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El sol brillaba con fuerza sobre la escuela de Raúl y Silvia, ubicada en un barrio lleno de árboles frondosos y risas infantiles. Era un día normal, con el sonido de los juegos y las charlas en los pasillos. Pero esa mañana, había algo diferente en el aire. Un rumor había comenzado a circular entre los estudiantes: un nuevo niño se uniría a su clase. La curiosidad llenaba los ojos de los niños, y todos esperaban ver quién sería el nuevo compañero.

—¿Crees que será un chico o una chica? —preguntó Silvia mientras se ajustaba la mochila.

—No lo sé, pero espero que sea divertido —respondió Raúl, tratando de contener su emoción.

La campana sonó, indicando que era hora de entrar a clase. Mientras todos se acomodaban en sus asientos, el profesor Martínez apareció en la puerta con una sonrisa amable.

—Buenos días, clase. Hoy tenemos un nuevo compañero que se unirá a nosotros. Su nombre es Samuel. Quiero que todos lo reciban con los brazos abiertos.

Los murmullos llenaron la sala cuando Samuel entró. Era un niño de estatura promedio, con un cabello rizado y un rostro pálido que le daba un aire algo frágil. A pesar de su aspecto, su sonrisa era genuina y amigable. Mientras caminaba hacia su lugar, Raúl y Silvia lo observaron con interés. Raúl notó que, aunque Samuel parecía tranquilo, había algo en su mirada que delataba que se sentía un poco fuera de lugar.

Después de que Samuel se presentó, el profesor Martínez les dijo que tenían un proyecto grupal sobre la importancia de la alimentación saludable. Raúl y Silvia estaban emocionados, pero también un poco preocupados. Sabían que Samuel era vegetariano, y eso podría complicar su trabajo en el proyecto. Sin embargo, decidieron invitarlo a unirse a su grupo.

—Hola, Samuel —dijo Raúl, con una sonrisa—. ¿Quieres trabajar con nosotros en el proyecto?

Samuel asintió, y un brillo de alegría iluminó su rostro.

—Claro, me encantaría —respondió con una voz suave.

Durante las primeras semanas, los tres trabajaron juntos. Samuel compartió sus conocimientos sobre cómo llevar una dieta vegetariana, y aunque al principio Raúl y Silvia no estaban muy familiarizados con el tema, se sorprendieron al darse cuenta de cuántas opciones deliciosas había. Sin embargo, también notaron que, a veces, Samuel parecía más reservado que los demás. En el comedor, se sentaba solo, y aunque intentaba interactuar, su tono de voz era bajo y su sonrisa a menudo se desvanecía.

—¿Por qué no se une a nosotros en el almuerzo? —sugirió Silvia un día.

—Quizás se siente incómodo por ser diferente —respondió Raúl, pensativo.

Un día, mientras estaban en el recreo, Raúl y Silvia decidieron acercarse a Samuel. Le preguntaron qué le gustaba hacer y si quería jugar con ellos. Samuel, al principio un poco titubeante, les habló sobre su amor por los libros y los juegos de mesa. Raúl y Silvia se dieron cuenta de que Samuel tenía una gran imaginación y muchas historias que contar. Poco a poco, comenzaron a formar un vínculo.

Sin embargo, las diferencias de Samuel a veces se convirtieron en tema de conversación entre algunos de los otros estudiantes. En el patio, Raúl escuchó a un grupo de niños riendo y comentando sobre lo que comía Samuel en el almuerzo.

—¡Mira, trae una ensalada y tofu! —exclamó uno de ellos, riéndose.

Raúl se sintió incómodo y decidió intervenir.

—¿Y qué hay de malo en eso? —les preguntó, con un tono firme—. No todos tienen que comer lo mismo para ser parte de nuestro grupo.

Los niños lo miraron con sorpresa, pero no dijeron nada. Raúl sintió que había hecho lo correcto, aunque aún le preocupaba cómo Samuel se sentía al respecto. Esa tarde, se reunió con Silvia y le contó lo que había escuchado.

—Creo que deberíamos hacer algo para que Samuel se sienta más incluido —sugirió Silvia—. Quizás podamos organizar una especie de actividad donde todos compartamos algo sobre nosotros, nuestras culturas y nuestras comidas.

Raúl estuvo de acuerdo. Era una buena idea. Así que decidieron hablar con el profesor Martínez al respecto.

El profesor, entusiasmado con la idea, sugirió que organizaran una “Semana de la Diversidad”, donde todos los estudiantes pudieran compartir sus tradiciones y costumbres. Cada día se dedicaría a una cultura diferente, y cada clase podría llevar un plato típico para compartir. Samuel sonrió cuando escuchó la noticia, su rostro iluminándose de emoción.

—¡Esto es genial! —dijo, ya imaginando las posibilidades.

Mientras la semana se acercaba, Raúl y Silvia comenzaron a hacer planes. Se dieron cuenta de que tenían la oportunidad de crear un ambiente más inclusivo para Samuel y los demás estudiantes que, como él, podían sentirse diferentes. Así que empezaron a investigar sobre diversas culturas, aprendiendo sobre la importancia de la diversidad y la aceptación.

El día de la primera actividad llegó. Los estudiantes llegaron a la escuela con platos típicos de sus culturas. El salón se llenó de olores y colores vibrantes. Todos se sentaron en círculo y comenzaron a compartir historias sobre sus platos. Samuel se animó al ver que su ensalada de quinoa y los tacos de vegetales fueron muy bien recibidos.

A medida que compartían, Raúl se dio cuenta de que las diferencias que una vez parecían tan grandes, en realidad los unían. Cada uno tenía su propia historia, su propio trasfondo, y eso era lo que hacía su grupo tan especial. Samuel, en particular, brillaba al contar sobre su dieta vegetariana y cómo eso lo conectaba con la naturaleza y los animales. Sus compañeros escuchaban con atención, sorprendidos por su pasión y conocimiento.

Al final de la semana, los estudiantes se sintieron más unidos que nunca. Samuel había encontrado su lugar entre ellos, y aunque su dieta era diferente, eso no lo hacía menos especial. Raúl y Silvia comprendieron que la diversidad no solo era algo que debían aceptar, sino también celebrar.

Esa noche, mientras los padres recogían a sus hijos, Raúl se dio cuenta de que había aprendido una lección valiosa. La diferencia no era un obstáculo, sino un puente hacia nuevas amistades y experiencias. Con una sonrisa, miró a Samuel, quien ahora se reía y disfrutaba de la compañía de sus nuevos amigos.

A medida que avanzaba la semana, la “Semana de la Diversidad” se convirtió en un evento muy esperado en la escuela de Raúl y Silvia. Los estudiantes estaban emocionados de compartir sus tradiciones, pero también había una creciente expectativa de aprender a conocer y apreciar las diferencias entre ellos. Sin embargo, no todos estaban tan entusiasmados. Algunos estudiantes, que eran más reservados o no estaban acostumbrados a ver a otros diferentes, comenzaron a murmurar en los pasillos sobre Samuel y sus elecciones alimenticias.

Una tarde, mientras Raúl, Silvia y Samuel estaban sentados en un rincón del patio, disfrutando de una merienda después de clase, un grupo de chicos se acercó. Eran los mismos que habían hecho comentarios poco amables antes.

—Mira, aquí están los tres amigos de los vegetales —dijo uno de ellos, soltando una risa burlona—. ¿No te cansas de comer cosas raras, Samuel?

Raúl sintió que la ira comenzaba a hervir en su interior, pero recordó lo que habían aprendido durante la semana. En lugar de dejarse llevar por la emoción, decidió hablar con calma.

—No es raro. Cada uno come lo que quiere. A ti te gusta la carne, a él le gusta la pasta, y a Samuel le gusta lo que trae —respondió Raúl, tratando de ser firme pero no agresivo.

—Sí, pero no entiendo cómo puede vivir sin hamburguesas —replicó otro niño, con una sonrisa burlona.

—Quizás deberías probarlo algún día —dijo Silvia, defendiendo a su amigo. Samuel, con una sonrisa tímida, asintió.

El grupo de niños se rió, pero esta vez no eran risas burlonas. Se reían de una forma amistosa, como si de repente se dieran cuenta de que había algo más en la dieta de Samuel. Sin embargo, la conversación dejó una pequeña herida en el corazón de Samuel. Se notaba que le afectaba, y Raúl no podía evitar sentir que debía hacer algo más para apoyarlo.

Después de ese incidente, Raúl y Silvia decidieron invitar a Samuel a unirse a ellos en la próxima actividad que planeaban. Se trataba de un juego de fútbol después de clases, un evento que estaba generando mucho entusiasmo en la escuela.

—¡Vamos, Samuel! —le dijo Raúl, con una gran sonrisa—. Será divertido. Nunca te hemos visto jugar.

—Sí, podrías mostrarles a todos cómo se juega de verdad —añadió Silvia, animándolo.

Samuel dudó un momento, mirando al suelo, como si se sintiera inseguro. Pero luego levantó la mirada y sonrió, aceptando la invitación.

—Está bien, me gustaría intentarlo —respondió.

Ese viernes, el clima era perfecto para un partido de fútbol. El sol brillaba y los estudiantes estaban emocionados. Raúl y Silvia esperaban que Samuel se sintiera más incluido en el grupo, pero también estaban nerviosos de que el comportamiento de algunos de sus compañeros pudiera herir sus sentimientos nuevamente.

A medida que el partido avanzaba, todos se estaban divirtiendo. Raúl estaba en el equipo del lado izquierdo, mientras que Silvia se encargaba de la portería. Samuel, al principio, se mostró un poco tímido, pero a medida que el juego avanzaba, empezó a relajarse. Los niños comenzaron a animarlo y a reconocer sus habilidades.

—¡Vamos, Samuel! ¡Tú puedes! —gritaba Silvia desde el arco.

Cuando finalmente tuvo la oportunidad de recibir el balón, algo cambió en su expresión. Con una sonrisa y una confianza renovada, corrió hacia adelante, driblando a un par de jugadores rivales. Raúl y Silvia se miraron con sorpresa y alegría, viendo cómo Samuel se divertía.

—¡Eso es, Samuel! ¡Eres increíble! —gritó Raúl.

A pesar de que algunos niños todavía murmuraban al principio, pronto se dieron cuenta de que Samuel estaba jugando muy bien. Con el tiempo, su timidez se disipó, y se unió a la diversión, corriendo de un lado a otro del campo, riendo y disfrutando del juego. Su habilidad sorprendió a todos, y las risas de sus compañeros de clase resonaron en el aire.

Sin embargo, justo cuando parecía que todo iba bien, ocurrió un incidente que cambió la atmósfera. Samuel, mientras intentaba hacer un pase, perdió el equilibrio y cayó al suelo. Con un golpe sordo, la pelota se desvió y le dio a uno de los niños en la cara. Este niño, molesto, se levantó y miró a Samuel con furia.

—¡Oye! ¿Por qué no puedes tener más cuidado? —exclamó, mientras los demás se acercaban a ver lo que había pasado.

Samuel se sintió mal, su rostro se sonrojó, y antes de que pudiera disculparse, algunos niños comenzaron a reírse.

—¡Mira cómo se ha caído! —dijo uno de ellos, riéndose.

Samuel se sintió acorralado. En ese momento, la confianza que había construido durante el juego se desvaneció. Sin embargo, Raúl y Silvia no iban a dejar que esto arruinara el momento. Se acercaron rápidamente a Samuel.

—Todo está bien, Samuel. A veces uno se cae, pero eso no significa que no seas un buen jugador —dijo Raúl, poniendo una mano en su hombro.

—¡Exacto! No dejes que eso te haga sentir mal. Tienes un gran talento —añadió Silvia, sonriendo.

La situación se volvió incómoda, pero el apoyo de Raúl y Silvia hizo que Samuel se sintiera un poco mejor. Se levantó, sacudió la tierra de su camiseta y se rió, intentando restarle importancia a lo sucedido. Pero el niño que se había molestado no se había calmado del todo.

—No deberías jugar si no puedes mantenerte en pie —dijo con desdén.

En ese instante, Raúl se sintió lleno de valor y decidió intervenir.

—¿Y qué pasa si a Samuel no le gusta jugar de la misma manera que a ti? —preguntó, mirándolo a los ojos—. Todos tenemos diferentes habilidades, y eso es lo que nos hace especiales.

El grupo se quedó en silencio. Algunos comenzaron a murmurar, mientras que otros asintieron, empezando a comprender el mensaje. Raúl se dio cuenta de que no solo estaban defendiendo a Samuel, sino que también estaban promoviendo un cambio en la forma en que todos se veían entre sí.

A partir de ese momento, el ambiente cambió. Samuel, aunque todavía un poco nervioso, se sintió más apoyado por sus amigos. El niño que había reaccionado de manera negativa también comenzó a reflexionar sobre sus palabras.

El partido continuó, y al final, todos se divirtieron y se sintieron más unidos. Cuando la campana sonó para finalizar el juego, Samuel se sintió parte de algo más grande. Había encontrado su lugar en el grupo y comprendió que no debía temer ser diferente; eso lo hacía especial.

La experiencia fortaleció su amistad con Raúl y Silvia, y los tres acordaron seguir apoyándose mutuamente. Habían aprendido que, a pesar de sus diferencias, podían unirse y disfrutar de momentos felices juntos.

Esa noche, mientras se iba a casa, Samuel sonrió, sintiéndose más seguro que nunca de ser quien era. El apoyo de sus amigos le había mostrado que la tolerancia y la aceptación son las claves para construir un ambiente de armonía.

A medida que la semana avanzaba, la “Semana de la Diversidad” llegó a su emocionante final. Todos los estudiantes estaban ansiosos por compartir lo que habían aprendido sobre sus diferentes culturas y estilos de vida. El día culminante sería una gran exposición en la que cada clase presentaría un stand sobre un tema que había explorado durante la semana. Raúl, Silvia y Samuel decidieron unirse y trabajar juntos en su stand sobre la importancia de la diversidad y la aceptación.

Los días previos a la exposición, el trío se reunió en casa de Raúl para preparar todo. La emoción crecía a medida que discutían ideas y buscaban materiales. Samuel, quien al principio se mostraba tímido, se fue sintiendo cada vez más cómodo expresando sus ideas.

—Podríamos hacer un mural que muestre diferentes platos de todo el mundo —sugirió Silvia—. Eso podría ayudar a que todos entiendan que cada cultura tiene algo especial.

—Sí, y podríamos incluir un espacio donde la gente pueda compartir lo que les gusta comer —agregó Samuel, sintiéndose más entusiasta.

La preparación se convirtió en una experiencia divertida y enriquecedora. Los tres trabajaron arduamente, creando un colorido mural y recolectando recetas de diferentes culturas. Al final, el stand estaba lleno de imágenes de platos vegetarianos, así como de comida de otras culturas.

Finalmente, llegó el día de la exposición. El gimnasio de la escuela estaba decorado con banderas de diferentes países y los stands de cada clase estaban llenos de creatividad. Cuando Raúl, Silvia y Samuel llegaron a su stand, notaron que había un gran grupo de estudiantes interesados en lo que habían preparado.

—¡Miren! ¡El stand sobre diversidad! —gritó uno de los niños al ver el mural.

Samuel sintió una mezcla de nerviosismo y emoción. Mientras los estudiantes se acercaban, Silvia lo animó a hablar.

—Tú puedes, Samuel. Todos están aquí para aprender de ti —dijo, dándole una sonrisa de aliento.

—Sí, tú has trabajado duro en esto —añadió Raúl.

Con un profundo suspiro, Samuel tomó la palabra.

—Hola a todos. Somos Raúl, Silvia y yo, Samuel. Hoy queremos hablarles sobre la diversidad y la importancia de ser tolerantes con las diferencias de los demás.

A medida que hablaba, su confianza creció. Explicó la historia de su dieta vegetariana y cómo esa elección no solo era parte de su identidad, sino también una manera de cuidar el medio ambiente. Había una luz en sus ojos que antes no se había visto, y los estudiantes escucharon con atención.

—No importa cómo se vea alguien o qué coma, lo que importa es cómo nos tratamos entre nosotros —dijo, sonriendo—. Todos somos especiales a nuestra manera.

La presentación fue un éxito. Los estudiantes estaban interesados y comenzaron a hacer preguntas. Algunos incluso se acercaron al stand para probar algunas de las recetas vegetarianas que habían preparado.

—¡Esto está delicioso! —exclamó un niño al probar una de las recetas.

Los tres amigos intercambiaron miradas de alegría y satisfacción. Habían logrado compartir su mensaje de aceptación y diversidad con sus compañeros, y eso les hizo sentir aún más unidos.

A medida que la jornada avanzaba, los alumnos de diferentes grados comenzaron a participar en diversas actividades que fomentaban la tolerancia y el respeto. Se organizó una charla sobre la importancia de aceptar las diferencias, y Samuel fue uno de los que se ofreció como voluntario para compartir su historia.

Cuando llegó su turno, Samuel se puso de pie frente a todos y, en lugar de sentirse nervioso, se sintió fortalecido por el apoyo de sus amigos y compañeros. Contó sobre las experiencias que había vivido y cómo había aprendido a no temer ser diferente. Agradeció a Raúl y Silvia por haberlo animado y apoyado a lo largo de la semana.

La sala se llenó de aplausos. Varios niños se acercaron a Samuel después de su charla, pidiéndole consejos sobre cómo ser más tolerantes y aceptantes con los demás. Se sintió abrumado por la atención, pero también por la alegría de ver cómo su mensaje había resonado en sus compañeros.

Al final de la semana, el director de la escuela se acercó a los tres amigos.

—Estoy muy impresionado con su stand y su presentación. La forma en que hablaron sobre la diversidad y la tolerancia fue inspiradora. —Dijo, sonriendo—. Me gustaría que ustedes fueran los representantes de la escuela en la próxima feria de la diversidad que se celebrará en el distrito.

Los ojos de Samuel se iluminaron. Había pasado de ser un niño tímido y inseguro a ser un portavoz de la diversidad en su escuela. Raúl y Silvia lo animaron a aceptar la invitación, y juntos se sintieron emocionados por la oportunidad de seguir compartiendo su mensaje.

El día terminó con una gran celebración, donde los estudiantes compartieron no solo comida, sino también risas, historias y amistades. Samuel sintió que había encontrado su lugar en la escuela, no solo como un niño diferente, sino como un amigo, un compañero y un portavoz de la aceptación.

Esa noche, mientras se preparaba para dormir, Samuel reflexionó sobre lo que había aprendido. No temía ser diferente; había descubierto que esa diferencia lo hacía especial y que, al ser auténtico, podía inspirar a otros a hacer lo mismo.

—No temas ser diferente; eso te hace especial —susurró para sí mismo con una sonrisa, cerrando los ojos y sintiendo que había logrado algo maravilloso.

moraleja No temas ser diferente; eso te hace especial.

Y colorín colorín, este cuento llegó a su fin. bueno mis amables oyentes. ¡NOS VEMOS MAÑANA! CON UN NUEVO CUENTO CON MORALEJA.

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