, pero no sé si estoy lista… para
eso. —Su honestidad era casi un susurro.
Andrés apretó los puños. Sabía que en algún momento tendrían que tener esa charla, esa
confrontación emocional que ambos habían estado evitando. Pero ahora tenían que
enfocarse en lo inmediato.
—Mira, Laura, sé que es difícil, pero estamos juntos en esto. Te acompañaré a escoger un
vestido. Necesitamos que todo salga bien. Y después… después hablaremos —prometió
Andrés, su voz suave pero determinada.
Laura dejó escapar un suspiro, resignada.
—Está bien. Nos veremos para lo del vestido… y luego hablaremos. —Parecía un acuerdo
tácito entre los dos. Sabían que, una vez que todo esto terminara, ya no podrían seguir
evadiendo lo inevitable.
Pero antes de colgar, Andrés sintió la urgencia de decir algo más, de romper con la barrera
que seguía levantada entre ambos.
—Laura, yo… no tienes que hacer esto sola, ¿okey? Estamos en esto juntos —dijo, su voz
sincera, intentando transmitirle algo de apoyo, aunque no sabía si ella lo aceptaría.
—Gracias, Andrés —respondió Laura, su tono algo más cálido, pero todavía lleno de
incertidumbre.
Después de colgar, Andrés se dejó caer en la cama, agotado por la conversación. Sabía
que el evento de Valeria Dupont era solo el preámbulo de algo mucho más grande. Y
mientras él intentaba prepararse para lo que vendría, Fabián también estaba sumido en sus
propios dilemas, tratando de mantener una fachada perfecta mientras su mundo personal se
desmoronaba poco a poco.
Ambos sabían que el evento sería decisivo. Un error, un paso en falso, y toda la estructura
que habían construido para Vambertoken caería.
Después de esas llamadas tensas, Fabián y Andrés se reunieron en una pequeña sala
dentro de la residencia donde se estaban hospedando en el Vaticano. Ambos se sentaron
en silencio durante unos segundos, cada uno asimilando lo que estaba por venir. Fabián,
con la mirada fija en el suelo, parecía pensar en todas las piezas que debía mover con
precisión quirúrgica. Andrés, por su parte, se sentía en una encrucijada, atrapado entre su
lealtad y sus emociones.
Fabián fue el primero en romper el silencio, su voz cargada con una mezcla de agotamiento
y urgencia.
—Voy a hablar con Julián ahora. Necesito decirle lo del baile de Laura y asegurarme de
que no interfiera —dijo, su tono medido pero firme—. Sé que Julián querrá proteger a
Laura, y no le va a gustar saber que será parte del evento. Pero es necesario que lo acepte,
y que entienda que la situación es delicada.
Andrés asintió en silencio, pero sabía que lo más complicado aún estaba por llegar. Fabián
lo miró directamente, con una seriedad que le atravesó como una flecha.
—Andrés, tú te encargarás de acompañar a Laura hoy. Necesita escoger el vestido y
prepararse para el evento. —La orden no admitía discusiones—. Quiero que estés con ella
todo el día. Que no le falte nada, y que te asegures de que esté lista.
Andrés asintió una vez más, pero sintió cómo se le formaba un nudo en el estómago. La
idea de pasar el día entero con Laura, sabiendo que tendrían que hablar de todo lo que
habían estado evitando, lo llenaba de ansiedad. No era solo el baile, ni el evento en sí; era
la tensión emocional acumulada entre ellos, ese vacío que ninguno de los dos había querido
llenar con una conversación real.
—Entiendo —dijo finalmente Andrés, su voz algo apagada.
Fabián se levantó de su asiento y le dio una palmada en el hombro.
—Sé que esto no es fácil para ti —admitió Fabián, mirándolo con algo de compasión—.
Pero es importante que mantengamos todo bajo control. Si Laura siente que estás ahí para
ella, todo saldrá bien.
Andrés lo miró, sintiendo el peso de la responsabilidad caer sobre sus hombros.
—Voy a hacer lo que sea necesario —dijo, su voz ahora firme, aunque por dentro aún se
sentía dividido.
Fabián le dirigió una última mirada antes de salir de la sala, camino a la reunión con Julián.
Sabía que esa conversación sería difícil, pero Julián debía entender que el riesgo de
involucrar a Laura era inevitable. Dejarla fuera sería aún más peligroso.
Andrés, en cambio, permaneció sentado un momento más, mirando la puerta cerrada.
Sabía que lo que tenía que hacer era simple en la superficie: acompañar a Laura a escoger
un vestido, asegurarse de que estuviera preparada para el evento. Pero el verdadero
desafío no era logístico, era emocional. No podía seguir evadiendo la conversación que
ambos habían postergado, y ese día, tarde o temprano, tendrían que hablar.
Finalmente, se levantó y salió de la sala. El aire frío del Vaticano le golpeó el rostro al salir
al patio, y sintió un escalofrío recorrerle la espalda. Caminó a paso firme hacia el Ministerio
de Vampiros Convertidos, donde Laura lo estaría esperando. Cada paso que daba lo
acercaba más a ese momento de confrontación que tanto temía. Las calles del Vaticano
estaban tranquilas, pero en su mente, las dudas y los recuerdos se agolpaban como una
tormenta inminente.
“¿Qué le voy a decir? ¿Cómo empiezo siquiera?”, se preguntaba una y otra vez. La
conversación que habían tenido la noche anterior pesaba sobre él. Sabía que Laura
también sentía el peso de todo lo no dicho, y que lo más probable es que ella tampoco
quisiera enfrentarlo. Pero ahora estaban atrapados, sin escapatoria.
Andrés llegó frente a la entrada del Ministerio de Vampiros Convertidos. El imponente
edificio gótico parecía observarlo con sus altas ventanas oscuras. Respiró hondo, sintiendo
cómo su corazón latía con fuerza. Laura estaba dentro, esperando. Y él, aunque había
cazado vampiros en el pasado, se sentía más vulnerable que nunca frente a la idea de lo
que estaba por venir.
—Vamos, Andrés, solo entra —se dijo a sí mismo, intentando armarse de valor.
Pero no podía engañarse. Sabía que la conversación que estaba por tener con Laura no se
trataba solo del evento o del vestido. Se trataba de enfrentar los demonios que ambos
llevaban cargando desde hacía meses, de enfrentar la verdad de su relación rota antes de
que todo se desmoronara ante ellos.
Andrés se quedó parado frente a la puerta por unos segundos más, cerrando los ojos para
prepararse.
Cuando los abrió, supo que ya no había marcha atrás. Empujó la puerta y entró en el
Ministerio, sintiendo el eco de sus propios pasos resonar en el gran vestíbulo.
Al final del pasillo, la figura de Laura apareció, esperándolo.
Todo estaba por comenzar.
Gracias por acompañarnos en este viaje al terror. ¡Nos vemos en el próximo episodio!”
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